Por Iñaki Urdanibia

Acaba de publicarse, en una nueva traducción, la novela del escritor ruso, Nosotros, al francés por la editorial Gallimard, y ello me ha traído a la mente un par de efemérides relacionadas con el escritor: la una, se cumplen 140 años del nacimiento del escritor, la otra es, que hace cien años que se publicó la primera edición en condiciones, y en inglés, de su novela, prohibida en su país. Todo el mundo ha oído hablar de algunas novelas del género cacotópico, distópico, maneras de nombrar la de utopías negativas: Un mundo feliz, publicada, en 1932, de Aldous Huxley (1894-1963), 1984, publicada en 1949, de Georges Orwell (1903-1950) – me limito a estas dos a las que se podrían añadir otras como la de H.G.Wells, R. Bradbury, etc. -, sin embargo pocos conocen la novela de Zamiatin de la que hablo, que aún habiendo aparecido años antes, en 1924, pasó desapercibida debido a sus problemas de publicación, prohibición que hizo que se publicase originalmente en el extranjero, a pesar de haber inspirado a los anteriormente nombrados; el aspecto es señalado en al posfacio de la edición francesa de la que hablo, escrito por Jorge Semprún: «publicando en enero de 1946, en el hebdomadario Tribune, un artículo sobre la novela de Zamiatin (de la que había leído la traducción al francés de 1929), Orwell señalaba los parecidos entre el Nosotros y el libro de Huxley. Implícitamente también, reconocía su deuda hacia Zamiatin: 1984 iba a aparecer tres años más tarde, en 1949».

Hay escritores a los que se conoce casi exclusivamente por una obra, es el caso, aunque reitero siendo poco conocido, escribió algunas otras*. La obra que dedico este artículo-recordatorio cuenta con diferentes ediciones /traducciones: Plaza & Janés, 1970/ Tusquets, 1991 /Alianza, 1993 / Prames, 2005/ Akal, 2008/ Cátedra, 2011 y Hermida Editores, 2016 / Salamandra, 2023… dejando de lado las ediciones latinoamericanas.

No fue fácil que el libro viese la luz, muchas idas y venidas, siempre venciendo la inflexible censura, lo que conducía al escritor a una verdadera desesperación y asfixia que le empujó a dirigirse directamente por carta al mismísimo Stalin**. El libro no podía permitirse de ninguna de las maneras ya que en sus páginas se daba paso a una tonalidad crítica que apuntaba sin ambages a las desviaciones que ya se constataban en el funcionamiento del poder surgido de la revolución de octubre en su denodado intento por racionalizar al milímetro y hasta el más mínimo detalle tanto la esfera pública como la privada de los propios ciudadanos. La novela se publicó, en primer lugar en Inglaterra, bajo el título de We, en 1921, en una versión reducida y sin que fuese revisada por el propio autor. A pesar de que la novela iba de mano en mano, clandestinamente, en samizdat, en el país de los soviets, y así era conocida con cierto éxito, hubo de esperar todavía algún tiempo para que se le concediese un permiso de publicación en condiciones en su país.

En la novela se retrata una sociedad transparente que funciona bajo la omnímoda vigilancia del, siempre atento, ojo del poder, control organizado como una perfecto panóptico con unos siempre celosos vigilantes a quienes no se les escapa ni en menor detalle del comportamiento de los vigilados, léase todo dios; el yo ha cedido el lugar dominante al nosotros, y los ciudadanos cumplen su labor en horarios fijos y ante la mirada de todo quisque; todos ellos uniformados. Estos aplicados policías del pensamiento, siguen las consignas del Gran Benefactor / Bienhechor; resultaba así el retrato una profecía del poder totalitario, que caminaba a grandes zancadas en tierra soviética, dominada por el Partido, y éste por la mano de hierro de su secretario general, hacia el modelo del cuartel, de la delación, etc. El cristal y el acero son los materiales dominantes en la construcción de la sociedad que está separada con un muro del mundo salvaje, ajeno a la perfección allá, en el interior, diseñada y puesta en marcha.

