Category: FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ


En abril de 1908 empezaba yo a trabajar como redactor del Diario Republicano Autonomista “El Progreso”, periódico con ya más de 3 años de vida que dirige, excelentemente, Santiago García Cruz. El día 6, al volver del gran mitin republicano de La Laguna que presidió Patricio Estévanez y en que intervino Benito Pérez Armas, Felipe Ravina, Ramón Gil Roldán, Policarpo Niebla, el abogado Arroyo, Diego Crosa “Crosita” y nuestro redactor jefe y presidente de la Juventud Republicana Tinerfeña, Leoncio Rodríguez, me acerque a dar la enhorabuena a Leoncio por su valiente arenga sobre la bandera que izó la Juventud Republicana. Leoncio, tras agradecer mis frases de apoyo, sonriendo, me dijo: ¿Quieres apuntarte a un viaje a La Gomera para finales de mes? Nuestro periódico está invitado por el alcalde, D. Leoncio Bento, y por el representante de los Srs. Wolfson y Hamilton, D. Manuel Casañas, para asistir -junto a los periodistas de “La Opinión”- a la inauguración del Pescante de Agulo. Vamos a ir Santiago, “Crosita”, Félix Molowny, Luis Roger, yo y tu si te apuntas. Por “La Opinión” seguro que va su director, Policarpo Niebla, amigo mío y muy amigo además de Ángel Carrillo.

Ni que decir tiene que me apunté. Así, con todos los citados y con la Banda Municipal de La Laguna, que dirigía Fernando Rodríguez –al que los laguneros llamaban “Don Fernando el de la música”- también invitados al belingo del Pescante que sería el mismo día que la fiesta de San Marcos, el patrón de Agulo estábamos, desde la 8 de la tarde del día 23, todos en el muelle de Santa Cruz embarcando en el vapor “Taoro”, capitaneado por el grancanario Roque Pérez. Era un barco de cabotaje para transporte de fruta pero con buen acomodo para el pasaje que, para la casa Fyffes, se había construido en Inglaterra hacía solo un par de años. Entre periodistas, músicos y resto de invitados, íbamos unas 80 personas que armábamos bastante jarana, hasta que los bandazos, al pasar la Punta de la Rasca, nos mandaron a todos a las literas. Muy de mañanita, nuestro director Santiago, que no era la primera vez que hacía el viaje, nos levantó para que admiráramos el paisaje que se divisaba y que nos fue identificando. Desde la banda de babor, pasada ya Puntallana y su Ermita, Los Montones y Punta Majona, se nos ofreció la espléndida naturaleza salvaje de La Gomera, cortada a pico sobre el mar con toda la gama de colores desde el canelo al gris de los basaltos, pasando por los encarnados deslucidos de la tosca volcánica, y coronada de un verde oscuro entre los barrancos de Juel y Taguluche, mientras que, por estribor, el gigante Echeyde se alzaba sobre una capa de blancas nubes que lo separaban de una costa que, sin asomar el sol, veíamos de un difuso color azul. Nos quedamos absortos cuando, tras pasar el Palmar de Ajen, la Playa de La Caleta y la Punta Gabiña, estallaron de pronto los verdes esmeralda, oliva y muchos otros tonos verdes indefinibles para un profano como yo, serpenteados de plateadas cascadas de agua y sembrados por las blancas casas dispersas de los barrios de Hermigua adormecidas entre palmeras. Poco más tarde, asentada sobre su plataforma y respaldada en un imponente farallón desde el que se derramaban dos cantarinas cascadas de agua que terminaban entre plataneras, se nos aparecieron las agrupadas casas de Agulo, para mi uno de los pueblos más bellos de esa hermosa isla que es Gomera.

Frente al Pescante, aún sin estrenar, el Taoro echo el ancla y lanzó sus sonoros pitidos de saludos, correspondiéndonos desde el pescante –que más bien es un muelle de madera sobre sólidos prismas- una buena cantidad de personas que nos esperaban. Al llegar a tierra nos recibieron el alcalde, D. Leoncio Bento, su hermano Ramón, Rosendo Carrillo –que disculpó la ausencia de su hermano Ángel por una leve indisposición- el autor del proyecto de obra, Enrique Bayoll, y muchas más personas que no conocía. Mesa puesta y magnífico desayuno fue lo primero que tuvimos al llegar a Agulo. De allí, un paseo a lo largo de un pedazo de playa hasta coger una tortuosa subida de vueltas y revueltas para remontar hasta la Plaza que presidía una ruinosa iglesia. A los periodistas nos alojaron, cómodamente, en la casa de D. Leoncio y a la Banda Municipal de La Laguna en la de su hermano Rosendo. Teníamos previsto inaugurar el pescante al día siguiente por la tarde, tras la procesión de San Marcos, por lo que, por la mañana, antes de la inauguración tendríamos la oportunidad de acercarnos a Hermigua y conocer ese hermoso Valle.

Como me quedaba el día libre me llegué a la iglesia, frente a nuestro alojamiento en la plaza. La verdad es que entré con miedo de que se me cayera encima porque se veía la techumbre agrietada, las tejas desalineadas y las paredes fuera de plomo. Tanto así que, más tarde, me confirmaron que el consistorio había dispuesto, hacía ya tiempo, la clausura del templo mientras el gobierno de España no enviara fondos para su arreglo o hasta que los que se estaban recaudando entre los esquilmados vecinos pudieran hacer frente al arreglo. Tras salir del templo que, a pesar de su evidente peligro, se seguía usando, como para dar la razón a los que creen en los milagros, me dediqué a pasear por el pueblo, darle palique a los parroquianos –escasos- y tomarme unos vinos gomeros en las ventas del pueblo que, junto a mercaderías variadas, despachan a los clientes los vinos de la zona con algún armadero de queso, jareas asadas o sardinas saladas. Estuve también hablando con algunos concejales como Juan García Cabrera, Toribio Melián y Nicolás Montesino Trujillo en un negocio que tiene un primo del Sr. Montesinos.

De esa forma vine a enterarme de cómo el cacique Leoncio Bento había dotado al pueblo de agua corriente gratuita en cada casa, aunque pagando 25 duros para costear la instalación, cantidad nada despreciable si entendemos que un peón de plataneras ganaba, como mucho, medio duro al día y las mujeres en el campo una peseta o una peseta un real acarreando bultos al embarcadero y es que el Sr. Bento no da, en lo que atañe a las pesetas, puntada sin hilo. También supe que las frutas que producía el pueblo, gestionadas mayoritariamente por la casa Fyffes, se embarcaban al principio por el pescante de Vallehermoso. No el de madera que se llevó la mar, sino uno que construyó luego el ingeniero Rodrigo Vallabriga que, además de madera, llevaba cemento, cal, piedra y hierro. Lo malo es que el cacique de Vallehermoso, Domingo García González, un indiano forrado de centenes, era el dueño del pescante y solo se embarcaba la fruta que él permitiera. Por eso se empezó a usar el precario embarcadero del Peñón de Hermigua, propiedad del cacique leonista Ciro Fragoso. Los dos caciques tenían sus diferencias políticas serias porque el de Hermigua era de los acanariados del Partido Liberal Canario de Fernando León y Castillo mientras que los de Agulo estaban más cerca de los Liberal Conservadores tinerfeños, sobre todo tras el pacto entre los conservadores datistas y los liberales albistas y los inicios del Partido Republicano en la isla. La realidad política canaria es que los caciques de las islas capitalinas controlan en gran medida a los del resto de islas y los gomeros estaban entre las dos tendencias, pero se repartían sus zonas de influencia. Se toleraban bien hasta que, a principios de 1907, Ciro Fragoso puso lo que llamó un “cordón sanitario” para aislar a Agulo que, de esa forma, no podía embarcar su fruta por El Peñón. El pretexto fue que en el puertito de Piedra Rosa en Agulo, donde ahora está el pescante, fondeó y descargó con sus lanchas personas y mercancías, el barco “Carmen” que venía de la capital de la provincia, Santa Cruz, donde se había declarado la peste bubónica. Ciro Fragoso aprovechó para cerrar los caminos para, supuestamente, evitar el posible contagio y desató, de esa forma, la lucha entre caciques por el control de la economía gomera. Eso decidió a los hermanos Bento y los Carrillo a formar la sociedad “El Patriotismo” con el apoyo de Enrique Wolfson para, con un costo de 30.000 pts. y en un año, construir el pescante de Piedra Rosa que ahora inaugurábamos.

Como el acto iba a ser por la tarde, desde muy temprano, todos los compañeros de “El Progreso”, a lomos de sendas caballerías – entre pencos, rucios, mulos y otros jamelgos, salvo el caballo de Molowny que le salió correntón – tomamos el camino de la cercana Hermigua. Empezamos la visita por la casa del ilustrado indiano – creo que masón – D. Francisco Trujillo Grasso que había vendido en Cuba su hacienda en Jicotea, por Ciego de Ávila, para invertir en terrenos en La Gomera, a lo que le ayudó su primo Domingo Trujillo que ya poseía bastantes por este Valle y por Alajeró. Eliminó las tuneras al entender que la cochinilla ya no meritaba la pena y plantó papas de semilla inglesa como la “Up to Date” y la “King Edward” que el pueblo llama “utodate” y “chinegua”, cuyas cosechas se cargaban en sacos de a quintal hasta la Villa a hombros. Viendo las compras que hacían los ingleses de tomates en Tenerife y sus precios, dejó la papa y se pasó a su cultivo, a pesar de que sus medianeros le decían que el tomate daba “churriquera y aguaba la sangre”. También los tomates se llevaban a la Villa para exportarlos a Londres en cajas de un quintal, dando cada cargador dos viajes y, en los días largos, hasta tres, para ganar medio duro, aunque siempre los cargadores, a la vuelta, traían mercancías para los comercios y era un sueldito aparte. Eran más baratos que alquilar bestias y sus arrieros en El Estanquillo. Además del tomate el Sr. Trujillo Grasso había sembrado también el plátano de una nueva variedad, distinta del oriental y del plátano macho anterior, la llamada Cavendish enana que los ingleses habían traído a Tenerife y que daba piñas de más de 160 plátanos y de mejor sabor.

La acogida de D. Francisco fue exquisita y hubiéramos estado con él todo el día si no tuviéramos pendiente la inauguración. Nos contó los proyectos en pleno desarrollo que los mantenía enfrentados al cacique Ciro Fragoso. Con D. Emilio Calzadilla y D. José Mª Fragoso habían reunido a muchos interesados en Santa Catalina para formar la sociedad “La Unión” y construir un moderno pescante por El Peñón controlado por la sociedad y fuera de las garras de Ciro Fragoso. El proyecto está ya en marcha con D. Fernando Brito y Eliseo Plasencia de directores provisionales emitiendo acciones populares a 100 pesetas.

Nos contó también Don Francisco que dentro de unos días, para el Día de la Cruz, han convocado en el salón de D. José Ascanio en el convento una reunión, a la que esperan que acudan más de cien personas, para fundar el Partido Republicano Gomero para lo que contaba con D. Emilio Calzadilla, Nicasio León, Fernando Ascanio, Vicente Bencomo y muchos más. Se han repartido papeles por el pueblo convocándola y sabe que el cacique Ciro Fragoso ha pedido a la Villa que viniera la Guardia Civil porque dice temer disturbios. Al hablar de la Guardia Civil y tras declararnos que ya en Cuba había visto lo que daban de si los reyes, nos contó la anécdota de Ramón Darias, conocido como Ramón “Manisero” que, en la Plaza del Convento pegó a dar gritos de “Me cago en el Rey de España” y diciendo “Viva la República de Cuba” “Viva Estrada Palma”. Al día siguiente vino la Guardia Civil de la Villa y se lo llevó detenido. Volvió al Valle a los pocos días pero mansito y molido de la tollina que recibió. D. Francisco decía: “Será burro este tío. A D. Tomás Estrada Palma hace ya dos años que el gobernador gringo William Taft lo echó de la presidencia cubana y está recluido por Oriente esperando morirse de viejo en cualquier momento”. En verdad que la gente decía, sin pruebas, que “El Manisero” se había ido para Cuba en octubre de 1897 cuando metieron presos a Antonio Cordero, a Domingo Montesino y a su sobrino Isaías Montesino tras el atentado a tiros de escopeta al cacique Ciro Fragoso en la Cruz de Tierno y dejarlo medio muerto porque estaba complicado con ellos.

Ya de vuelta en Agulo, en una tarde brillante y luminosa, la inauguración fue un éxito. Procesión de San Marcos por todo el pueblo con la banda tocando detrás del Santo. Misa en la iglesia, llena de gente, y yo rezando para que no se nos cayera encima en ese momento. Por la tarde, todo el mundo al pescante, voladores por el camino, la Banda de La Laguna tocando un vals tras otro y por fuera del pescante, en el puerto, cuatro vapores fruteros de Wolfson y Hamilton, empavesados, hacían sonar sus bocinas a todo trapo. Había tal gentío que nos costó llegar a los salones destinados a almacenar la fruta para el embarque. Miles de personas enronquecieron gritando vivas cuando, a la orden del cacique Bento, la Banda lagunera toca la Marcha Real y una traca de voladores atronó todo el puerto mientras el rollizo cura del pueblo, con alba, estola y tocado de bonete, sacudía su hisopo en el pescante impartiendo a diestro y siniestro su bendición. Algún viejo hasta lloraba.

Entramos luego al salón de los frutos todos los invitados. Largas mesas sostenían toda clase de dulces gomeros, desde tortas de cuajada empapadas en miel de palma, alfajores, morones, mantecados, rosquetes de huevo, roscos de Vichy… y una buena selección de vinos, licores, cervezas y refrescos de limón. Tras hacer los honores al ayanto empezaron, entreverados con interpretaciones musicales de la banda lagunera, las palabras y loas a los Bento y sus socios con el discurso de D. Francisco Ascanio, secretario del Ayuntamiento y Maestro de escuela que, tras los elogios de rigor a los promotores del pescante, terminó dándonos las gracias a nosotros, los periodistas, por estar allí. Contestó a esto Policarpo Niebla de “La Opinión” que animaba a que otros pueblos imitaran la labor de Agulo en pro del progreso y, luego, por Luis Roger de nuestro periódico que, tras dar las gracias a los vecinos por sus atenciones con nosotros y felicitarlos por la empresa, los alentó a combatir el caciquismo, sobre todo al divisionismo leonista que gobernaba en Hermigua, y darlo todo por la gloria de esta bendita tierra gomera y canaria. Crosita, con su siempre alabada inspiración, remató su vibrante alocución con un poema suyo dedicado a Agulo y su pescante. Interesante para mí fue ver como se le dio luego la palabra a un cacique menor de Hermigua, Nicasio León, que, como los Ascanio, por lo visto no estaban en las filas de Ciro Fragoso. Lo hizo con un largo, malo y farragoso poema, nombrando los logros del cacique Bento desde el agua y el teléfono al pescante. Siguió otro poema de parecida factura del vecino Cesar Casanova Casanova y remató de nuevo, resumiendo el acto, el secretario Sr. Ascanio. Desde el salón del pescante hasta el pueblo era toda una cinta de colores de las ropas de la cantidad de hombre y mujeres que abarrotaban el camino.

Por la noche, nada más caer el sol, en el Casino Círculo de Amistad de Agulo, gran baile. Esta vez no fue la Banda de La Laguna aunque su director y algunos músicos si estaban presentes. Era como un baile de taifas, con guitarras, bandurrias, violín y un acordeón que llenaba el salón con sus alegres sones que hizo danzar hasta la media noche a toda una alegre juventud de animados jóvenes y bellas señoritas, acompañadas de sus mayores, todos de lo más granado y elegido de la sociedad de Agulo.

