Por Iñaki Urdanibia

«La desgracia es que nadie tiene nada que ver. Todo el mundo lo reprueba y todo el mundo está indignado, pero todos son un eslabón de este inmenso engranaje antisemita que es el Estado rumano, con sus oficinas, autoridades, prensa, instituciones, leyes y procedimientos. […] En cuanto a la masa, está exultante. La sangre judía y el escarnio al judío han sido las diversiones públicas por excelencia»

                                                       Mihail Sebastian, Diario 1942.

Sonia Devillers (Les Lilas, 1975) se une al coro de genealogistas dedicados a hurgar en el pasado, en algunos casos familiar y en otros, ampliando el foco al país al que pertenecen. En unos casos incluyéndose los escritores dentro de las historias y en otras, refiriéndose a la vida de otros: ahí están Patrick Modiano – hurgando en su pedigrí y en el comportamiento familiar en los años de la segunda guerra y la ocupación -, W.G. Sebald – arrojando su mirada a su país, con el que tenía relaciones realmente problemáticas, basándose en encuentros con emigrados y otros seres singulares -, y tras estos iniciadores y siguiendo su senda: Ivan Jablonka Javier Cercas, Éric Vuillard o Laurent Binet; ahora, como digo, se suma la escritora francesa nombrada, con sus «Los exportados», editado por Impedimenta.

La historia que presenta, la de sus abuelos y su madre, la escritora es realmente impactante, y puede observarse en la lectura que Devillers se ha encontrado con numerosos testigos con el fin de reconstruir las duras vivencias de los suyos, conservadas en silencio por estos que no hacían más que entregar pequeñas escenas de presque rien. De este modo en la medida en que se avanza en la lectura se nos desvela la historia íntima de su familia a la vez que se va retratando la realidad de Rumanía bajo diferentes botas. La mirada hacia atrás retrocede a los tiempos previos a la entrada de los nazis en el país, a la segunda guerra mundial y a las posteriores hazañas de los denominados comunistas, de obediencia soviética.

Nadie ha de buscar en las hojas del libro una historia, propia de los del oficio, rigurosa del país, sino que será a través de diferentes flashes y anécdotas como se irá transmitiendo una realidad francamente infame. Los progromos están al orden del día, la Guardia de Hierro campa a sus anchas, los gobernantes, como Antonescu, protegido y nombrado por Hitler, a pesar de los pesares y sus declaraciones, consagra la misma vena antisemita, con prohibiciones, propiedades requisadas. Los cambios de apellidos son moneda al uso, con el fin de evitar posibles identificaciones; dichos cambios se pueden ver en los rastros de los antepasados de la escritora, quienes tras una época en los USA, volvieron con un apellido, Greenberg, que en los nuevos tiempos, eran como una incitación a convertirlos en cabeza de turco, o mejor en judío y para más inri americano, el mayor enemigo tras los cambios tras la guerra.

Como decía, los parientes, en concreto los abuelos Harry Gabriela, guardan silencio sobre el pasado, salpicando alguna que otra anécdota que provocaba la risa más que el reflejo de cualquier forma de opresión, persecución, etc. Resulta así la postura de ellos, la propia de los seres disociados con respecto a una realidad dolorosa ante la que parece que los más apropiado para ellos es la amnesia. Los abuelos se las vieron y se las desearon para sobrevivir a la bota nacional-socialista, y sus lacayos locales, consiguiendo librarse de los transportes a los campos de exterminio, Llegados los comunistas convirtieron las confiscaciones en algo habitual; no obstante, las nuevas autoridades fueron bien recibidas al haber sido quienes les habían liberado del cárcel nazi. No tardaron mucho en reaparecer, si es que alguna ver se habían ido, las muestras de odio a los judíos, que eran sometidos a vigilancia y sospecha permanente. Los abuelos de la autora ocuparon puestos de ciertas responsabilidad cultural, la abuela, y empresarial, el abuelo, lo que no quita para que su fidelidad no fuese correspondida con un trato amable, sino que las limitaciones fueron creciendo, en especial en la campaña contra el llamado cosmopolitismo (los seres sin patria, no podía amar a la patria socialista, al ser unos desarraigados…). Si, como digo, las cosas iban empeorando a ojos vista, más se endurecieron cuando algunos pretendían salir del país, o bien para ira al recién fundado Estado de Israel o a algún país occidental, aquellos cuyos nombres aparecían e las listas sufrían las consecuencias, como así sucedió a los familiares de Sonia Devillers.

Si en la medida en que se pasan las páginas se palpa la grave situación, el récord de la ignominia lo alcanza el mercado de seres humanos, judíos, que dirigía un traficante de almas, de nombre Jacober. Este caballero, por decirlo así, traficaba diferentes mercancías, también ganado, manteniendo relaciones con la nomenklatura y embajadores en diferentes países como Canadá, Inglaterra, en éste precisamente el contacto era con una aristócrata, “amiga” de la abuela, Lucia Fieldmann… Rumanía deseaba recibir cerdos y deshacerse de sus judíos, pues nada, el señor nombrado organizó el comercio de siniestro trueque que consistía tantos cerdos, de calidad, enviados a Rumanía suponían tantos judíos exportados a cambio. Aunque pueda resultar francamente chocante, y llegar a provocar la risa por encima de la magnitud de la tragedia, se dan a conocer algunas lecciones de cerdología, de la mano de Erik Orssena, al igual que conocemos la decisión gubernamental de liquidar a todos loa caballos ya que se comían el alimento debido al ganado, amén de que los equinos hacía que los campesinos de sintiesen atados al terruño y sus tradiciones, ajenos a los nuevos valores… De no creer resultan las listas y las variaciones de las unidades humanas de intercambio por los animales porcinos, que se ofrecen en las páginas de la obra.

Obviamente me dejo cantidad de hechos, chirriantes, que se deslizan en las páginas del libro, en los que conocemos a los jóvenes Mircea Eliade, Cioran y Ionesco, admiradores de Hitler, y conocemos también algunas de las fuentes a las que ha recurrido Sonia Devillers para llenar los agujeros de la memoria familiar, forjados en el silencio (su familiares se instalaron en París en 1961 huyendo de la bota de Ceaucescu)… así, las informaciones y análisis se deben al nombrado escritor Mihail Sebastian, el psico-sociólogo Serge Moscovici, a los que se han de sumar historiadores, psicoanalistas, etc.