La deshumanización retratada, al privarse a los humanos de la libertad, de las pasiones, etc., prohibidas al considerárselas peligrosas, y verse sometidos al dictado de la ciencia y la máquina, va a reflejarse igualmente en la mutilación del uso de la lengua, domesticada hasta límites de esclerosis total… de neolengua (newspeak) hablaría más tarde Orwell en su 1984, y Klemperer analizaría con precisión de avezado filólogo las variaciones del lenguaje del III Reich.

En la perseguida perfección organizativa asomaban, no obstante, algunas contradicciones, que quedan expuestas de manera patente en la mente del propio protagonista, D-503 – constructor de una nave interestelar que exportaría la perfección racionalizadora a otros planetas -, que se debatía entre oponerse al poder del pretendido Estado científico futuro y utilizar los mismos criterios de racionalidad como paradigma único fuera del cual no hay salvación posible; lo que no quita para que estas mismas reglas pudieran servir para racionalizar el poder racionalizador en una tarea de des-racionalización de la racionalización dominante. La novela detalla otras cuestiones de orden reglamentario, del mismo modo que se detiene en las costumbres de índole alimentaria (todo a base de nafta) sin obviar la presencia, clandestina obviamente, de la oposición, de los mefi, dirigidos por una mujer, cual Antígona rediviva. Sabido es que donde hay represión, hay resistencia, y el amor, como pasión prohibida va a jugar un papel liberador, al arrastrar al protagonista fuera de los muros del orden y la ley, derivando por el nomadismo que difiere del sedentarismo fijo que se da dentro de los muros verdes; al recuerdo me viene aquello de Eduardo Galeano: «en el fondo, la rebeldía es un acto que proviene del amor, del amor a los demás y del amor a las cosas que valen la pena vivir y hasta morir por ellas». No seguiré destripando la novela que resulta tan transparente como la sociedad transparente que describe.

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( * ) Recupero la reseña que salió publicada en el diario Gara de otra obra del escritor ruso:

No hay mal que…

Zamiatin

La inundación

Alfabia, 2010.

88 págs.

No lo pasó muy bien que digamos Zamiatin por su tendencia a escribir libremente, sin dejarse domesticar por los estrechos criterios impuestos por la nomenklatura, como tampoco lo pasaron bien sus colegas Boris Pasternak, Vassili Grossman o Mijaíl Bulgakov; «todo artista más o menos importante – decía – es siempre un hereje». El último de los escritores nombrados fue a despedir al autor de Nosotros a la estación cuando al fin le fue concedido, por medio de los buenos oficios de Maxím Gorki, el permiso para irse al extranjero; al autor de Maestro y Margarita no se le concedió a pesar de sus repetidas peticiones al secretario general del PCUS, el camarada Stalin.

Si Zamiatin se afilió temprano al partido bolchevique y hasta fue apresado, un par de veces, por las autoridades zaristas debido a sus escritos críticos que no ahorraban dardos dirigidos contra el poder, más tarde también tuvo serias dificultades, cuando ya los bolcheviques habían tomado el palacio de invierno, para que sus escritos vieran la luz. Tras su estancia en Inglaterra dirigiendo la fabricación de buques, publicó varias obras en las que criticaba el sistema capitalista en el que había vivido; entonces fue considerado como un héroe en la patria de los soviets, mas pronto cambiaron las tornas cuando sus dardos se dirigieron contra la burocratización del poder soviético, y vio como su retrato distópico, antes nombrado, era prohibido y publicado en el extranjero; sólo años después de su muerte vio la luz en la URSS su Nosotros del mismo modo que pasó con Doctor Zhivago de Boris Pasternak, con Vida y Destino de Vassili Grosman o con Maestro y Margarita, allá por los ochenta.