A la mañana del 26, con la compaña de los principales del pueblo y muchos vecinos relevantes, bajamos hasta el pescante y una lancha nos llevó a todos hasta el Taoro para regresar a Tenerife.

Con los tres sonoros bocinazos del Taoro y con la emoción de ver los pañuelos amigos que se agitaban en su despedida dejamos atrás a La Gomera, llevándonos en el corazón un imborrable recuerdo.
Fray Gerundio. Cronista de “El Progreso

NOTA: Al pie de las cuartillas, escrito a mano con excelente letra, figura el siguiente texto: “Lamentablemente he de decir que Leoncio Rodríguez prefirió otra crónica de ese viaje que firmó mi compañero Luis Roger y esta no se ha publicado. La guardo como recuerdo del viaje

Yo he encontrado esta crónica entre viejos papeles. No sé quién fue “Fray Gerundio” pero en “El Progreso” de inicios del pasado siglo XX figuran muchas otras con su firma. La publico como retrato de una época y unos personajes que ya son historia.

Francisco Javier González

Gomera. Noviembre 2018

EL MACHO DE ERINEITO

Casimiro

Erineo Chinea Barrera nació en mala época. Desde luego que eso él no podía saberlo. Tampoco sabían sus padres que allá lejos, en Europa, se gestaba una guerra feroz que, de rebote, alcanzaría a Canarias aunque a ellos poco les interesara. El padre, Casimiro Chinea Padilla, se podía decir que estaba marcado por Cuba. Nació justo cuando en la rada de la Villa se hundió el “Cantabria” que iba rumba a Cuba con tropas españolas, luego, cuando cumplió los 18, ante el peligro de que lo llamaran a filas salió de su Quise natal para Cuba justo cuando terminaba en la isla caribeña  la “Guerra Chiquita”. Trabajó duro, ahorró todo lo que pudo y con unos buenos pesos en el bolsillo se volvió pa’Canarias  en 1909 cuando, en medio de la ocupación gringa de la isla, en las elecciones de ese año, se eligió a Tomás Estrada Palma como Presidente de la República, aunque supeditada al derecho del gobierno USA a intervenir cuando lo considerara oportuno en los asuntos de Cuba.

 En verdad la guerra había llevado a Cuba a la ruina, la plata corría poco y el resultado del trabajo no meritaba el sacrificio de estar fuera de Gomera. El campo se estaba despoblando en gran parte debido a la política del “Carnicero” Weyler de reconcentración de las poblaciones pa’impedir el apoyo campesino a los insurrectos. Con la rendición del Ejército Español, arreciaron las presiones que ejercía la Liga General de Trabajadores Cubanos para que se contratara preferentemente a los cubanos frente a las que ejercía la oligarquía del Círculo de Hacendados y Agricultores que clamaban para que se permitiera la entrada de españoles y, sobre todo, de canarios a trabajar a la naciente República de Cuba. El que llamaban “Trust del Azúcar” en manos gringas se fue haciendo con el control de toda la industria y forzó en 1904 que se presentara al Senado cubano un proyecto de Ley de Inmigración para favorecer la llegada de familias y braceros canarios y, más tarde, en 1906 el gobierno Estrada Palma aprobó la Ley de Inmigración y Colonización por la que el estado cubano pagaba los pasajes de Canarias a Cuba.

Para esa época, la colonia canaria en Cuba sobrepasaba ya los 50.000 residentes aunque muchos de ellos vivían y trabajaban en la Habana. En verdad que a Casimiro se le escapaban los detalles del porqué su situación era más precaria cada vez, pero veía muchos negocios de isleños irse de baretas sin remedio. No sabía leer y su firma era su huella entintada pero siempre había gomeros muy preparados, como Francisco Ayala o Domingo Trujillo, que le explicaban aquellas traquiñuelas y cacambrecas legales que impedían que el gobierno de José Miguel Gómez cumpliera los compromisos que prometía a los canarios.

Pa’la primavera de 1909 volvió Casimiro a Tenerife con los centenes ahorrados, aquellos centenes de oro de Isabel II que, cada uno, valía 100 reales y corrían en Cuba, que aún no tenía moneda propia, junto a los Luises franceses y a los dólares gringos. Llegado a Tenerife, sin perder tiempo, a las 24 horas embarcaba en el frutero “Taoro” que salía de Santa Cruz hacia Hermigua. Habló con el capitán Roque Pérez, un curtido y amable marino grancanario, para que le embarcaran las dos cajas de cedro que traía de Cuba y dos maletones de madera con ropas y algunos chafallos que, por querencia y sin saber pa’que le iban a servir, no quiso dejar atrás.. Desembarcó por el recién inaugurado pescante que la “Sociedad Anónima La Unión” construyó en “El Peñón”, cargó sus matules, se puso su sombrero de yarey cubano y su blusa, que aunque el tejido era malo, más bien de gilipliega, estaba bien blanca de bastantes lavados con añil, alquiló una bestia con su arriero en El Estanquillo pa’acarrerar todo y traspuso camino de Alajeró

ERINEO: En lugares de lainoamérica como Cuba o Venezuela es como se escribe IRENEO. En San Sebastián. Gomera, hay enterrado un señor ERINEO Padilla nacido a finales del XIX

GILIPIEGA: Cubanismo. Usado también en Gomera y Tenerife para cualquier tejido de no mucha calidad

TRAQUIÑUELA: Triquiñuela

CACAMBRECAS: Mentiras, cuentos chinos, embustes

 CHAFALLO: Cosa vieja, no útil, trasto

Quiteria. El casorio

Na’más llegar, y con el apuro que le daba el acercarse a la cincuentena, le echó el ojo a Quiteria Barrera Medina, hija única, moza casadera, no muy agraciada pero firme p’al trabajo de la casa y del campo. Los Barrera tenían una casa de piedra seca por Arguayoda cerca de la vieja ermita de San Lorenzo, sus buenas eretas por el cabezo de Areguerode, lindando ya con el valle de Erque y cerca de la fuente de Todare, además de unas cuevas pa’ganado por el Ancón de Luis en los profundos veriles del Barranco de la Rajita. Casimiro tenía lo de sus padres por Quise pero sin partir con sus hermanos. Unos buenos llanos de papas, lentejas, chícharos, cereal y alguna higuera bergazota, con higos negros dulces como la mejor miel de palma.  En menos de un mes decidieron el casorio. Querían casarse en la ermita de San Lorenzo porque la madre de Quiteria, Guadalupe Medina, decía descender de unos Medina que, siglos atrás, fundaron y construyeron la ermita, pero con el cura de Alajeró enfermo, el de Chipude era el que atendía las dos parroquias y solo accedió a casarlos en Alajeró.

P’Alajeró partió la comitiva, Casimiro con su sombreo de yarey, pantalón de dril, su camisa blanca de lino del país y un saco también blanco que había traído la Habana. Quiteria, tocada con pañoleta, con blusa blanca de lino del país, justillo negro ribeteado, refajo encarnado, falso blanco y falda azul bordada iba radiante, caminando por el caserío con galancia pa’dar envidia a las comadres mironas hasta montar la bestia engalanada – una vieja y mansa burra gris- que le habían preparado p’al viaje. La compaña era gente mesturada de Quise, Arguayoda, Erquito, Erque y hasta algún chipudano. Cuerdas no habían pero si chácaras y tambores pero, tras la dura faena de bajar el barranco de la Negra no habían ánimos pa’musiqueos y lo único que se oía eran los resuellos de los caminantes. En el barranco del Charco hubo que descansar, comerse unos enyesques y vaciar un par de barrilotes de vino que portaba la comitiva.

Así llegaron hasta Alajeró, a casa de unos parientes de Quiteria que se cambió a un traje más aparente pa’la ceremonia con una falda amarilla, blusa bordada y pañoleta, se refrescaron y avisaron al cura y al escribiente y, con el ramo de novia de girdanas de un precioso amarillo, tomaron el camino a la iglesia de San Salvador p’al casorio y las firmas.

Al filo del mediodía, de regreso al caserío y al irse acercando, tras la pechada de subir el escarpado barranco de La Negra, en el romaniente donde iban los del pueblo a buscar el agua pa’llenar las tallas, pegaron de nuevo a sonar chácaras y tambores, ajijides y vivas a los novios, barruntando ya el convite del casorio que los esperaba.  Aquello era algo más que un ayanto. De la factoría de salazón de La Rajita que los Lloret y Linares habían fabricado en las plataneras de D. Pancho Mora mandaron sus buenos kilos de pescado salado, desde chernes a tollos que se prepararon con batatas traídas de la Lomada de La Villa que tenían fama de ser las mejores de la isla. Se mataron dos machorras, un cochino y varios conejos pa’l condumio. Las morteras de mojo estaban a reventar. Quesos tiernos y curados, el mejor almogrote, morones y roscos de vichí, rosquetes de huevo, almendrados y almendras engofitadas, alfajores con miel de los corchos de Erquito, , tortas de leche y de cuajada con miel de palma de Cubaba, manjarete de millo tierno cuajado con leche y azúcar al estilo cubano…..El trabajo de las comadres de casi un mes de amasijos y de chajorar vilana tras vilana con todos los charascos que garraron por los contornos.

Tras el banquete vino el baile en que las cuerdas sustituyeron a las chácaras y tambores del camino. Pa’entrar en jarana principiaron cantando coplas de versos englosados y puntos cubanos hasta que pegó el baile. Se encendieron candiles y algún petromás con belmontina traída de La Rajita del motor de la luz, regalo de Juanillo, el que había puesto los techos de zinc de  la factoría, que venía invitado. ¡Terrible belingo hasta clariar el día fue aquello!  La gente se marchó cuando ya la labradora tumbaba por poniente. ¡Dio que hablar hasta en Vallehermoso!

ERETA. Trozo de terreno de cultivo llano entre paredes generalmente en escalera con otras. Si son grandes pasan a ser “LLANOS

BERGAZOTE/TA: Se dice del higo aperado de piel negruzca y pulpa roja y de la higuera que lo produce

SACO: Cubanismo muy usado en Canarias hasta los años 50. Americana o chaqueta

GIRDANA o JIRDANA: Planta del genero Teline de bonitas flores amarillas, Retamón

AYANTO: Comida

ENGOFITAR: Tostar con azúcar las almendras moviendop con el remijiquero hasta acaramelarlas.

CHAJORAR: Quemar ligeramente, tostar. P.ej chajorar pan o tortas

VILANA: Bandeja de latón para hornear

CHARASCO Leña menuda o ramillas secas para fuego o para chamuscar un cochino antes de rasparlo con piedra de cochino.

BELMONTINA: Petróleo

Guadalupe y el santiguado

Las comadres alegantinas, como pasaba el tiempo y Quiteria no preñaba, pegaban a murmurar que si era media macha porque Casimiro, a pesar de ser cuarentón largo, les daba planta de ser un buen garañón, mientras la pobre Quiteria se hinchaba de rezarle al San Ramón Nonato que estaba en la ermita y a Santa Rita, que facilitaba lo imposible, pa’quedar preñada. La vieja Guadalupe Medina tomó cartas en el asunto. Empezó por darle consejo de cómo hacer las cosas: “Aprovecha la luna en creciente y que no se te ponga encima. Ponte de cuatro patas, como las cabras, y que te la jinque por atrás. Como llega más pa’dentro da más resultado”, pero lo único que logró fue que Quiteria sintiera vergüenza y protestara de que, de esa forma, le dolía la barriga.

Guadalupe, con lo del dolor de barriga,  pensó que la muchacha lo que tenía era o un maljecho pagano o las madres viradas. Por si acaso le hizo el santiguado de San Juan p’al quebranto que le hubieran podido hacer y le encargó a Casimiro que, pa’bajar las madres, le trajera de Gran Rey, de la venta de los Casanova, una botella de caña-parra, ya fuera de Tamargada o de Hermigua, que tenían fama.

Cuando la tuvo en sus manos, con Quiteria en ayunas, acostada boca arriba y la barriga descubierta, derramó la vieja un poco de la caña-parra en el ombligo mientras decía, tres veces y bien fuerte “¡Ven madre a tu puesto, como Jesucristo fue al huerto!

Tras ello se untó bien las manos con el chorume que sacó  machacando unos gajos de ruda mezclado con aceite de linaza y pegó luego Guadalupe a dar masaje con la caña-parra dando vueltas y, mientras se absorbía por el ombligo recitaba el santiguado

“Madre de Quiteria, mantente aquí

como  Nuestro Señor Jesucristo se mantuvo en sí.

Madre  de Quiteria, mantente en tu lugar

como Nuestro Señor Jesucristo se mantuvo en el altar.

Madre de Quiteria, mantente fuerte

como Nuestro seños Jesucristo se mantuvo en su muerte.

Te llamo de piernas, te llamo de brazos, te llamo de espaldas,

de pecho y de todo el cuerpo.

 

Tomo la vieja un respiro y puso el dedo en el ombligo pa’comprobar si la madre había llegado a su sitio. Como creyó que estaba bien dijo tres veces en alta voz:!Virgen María pon tu santa mano! y, seguidamente, colocó sobre la barriga, cerca del ombligo, un calderito, tibio, para no quemar la piel, que ya tenía preparado con agua hervida de ruda, hinojo y diente de león y se puso a rezar el credo, lentamente, pa’que lo repitiera Quiteria que no se lo sabía. Tras eso, madre e hija se bebieron el agua del calderito y, atrás, unos buenos tanganazos de la caña-parra.

El santiguado y el regreso a su sitio de la madre de Quiteria solo consiguió el que, al volver Casimiro de ordeñar el ganado, las encontrara bastante achispadas por la caña-parra.

MALJECHO: Mal de ojo

CHORUME. Jugo obtenido majando un vegetal. El chorume de ajo majado se usa pa’picaduras (avispas,talahage)

QUEBRANTO: Daño causado por mal de ojo

Lola la Bruja de El Cercado

Se decidieron por fin y como la cosa corría prisa,  ajoto de último remedio, a llamar a Cha Dolores Mendoza –Lola la del Cercado o Lola la Bruja- buena curandera, arrimada con el viejo Casiano Negrín –“ Casianito el Estelero”- con el que, desde hacía muchos años, compartía un pajero, una cueva, un ganadito de cabras, unas gallinas, dos cochinos y un perro sato allá por el chipudano Barranco del Agua. En aquel entonces, cuando la importancia de un pueblo gomero se contaba por los tamboreros que tenía, entre Temocodá, el Cercado, la Dehesa y Pavón sumaba Chipude más de 150 tambores, entre ellos el de Casiano

Muy enantes, Lola y Casiano, vivieron por Arguamul, entonces un pueblo de más o menos 30 tambores. Allí había nacido, mortinato, un entenado de Casiano, niño del que malas lenguas atribuían la paternidad a Domingo Medina –“El Viejo” de El Cedro- que, legales con sus dos esposas, tenía por aquel monte una majuga de más de una veintena de mocosos. El mortinato no tenía padrino ni madrina que lo cogieran para hacer el “Baile de los Angelitos” y, como no estaba cristianado, a la escondida, tras un rezado por Dolores de la “Oración del Ánima Sola”, lo enterraron en una cajita en los arrifales de un rumbazo en la ladera de Teselinde.

