Por Iñaki Urdanibia

« Esto, que los hombres ignoran,

 o de lo que nada saben,

 camina en la noche

por el laberinto del corazón»

Somos llevados al Congo, pisoteado por Leopoldo II, cuya empresa inauguraba el asesinato elevado al nivel industrial, intentaba el monarca belga librarse de la amenaza de otros colonialistas que por allá rondaban (Francia y Gran Bretaña en especial). Con tal fin es enviado al lugar un joven geómetra, Pierre Claes, con el fin de que marcase de manera precisa la frontera norte del país bajo dominio belga, el nuevo estado Libre del Congo. Desde el principio vemos dos locuras que se entrelazan como los hacen las serpientes que en diferentes ocasiones hacen su aparición en la novela y que ilustran la propia cubierta de la novela: la propia de la empresa colonial, con sus asesinatos al por mayor, la esclavitud, los castigos,… y la muerte; y la acción de un verdugo chino, Xi Xiao, avezado especialista en tatuar y vaciar los cuerpos, despojándolos de sus órganos vitales.

Paul Kawczak (Besançon, 1986) nos entrega la historia en su primera novela que lleva por título «Tiniebla», editada por Destino. La faja publicitaria que acompaña al libro asocia la obra con las aventuras clásicas de Moby Dick y El corazón de las tinieblas, al tiempo que nombra los numerosos premios que se han concedido a la novela, una decena. No entraré en comparaciones, mas lo que sí que está claro es que el libro está escrito con una brillante habilidad que atrapa desde el principio sin dar descanso al lector. Los saltos del territorio africano, al París de Baudelaire y Verlaine, que desfilan por las páginas, o algunas ciudades belgas/flamencas que dan cuenta del oscuro árbol genealógico del protagonista principal y las relaciones sorpresivas con alguno de los otros personajes con los que se codea en tierras congoleñas. Estamos a final del siglo XIX y el colonialismo impera, cotizando a la alta con la supuesta pretensión de civilizar a los salvajes extendiendo el progreso. El poder del colonialismo marca los cuerpos – de biopoder hablará Michel Foucault y en su estela Giorgio Agamben o Roberto Esposito -, erigiéndose de dueño y señor de los colonizados, atribuyéndose el poder de disponer de su vida y de su muerte; el ingenio pensado por Franz Kafka en su En la colonia penitenciaria, resuena en las páginas del libro, al menos al que esto escribe así se lo parece, si bien en el caso del praguense el aparato que marca los cuerpos de los condenados funciona bajo la dirección del poder, en la presente ocasión los cuerpos son marcados y vaciados de órganos corporales, por el verdugo chino mentado que tiene además poderes adivinatorios y que usa su arte, con amor y, en algunos casos, también como instrumento de venganza.

Y si el otro decía que el verbo se hizo carne, en la novela de Kawczak, la palabra se hace carne, tanto en los aspectos relacionados con el dolor y la enfermedad como en los referidos al amor, a la amistad y al erotismo, todo ello en un camino que conduce a lo más oscuro del fin de la noche, negra, como el presente y el futuro que se antoja anunciando el fracaso y la decadencia de las glorias iniciales. Conocemos a varios personajes que coinciden en aquellos lares con el protagonista y se nos ofrece también el retrato de algunos de ellos, en los que coincide el carácter represivo de la empresa colonial con su disparada represión sexual que padecen, que les arrastra por las vías de la obsesión y os permanentes fantasmeos.

