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Por Iñaki Urdanibia.

Como no podía ser de otro modo, los terribles acontecimientos que dominaron en los treinta y cuarenta del siglo pasado alemán, extendiéndose por todo el Viejo continente y más, dejaron una profunda huella que ha durado hasta la actualidad en la que la querella de los historiadores – sin olvidar otras esferas del saber – ha sido encendido escenario de hondas discusiones; la literatura no pudo mantenerse ajena, y así la bota del nacionalsocialismo y la segunda guerra mundial ha sido un tema que ha inspirado muchas, pero que muchas páginas: ahí están las obras de Heinrich Böll, Günther Grass o las del mismo autor que traigo a esta red. El escritor nació en 1926 en Lyck, Prusia oriental, y falleció en Hamburgo en 2014. A los trece años fue reclutado por las juventudes hitlerianas, ingresando a los diecisiete en la marina, escapando a Dinamarca, cuando estaba destinado en el Báltico en el transcurso de la segunda guerra mundial, en 1943, en el país nórdico fue generosamente recibido por los campesinos de la zona. Al final de la contienda fue detenido y encarcelado por las autoridades británicas debido a sus orígenes germanos, ya en libertad y tras cursar diversos estudios, comenzó a trabajar en prensa y radio; se dedicó al ejercicio del periodismo especialmente en el diario Die Welt, del que llegó a ser jefe de las páginas literarias durante un par de años, para dedicarse, a partir de 1951, por entero a la literatura. Su primera obra de teatro vio la luz en 1961, ganando el Premio de Literatura de la ciudad de Bremen (posteriormente vendrían muchos más galardones), y alcanzando las cimas del éxito y la fama, en 1968, con la publicación de su contundente novela «Lecciones de alemán», obra que de inmediato logró un enorme éxito y que supuso que el escritor pasase a ser considerado entre los grandes de las letras germanas: La novela acaba de ser publicada por Impedimenta en una nueva traducción de Ernesto Calabuig. En ella se retrata el destino del pintor Nansen bajo el Tercer Reich (de hecho tomó como modelo al pintor expresionista Emil Nolde a quien pertenece la ilustración que acompaña a este artículo).

En una solitaria prisión para jóvenes delincuentes sita en una isla , en el lago de Hamburgo, Siggi Jepsen, a la edad de veinte años, es castigado, encerrándosele en una celda de aislamiento, por su responsable por haber entregado en blanco la hoja de una redacción sobre “ las alegrías del deber”, no es que no tenga nada que decir sino que el hacerlo le supondría poner en marcha un cúmulo de recuerdos, tomados de sus sueños, y ello le llevaría mucho tiempo, vamos que no era cosa de coser y cantar , al menos si lo hacía con conciencia precisamente del deber de contar lo acaecido en los años de la segunda guerra mundial. Puesto a ello, tira de la manta de la memoria y escribe sin descanso durante un año para poner orden en el torbellino de sus recuerdos de infancia y para recuperar, en detalle, el comportamiento de su padre, cumpliendo celosamente con sus obligaciones de brigadier en la policía del III Reich.

A primera plana de la rememoración acude un día de 1943 cuando su padre , a la sazón oficial de policía en Rugbüll en la frontera danesa, hubo de entregar a su antiguo amigo, que le había sacado las castañas del fuego más de una vez, el pintor Max Ludwig Nansen una carta en la que el régimen le consideraba degenerado, con lo que pasaba a pesar sobre él la estricta prohibición de pintar. Mientras escribe el muchacho se interroga continuamente por qué su padre ha mostrado tanto empeño, durante la guerra y después de ella, por machacar, sumando a la prohibición, la confiscación de sus lienzos, a su antiguo amigo, lo que condujo a Siggi, cuya niñez fue raptada por la fijación paterna, a resistir a la autoridad paterna posicionándose del lado del pintor perseguido, pues no siendo más que un niño admiraba a Nansen lo que le empuja a convertirse en su confidente y a proteger sus lienzos, tratando de salvarlos, llegando hasta a robarlos, de la acción paterna que huyendo de cualquier forma de blandenguería se entregaba con celo sin igual al cumplimiento de las órdenes recibidas..