Allí, en esa parte de la isla, había nacido la fama de bruja de Cha Dolores, desde que una vez, muchos años pa’tras, cuando en Cuba estalló la Guerra de los Diez Años, tuvo que ir con Casiano a la Villa pa’que comprobaran que, como él decía,  Casianito era “ñoco de la pata izquierda, que no tenía ñácaros y por eso, nuti totá” pa´dir a la pelea cubana”. Cogieron por Santa Clara para bajar el Barranco de los Guanches y, luego, por la Era Nueva salir a Vallehermoso. Al pasar por casa de Antonio Amaya, los brindaron con vino y unos pedazos de costilla de cochino salado que había guisado su mujer, Delmirita Coello. Tan sabrosa estaba que Dolores se acordaba de ellas al regreso de la Villa un par de días después. Se atrevió a decirle:

-Delmirita, ¿Me daría usté un par de esas costillas saladas que usté tiene pa’cocinarlas al llegar a Arguamul con unas piñas y papas nuevas?

Delmira miró pa’l marido que estaba al lado y, tras una pequeña duda que se reflejó en su cara, contestó:

-¿Sabe usté comadre que ya las gasté toitas? Me queda pena pero ya no tengo naita de’so, ni un fisquito siquiera

Dolores, muy seria, se quedó mirando fija a Delmira, murmuró algo pa’sus adentros y le dijo, muy segura, mientras reanudaba su camino:

-Pues vaya usté Delmirita y mire en la caja y verá como es así

Al trasponer, camino arriba, Lola y Casiano, corrió Delmirita a mirar la carne de la caja en que guardaba la carne salada. Se la encontró llena de berejas y moscas verdes, como también la bola que guardaba en manteca en la orza bajo el pollo de la cocina y el faldón de tocino veteado que tenía sobre las cañas del paraño en la jumera, donde le daba bien el humo pa’conservarla, junto al queso curado. Desde ese día la fama de bruja de Dolores corrió por todo el norte de Gomera y, cuando la veían llegar a una casa, las mujeres se  apresuraban a meterse unos ajos en la faltriquera, poner tras la puerta la escoba virada pa’rriba, hacer fuera de la casa una cruz en la tierra del camino con un cuchillo, y abrir en la cocina una tijera formando una cruz. Dolores al verlo se sonreía y gritaba al pasar

-¡Buenos días comadre y que, con tanto preparo, Dios la guarde!

ARRIFALES: Terrenos pedregosos y sin cultivar

ESTELERO En todas las islas. Curandero que arregla huesos y torceduras.

MORTINATO: Nacido muerto

ENTENADO: Hijastro. Hijo de un cónyuge pero no del otro.

ÑOCO: Pie sin dedos

ÑÁCAROS: Dedos

NUTI: Inútil

BEREJAS: Larvas de mosca verde

PARAÑO: Cañero para secar el queso en la humera o “jumera” de salida de humos de la cocina

La Preñez

Lola Mendoza, que de joven fue una mujer de buen ver, de grandes ojos melados, boca algo abembada y pelo tirando a rubiancón, ahora, a la vejez estaba cada día más menuda y ajillada, blanco el cabello que iba escaseando y una nariz porriñuda que cubría a unos pómulos resaltones y afilados, pero sus ojos, con su color melado cada vez más claro, seguían dando luminosidad a todo el rostro y no se notaban apagados por la edad. Lola se puso ajecho al trabajo. La primera medida al llegar a Arguamul, mientras Casianito estaba sorronguiando por las arredondas p’a ver si garraba algún enyesque y un fisco de aguafeble, y tras afatarse bien falda,  refajo y faltriquera, fue esparcir por el tejado un puñado de granos de mostaza pa’espantar al posible brujerío maligno  y plantar otros pocos en la eretita de delante de la casa, donde crecían hermosas matas de reinaluisa, romero, orégano, cilantro, perejil, pimienta putala

madre y una santasnoches para secar las blancas flores que se fumaban p’al asma. Como ella decía “la tierra es hembra y pare” y las matas que nacieran servirían para proteger la casa hasta que naciera un niño, si es que nacía. Como le pareciera que la casa estaba maldicionada, le preguntó a Casimiro:

 -Allá, en Cubita la Bella, ¿viste alguna noche a alguna gomera, de cara conocida, a la que hubieras dejado mal puesta antes de salir p’allá?  Porque pudiera ser una bruja ofendida de las que pueden dir en una noche hasta La’Bana y volver luego.

Casimiro, que ya había oído cuentos en Matanzas y Sancti Espíritu cuentos d’esos contestó rotundo:

-Nunca vide nenguna,  ni al dirme pa’llá dejé atrás nenguna rencilla de mujerío.

Tras eso, y por si acaso, en cada una de las cuatro esquinas de la casa quemó Lola un manojo de cebada del país con unas ramitas y frutos secos de orijama para que la llama y el humo de la tamosén junto con las orijamas, limpiaran de malas presencias al lugar. Cha Lola consideró un buen barrunto el encontrar, al entrar a la casa, una mariposa blanca de la col y un abejón del culo blanco revoloteando.

Luego hizo un majo de ajos bien trenzado que remató con un pequeño jierro que le quitó a una cabra de Casimiro josca y jalduda, con unas grandes mermellas colgando bajo el quejo y lo colgó de la primera tisera tras la puerta del cuarto de Quiteria. Guadalupe protestó un poco porque creía que, como la cabra era, además de fea, algo perrenque, el jierro a lo mejor, si venía el niño, contagiaba a la madre y le hacía tener poca leche pa’l guañoco.

Pegó luego con los preparos. Le pidió a Casimiro que mandara un propio hasta los Chorros de Epina ya que Casianito, con su pata ñoca, ya había caminado más de lo debido y allá fue, portando un fol y un cairano, Andresito Barrera, uno de los galletones primo de Quiteria. En Epina había, por aquel entonces, tres chorros a los que se les atribuía propiedades especiales relacionadas con el amor y la fortuna. El primero, el chorro de las mujeres, el segundo de los hombres y el tercero de las brujas. Del primer chorro tenía que traer el fol lleno de agua y en el cairano una buena porción de hojas, brollos y frutos de los grandes marmulanos que, en Gomera, solo había en ese entorno de Epina. Los tenía que recoger sin sol, en el bruscalito cuando ya caía el oscuro y, con la misma volver. Andresito, aunque todavía no le aparecía ni la pelusilla del bigote, cargó además de con un candil, con una mocha y un cuchillito por mor de las luces que todo el mundo sabía que salían por esa parte del monte. La mocha por si eran vivos de malas intenciones y el cuchillo pa’dejar clavada en el sitio y desnuda hasta la salida del sol a cualquier bruja que le saliera al paso, pero nada lo estorbó ni vio luces  danzando por el monte, y como a las tres de la mañana estaba ya de vuelta en Arguayoda con el mandado.

Por la mañanita, antes de salir el sol, Cha Lola, con el agua del primer chorro de Epina encendió, en la cocineta de tres chíniques que había arrimada por afuera de la casa, un fuego con brezos y jaras para cocinar, en dos calderos separados, sendos remedios que endulzó con abundante miel de palma. Durante una semana, Quiteria tenía que beber, tras rezar un padre nuestro,  un posuelito de uno por la mañana, antes de su normal desayuno de tabefes con gofio, y del otro al acostarse en la noche. El primero era un guiso de ortigón de monte, hierba mujer, frutos de tamagante, diente de león y los brollos y frutas de marmulano. El de por la noche tenía raíz de higuera, ortiga blanca, hojas de chajora, comino, nuez moscada y cola de caballo. Recomendó también a Quiteria que comiera todas las támbaras que pudiera, buenos sancudos de papas, piñas y col pero con algún cachito de costilla salada y, por lo menos, un huevo con vino cada dos días.

Al irse, Cha Lola llamó aparte a Quiteria y le aconsejó:

-Niña Quiteria. Yo no sé si d’esta saldrás embarbascada pero, si no es así y tienes miedo que’l chacarón de Casimiro se te largue y se busque una querindanga sangarrona por esos mundos, lo que tienes que jacer es, cuando tengas la luna, garras unas gotas de la sangre, amasas una torta de jelechera, se la pones y la amorosas con amulán. De esa forma, cuando se la come, un hombre se te enverija de por vida.

Así, tras santiguar, dando singuidos al aire con una rama de romero mojada con lo que quedaba de agua de Epina y recitando algún ensalme en voz baja, Cha Lola, con el cairano rebosando de carne salada, higos pasados, porretos y almendras mollares, mientras Casianito, arrastrando por su pata ñoca, arreaba con una raposa de papas y dos gallinitas pollanconas, atadas por las patas, traspusieron pa’l Barranco del Agua.

ABEMBADA: Grandes bembas

AJILLADO/A: Persona de aspecto desmejorado. El verbo AJILLAR refiere a animales o frutas que no alcanzan su tamaño o madurez normal

PORRIÑUDA: Con forma de PORRIÑO que es una porra de madera que usan los marineros para escachar el engodo o matar las morena o pejes grandes a PORRIÑAZOS

AJECHO: En seguida, sin pausa

SORRONGUIAR o ZORRONGUIAR. Estar  a la expectativa a ver si se consigue algo

SANTASNOCHES: Floripondio. Arbusto parecido al estramonio de flores blancas colgantes. Rico en escopolamina.

JIERRO: Cencerro para el ganado cabrío

JOSCO/CA: cabra de color claro delante y oscuro atrás o el revés

JALDUDA: Cabra de pelo largo de medio pa’tras o en las patas traseras

MERMELLA. Apéndices carnosos de la cabra bajo la quejada

PERRENQUE: Cabra de poca leche

FOL: Pellejo de cabra  curado para usar como recipiente para líquidos

CAIRANO: Morral de espalda hecho con un fol de cabra

BROLLO: Brote tierno de una planta

MARMULANO: Marmulan. En Gomera solo en los alrededores de Epina. Frutos comestibles. Probablemente el GAROÉ herreño era un marmulan

BRUSCALITO: Caída de la tarde. El día anocheciendo

COCINETA: Cocina de exterior, adosada a la casa. Son tres Chíniques (Teniques) entre los que se hace el fuego

TAMAGANTE: Arbusto 1m, del género Cistus, siempre verde, bonitas flores rosadas y fruto comestible

CHAJORA: (Sideritis gomertae) labiada, rupícola hojas café con leche por encima y blancas por debajo. Es “yerba lechera”.  Seca sirve para yesca

 EMBARBASCADA: Mujer o ganado  preñado

CHACARÓN: Lagarto macho grande

SANGARRON/A : De mala vida

AMULAN: Manteca de ganado. Obtenido “meciendo” la leche en un fol colgado entre dos vigas o tiseras

SINGUIDOS: Zumbidos

La parida

Ya sea que los rezados y remedios de Cha Lola quitaran cualquier malditura que alguna bruja mala hubiera echado o que el yerberío de los remedios hiciera su efecto, lo cierto es que la primera luna de Quiteria tras los santiguados y beberajes ya no le bajó. Casimiro no la dejaba ir a los terrenos ni trafaguiar con los ganados por miedo a que se moviera el feto y se ajorrara.  Algunas comidas y olores le daban fuerte esguariza por lo que comía como una tamaismita brincona al lado de un charco y se pasaba el día desajilada. Pa’desayunar, ella que estaba acostumbrada a una escudilla de leche cabra con gofio, o unos tabefes sucios engofiados,  solo una agüita de madalena, pasote y lentén con pan esmigajado. Algún antojo sí que se permitía como el de unas peras coscudas que eran puro almíbar. Así y todo pegó a crecerle la barriga de tal forma que las comadres le decían:

-Quiteria. Cuando salga ese zangalote vas a tener que llevarlo direto al Ayuntamiento pa’quintarlo. Ese sale ya criado

El parto se esperaba p’allá pa’julio pero a falta de una luna, recién pasado San Juan que llenó los montes de la isla de fogaleras, olor a papas turradas y sonidos de chácaras y tambores celebrando la “luna del año” como la llamaban los cabreros de los altos, con las caldas que traía el siroco que soplaba del Sáhara y con los días bichornosos a más no poder, Quiteria entró en dolores. Los silbos iban y venían por los barrancos pidiendo una ayuda y, sin demora, desde Erque llegó en una caballería Cha Lucía Mora dispuesta a servir de partera con la ayuda de Guadalupe y, al ratito, pero a tiempo porque Quiteria acababa de romper aguas, apareció Seña María Medina de Igualero con el mismo propósito. A cosa de más de media hora de quebrantos y dolores apareció la cabeza de un guañoco y, jalando lo sacaron, le dieron una nalgada y berreó. Cha Lucía se lo pasó rápido a Seña María y siguió en la faena porque había otro que daba señales de salir.

El primero, un niño no muy grande pero no malasombrado,  con pelo lacio más abundante de lo normal,  seguía guañando. El jimagua, que al fin salió, era un niño pequeñajo, algo cerúleo, entecado, que tardó en romper a llorar y que no hacía señas de querer garrapatiar, tanto que Seña María le dijo a Guadalupe:

-Comadre. No sé yo si este fisquito de criatura llegará a vivir. Llame al cura pa’que cristiane al redrojo aquí mesmito, porque llevarlo a Chipude o a Alajeró no creo que este cuerpito lo aguante.

Cha Lucía, que ya era sabida en el oficio de partera, le aclaró a Guadalupe

-Por lo que me ha dicho Don José, el que fue cura de Chipude que en paz descanse, en caso de apuro cualquiera puede bautizar echándole el agua al nacido por sobre la cabecita y diciéndole “Fulanito, Yo te bautizo en el nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y si sale pa’lantre ya lo bautizará de verdá el señor cura.

La madre y la abuela ya habían decidido que el niño llevaría el nombre del Santo del día, así que al mayor decidieron llamarlo Erineo, tal como venía escrito en un almanaque que Casimiro había arrastrado desde Cuba. Como solo hacía unos días que había pasado San Juan decidieron, por si acaso, hacer con él lo que decía Cha Lucía, que realizó la ceremonia llamándolo Juan.

Guadalupe y comadre Sinesia, la del Draguillo, prepararon pa’Quiteria el “Beberizo de parida” con una medida –algo más de un cuartillo- del mejor vino del Palmar de Ajén, unas cucharadas de miel de abeja de la de los corchos de colmena que los Barrera tenían por las bandas de Erquito y unas cucharadas de amolán, todo ello calentado en el borrallo que quedaba entre los tres chíniques  del fogal que la parida se bebió sin rechistar y se quedó sumida en una conduerma que duró un buen rato hasta que la despertaron pa’darle de mamar a los guañocos.

Casimiro, que no quiso estar de zorrocloco por vergüenza, pa’celebrar las nueve noches de las “velas de parida” en que los vecinos y amigos, sobre todo las mujeres, hacían compaña a la parida pa’no dejar que las brujas, mientras esta dormía, pudieran venir y dañar al niño. Como Quiteria y los dos nacidos estaban delicados, pidió al suegro, Doroteo Barrera, permiso pa’usar  su casa, que era una de las mayores del pueblo, sabedor de que los tambores, chácaras, timples y guitarras, y los juegos que se hacían no iban a dejar descansar a la parida con todo el vecindario que se apuntaba al parrandeo. Mientras durara la noche, turnándose, se quedaban con Quiteria un par de mujeres mientras el resto de la compaña desgaritaba casa Doroteo. Jugaban, sobre todo, a “correr el cinto” que pasaban, sentados contra la pared, por detrás para que no lo encontrara el que le tocaba buscar o a “Vuela, vuela animal” en que, de seguido y ajecho, cada uno iba diciendo un animal que volara. El que se equivocaba, como Martinillo que dijo “Vuela vaca”, tenía que pagar prenda fuera hombre o mujer. Pa los convites trajo del comercio de los Ascanio de la Villa tabletas de chocolate y anís “El Mono”, de Macayo un garrafón de vino, unas botellas de parra  y en la casa se hornearon ricos rosquetes de huevo y caldos de gallina y pichón pa’la parida y la compaña, mientras el así cristianado de urgencia, Juan, parecía agarrarse a la vida.