La novela corta que ahora se publica fue la última que escribió antes de abandonar su país. En la brevedad de sesenta páginas se entrecruzan los problemas de una familia y a nivel metafórico: la naturaleza (el río, el aire, la tierra, los olores, la sangre…), los animales, los objetos domésticos y la maquinaria de la sala de máquinas en la que trabaja Tom, siendo puestos en relación, todos ellos, con la tormenta familiar que constituye la historia, haciendo que parezca que existe entre los diferentes niveles unos hilos que relacionan directamente a unos con los otros; no faltan algunos guiños a la situación política en la que se desenvuelven los personajes, reflejada hasta en los juegos infantiles. Sofia y su marido, Trofim Ivánich, sienten que entre ellos hay un vacío, que al final descubren cuál es: tienen problemas para tener descendencia, a falta de ella optan por hacerse cargo de una jovencita huérfana de nombre Ganka; lo que en principio pudiera hacer pensar en una solución al vacío nombrado va a devenir en un cariño de la chiquilla, en exclusiva para el varón, la presencia de Ganka viene a estimular las pasiones del éste; la tensión entre ambas mujeres va a crecer y como sucede en estos casos con frecuencia, las cosas no van a quedarse así sino que se van a hinchar… hasta el desastre, como el provocado por el desbordamiento del río Nevá. Mas sabido es que no hay mal que dure cien años, ni bien tampoco.

En su brevedad, Zamiatin nos entrega una veloz historia magistralmente compuesta, con la precisión milimétrica de un geómetra o con la habilidad de un jugador de billar, que consigue mantener la atención lectora desde la primera hasta la última línea.

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(**) Las cartas a las que aludo pueden verse en este artículo en el que también se habla de otras cartas y de otras vidas, en riesgo:

El dolor de escribir

+ Mijaíl Bulgákov y Evgeni Zamiatin

Cartas a Stalin

Veintisieteletras, 2010.

93 págs. /

+ Ariadna Efron

Marina Tsvetáieva, mi madre

Circe, 2009.

296 págs. /

No eran buenos tiempos para la lírica los primeros años del siglo XX en Rusia, los tiempos agitados de después de la revolución de octubre, que se encaminaban a establecer rígidas normas al acto creativo de escribir – y a otras expresiones del arte y de la vida en general – para situarlos bajo el mando de la política del poder. Así las consignas de subordinar el arte a los intereses de la construcción del socialismo, y a las restricciones por parte del partido a situar las letras, por encima, con independencia del sacrosanto deber de servir al pueblo, al proletariado, o al futuro luminoso de la humanidad, pasaron a ser moneda corriente, e impuesta a hoz y martillo, bajo los presupuestos del comisario de turno, por ejemplo Zhdanov, con sus prédicas acerca del arte proletario, en la misma onda que la ciencia proletaria de un Lyssenko.

¡ Dejadnos escribir!

La pléyade de escritores que destacó en aquellos años y que tuvieron problemas para poder ejercer su libertad creativa cubrieron una amplia nómina que va de Anna Ajmátova, Ossip Mandelstam, Marina Tsvetáieva, Esenin, Platonov, o de manera especial en la presente ocasión -y lo digo por ser cartas de estos dos últimos las que se publican ahora- del autor de Nosotros (1920, fecha de escritura) y del de El maestro y margarita (1940).

Hablaba el autor de la segunda de las obras citadas, Mijaíl Bulgákov (1891-1940) de que en «la Santa Rusia soviética ocurrían acontecimientos de lo más increíble». Obviamente tal situación se prestaba a las mil maravillas a ser enfocada bajo el prisma de lo fantástico, pues lo real era insólito hasta los topes, prestándose a anomalías y equívocos persistentes constituyendo así un terreno ideal para el ejercicio de la fantasía, desplazada hacia lo delirante, lo humorístico, como lo hizo Bulgákov en su obra maestra que finalizada el mismo año de su muerte hubo de esperar más de una veintena de años para ser publicada en su país. Sirva como muestra lo que acabo de decir para subrayar las dificultades de escribir que se vivían en los tiempos de Stalin en la patria de los soviets, si bien más bien podría hablarse de las dificultades para publicar, ya que escribir, escribir lo que se dice escribir, todo el mundo lo podía hacer siempre que sus palabras no entrasen en contradicción con las normas dominantes y su espíritu corrosivo quedase en el seno de lo privado, en el ámbito de cada cual.