Escritor y pintor pasan a ser todo uno en este detallado relato en el que los vientos del nazismo se funde con el gélido viento del norte, y en que a un pausado ritmo se nos va presentando la evolución de los distintos personajes, con especial atención a la relación que se da entre el policía y el pintor, creciendo en el desarrollo de la lectura el desasosiego sobre hasta dónde llegara el padre de Siggi en el cumplimiento del deber. Tema, el de la culpabilidad acerca de la responsabilidad en los hechos pasados, que planea sobre el libro y sobre mucho de los libros, y las mentes, de Alemania: padres denunciando a hijos por escaquearse de participar en la guerra, denuncias y delaciones por encima de la amistad, todo por amor a la patria que está en peligro debido al parasitismo de las razas no arias , por degenerados de distinto pelaje y por rebeldes -en el caso que se nos presenta-, como el hijo del policía…seres que ponen en peligro la subsistencia de la pureza y la higiene del pueblo ario; había que poner orden y disciplina para conducir las cosas a su cauce debido recuperando así las esencias patrias. Este asunto de la obediencia debida, tan utilizado en todos los juicios en los que se han pedido responsabilidades acerca de los crímenes cometidos, es el eje sobre el que pivota esta potente prosa que se sitúa en un contexto nebuloso, ya que aunque todo da por pensar-de manera especular ( del latín speculum)- en la situación vivida / sufrida en Alemania bajo la bota hitleriana, muy en especial por los judíos, ni lo uno y lo otro es nombrado a lo largo de las casi quinientas páginas, lo que hace que el mensaje abordado se desplace al ámbito de lo universal.

La lectura no es una tarea exenta de esfuerzo ya que la lentitud de la travesía, las marchas atrás, los saltos adelante, los personajes que parecen ser dejado sen la estacada para ser recuperados al cabo de las páginas, acompañado todo ello de las descripciones detallistas ad abusum, lectura que no obstante, se ve favorecida por la luminosidad que el escritor infunde a sus descripciones paisajísticas, el mar, los diques y los molinos de viento, movidos por el implacable viento del norte, retratos propios del más avezado de los pintores. El lirismo y las atmósferas nebulosas son testigos de la aparición de seres extraños y asilvestrados que escapan de la naturaleza salvaje y de los cuadros de Nansen.

No es cuestión, al menos en esta ocasión, de sacar a relucir la arendtiana “banalidad del mal”, mas sí que salta a la vista que fueron gente normal imbuida de hondo espíritu gregario, personas no dispuestas al pensamiento, nada digamos a la entereza ética, quienes mostraban mayor entrega a la hora de llevar adelante las demenciales disposiciones de los diferentes führeres – o dictadores- que en el mundo son: hombres del montón, cumplidores, y cariñosos, padres de familia en los que cundió la furia redentora. Este ambiente fantasmal toma cuerpo en la mente de Siggi -que desplaza permanentemente el relato de los hechos con sus vivencias en el encierro, y los certeros análisis sobre su propio yo- rememorando como quien se mueve en un estado de confusión de razones, cercanas al delirio alucinado, y que nos las transmite con, confusa, nitidez haciendo que no sepamos si las descripciones del muchacho dan cuenta de la realidad o de meras alucinaciones; la habilidad en la transmisión de tales límites borrosos es realmente logrado, ya que invade la mente lectora hasta el punto de transportarla a los acantilados del sentido.

Potente novela, la de este “pedagogo secreto”- según el propio Lenz se calificaba- a la que si se le aplicase la prueba del algodón kafkiana – y cito de memoria- de que un buen libro es aquel que resulta como un puñetazo en el rostro, puede considerársela como buenísima. No resulta extraño, y al tiempo parece absolutamente acertado, que esta obra clásica ya, esté presente -como lectura obligatoria- en los planes de estudios germanos, como constante pepitogrillo que enfrenta a los ciudadanos con la infamia pasada, y que les hace cavilar sobre las razones y las responsabilidades contraídas. En un momento determinado de sus rumias el narrador del libro, Siggi Jepsen llega a preguntarse porqué no habrá una isla dedicada al encierro de los adultos y a su reeducación, cuestión que amén de reflejar la presencia de un, digamos que, conflicto generacional, puede ser una interrogación mucho más profunda…sobre los responsables de la herencia recibida por la juventud.