Terminaron los nueve días de la vela con el baile de la “Isa de la parida”. El baile, reunidos los que habían hecho las noches de vela, lo abrieron los padrinos  Manuel Padilla, primo de Casimiro, conocido como Cho Manuel “Plágana”, alto y delgado como un alfinel, y Lucía Correa, a la que llamaban Lucía “Broco” por ser bajita, más bien rechoncha y de pelleja canela oscura como las judías broco pero muy parejera, por lo que los vecinos comentaban que eran una pareja dispareja. El contro lo tocaba Angelillo “Cancanaso”, bastante aficionado a jincarse sus buenos  lambriazos de parra, y la guitarra su hermano Luis “Cubanito”. En verdad que, entre los dos y algún tambor, hacían fuerte parranda . Al día siguiente, con diez días cumplidos, bien acotejados, con unos batilongos blancos con una puntillas de encaje de remate que había hecho Guadalupe pa’l bautismo,  y con los padrinos jaspiados que parecían soles brillantes,  se llevaron a los dos nacidos al cura de Alajeró que los cristianó debidamente.

Al volver a Arguayoda, vino el convite del bautismo, en que chácaras y tambores resonaron otra vez en casa de Doroteo, en la juelga. Como todos sabía lo que pasaba con el pequeño Juan, el que cantó alantre,  Lucas Negrín “el Cabuquero”, buen versador, dio como pie:

Que buenos padrinos tienen

estos niños si no se mueren

La juelga duró hasta anochecido y con los últimos toques y repiques la vida para Casimiro y Quiteria volvió a la normalidad.

MALDITURA: Maleficio, mal

TRAFAGUIAR: Trajinar

AJORRAR(SE): Malparir, abortar. Se aplica al ganado o a las mujeres

ESGUARISA: Asco, repudio aversión

TAMAISMA: Alpispa

TABEFES: Suero que suelta la leche cuajada en la empleita al prensarla en la quesera. “Sucios” es cuando arrastra restos del queso y no solo el líquido, “limpios”

LENTÉN: Llantén

PERAS COSCUDAS: Variedad pèqueña pèro muy dulce

CALDAS: Calores. Rescoldo del horno

BICHORNO, BICHORNOSO: Calor sofocante, bochorno

MALASOMBRADO: De mala apariencia, mal aspecto

JIMAGUA: Persona o animal nacido en el mismo parto (gemelos o mellizos)

ENTECADO: Flaco de ENTECARSE: Enflaquecer

REDROJO: Último animal nacido en un parto. El segundo de dos gemelos

CORCHO DE COLMENA: Es un tronco de palmera vaciado para servir de colmena

BORRALLO: Ceniza y pavesas de un fuego

CONDUERMA: Amodorramiento como el que da después de comer.

DESGARITAR: Alborotar, espantar

BROCO : Judía gomera, pequeña, redondeada de color canelo suave

PLÁGANA: Conjunto de filamentos de una espiga

JASPIARSE: Arreglarse, ponerse guapos

CABUQUERO: El que abre agujeros para `poner cartuchos de dinamita (bitoques). El que trabaja en una cantera de piedra

Erineito y Juanillo

Erineo, al que todos llamaban Erineito, crecía que daba gusto verlo a pesar de que era algo virado del ojo izquierdo. No era muy grande. Algo chaparro, pero desde chiquitito se empenicaba y parecía más alto. Brincón que parecía un saltaperico, siempre haciendo bulla, majaba con un palo cualquier cacharro imitando un baile de tambor y no se quedaba quieto ni atándolo. Se embriscaba por cualquier cosa que le dijeran y luego, si no lograba nada, se amulaba hasta que se le pasara la verraquera. Bocudo, era de buen yantar y se empajullaba en cuanto podía de escacho, de sancudo y no digamos de berrendo de gofio. Era castigoso pa’la fruta aunque estuviera jinchona y pa’las peras y las cirgüelas era peor que una plaga de gorronas. En un chabuco, más chico y menos profundo que el chajigüe al fondo del Barranco de la Negra, en que el agua se tancaba gran parte del verano iba, con sus seis añitos a hacer sus pinitos de nadador sarsaliando pa’mantenerse, vigilado por María “la Sanona”, una prima de Casimiro que para ayudar a Quiteria había traído desde Quise. Cada vez que iba María, que, aunque buena pa’traquinar en la casa, era algo taita y no paraba de hacer o decir chalradas, garraba alguna ranita de San Antón que se llevaba a la eretita de las yerbas pa’oirlas cantar al atardecer.

Lo que le sobraba a Erineito le faltaba a Juan. El pobre niño era desde la cuna algo achusado y, pa’colmo, se criaba ajillado y se le veía entecarse día a día. Nunca parecía desajilado por lo que pa’comer se conformaba con cualquier ajiaco y eso que Quiteria tormentiaba lo suyo pa’buscar lo que pudiera apetecerle. Parecía ponerle mejor cara a alguna cosa, como el potaje de leche, con ñame rabucho, pantana y trigo moro tostado, pero poco más. No valía ni siquiera asustarlo con “Si no comes, llamo al Viejo Carrucho”. Lo que si le gustaba era masticar los pedazos de panal que Casimiro le traía de las colmenas que tenía en unos corchos de palma en los ancones del borde del barranco, mirando para Erquito. La cera que quedaba la iba guardando Quiteria. Era muy buena pa’poder clavar alguna puncha en las tiseras de brezo del techo de la casa y sujetarlas al frechal sin que el brezo rajara. Ni siquiera su hermano lo arrastraba a jugar al “jilo verde” con la media docenas de chiquillaje de 5 y 6 años que había en el pueblo que, sin escuela cercana, pasaban los días entre los boliches, el tejo, el tángano, el trompo o jugando a “no te esconda un deu” corriendo la piedra o a suértola.

A cada rato Juanillo aparecía enfiebrado, con los ojos martiguados y sin que se supiera que matungada tenía. Llevaron al niño a D. Pedro, el médico de Alajeró y hasta al de la Villa sin que diera resultado. Por si era cuestión de que estuviera maldicionado o algún mal de ojo que hubieran podido hacerle, a pesar de que los dos hermanos tenían siempre un lazo encarnado, resolvieron llamar otra vez a  Cha Dolores Mendoza, la Bruja del Cercado, que seguía viviendo por el Barranco del Agua.

Lola, con el ñoco del Casianito a rastros, se plantaron en Arguayoda durante tres días. Aguaje va, aguaje viene, rezados y santiguados, pero de mejora de Juanillo, nada de nada. Al final Lola, tras recomendar cada día en ayunas una taza de un agua de una mestura de algáfita, loro, abrepuño y nogal, declaró “Esta agüita es pa’templar la barriga del niño, pero lo que tiene no es pa´mí.  Esto es pa’médicos y melecinas”. Cargaron con las viandas y la media raposa de papas morunas que les obsequiaron y arriaron el chicote camino de Chipude.

Una mañana Juanillo amaneció con una fuerte tiritera y se quedó sin tino un buen rato. Las mujeres pensaron que tenía una alferecía a resultas de que la madre lo había sacado al patio tras una gripe y le había dado un aire y pidieron a Casimiro que se llegara a La Dama o a La Rajita a conseguir piedra de coral encarnada pa’mesturar con un vaso de orines de la madre en ayunas que era el remedio pa’la alferecía. No hizo falta porque el niño recuperó el tino pero quejándose de dolor de cabeza y del cogote, vomitando, y con unas vejiguitas en los pies. Nadie sabía que era eso pero el niño estaba muy matungo y, con miedo a que abicara, los silbos corrieron por todos lados pidiendo un médico.

 “La Dama” era una finca que habían comprado los hermanos Roberto y Ángel Carrillo, junto con su pariente el cacique de Agulo Leoncio Bento, en el lomo de Tapugache a más de 100 pequeños propietarios. Alli, en la costa de Chupijen, al margen del barranco, en la playa de La Rajita, habían construido un pequeño muelle para poder embarcar los frutos de la finca, muelle del que también se servía la factoría de salazones del mallorquín Pedro Lloret. La casa central de la finca tenía motor de luz eléctrica y un teléfono que los comunicaba con Valle Hermoso, Agulo, Hermigua y La Villa. Los silbos los oyeron los peones de la finca que, rápidamente, comunicaron al encargado Francisco Cubas la urgencia que se pedía. Quiso la casualidad de que el doctor Trujillo, médico de Valle Gran Rey estaba en la finca tratando de una gripe a Don Cecilio “El Inglés”, un hijo del representante en Tenerife de la casa Elder Dempster. Los silbos, ahora de vuelta, avisaron que el médico subía para Arguayoda con una caballería de los Carrillo, y en media hora estaba observando a Juanillo. El médico vio al niño con los ojos cerrados, rígido y con pequeñas pústulas en pecho y piernas. Al abrir los ojos a Juanillo le molestaba la luz y pedía que no hicieran ruido que le dolía mucho la cabeza. Cuando le tocaron la cabeza intentando levantarla Juanillo dio un chillido terrible que dejó acongojados a todos. Se quedó después con los ojos en blanco y sin tino.

El diagnóstico fue rápido. El niño tenía meningitis y, pensó el doctor Trujillo, poco podía él hacer. Mandó refrescarle la cabeza con paños empapados en agua de limón lo más fría posible, mojarle con chorume de ajo majado las vejiguitas, como si fueran picadas de avispas y aplicarle en el pecho unos cataplasmas de mostaza pero no mucho rato para que no le quemaran. Conocía, por su carteo con médicos cubanos, que los gringos en América usaban unos sueros sacados de caballos que curaban, pero América quedaba muy lejos de Gomera. Como solo cabía esperar lo que consideró inevitable, dio unas recomendaciones que, bien sabía él, de poco servían, y volvió con su caballo a La Dama

OJO VIRADO: Bizco

EMBRISCARSE: Acción de acometer, atacar. Cabrearse

VERRAQUERA: Enfado. En los niños llanto permanente sin motivo

EMPAJULLARSE: Hincharse de comer.

ESCACHO: Gofio amasado con papa guisada, sal, mojo y queso

SANCÚO = SANCUDO de papas, millo y coles

BERRENDO: Gofio amasado con miel y queso tierno

JINCHONA: Fruta aún verde

GORRONA: Orugas

DESAJILO, DESAJILADO/A: Hambre, hambriento

AJIACO: Comida sencilla, pobre

El Viejo Carrucho: En Gomera y Tenerife EL COCO para asustar a los niños

TISERA: Vigas de madera, generalmente brezo o loro, que sujetan la viga cumbrera y la unen a los frechales sobre las paredes en el tejado tradicional canario

FRECHAL: Viga plana sobre la pared para asentar las tiserras

MATUNGADSA: Enfermedad. MATUNGO: Enfermo

JILO VERDE: Juego infantil de persecución

ALGÁFITA, Llamada también PIMPINELA planta de tallos rojizos y flores encarnadas  sin corola y cáliz purpúreo. Se usa en diferentes remedios, sobre todo para colesterol y para albúmina.

ABREPUÑO:  o Cardo Estrellado. Planta género centaurea. Usado para gripe, fiebre y, sobre todo, diabetes

 VIANDAS: Regalo de carnes y morcillas a los vecinos cuando se mata un cochino

ABICAR: Morir

El velorio del Angelito

Juanillo entró en una conduerma que le duró hasta rayando el alba. Se despertó, dio dos fuertes esperridos y pegó a balbucear algo que nadie entendía. Le remojaban la cabecita con el agua de limón fría pero no le bajaba la fiebre. A la tardecita, principiando el bruscalito, Juanillo abicó, quedándose como un corderito quieto y rígido en su camita. La abuela, que ya lo esperaba, le cerró los ojitos y en una mesa colocada en el medio del cuarto grande de entrada de la casa de Doroteo, el mismo que se usó cuando las velas de parida, dispusieron una sabana de mortaja en la que envolvieron al angelito. Encendieron una lamparita de aceite p’alumbrarle el camino al niño y el abuelo pegó a silbar pa’la Rajita donde había un carpintero que trabajaba con Gabriel Baldo en el montaje de la factoría pa’que hiciera una cajita pa’llevar al angelito al cementerio.

Avisados los padrinos, la familia,  y todo el vecindario, hombres y mujeres, fueron llegando poco a poco. Vinieron de Quise, de Erque, Erquito, Igualero, La Dama y hasta de Chipude vino renqueando Cha Dolores con el ñoco de Casianito. Traían chácaras y tambores pa’l baile del angelito. Nadie lloraba porque eso lo que hacía era demorar la subida al cielo de Juanillo. Como decía Cha Dolores “No lloren que se le mojan las alas al angelito y las necesita pa’dir al cielo”.

Principiaron a tocar los tambores. La madrina, seña Lucía, fue hasta la mesa, cogió al niño amortajado y con él en brazos, bailó al redondo de la sala cantándole:

“Juanillo te vas pa’l cielo

Y en mi alma dejas jielo”

Los tambores seguían tocando junto con las chácaras y una flauta de caña. Seña Lucía le entregó el angelito al padrino y  Cho Manuel comenzó su rueda de baile cantándole:

“Por lo mucho que te quería

Tu madre queda esternecía”

Dejó Cho Manuel “Plágana” al angelito amortajado sobre la mesa y pusieron flores a su alrededor. El padre cantó entonces al son del tambor:

“Yo canto pa’no llorar

Guárdame sitio al llegar”

Comenzó entonces el velorio. Toda la noche estuvo la compaña bailando y cantándole al angelito para que volara al cielo. Cogían fuerzas con torta de cuajada y pan bizcocho con almogrote, vino dulce de Tamargada, mistela y caña-parra y, al clarear el día, cada uno le fue dando sus recados pa’los finados que tenían. Era la mejor forma de comunicarse con los muertos, aunque también estaban los animeros, pero el angelito seguro que subía al cielo y daba los recados. El primer recado se lo dio el padrino:

“Juanillo, te pongo esta florita de jirdana pa’que te acuerdes de decirle a mi padre si lo ves, que por Quise andamos todos bien y que la cabra ardilada del bujero en la oreja que tanto le gustaba ha parido dos baifos”

Tras él la madrina le ató al dedo un jilo encarnado y le dio su recado al oído, tan bajito que nadie lo oyó. Detrás, uno a uno, todos fueron pasando y dándole sus recados, colgándole alguna cintita o poniéndole en la mortaja alguna flor pa’que tuviera presente  los recados al llegar al cielo. Bailaron y cantaron al angelito hasta que empezó a farrafiar

Ya con el día claro, con el angelito amortajado dentro de su cajita que había pintado de blanco el carpintero de la factoría y enramada con las flores de los recados, los que no iban hasta el cementerio se despedían de los padres diciéndoles “Ya mandaron el angelito p’al cielo”. El resto de la comitiva cogió, sin llantos ni aspavientos, el camino de Alojera. El juez de paz, Don Salvador, firmó los papeles, el cura, mostrando su desagrado para “esas costumbres de magos de los velorios y los recados”, hizo la misa, dio el responso y se enterró al angelito.