Zamiatin (1884-1937) tuvo también serias dificultades, y prohibiciones, a la hora de que sus obras viesen la luz, como las tenía Bulgákov para ver representadas sus obras teatrales que a la sazón era lo que escribía fundamentalmente. Zamiatin logró al final un permiso para desplazarse al extranjero, cosa que Bulgákov no lo consiguió a pesar de sus continuas peticiones. Transcribo una de las significativas cartas enviada por Zamiatin que expresa a las mil maravillas su estado de ánimo, y la magnitud de la tragedia:

Estimado Iósif Vissariónovich:

Condenado a un castigo supremo, el autor de la presente carta se dirige a Usted con la petición de que la citada pena le sea conmutada. 
Seguramente mi nombre le resulte conocido. Como para cualquier otro escritor, la posibilidad de la privación de escribir constituye para mí un castigo mortal. Y las condiciones creadas son tales, que no puedo continuar con mi labor, pues es inconcebible realizar tarea creativa alguna cuando uno se ve obligado a trabajar en una atmósfera de acoso sistemático que se endurece año tras año.
[…]
 Pero si no soy un criminal, pido entonces permiso para viajar temporalmente al extranjero junto con mi esposa.
 […]

La extraordinaria atención que ha dispensado a otros escritores que se han dirigido a usted, me permite albergar la esperanza de que mi petición sea también tenida en cuenta.

Junio de 1931

Las cartas que ambos dirigen a las autoridades del país, y más en concreto al jefe supremo de la nomeklatura del Kremlin, el camarada Stalin, van a llegar a los límites de lo patético. Las súplicas para intentar que Stalin se viese conmovido por las limitaciones a que se veían sometidos en su profesión de escritores les lleva a humillarse para tratar de conseguir cierto aire para poder respirar, pues… ¿qué hace un pez fuera del agua? Lo dicho no quita para que las cartas rezumen reivindicaciones, no veladas, de la libertad debida para poder ejercer en condiciones el acto de crear, tratando de ubicar el status de la literatura con plena autonomía de las esferas del poder, ya que la literatura tenía que convertirse – según ellos – en la conciencia crítica de éste.

El agotamiento, los intentos de ninguneo de sus obras, las amenazas y el terror ambiente no hicieron, no obstante, que estos escritores arriaran la bandera de la libertad.

Una mujer excepcional

No hace mucho vieron la luz los Cuadernos de Marina Tsvetáieva (1892-1941) en los que ésta -a modo de autobiografía- dejaba ver sus apuntes, sus escritos íntimos que daban cuenta de sus gustos literarios, sus afectos compartidos y no, sus relaciones familiares, y su vida como mujer que se las veía y se las deseaba para poder llegar a fin de mes, y hasta de semana. Ahora ve la luz la visión que su hija, la pequeña Ariadna de los cuadernos nombrados, conservó de su madre lo que convierte este sensible libro en complementario del anterior, del de la madre.

Si para Marina Tsvetáieva su hija fue su mejor verso, para ésta su madre fue su primer poeta, el mejor y por el que apostó de por vida, ya que tras el suicidio de la madre – Ariadna Efron que estaba encarcelada, estándolo hasta 1955 – se convirtió en albacea, ordenadora y editora de los poemas maternos. La poeta se exilió en busca de su marido que al haberse posicionado con los blancos hubo de salir por patas de su patria. Alemania, Checoslovaquia y París vieron a la mujer sumida en la pobreza y la precariedad más absoluta. Dos cosas mantenían en pie a la poeta: su entrega al verbo poético como espacio infinito, como parcela de la eternidad, y sus amores volubles y a veces a distancia (ejemplar sus carteos con Pasternak a quien no conocía). Al final se quedó sola: su marido se convirtió en espía del nuevo poder, y la hija le siguió a la zaga, deviniendo defensora acérrima del poder socialista. Añadiré que ambos – padre e hija – cayeron en desgracia: el padre fusilado, la hija en prisión… Tsvetáieva sola con su soledad, sus versos, sus recuerdos y… su cuerda final.

Ariadna retrata a su madre como poeta, como madre dominante e independiente, y como mujer sumida en momentos de desánimo frecuentes… y se retrata a sí misma como una niña que ha de ir de un lado para otro sin hallar en ningún lugar un calor de hogar adecuado.