Estamos en 1890 y años siguientes y el joven geómetra no tarda en perder la inocencia, al tomar conciencia de los peligros que había en el lugar, del que no volvían muchos de los que a él partían; con conciencia esperanzada se embarcó en Amberes, si bien la realidad resplandeciente y colorida de la tierra a la que llega, le hace que su conciencia alcance cotas de mayor clarividencia al ver la brutalidad asesina de los colonizadores, como Stanley; tras arribar al país africano se inició la navegación del río Congo, en un vapor de la Sociedad Belga del Alto Congo, Fleur de Bruges. Es allá, en Léopoldville donde conoció a Xi Xiao, entablando una estrecha amistad que será ampliada a un nativo de nombre Mpanzu, conociendo sobre la marcha a otros personajes, entre los que cobra una presencia importante el médico Vanderdorpe, a quien por aquellos lares se le cambiaba habitualmente el nombre, llamándole Vandre Borre, Vanderborre; con Mpanzu conocemos la aplicación del arte del chino: «le inscribió de forma indeleble en el bajo vientre un misterioso dibujo, siguiendo el cual era posible, sajar la piel y los músculos sin sangre ni dolor». En su periplo, Pierre Claes será testigo del salvajismo de los colonialistas, al contemplar, atónito y espantado, manos cortadas, enterándose que el motivo de las amputaciones era el no haber contribuido lo debido con el dueño colonizador, y otros cuerpos mutilados, crímenes, violaciones, resultado de la implantación de una arbitrariedad esclavista, resultado de un racismo que bendice la superioridad de los blancos sobre los salvajes nativos. La enfermedad, la malaria, alcanzó al joven geómetra, siendo más tarde atacado por el paludismo; al mismo tiempo que alcanzamos a conocer las andanzas europeas del nombrado doctor Vanderdorpe, sus amoríos fracasados, colgado de la bella Manon Blanche, sus noches locas parisinas con el poeta Verlaine y la visita a un enfermo Baudelaire, en estado cercano a la podredumbre. El rechazo por parte de la mujer nombrada de su propuesta amorosa, llevará a nuestro hombre a trasladarse a Bélgica, en donde tendrá una relación con una sirvienta, Camille Claes, y con el hijo con el que había sido abandonada por un farmacéutico, Brel, que desesperado puso triste final a su vida, siguiendo la tradición suicida de su progenitor que se había cortado los cojones…; el médico, por su parte, dejándolo todo, partió para el Congo.

Tanto en el vapor como en las diferentes poblaciones a las que accede, Claes constata que aquello es todo un mundo, lleno de fiebres, muertes, castigos, siendo invadido por un sentimiento de derrota, que le empuja a abandonar esa vida y la empresa colonialista; de dos viajes se da cuenta: en el primero, Claes compone la expedición colonizadora, en el segundo, curado de espanto, es otro hombre que se explora a sí mismo, participando malgré lui, en una expedición punitiva en la que los expedicionarios, tratan de hallar al chino, para acabar con él, Claes con el único fin de volver a verle y retomar la relación inacabada. Apoyado por su amigo chino en su decisión de abandonar ese mundo, Xi Xiao dejó su operación sanadora y mortífera inacabada, dejando abandonado maltrecho al geómetra, «el asunto Claes había impresionado a todo el mundo. Un hombre de color [¿los hay incoloros?, me pregunto] había tratado de descuartizar vivo a un colono blanco»… A partir de ahí, los encuentros y desencuentros florecen, el viaje de un Claes vendado ocultando su piel, y conocemos las andanzas vengadoras del chino que ayuda en su misión a la hermana de un wobo asesinado, y por un joven viajero norteafricano llamado Mohammed Hadjeras, matemático y poeta… ¡y no sigo desvelando la historia que sí sigue!. Precisamente el poema de Goethe que encabeza este artículo está inscrito en la piel de una de las víctimas.

Novela corporal: la de África invadida, saqueada, cuarteada, robada, violada, y las de cuerpos humanos, que cobran una absorbente presencia en escenas de violencia y de erotismo, en una balanceo tendente a la tensión entre Eros y Thanatos, deudor de la visión propia de un Georges Bataille, y la hábil pluma del escritor francés que narra con verbo fluido y brillante por el corazón del lirismo, aliñado con dosis de humor, situaciones en que la fiebre se adueña de los personajes que en sus estados alucinatorios hablan con los muertos u oyen los mensajes proferidos por distintos animales… y las omnipresentes serpientes que asustan al médico Vanderdorpe ante la carcajada de Baudelaire, o la que chupa el rostro del yacente Claes, o todavía las boas atrapadas con un arriesgado sistema de caza que hace penetrar al cazador en las voraces fauces del animal, y… una visita a una desencantada comunidad de nombre Armonía, y un oscuro oficio de tinieblas que no se agota en su errar hacia más tinieblas todavía, nombre que en ideogramas estaba escrito en la caja del chino: TINIEBLAS, 黑暗.