ARDILADA : Cabra blanca rociada de canelo

FARRAFIAR: Amanecer

Juventud

Tras la muerte de Juanillo, Erineito pasó una etapa mala. Pensaba que él también iba a morirse. Iba de un lado pa’otro como gallina sin nidal y no se centraba en nada. Quiteria pensó en llamar a Cha Dolores al Cercado, pero Casimiro decía “Déjalo mujer. Es na’más que un niño y está triste. Eso se le pasa”, y así fue. Poco a poco se fue acomodando y dejó de parecerse un aguiloche enguirrado. Volvió a jugar con los otros niños, a ir a cazar canarios con una jiñera cerca de los charcos del barranco o a dar sonoros guinchidos cuando agarraba a otro jugando a suértola.

A los 8 años ya salía con el ganado de unas docenas de cabras y seis o siete ovejas de sus padres a pastar por las méricas de sobre El Draguillo dejando los baifos cerrados en el mirgano con un montullo de hierba fresca. Le gustaba oír el cancaneo de los jierros del ganado. Conocía uno por uno los sonidos de todos ellos, aunque su preferido era el del viejo macho de color negro sajonado al que le había colgado un casal, con un jierro que sonaba macho y el otro hembra. Se llevaba su flauta de caña y una zurrona con gofio amasado con pedazos de queso pa’l ayanto del mediodía, cuando metía al ganado en el acarradero y él se refugiaba del sol en el juaclo. Si se encontraba desgandido, como era cerca, dejaba al perro “Morucho”, blanco berrendo en negro, al cuidado del ganado y se acercaba a la casa a comerse cualquier guisne de lo que hubiera.

A los doce años cumplidos Erineito, ya magallote,  se fue a trabajar de peón pa’los de La Dama. De Tenerife habían traído los Carrillo, a un ingeniero militar, Don José, al que llamaban Vallabriga que, aunque muchos creían que era el nombrete, era en realidad su apellido. Lo trajeron para trazar un canal hasta el lomo de Tapugache desde la presa que habían construido barranco arriba de Erque, medio engañando a los vecinos que tenían el agua de los remanientes  diciéndole que, como no regaban de noche, esa agua la embalsaban ellos y no se perdía por escorrentía pa’l mar. Al final lograron poner tancada unas 6.000 pipas al día y los riegos pa’Erques y Erquito fueron cada vez a menos, con las protestas de los vecinos.

La atarjea descubierta, hecha en cemento armado, iba guindada en las paredes del barranco. La iban montando por trechos, con peones y maestros albañiles colgados, amarrados por la cintura. En ese trajín es donde entró Erineito a trabajar, aunque principió cuando la atarjea estaba ya en Tapugache y se hacía el tramo cubierto de cómo kilómetro y medio hasta  La Cabezada, y desde allí hasta el estanque de riego de la finca.

AGUILOCHE: Guirre pequeño

JIÑERA: Jaula de caña con una parte central para el reclamo y trampas laterales para cazar pájaros

GUINCHIDOS: Chillidos fuertes imitando los de los Guinchos o águilas pescadorasa

MÉRICA: Terreno llano rodeado de riscos total o parcialmente

MISGAN(O) , MÍRGANO(Gral.) Corralito pequeño pa’baifos, en general circular y cubierto

MONTULLO: Puñado de hierba o cebada que se coge con un puñado

SAJONADO/A:Patas y barriga de distinto color que el cuerpo, Rusia sajonada, Negra sajonada

CASAL:  Par de jierros pa’cabras o vacas de igual tamaño y forma. Suenan a la par o como macho (bronco) y hembra (fino)

DESGANDIDO: Hambriento

BERRENDO/A: Cabra de pelaje blanco con manchas negras distribuidas de forma regular por todo el cuerpo, o a la inversa. Se aplica también a perros, gallinas, cochinos y otros animales de ese color

MAGALLOTE: Joven fornido a punto de ser hombre hecho y derecho

TANCAR, TANCADA: Agua estancada

GUINDAR: Colgar

El accidente

Erineito no se encontraba a gusto en esos trabajos. Pensó, con la experiencia como peón albañil que ya tenía, contratarse con la Sociedad “La Unión” de Hermigua que estaban construyendo los pilares de cemento armado para un nuevo pescante a unos 50 metros del que estaba funcionando de madera. Llegó a hablar con Don Francisco Trujillo que llevaba “La Unión” al que su padre, Casimiro, conocía desde Cuba pero Don Francisco le dijo que era aún muy niño con sus 15 años sin cumplir pa’ese trabajo. Además, Erineito añoraba los campos y el ganado. Tanto fue así que pegó a darle la traquina a los padres pa’volver al trabajo de la casa y dejar a los de La Dama o cualquier otro de ese estilo.

Quiteria que, aunque mujer payuda, se apendejaba pensando en Erineito trabajando en esos pescantes cuando llegaban esos jinchetes de mar y él sin saber nadar. Mujer de tierra adentro, de los altos, de barrancos y riscales, le tenía miedo al mar. A veces Erineito en sus días libres en La Dama bajaba a Rajita a juntarse con Narciso “El Sungano”, otro de su edad que trabajaba en la pesca de los atunes pa’la salazón, y se ponían a jondear  y a coger burgados y lapas juguchas. Quiteria, pa’que no fuera pa’la mar, le decía que en su casa no se comía ni pulpos, ni lapas, ni burgados , aunque luego le hacía los preparos, los cocinaba y todos, menos ella, se empajullaban de lo lindo.

Entre los miedos de Quiteria y los deseos de su hijo, Casimiro  le traspasó a su hijo una parte de su ganado. En aquel momento Casimiro tenía unas 40 cabezas, mayormente de cabras, tres cochinas,  un verraco y un guecho mejorano que compró a un marchante de Mequesegüe en Jerduñe, además de conejos, gallinas y palomas en abundancia. Le separó, pa’que Erineito lidiara como propios con ellos, una docena de cabras y seis ovejas, rebaño al que Erineito añadió, comprado con los reales que ganó en La Dama, un precioso tajorase aceituno, tan joven que aún estaba lejos de poder cubrir una cabra. Como era el primero adquirido con su dinero y al comprarlo en Cuevas Blancas no tenía nombre, los vecinos y la familia, viéndolo suelto por las arredondas del caserío siempre caminando tras el dueño como si fuera un perro sato pegaron a llamarlo “El Macho de Erineito”

El ganado prosperó. El Macho salió un garañón de mucho cuidado. Tanto que desde  Igualero a Guarchico o Casas de Jagüe y la Orilla de Equine, por no hablar de sus parientes de Chigaragüe, Quise, Erque y Erquito venían los pastores con sus cabras pa’que el “Macho de Erineito”, que parecía que no se cansaba de abubiar, las cubriera. Todos pagaban con algo pero los trueques eran siempre buenos pa’Erineo.

Nada bueno dura pa’siempre. Erineito solía llevar el ganado a unos archipenques al empezar del etime del barranco de la Negra. En uno de aquellos ancones se le entaliscó una cabra blanquiña y tarrigacha pero muy lechera. No quiso dejarla allí pa’los guirres y, con ayuda del astia trató de sacarla de la talisca, pero del trapalío fue a dar de lleno contra el risco y perdió el sentido. Las cabras y ovejas siguieron a lo suyo por los llanos triscando pero el Macho se quedó quieto al lado del dueño.

Al bruscalito, Quiteria y Casimiro vieron llegar a “Morucho”, renqueando porque ya tenía sus años y, tras él, con los baifos balando en el mirgano pidiendo comida, repartidas, iban llegando las cabras buscando su echadero. Asustados y preocupados, llamaron a Doroteo y salieron a buscar a Erineito mientras Guadalupe se quedaba rezando a la lámina, sacada de un viejo almanaque con las ánimas benditas entre llamas y la Virgen del Carmen salvándolas, que tenía sobre la cama.

PAYUDO/DA:. Que resiste bien cuando las cosas vienen mal. Sobre todo se aplica a mujeres

APENDEJAR(SE) Acobardar(se)

SÚNGANO (ZÚNGANO): Nombrete de los pescadores de Playa Santiago (los de Vueltas son “filudos”)

JUGUCHA: Lapa de la parte rocosa de la roca donde no llega el mar

JONDEAR: pulpear con el jondeo, que es un palo con un trapo blanco pa’pulpear

GUECHO: Novillo

MEJORANO/A: Cabra (o vaca) color negro

TAJORASE: Macho cabrío joven hasta que es capaz de cubrir a la cabra

ACEITUNO/A: En Gomera y Tenerife. Cabra de color morado oscuro. En Tenerife se usa también para una vaca cenicienta.

GARAÑÓN: Macho cabrío (y otros animales) dedicado a semental. También Hombre mujeriego

ABUBIAR o Abubear. Todas las islas. Ruido del macho en celo acosando a la cabra

ENTALISCAR: Caerse un animal o persona en una grieta –talisca-  sin poder salir o en un risco elevado inaccesible incluso para las cabras. También por Valle Gran Rey el órgano sexual femenino

BLANQUIÑA: Cabra totalmente blanca

TARRIGACHA: Con los cuernos hacia abajo

La promesa

Lo encontraron por los balidos desconsolados del Macho. Tenía una enorme coneja en la cabeza. Sangre había salido bastante porque la laja que tenía debajo estaba mermeja de la que le había salido. Cargaron con él y lo llevaron hasta la casa. Guadalupe, que era la más serena y acostumbrada, con hilo de sedalina y aguja de coser le cosió la pelleja del piquete y le puso unos paños mojados con caña. Lo taparon bien con una jerga chipudana y se pusieron a rezar para, en cuanto pegara a farrafiar, caminar hasta Alajeró en busca del médico Don Pedro López Gutiérrez y pasar a comprar alcohol pa’desinfectar y pastillas pa’los  dolores en la venta del alcalde, Don Ramón Trujillo Mora.

Quiteria bajaba a todos los santos en su socorro. Le pedía incluso a Juanillo que intercediera en el cielo por su hermano.  En su desespero le dijo a su marido:

-Casimiro. Si Erineito sale de’sta le jise a San Salvador la promesa de que le regalamos el Macho.

No fue menester ir a buscar al médico. Antes de amanecer ya estaba Erineito preguntando por lo que le había pasado. Quiteria le preparó una taza de agua con semillas de cilantro, corteza de sauce que siempre tenía seca para los dolores, y flores de majapola y lavanda seca. Se durmió de nuevo y al ratito, le dieron a cucharadas una cuasnita de una rala hecha con una yema de huevo en caña-parra y gofio. Al mediodía ya estaba Erineito sentado fuera la casa cogiendo un fisco de sol. Quiteria aprovechó pa’comentarle la promesa hecha. Nada contestó Erineo.

A los dos días, repuesto ya del golpe, todavía con un paño cerrando la cosedura, garró la mula y traspuso pa’Alajeró sin comentarle nada a los padres. Se fue a la sacristía de la iglesia de San Salvador a buscar al cura, Don José Trujillo Cabrera, el que a veces le contaba cosas de la historia gomera de la que mucho sabía.  Tras contarle la caída y decirle que ya estaba bien, le preguntó directo:

– Don José. Si mi madre jiso una promesa en mi nombre pa’curarme y me curé ¿Tengo yo que cumplirla?

El cura no lo dudó un instante

-Erineo. Las promesas hechas a Dios son sagradas y hay que cumplirlas.

CONEJA: Herida abierta en la cabeza, piquete

MERMEJA: Bermeja, encarnada

JERGA: Tejida rústico de lana de oveja del país

MAJAPOLA: Amapola. También se da ese nombre a la cabra u oveja de jocico colorado

CUASNITA: Casi nada, un fisquito de algo

Promesa cumplida

Con la misma se volvió Erineito p’Arguayoda. Ya sabía que el Macho, desde que su madre se comprometió en su nombre, ya no era suyo. Era de San Salvador, pero las maguas se lo comían. Su madre se lo recordaba todos los días pero Erineo era bastante marraján y no cedía.

Salía todos los días con el ganado a pastar y el Macho pegado a su trasero. Ya no tocaba la flauta de caña ni intentaba cazar alguna perdiz o un palomo con la tiradera de la que, desde que Juanillo vivía, era un maestro. Mucho molió la batata hasta que se decidió, se viró p’al Macho, le acarició la cabeza y le dijo:

-Mañana te llevo pa’la iglesia. No sé qué coño va’jacer el santo contigo pero no quiero que mi madre, cuando abique, que a todos nos llega, venga a reclamarme la promesa y nos quedemos, ella, penando,y yo, sufriendo, así que ya sabes. Mañana p’al pueblo.

No hizo falta amarrar al macho. Iba solo, sin atar, caminando tras Erineito. Llegaron a la iglesia allá pa’las diez. La iglesia, en penumbra, estaba vacía, así que se acercó a San Salvador. Era un Cristo con una mano levantada y una bola del mundo dorada en la otra. Erineito, con una soga, ató al macho alrededor de la cintura de la imagen, se dio la vuelta y se marchó pa’la salida.

A los tres o cuatro pasos oyó un cancaneo a la espalda y el balido del animal. Se viró y vio que el garañón estaba moviendo la estatua pa’ir tras él, así que, con la magua y el cabreo de dejar a su amigo animal allí abandonado, dio un fuerte grito:

– ¡Afinca el pie, hijo puta, que te arrastra el Macho!

MARRAJAN  Persona testaruda

NOTA FINAL

El cuento se basa en una anécdota real de una promesa hecha a San Salvador por los años 40 que casi arrastra con la imagen tras el Macho atado a su cintura. Me la contó Dª Isabel Darias Príncipe que la conoció por su padre D. Alberto Darias. El nombre del personaje real lo ignoro. Erineito y su entorno son todos personajes ficticios pero tan reales como los que si vivieron esa época y lugar, que son los gomero-cubanos Francisco Ayala, Francisco Trujillo y los gomeros de nación o de vecindad  Domingo Medina “El Viejo” o “El Patriarca” de El Cedro, Pancho Mora, los hermanos Roberto y Ángel Carrillo, Leoncio Bento, Pedro Lloret, Francisco Cubas, Cecilio Bellamy (“El Inglés”), José Rodrigo Vallabriga, Pedro López Gutierrez, Ramón Trujillo Mora, José Trujillo Cabrera.

Al final de cada apartado incluyo un glosario de términos, la mayoría específicos gomeros que he recogido en 54años viniendo o viviendo en Gomera –como “gomero consorte- y otros comunes con Tenerife o varias islas. En un intento de que no se olvide nuestra peculiar modalidad del español hablado.

Francisco Javier González

Gomera a 7 de noviembre de 2017

Salud amigos. Recién vuelto a Gomera y enrollado en la puñetera -por ingrata- labor de clasificar papeles traídos de La Laguna a Gomera me he encontrado algunos recuerdos como este cuento que escribí en 1980. En aquel entonces nadie me lo publicaba ni de broma. Hoy puede estar algo antiguo, pero se los remito para que sean ustedes, mis amigos, los que lo juzguen. Ahul fell-awen

EL ÚLTIMO BRINCO DEL TONINA

A Juan Manuel lo llamaban “El Tonina” y, realmente, justificaba el apodo. Era alto y grueso, pero de ágiles movimientos. Desde luego que brincón si que era, cosa obligada  cuando bajaba de su casa de piedra y barro, a la vera del Barranco del Cerrillar en el Suculum, hasta San Andrés, pero no daba brinquitos nerviosos, sino pausados y solemnes, como los de las tonina reales. Casi calvo, compensaba su falta de pelo con el bigote exuberante que no dejaba ver el labio superior. Moreno, de mirada amable, de su persona se desprendía como un aire ingenuo, de hombre bueno, casi infantil que quedaba parcialmente desecho por sus manos, anchas, fuertes, de enérgica movilidad.