Escritores que vivieron con plenitud la entrega a su tarea sin doblegarse ante ningún ídolo… el poder de la palabra que no reposa ni en dioses, reyes, ni tribunos

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Ya puestos a… añado estas pinceladas sobre la vida del escritor:

Yevgueni Zamiatin (1884- 1937)

+ Notas biográficas

Nacido en Lebedyan, Tambov. Estudió y más tarde enseñó, ingeniería naval. Debido a ambas dedicaciones viajó por toda Rusia, y por el extranjero, visitando distintas ciudades: Beirut, Constantinopla, Esmirna, Jerusalén, Port Said… Perteneció, en su juventud, al partido bolchevique – afiliándose en los tiempos de la revolución de 1905 -, y debido a ello fue detenido en un par de ocasiones y también desterrado. Su primer relato data de 1902, si bien fue en 1913 cuando se dio a conocer como escritor con unos cuentos en los que retrataba el estancamiento de la vida provinciana, y reflejaba las miserias de las clases trabajadoras, escritos que fueron prohibidos por sus abiertas críticas al ejército zarista. En 1916 se trasladó a Inglaterra, donde había recibido el encargo de construir un buque rompehielos – más tarde en su país diseñó más -. Su experiencia inglesa la relataría en distintos textos en los que criticaba la hipocresía y la monotonía conformista de la vida inglesa, y por extensión, de la sociedad capitalista.

Después de la revolución, 1917, su actitud independiente y crítica ante el nuevo régimen impidió que obtuviera ningún cargo oficial de importancia en el campo literario, ni en ningún otro. Eso no quita para que desempeñara un importante papel en el desarrollo de las letras soviéticas de inicios del siglo XX, al formar un grupo dinamizador de nombre los Hermanos Serapion (1921), que contó con ocho prosistas y tres poetas (Elisaveta Polónskaia, Nikolái Tíjonov y Vladimir Pozner, que después emigró y se acreditó como crítico genial) y el crítico Ilyá Gruzdev. Tal grupo tuvo la osadía en aquellos trágicos años de afirmar la primacía del arte y su independencia de la política, postura en las antípodas del oficial realismo socialista, no digamos de su posterior teorizador Zhdanov (o aun, Mao Ze Dong con sus célebres Conferencias en el foro de Yenan sobre arte y literatura). Durante estos años elaboró lo fundamental de su obra y más en concreto su My (Nosotros). Tanto ésta como alguna otra novela dejaba ver cierto pesimismo con respecto al futuro, postura que el poder no era capaz de admitir. En 1929, ya en tiempos de Stalin, cayó en desgracia debido a la publicación de la obra mentada en el extranjero. La vida se le iba convirtiendo en insoportable (prohibiciones, amenazas y agresiones) y el manto protector de Máximo Gorki no era todopoderoso. Éste le sugirió que escribiese directamente una carta a Stalin contándole su situación. Así lo hizo : «… un hombre condenado a la pena capital se dirige a usted con la petición de conmutar esta pena. Usted conoce probablemente mi nombre. Para mí, en tanto que escritor, estar privado de la posibilidad de escribir equivale a una condena a muerte. Las cosas han llegado a un punto en el que me resulta imposible ejercer mi oficio, ya que la actividad de creación es impensable si uno se encuentra obligado a trabajar en una atmósfera de persecución sistemática que cada año se vuelve más grave…». La respuesta no tardó mucho: recibió permiso para irse al extranjero con su familia. A París se fue, en 1932, y allí vivió integrado en los ambientes intelectuales, escribió algunos textos y comenzó una novela que quedó inacabada. En ellos mostraba su decepción tanto con la vida del Este, supuestamente revitalizado, como del decadente Oeste. Vamos, que no se casaba ni con tirios ni con troyanos.

Murió en la más absoluta de las pobrezas en París, el 10 de marzo de 1937, de un ataque al corazón.

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En su momento apareció en esta misma red el artículo al que conduce el enlace:

https://archivo.kaosenlared.net/zamiatin-alertador-del-desastre/ (5 de mayo de 2017)