Al Tonina no le molestaba que lo llamaran por su apodo. En realidad a ningún cambullonero le molesta el suyo. Todo lo contrario. Algunos, incluso, solo eran conocidos por el apodo. Cuando murió José Luis, entrañable personaje del cambullón, hasta las esquelas de los periódicos lo llamaban “El Borrachito” que, desde la Casa Cuna en la que el hambre y la miseria familiar lo tuvo que meter a los 3 años, pasó a los muelles chicharreros con el piberío de 13 o 14 años que “pescaban” margullando los peniques que desde la borda les tiraban los chonis. Sus compañeros del Teatro Cambullón le dedicaron una esquela-poema, muy bella, que salió en toda la prensa tinerfeña y que cualquier hombre del muelle puede recitar. El Tonina gustaba de repetirla a sus amigos, con su voz grave, afectando maneras de gran actor que declamara un monólogo.

En memoria de un cambullonero

entrañable

“El Borrachito”.

Su escuela fue el muelle.

Sus maestros todos aquellos

cambulloneros que le enseñaron

la esencia del cambullón:

comprar, vender, cambiar a bordo

para matar el hambre de un

pueblo

que luego le olvidó y rechazó

como al resto de los

cambulloneros.

Sobre todo esto razonaba, en soliloquio mental, aquella mañana, fría aún, llegando casi a la entrada del muelle. El ¡Adiós, Tonina! que le habían dirigido al bajar de la Avenida Anaga, poco antes, había abierto vía de pensamiento en la que ahora se recreaba, dándole vueltas, Juan Manuel.

En el muelle, como antaño sucedía en toda Canarias, el apodo de cada uno es un poco el retrato de su personalidad. Se ajusta a la persona mucho mejor que los nombres que les pusieron al cristianarlos. ¿Quién podía suponer que “El Ruso” se llamara Nemesio? Lo de Nemesio no le pegaba ni con cola, en cambio lo de “Ruso” le iba como hecho a medida, y no solo porque siempre había sido comunista -que muy caro lo pagó, pibe aún, en los Salones de Fyffes- sino porque, con el Borrachito y Juan “Champín” el de Valleseco, fue de los primeros en los muelles en chapurrear la jerga de los “serafines” –como se conocía en el muelle a los marineros rusos- para entenderse con los soviéticos que acudían en manadas con sus pesqueros y que, en Santa Cruz y en Las Palmas, habían montado “Sovhispan”. Na’más llegar a bordo o a la borda del barco  pegaban a decir: “Ruski, priviet dobridén”, se fijaban en lo que querían, preguntaban ¿“eskolka”?, para terminar cerrando el negocio con un “espasiva”. Sus buenas pesetas se ganaban con los serafines, sobre todo los que, como Tonina, tenían permiso del capitán pa’trapichear a bordo o lograban abarloar su lacha al barco.

Decididamente, los apodos eran mejor que el nombre, y a él, lo de “Tonina” le gustaba. Le gustaban aquellos grandes animales, juguetones y nobles, que saltaban tras los cardúmenes de sardinas cerca de la costa. Incluso llegó a ver una vez, por cerca del Poris de Antequera a una que le daba topetazos a una cabra muerta que flotaba hinchada como un fol. Los marineros les daban fama de que ayudaban a los que se estaban ahogando. De todas formas él creía que más bien, como la de la cabra ahogada, lo que hacían era jugar pero al rememorar eso se acordó también como una vez sacó a un choni de la bahía. El choni había puesto tal entusiasmo en la discusión del precio de un mantel que cayó al agua y se hundía como una potala.

A sus espaldas oyó

–¡Tonina, espérame!

Era Sosa, que aceleró el paso para unirse a él y que, al llegar a su altura, le dijo

 -Vamos a echarnos la mañana

Sosa no tenía apodo. Lo tuvo en otros tiempos, después de la Guerra de España, cuando las lanchas rápidas iban y venían de Tánger a Puerto Caballos a soltar sus cargas, pero ahora tenía un comercio de ultramarinos, “Casa Sosa”, donde la mercancía que entraba de cambullón  se vendía junto a la que Sosa importaba de España. Allí era más barato que en ningún lugar de Cruz el güisqui, el vodka ruso o el ron cubano. Se juntaba el chatka con el más modesto cangrejo chino. El tabaco rubio impregnaba con su aroma a las latas de aceite de oliva español o a los transistores japoneses que armonizaban, raramente, con herramientas Stanley inglesas y con los quesos fundidos de Noruega y Dinamarca, la mantequilla de Nueva Zelanda y alguna máquina fotográfica Leika perdida por algún rincón.

Ya Sosa no bajaba a los muelles a hacer el cambullón. El compraba partidas grandes de género que otros le llevaban y, sobre todo, tenía tratos directos con capitanes y contramaestres. La mercancía la recibía en camiones. Unas veces la pagaba a toca teja y otras la cambiaba por otras para aprovisionamiento de buques. El de Sosa era un negocio a lo grande, sin embargo, de vez en cuando le picaba el gusanillo del cambullón y se bajaba hasta el muelle a charlar con los muchachos, aunque sin desdeñar cualquier negocio “que pudiera salir” o cualquier cáido ocasional. Miraba a los demás con un cierto aire de superioridad contenida y mal disimulada. Tenía aspecto de hombre de negocios, de comerciante próspero, que lo era. Tal vez porque ya no era de “los dellos” ya no llevaba apodo. Ya era Sosa para unos y Don Manuel para los que empezaban en la escuela del cambullón. A sus espaldas los viejos decían ¿Pues no se cree Sosa que es Don Imeldo Bello que ya compró hasta los Muelles del Carbón?

Sosa y Tonina caminaron juntos hasta el pequeño cafetín de La Marquesina  que llevaba el palmero Cirilo Leal, punto de reunión a aquellas horas de cambulloneros, guachimanes del muelle y gente de la carga blanca. Unos iban por los “barraquitos” que se había inventado Francisquito Mora  y otros por algo más fuerte. Desde fuera llegaba el aroma entre ácido y dulzón de algún peturco de grifa de la gente de la carga blanca que entretenía la espera de tener alguna llamada a la lista. Dentro el humo del tabaco, en azules arabescos, se mezclaba con el vapor de la cafetera italiana que no paraba de funcionar y con el olor acre del sudor de los de la carga blanca que desayunaban, siempre a la espera de que el encargado, subido a su cajón, anunciara “Pal barco noruego necesito 20 manos”.

Se acodaron como pudieron ante el mostrador. Sosa pidió un “güanijei” y daba vueltas al cubito de hielo en el vaso alto con el whishy Haig, mientras Tonina miraba, pensativo, su oscura copa de ron-miel.

-No sé cómo puedes beberte eso tan dulce. Parece hasta pegajoso –dijo Sosa- Yo, si no es un güisqui prefiero un ron seco, mejor amarillo. Eso tuyo me empalaga. Además, a mí ….¡uf!…toda la bebida blanca se me tira a los güevos….¡Ñós!…se me ponen de colorados como un tuno berberisco pelado.

Tonina aclaraba, cachazudo: -Pos yo, antes, me tomaba el ron como los tejineros, con una pastillita atrás, de aquellas de a perra gorda, pero mano, ahora me gusta así, dulcito, que ya es amarga la vida…

El diálogo entre los dos hombres pasó pronto de las bebidas preferidas al trabajo. A eso habían venido, que, pa’echarse unos palos siempre habría tiempo.

-Mira, Tonina. No te digo que hagas como yo que todo el mundo no puede. Ahorita me jinco el güisqui y me mando a mudar. Pa’bajo he venido a ver qué pasa, pero de la farola pa’lante no paso.

Tonina se quedó pensativo, como si todavía pudiese ver la ya inexistente farola que marcaba el inicio del muelle para los que la conocieron. Eso fue antes de que el crecimiento del propio muelle se la tragara. El muelle, como Saturno, devora a sus propios hijos.

A los lados de Tonina y Sosa estaban algunos hombres del cambullón, como el veterano “Gay” de las Cuatro Torres y el toscalero Juan “El Cangallo”. Este, se terminó la caña-parra de un trago y terció en la conversa:

-Yo me lo estoy pensando. La verdad es que barrunto algo que no me gusta….. Desde luego que no soy sajorín, pero esto suelta un fatume que tumba pa’tras. ¡Fíjate, fíjate! Ahí pasan más yips llenos de la policía esa que ha venido de España….¡Me cago’en…! Esos hijos de puta nos joden hoy el trabajo. Pa’mi que ni los guachimanes de la Junta se mueven hoy en el muelle…

Sosa saltó, acalorado:

-La culpa es de esos cabrones de la carga y de los sindicatos. ¡Ya me tienen cabreado con tanta huelga! Lo que hay que ver es la de plátanos y tomates que se tienen que tirar a los cochinos en cada meneo d’estos…¡y de lo nuestro ni que decir tiene! En cuanto principia la huelga, el gobernador saca pa’l muelle a la gente del paro que no tiene donde caerse muerta, vienen los piquetes y detrás la guardia civil como perros tras las perdices…¡y a ver quién se mueve en el muelle! ¡Si los tipos esos de los sindicatos se estuvieran quietitos…!

La discusión se generalizó y subió de tono. La gente de la carga blanca que estaba en el bar y en la acera junto a la puerta se acaloraba y amenazaba. Llevaban ya 20 días en huelga, sin cobrar, en tensión permanente por la actuación de esquiroles. Los piquetes había tenido choques, cada vez más duros, con la policía y la mayoría semejaban resortes comprimidos a punto de saltar. Uno de ellos, que diariamente venía desde Guadamojete, cabreado le gritó a Sosa:

-¿Es que no te das cuenta de lo que estamos pasando? ¡Tú no entiendes un carajo! Luchamos por nuestros puestos de trabajo, por nuestra comida, mientras tú te inflas en ese guachinche tuyo sin joderte el cuero. ¡Ni siquiera pedimos aumento de sueldo! Solo seguridad. Claro que como tú ganas más en un día con los consignatarios y los patronos que nosotros en meses, te arrimas siempre a ellos, pero aquí ¡mejor que te calles de una puñetera vez!

Sosa iba a replicar airado, pero el Ruso lo sujetó. Se encaró con el que gritaba, tratando de razonar con él:

-Tienes razón, viejo. Pero los cambulloneros no estamos contr’ustedes y, mucho menos, a favor de esos chanchos rellenos de billetes. Nosotros somos trabajadores, aunque no estemos sindicados ni puñetas d’esas. Pero este tiene razón en que nuestro trabajo se jode con la huelga. Ya los días corrientes los guachimanes nos toleran pero tanto los verdes como los grises, aunque ahora se vistan de canelo, nos hacen la vida imposible cuando están por el muelle, y eso que durante muchos años les llenamos la tripa y ¡hasta los curamos con la penicilina de Argentina que venían a pedirnos de favor! Cuando hay huelga muchos barcos se desvían y en los que atracan, si hay rebumbio, los chonis ni asoman el jocico. ¡Cualquiera! Con todo el muelle sembrado de tíos de verde metralleta en mano….¡De verdad que aquí no hay quién trabaje!

La voz aflautada de Cangallo remachaba:

-¡Y encima estos cabrones del pañuelito que han traído de refuerzo de España! Dicen que vienen de Córdoba. Ya han estado aquí otras veces. ¿No te acuerdas de cuando la huelga general, aquella cuando en La Laguna mataron al estudiante de Las Palmas Javier Fernández Quesada? Vinieron también estos mismos cabrones y se hincharon a dar leña y a romper coches que tuvieran tiritas negras en las antenas. ¡Hasta yo me llevé algún chuchazo!……¡pos’yo con estos tipos en el muelle no trabajo!

Tonina trataba de meter palabra, pero ya no había diálogo organizado. Todos vociferaban a la vez sin oírse unos a otros ni contestarse. Más bien, cada uno expresaba, a voz en grito, sus pensamientos y opiniones. El iguestero de la carga, cansado de venir a diario desde Ajoreña en Guadamojete en la guagua de las 5 de la mañana, gritaba:

-A los del muelle nos machacan por todos los lados. Siempre nos han dado más duro que a los demás desgraciados que sudamos para ganar cuatro perras gordas. No te olvides que, hace un montón de años, cuando empezaban las huelgas en Canarias, se cepillaron a tiros a un chorro de cargadores en Las Palmas. ¡Con nosotros no hay palabrería, solo tiros! ¡Pero si hasta matan a nuestras mujeres! ¿Ya nos olvidamos del asesinato de María Belén? ¡Hijos de puta! Como tienen la fuerza quieren arreglar a tiros los problemas de los muelles…..

La voz del Ruso se oía, a ratos, como fondo de todas las demás:

…….no sucede en un país comunista. La policía tiene que ser para proteger a los obreros, no para asesinarlos cuando protestan como hacen los gringos…..

El Cangallo volvía a la carga:

…..y yo no trabajo con esos cabrones aquí….

Tonina se fue acercando a `la puerta metálica, oyéndolos a todos en medio del barullo y mirando para el muelle. Fuera se oían también comentarios entre la gente de la carga que veía como la policía protegía la entrada al muelle de los del paro que los armadores contrataban para sustituir a los huelguistas.

-¡Esquiroles!  ¡Vendidos! ¡Berringallos!

Las frases sonaban duras, como trallazos. Los puños, crispados, se alzaban. La policía, nerviosa, agarraba los subfusiles, encañonando a inexistentes fantasmas que se debatían en el aire que los rodeaba, Los del paro, con la cabeza baja, se agrupaban como rebaño de ovejas azuzadas por los perros.

– ¡Hijos de puta! ¡vendeobreros!

Uno de los traídos del paro, sin levantar la cabeza para mirar a los que los insultaban, masculló, suficientemente fuerte como para ser oído:

– ¡Yo también tengo que comer! ¡y mis hijos! ¿Qué quieren que haga? ¿Ponerme a robar?

El de dentro del bar seguía su discusión con el Ruso que miraba para él, pero sin escucharlo, atento al zaperoco de afuera.

– Parece cosa mentira que a estos vendidos los apoyen algunos sindicatos españolistas. Con el rollo de que nosotros somos de la CCT o del SOC nos dejan más solos que la una. Quieren que nos hundamos porque los molestamos, pero se van a joder. La gente está cabreada y llegaremos hasta el final porque….

El Ruso seguía cono su idea fija. Miraba al que le hablaba pero, en realidad,  se contestaba a sí mismo.

-Pos anoche, en la manifestación, cuando cargaron los monos y pegaron cuatro tiros al aire pa’sustar bien que los vide correr. Las patas les llegaban al culo. ¡Mucho macho aquí, pero luego mierda! ¡Coño! Las pancartas pa casa’l carajo y las banderas volando con sus siete estrella y todo, Si es lo que yo digo, cuando la policía está con el pueblo como en…

Tonina, desde la puertea, vió como el gran barco inglés, amarrado ya al muelle, echaba la escala. Pensaba en lo que decía el Cangallo, pero vió como bajaban chonis y más chonis del barco. Eso lo decidió. Bueno, eso y la letra del coche que lo esperaba en la Caja de Ahorros. Al final ganó en su pensamiento la imagen del “Lada” verde –del que se sentía orgulloso a los miedos de Cangallo. No lo pensó más. Se tomó de un trago el ron-miel que le quedaba y le dijo a Sosa:

-Mira viejo.  Voy a sacarle algo a esos chonis. Espero que esos tíos no me sacudan con un calabrote y me dejen baldado…

Sosa seguía en la discusión y ni siquiera oyó a Tonina que salió, despacio y desganado, hacia el muelle. Pasó el cordón de policía y se acercó al barco, cargando cansinamente con el matul de la mercancía. No sabía porqué, pero experimentaba una cierta aprensión que se traducía en algún retortijón en la barriga. En la plaza cercana se iba concentrando la gente de la carga blanca en un mitin no autorizado. Se les veía preparados para aguantar la leña que sabían segura. Un pequeño furgón, con un altavoz en la capota, apareció en la plaza, lanzando panfletos que llamaban a seguir la huelga un día más. El altavoz comenzó a desgranar una conocida canción sabandeña

….Lucha canario….como lucharon los guanches…. Lucha canario…

Tonina se concentró en la música. Tal vez por eso no oyó las roncas voces de los del pañuelito que, desaforadamente, señalándose unos a otros el matul del Tonina, le daban el alto. En un momento tuvo conciencia de que algo pasaba. Se le encogió, sin saber porqué, el estómago aún más, como si le entrara un malejón. Se viró rápido y vio las armas apuntándole directamente mientras los guardias que las empuñaban, con aspavientos, le gritaban cosas que no comprendía. Presa del miedo echó a correr hacia el barco inglés, cerrando los ojos y agarrando contra el pecho fuertemente su matul.

Los estampidos fueron secos. Cortos. Retumbaron ominosamente en la pared de piedra del muelle.

Tonina dio su último brinco, como si un gigantesco cardumen de sardina le esperara en el infinito. En el bar de la Marquesina el humo se espesó en un instante. Pesó como una losa sobre todos, acallando las voces. Solo siguió, como un sonsonete, la voz de Ruso:

…….cuando la policía…….

El Tonina quedó caído hacia arriba, manchado su pecho por un fino hilillo de sangre, pero poca, muy poca, casi nada. Los ojos abiertos evocaban paisajes azules de olas infinitas. Cangallo juraba que, al llegar a su lado, le oyó tararear, al unísono con el furgón de la `laza, pero con la letra algo cambiada:

…….como murieron los guanches….

Francisco Javier González.

Aguere Diciembre de 1980

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Un amigo ya me había comunicado anteriormente -y me lo reitera ahora- que no debo incluir a Agustín Espinosa entre los represaliados dada su reconocida militancia fascista. Efectivamente, aunque vanguardista y surrealista, estaba fuertemente influenciado por su amigo madrileño Ernesto Giménez Caballero que, de militar en el Grupo de Estudiantes Socialistas –del que va a salir el PCE- se pasó al fascismo y fue el autor del primer manifiesto del fascismo español en Carta a un compañero de la Joven España”, prólogo a una traducción suya de textos del italiano  Curzio Malaparte, el fundador en 1924 del periódico fascista romano “La Conquista dello Stato” del que Ramiro Ledesma –amigo también de Agustín Espinosa- tomo su obra del mismo título.

 A pesar de sus simpatías fascistas conocidas, tras el golpe militar fascioso del 18 de julio del 36, Agustín Espinosa trata de eludir sus actuaciones en la etapa de Gaceta de Arte y su vinculación al movimiento surrealista que las autoridades españolas consideraban “de izquierdas”. Se le quiere someter a un proceso de depuración y separarlo de su cátedra en el Instituto Pérez Galdós de Las Palmas y Agustín, conocedor El 1 de agosto del 36 declararía ante las autoridades académicas insulares: que atendió ininterrumpidamente los servicios de su cargo durante el mes de la fecha, cooperando así al movimiento salvador de España, iniciado el 16 de julio de 1936, al que se encuentra unido y en el que está dispuesto a rendir todo género de colaboración.”  A pesar de esta declaración de adhesión, y de haber ingresado en Falange Española en el mes de diciembre, por orden del Gobernador Civil, fue destituido de su cátedra y declarado cesante, resolución que el Comandante General de Canarias refrendó el 16 de septiembre.

Aunque hiciera pública su expresa disposición a contribuir con el emergente nuevo régimen político español, Espinosa resultaría destituido de su cátedra y declarado cesante por orden del gobernador civil, con refrendo del comandante general en Canarias, el 16 de septiembre del mismo año. Los cargos imputados en su contra eran  por “izquierdista” cosa que rechazaba en su declaración de adhesión, y por ser el autor de la obra “Crimen” y haber intentado exponer en Las Palmas la película “la Edad de Oro” de Luis Buñuel que las jerarquías católicas consideraban sacrílega e inmoral. Un año más tarde fue absuelto y devuelto a su cátedra.

Este amigo me dice que las represalias sobre Espinosa formaban parte de una lucha interna entre sectores fascista. Es muy probable porque en el diario de la mañana “Acción” órgano de “Acción Popular” de Las Palmas, que se editaba (1935-1939) en Las Palmas, en la imprenta del Obispado y dirigido por Antonio Limiñana y Rafael Bittini –que no admitía colaboraciones exteriores- se publicó, en su número 483 de 3 de diciembre del 36 en la sección “Estampas cotidianas” sobre Espinosa el artículo “Ayer lo vi con la camisa azul” en que lo definían como “falso converso” firmado por GIAR, en el que, tras poner de relieve el laicismo de Espinosa y sus “crímenes docentes” se dice textualmente que “Pero llega el momento que tenía que llegar, porque Dios, en su providencia, no podía olvidar a España Y el profesor laico, hedonista y ultraísta, se nos ha convertido en un escritor profundamente religioso. Y hasta las extravagancias de su estilo han desaparecido” para continuar con una serie de preguntas, de las que la siguiente expresa claramente el porqué de los expedientes depuradores: “¿Podemos creer en la buena fe de un asiduo colaborador de “GACETA DEL ARTE”, revista que, por el hecho de ser católico llama a un gran pensador español “ratón de iglesia” y “engendro de sacristía” y otras mil lindezas por el estilo?

Es, a mi entender, por su pertenencia a la facción surrealista y su colaboración en Gaceta del Arte, por lo que se separa de la cátedra a Espinosa por lo que se puede –y debe- incluírselo entre los represaliados del surrealismo canario, sin negar ni minimizar sus relaciones y sus vinculaciones con el fascio insular como pone de relieve la crítica que me hace este amigo. Hay que añadir que “Crimen” con toda su carga cruenta, descarnada, violentamente sexual y hasta escatológica, lógicamente anatemizada por ello por la jerarquía eclesiástica, sigue siendo una obra maestra del surrealismo, y no solo del canario.

Francisco Javier González

Gomera a 15 de diciembre de 2015.

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Bastante harto de una campaña electoral insulsa y anideológica y hasta pervertidora por la corrupción que arrastran muchos de los aspirantes, en lo que el PP se lleva la palma de oro, y a la que, desde mis islas, siento como extranjera aunque, por supuesto, que me acerco más a algunos por sus aspectos sociales y soberanistas que al españolismo puro y duro, pero ninguna opción plantea, a mi juicio, el problema cardinal de Canarias que es, pura y simplemente, la DESCOLONIZACIÓN, me apetece por ello salirme de la confusa neblina –que contribuye a neblinar más aún a nuestras conciencias- y tratar, de nuevo, un tema que ayuda a definir lo que somos como canarios.

Mi vieja Aguere -Canarias toda- siempre ha sido surrealista con pasadas de soslayo por el realismo mágico que, también en una buena dosis, es consustancial a las gentes que, como nosotros, vivimos en una especie de burbuja atemporal, indefinida, deslocalizada  y ageográfica, en que todo tiene un trasunto mágico, tanto que en la Cuba colonial creían que las brujas, noche tras noche, cabalgaban sus escobas desde Canarias a las calles de la Habana y a los campos de Matanzas, Pinar del Rio o Sancti Espiritu y de madrugada regresaban a las islas.

A ese realismo mágico hay que añadir, obligatoriamente, el toque surrealista, omnipresente desde siempre, pero admitido públicamente desde aquel mayo del 35 cuando André Bretón, que vino a Tenerife, invitado por “Gaceta de Arte” para la Exposición Surrealista que se hizo en el Ateneo aguerense, definió a Tenerife como “Isla Surrealista”. Aquí se elaboró aquel Manifiesto Surrealista firmado por Bretón, Oscar Domínguez, Benjamín Péret, Domingo Pérez Minik , Eduardo Westerdhal, Pedro García Cabrera, Agustín Espinosa -todos represaliados y presos desde el 36- y Domingo López Torres, con menos suerte, vilmente asesinado por el fascismo español en 1937. Nuestro natural surrealista inspiró dos obras de Bretón, “L’Amour fou” y “Le château étoile”. Lastimosamente, Bretón no conoció toda Canarias, que hubiera sido para él un continuum surrealista.

El lagunero –de la calle Herradores- Oscar Domínguez, llevó nuestros guanches, sus cuevas y sus dragos a su particular visión vital, como Juan Ismael lo hizo a la suya, visiones que se prolongan en el tiempo hasta los alardes fetasianos del maestro del Conjuro en Ijuana, Isaac de Vega, y de mis desaparecidos amigos Rafa Arozarena –que muchos libros de editoriales sudamericanas hizo circular en esta isla-  , Antonio Bermejo que, “cerveza de grano rojo” en mano, lleva ya 20 años habitando en aquel château étoile bretoniano y mi profesor de química y auténtico filósofo del grupo que fue José Antonio Padrón.

Es la misma mezcla de surrealismo y realismo mágico –territorio natural de San Borondón- que nos acompaña desde el inicio de la colonización ¿Cómo si no calificar la colección de disputas entre nobles y reyes hispanos para ostentar el título de “señores” de unas islas que aún estaban en manos de nuestros antepasados? ¿Y la grotesca procesión en la papal corte de Avignon para celebrar la cristianísima coronación como Rey de Canarias del infante Luis de la Cerda –que jamás puso sus reales patas en Canarias- procesión con la que acabó la lluvia por la vía rápida? ¿Y el hecho de que sea el Deán Bermúdez, en representación del Obispo Frías –ocupado en España en el cobro de las indulgencias- el Primer Capitán para la conquista de Tamarán y que su eclesiástico pendón sea el que se alce sobre el Guiniguada proclamando la victoria de los invasores?

También es hoy pura inversión surrealista de la realidad el soportar estoicamente un gobierno autointitulado “nacionalista”, formado mezclando lo más rancio del insularismo feroz con las más hispanas esencias, alternando sus alianzas entre el postfranquismo pepero y asalmonado con las descoloridas huestes psoísticas en que el rojo primitivo no llega ni a rosa ¿Y como llamamos al hecho de que la esposa del último ex-presidente -y exmaestro- “nacionalista” oficie como madrina de una bandera de guerra para la Armada Española y, para más inri, vaya ataviada con traje, peineta y mantilla “española” por la que el erario público canario –que parece más bien un erario privado- pagó más de 1.200 euros y que, su sucesor como presidente de esta pseudoautonomía, se afuche ante el Borbón que ejerce como rey en España, ganándose así el sobrenombre de “El Genuflexo”?. Este es el surrealismo en negro, contrapunto y reverso del pujante y vivificador de Bretón, de nuestro Domínguez y de los hombres de Gaceta del Arte.

¿Y que decir de los personajes populares laguneros? ¿Recordamos la mezcla perfecta de surrealismo y realismo mágico –habría que inventar una palabra para definir este estado mesturado- que significaba Alberto “El Medallas”, con su chaqueta negra y el pecho cuajado de condecoraciones y cruces varias, dirigiendo solemnemente el tráfico en los alrededores de la Concepción? ¿Y que decir del barbero Maestro Fariña que embulló socarronamente a un crédulo mago de algún lugar perdido de la Anaga lagunera a plantar fideos y regarlos a diario para que crecieran? ¿Y del General Fagón que, cuando crecía el barranco de La Carnicería con las lluvias, llamaba a gritos pidiendo el auxilio de un “practico” pa’cruzarlo, o de su inseparable compañero Daniel el Güevudo, de Elvirita –imagen especular de la grancanaria Lolita Pluma- o de…….? Son tantos que llenarían una enciclopedia popular.

Un último ejemplo de puro surrealismo lagunero. Allá, en el primer tercio de los 60 del pasado siglo, la piqueta inclemente echaba abajo hermosos edificios laguneros para convertirlos en solares. Así sucedió con el edificio modernista y bello del Casino de La Laguna que, aparte de la sociedad, albergaba también el “Bar Alemán” con aquella sabrosa ensaladilla blanca, servida por un circunspecto Federico Salamanca con su corbatita de pitigüey sobre su impoluta chaqueta blanca y donde -como también en el Ateneo- se celebraban los bailes estudiantiles de la tarde/noche de San Diego. En esa baraúnda de derribos urbanos, la presión de la constructora de la entonces Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Santa Cruz de Tenerife –hoy CajaCanarias- decretó la muerte civil de las “Galerías Macías del Toro” que ocupaban la planta baja del edificio de la Calle Carrera, junto al Hotel Aguere y frente al ya centenario Teatro Leal. Sería para el progreso, supongo, y para lucir un hermoso balcón canario de arriba a abajo de la fachada, uno de cuyos pisos compraron y ocuparon mis padres y, hoy, sigue en él mi hermana May, pero alguna pequeña parte de nuestra intrahistoria se fue proa al marisco.

En aquella entrañable galería de arte, arropada por el bar que tenía hacia la calle en la parte delantera Toñi Macías que rivalizaba con “El Congo”, -enfrente y pegado al Leal- y sede de otros artistas como Erik Cichosz o personajes como el fernandino William Jones, era donde exponían los artistas laguneros de mi echadura, como José Luis Fajardo, Meco, Pepe Hernández Abad…. y algunos foráneos como los primeros trabajos del ya desaparecido Eduardo Urculo, entonces recién llegado a Aguere desde el destierro franquista en los cuarteles coloniales del Aaiun.

Urculo, luego famoso por sus pinturas y esculturas –de las que es una buena muestra “Equipaje de Ultramar” colocada en la antigua Plaza de los Paragüitas de Puerto Cabras- pero en ese entonces joven y desconocido, inauguraba una de sus primeras exposiciones de pintura. Esa presentación fue una muestra más de este surrealismo vivencial omnipresente en ésta Canarias nuestra. Quiero recordar la inauguración –la fecha ya se me ha borrado del magín- pero la vivencia persiste. Los asistentes eran casi todos amigos, muchos morando ya entre las estrellas, Eduardo Westerdahl con Maud, Pérez Minik, Arozena, Carlos Pinto, José Manuel Cervino, los hermanos Fajardo, Pepe Abad, Toñi Macías, Daniel Piñeiro, Luis Junco……Para llenar algo más una sala que era muy grande, Urculo salió a la calle y, con la promesa de una ronda de buen tinto tacorontero, reclutó a los vinófilos, abundantes en la vieja Aguere, trayéndose a los que estaban en el bar de Toñi, en El Congo, y en todos los alrededores, incluyendo algunos críos a los que prometió caramelos.

Fue todo un éxito de un atento público -pendiente del estipendio final en especie- y, al terminar, se dirigió Urculo a su tocayo Westherdal –que lo influyó de tal forma que hasta hizo un inciso en su pintura de “expresionismo social” para hacer unas obras abstractas- y le dijo: “Esto no le pasó ni a Bretón cuando estuvo en La Laguna”.

Francisco Javier González

Gomera a 11 de diciembre de 2015

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Andrés Ramón Espinel Guadalupe nació en Tindaya en noviembre de 1855, primero de seis hermanos que, anualmente, traía al mundo Rosa Guadalupe. Lo llamaron Ramón por su padre, Ramón “Majalulo”, pero lo de Andrés se lo impuso el señor cura cuando lo llevaron, pasado unos días, a cristianar a Tetir, cabeza del municipio. Era víspera de la Fiesta del Agua en que los parroquianos iban en bullanguera procesión, hasta La Crucita, a las ruinas de lo que fue la ermita del santo que traía la lluvia. Era una jurria de gente, toda alboriada soltando ajijides y cantando porque ese año no habría que penar a San Andrés ya que se presentaban barruntos de agua. Aunque llevaba años sin llover, esta vez, al menos aparentaba que el santito podía cumplir el cometido para el que lo designaron por elección los vecinos, hacía tantos años que nadie sabía cuando fue. Incluso alguno decía que fue en una asamblea que hicieron pa’elegir un santo mediador cuando llegaron los españoles a Tindaya y se pasó sin llover varios años.

Ramón Majalulo era, por estirpe, acañado, largo como un cangallo y delgado como un calasimbre, pero fuerte y duro como la piedra de la sagrada montaña a cuyo pie había nacido. Criado con gofio de cosco y leche de cabra, carne machorra de San Juan a Corpus, potage de chícharos con rodilla de cabra salada y ralas con aguas de pasote, era hombre pa’romper un mundo. Aún galletón se casó en 1875 con María Morales de La Matilla. Algo habrían hecho porque a los siete meses escasos nació Diego Ramón. Lo cristianaron como Diego porque el señor cura les dijo que San Diego  era el único santo que había pisado Canarias y que fue en su día el jefe o algo así del convento franciscano de Betancuria, aunque el convento llevaba más de 20 años cerrado y su último cura, el padre Francisco Gómez, otros tantos de muerto y enterrado.

Dieguito Majalulo no salió tan acangallado como su padre. Desde chinijo era más macizo, más tacho, pero era un jiribilla, brincón como el rabo cortado de una lagartija. Era el mejor tirando piedras en una guirrea o jugando al pallollo con todo el pandullaje de chinijos de Tindaya que, por la emigración  huyendo de las hambrunas, cada vez eran menos, pero era muy padrero y, cada vez  que veía que se calaba la montera y agarraba el astia se le pegaba a los calzones para salir con él. Los días grandes de Dieguito eran las apañadas y el ayanto de carne machorra y batatas coloradas sancochadas, de aquellas encarnaditas que venían de Lanzarote. De escuela nada. En toda la isla solo había una en Puerto Cabras y solo tenía dos niños gratuitos. El cura los enseñaba, además de la doctrina, a malescribir una especie de firma que, pa’cuidar cabras jairas, era suficiente. Tras Dieguito fueron naciendo sucesivos chinijos hasta cuatro. Ramón Majalulo cuando le preguntaban como los sacaba pa’lante, muy cachazudo, respondía “Con una cabra pa`cada uno ahora que todos caben bajo un jarnero”.

Fue por el cosco por lo que se mudaron pa’Guisguey. Había que patear la costa pa’recogerlo y con problemas. Antes, en la Dehesa de Guriame se pastaba el ganado libremente y el pueblo cogía las plantas de roferofe libremente, las secaba y de las vainas, remojadas en los charcos de marea que hacían de lavaderos, se recogían las semillas que, después de bien remeneadas con el remijiquero en el tostador de barro, se molían en la piedra que toda cocina tenía y ya estaba el gofio. Las plantas secas se quemaban pa’sacar la barrilla que compraban los ingleses pa’los jabones o se usaban las piedras en las casas al lavar las ropas, pero esos tiempos se habían acabado.

Todo el mundo sabía lo que había pasado en la Dehesa con el mayorazgo de los llamados Señores de Fuerteventura, que venían de los Saavedra. Lo tenía ahora una señora de los Benítez de Lugo que vivía en Tenerife, en La Orotava, y esa señora arrendó la Dehesa, que siempre había sido comunal, a los hermanos García del Corral, de Yaiza en Lanzarote. Los alcaldes reales y los síndicos personeros de La Oliva, Villaverde y Lajares protestaron y llevaron pleitos ante la Real Audiencia en Las Palmas que dio la razón a los Señores y no les concedió ningún derecho ni al pasto ni a la barrilla. Embriscados y azuzados por el cura Rafael de Cubas, se reunieron unos 400 mahoreros con sus palos, macanas y garrotes y apresaron al administrador, uno de los hermanos del Corral, Manuel, que era capitán de milicias, con el propósito de embarcarlo pa’Lanzarote desde Corralejo o, en último remedio, emborearlo por cualquier barranco. El Coronel y Gobernador Militar –consiguió el título al casarse con “la Coronela” Sebastiana Cabrera- Francisco Manrique de Lara del Castillo, mandó a las milicias para que apresaran a los promotores de la revuelta. Más de 30 de los alzados terminaron en las prisiones de las fortalezas militares de Caleta de Fustes y del Tostón, entre ellos los alcaldes y personeros que habían iniciado las vías legales que se pasaron unos cuatro años en esas prisiones.

Es por eso, por la mayor cercanía a las costas por lo que se mudaron a Guisguey. Los cachillos de terreno que tenía por El Time, estaban con las gavias cuarteadas de resequías y los nateros encalichados, que no daban ni cerrillo ni cornicales pa’las cabras. No le importaba dejarlos balutos porque daba lo mismo. Desde Guisguey era más corto el camino a la Playa de Las Lajas. Recorrían, mariscando, pulpiando, embroscando con leche de cardón algún charco, cogiendo cosco o echando algún lance a caña desde Punta Roja y Barlovento a La Entradita o Los Lapios y hasta el Barranco del Machete pero, en verdad, ni recorriendo la isla sacaban pa’comer.

Ramón Majalulo sabía que los alcaldes reales de los tres municipios de Casillas del Ángel, Tetir y en especial el de Puerto Cabras, recién elevado a capital de la isla en detrimento de Betancuria, habían solicitado al gobierno de España a través del Jefe Superior Político de Canarias que se perdonaran las contribuciones dado el calamitoso estado de la isla con 10 años de sequía. Se reiteraban más tarde todos los ayuntamientos isleños en la petición, e incluso se sumaron los de Lanzarote también afectados, presentando las alegaciones de ambas islas ante el Juez de Primera Instancia radicado en Teguise. Súplica tras súplica. Era tanta la miseria que los regidores de Puerto Cabras solicitaron, en 1878, la ayuda del Fondo de Calamidades que el gobierno español tenía para estos casos extremos. En un gesto de magnanimidad inusual, el gobierno de España concedió una ayuda de, nada menos que 1.500 pesetas, pero esa ingente cantidad de dinero no llegó a Puerto Cabras hasta 1884 y se emplearon en 1885 en el arreglo del cementerio y de la plaza de la iglesia.

El regidor Antonio Alonso del Castillo pregonaba a quién quisiera oírlo que “la isla se quedaba sin agua, sin yuntas y sin hombres” y que de los 552 habitantes de Puerto Cabras del censo del fin de año de 1877 solo quedaban 174 habitantes de hecho. Igual sucedía en todos los pueblos de la isla. No solo los hombres, las familias en masa emigraban. El hambre era muy negra y para agravarla vinieron los cigarrones berberiscos a acabar con lo que quedaba vivo en los terrenos. Fueron tantos los que se fueron a Las Palmas -que empezaba a construir los muelles  del Puerto de la Luz- y los que partieron pa’Tenerife a la agricultura, que causaron la alarma del Jefe Superior Político de Canarias que, desde Santa Cruz, indagaba las causas de la avalancha de mahoreros que llegaban a Gran Canaria y Tenerife, pero la mayoría de los emigrados no se quedaban en las islas. Salían hacia Uruguay contratados como colonos a la Banda Oriental que llevaba menos de 50 años de vida independiente.

Ramón Majalulo conocía a muchas de las familias de Tetir que se habían ido pa’Uruguay.  De Tetir mismo se había ido José Travieso con su mujer, Antonia Jorge –que era medio curandera y tenía mano de santo pa’l padrejón, el pasmo y el pomo virado- con sus 5 hijos y Francisco Marichal con Isabel Hernández y sus 4 hijos. De Los Estancos Juan Cedrés Oramas con Dominga Abreu, y sus 7 hijos además de Rafaela Gutierrez “la Viuda” con 6 hijos y Rafael Martín con Marcelina Bravo y sus 9 hijos. A Ramón le costaba convencer, a pesar del permanente jilorio que reinaba en la casa a María de arrancar la caña pa’las Américas. Pero cuando su vecino de Guisguey, que era un maestro del timple y con el que se echaba los pizcos de ron cuando había menester, José de León Rodríguez y su mujer Francisca González Rodríguez, buena cantadora y que bailaba como nadie el sorondongo en los bailes de taifas que se hacían por San Pedro, vieron que su única salida era la fugona pal’Uruguay.

Había en Lanzarote agentes, como los hermanos Morales, que además eran dueños de un par de bergantines y consignatarios de otros como el “Gloria”, el “Indio Oriental” o el “Uruguay” de Francisco Rey de Las Palmas que hacían la travesía a Montevideo, concertaban las contratas para nuevos colonos. Antes de gestionar los pasajes fue Ramón Majalulo a Puerto Cabras a consultar con Don Juan Cabrera, un hombre letrado que escribía y leía las cartas de los indianos a las familias y hacía las peticiones pa’los juzgados y las autoridades, para que le aconsejara y le arreglara la contrata. D. Juan le contó, amigable, su visión de la situación: “La barrilla ya no sirve sino para el cosco, la cochinilla se va pa’l carajo y agua ya no hay ni pa’lavarse el jocico. Aquí, además de los cigarrones moriscos, no pueden vivir sino los curas, los coroneles y los funcionarios que nos manda el rey desde la metrópoli ”y continuó: “Fíjese Cho Ramón lo que pone este periódico llamado El Constitucional sobre la fugona p’América de los mahoreros” y leyó un pedazo del artículo, pero lo que se quedó en el magín a Ramón fue  que “de seguir emigrando como ha comenzado, pronto, la isla de Fuerteventura se borrará del número de las islas habitadas del archipiélago canario”.

 Manuel vendió la casa y el alpendre de Guisguey, los pedacitos de El Time, los que tenía María en La Matilla, el poco ganado que le quedaba, regaló los aperos y los jierros del ganado, usó las tablas de la cama para fabricar dos maletas y salió con toda su gente p’Arrecife y de allí pa’Montevideo. Cuando el bergantín perdía de vista las islas comentó con María: “Ya ves, mujer. Llegaron los españoles se quedaron con las islas, pusieron a los coroneles a regentarnos y se hicieron ricos pero, a nosotros, los mahoreros, como decía el periódico que me leyó Don Juan Cabrera, terminan por echarnos. Pues sabes lo que te digo, que si no tienen quien les cultive la tierra, que coman cosco que donde vamos hay buen trigo y buenas vacas” y terminó, con algunas lágrima pugnando por salir “¡Ahí se quedan que yo seré Majalulo, pero no me afucho como camello!

 Francisco Javier González

Gomera a 2 de diciembre de 2015

«En realidad este cuento tiene más de historia real que de cuento. Los personajes son ficticios pero, en este caso hay que decir que «cualquier parecido con la realidad es algo más que una coincidencia» como los canarios en la construcción del primer ferrocarril de América Latina -incluso antes que los de España- incluyendo la muerte del niño de 13 años Francisco Rufino y su madre o la construcción de El Vedado donde, por cierto, nació una buena parte de mi familia materna -también una majuga- en la primera quincena del siglo pasado.»

El viejo Cho Juá Martín “Niñito” tuvo una jurria de hijos. Fueron naciendo, a uno por año. Eso fue después de que pasara unos años en la capital de Cubita la Bella agenciando algo de plata con que volver pa’la tierra y mucho después de que terminara con la contrata cubana, allá por 1838, a poco de inaugurarse  el primer tramo del “Ferrocarril La Habana-Güines”.

Lo de “Niñito” no le venía de familia. Su padre, pinochero y recolector de resina de los pinares grancanarios, con unos llanillos de papas y coles y una manadita de jairas como todo capital, era conocido como Juan “Colingo” por su procedencia de Los Helechillos de Tejeda. Hombre recio y algo candray pa’moverse, se levantaba desde que los gallos principiaban a cacaraquiar, se calaba la cachorra hasta las orejas pa’matar el frio cumbrero y, tras entonarse con un pizco de cañaparra, pegaba a trabajar como un burro para lograr meter algo de comida en el cuerpo y cubrir con cualquier jaique a la bambolla de hijos que tenía con Merceditas Santana. Cuando se enteró de los contratos que ofertaban para Cuba se dijo que ya era hora de que el mayor saliera para La’Bana. La pobre Merceditas, que pa´los hijos era como una gallina clueca, jarbaniando de un lado pal’otro, lloraba a moco tendido por la partida  para La’Bana de Juanillo. Para parar la llantina Juan Colingo le decía “cállate mujer, que ya no es ningún niñito” y Niñito se quedó Juan Martín.

Niñito salió, con 13 años, como uno más entre los casi mil canarios que, contratados por la empresa cubano-catalana de  “González y Torstall”, especializada en la importación a Cuba de trabajadores y de tasajo de cochino para alimentarlos, se encargaron durante más de dos años de construir los primeros 27 Km del “camino de hierro” que separaban La Habana de  Bejucal, a mitad de camino hacia Güines, rellenando ciénagas, rebasando lomas y construyendo puentes, todo ello para construir el primer ferrocarril de la América no gringa y para el mayor beneficio de los poderosos dueños de los ingenios azucareros.

 No era el único de esa edad en la partida. Uno de sus compañeros, Francisco Rufino, también con 13 años, fue reclamado por su madre ante el Real Consulado para que regresara a Canarias porque, tras seis meses de duro trabajo y enfermo, no había cobrado ni un céntimo y adeudaba aún 40 pesos de “los gastos de pasaje y mensualidad de médicos” que cobraban González y Torstall. Se  le denegó el permiso, murió, y los restos de Francisco Rufino han pasado a los osarios comunes de los más de 300 canarios que  dejaron el pellejo en la obra o en el trayecto.

Niñito contaba a sus hijos que la Compañía de los de González y Torstall eran unos auténticos bandoleros explotadores de los canarios. Claro está que contaban con el apoyo del Gobernador y Capitán General español de Cuba, el general Francisco Dionisio Vives y del Presidente de la Real Junta de Fomento de La Habana, Martínez de Pinillo, Conde de Villanueva o, lo que es lo mismo, con la protección absoluta del Ejército español en la isla. Contrataban a la gente en las islas con un sueldo de 9 pesos mensuales, cama y comida, por 16 horas diarias de trabajo. El contrato se hacía por un período de dos años, pero del salario tratado se descontaban los gastos de pasajes, permisos, y una mensualidad para pagar posibles gastos médicos por accidente, mientras que los trabajadores asalariados no contratados en Canarias, incluyendo los negros libres, cobraban de promedio unos 20 pesos mensuales. La Compañía había contratado a los isleños en régimen militar, así que el abandonar el puesto de trabajo se consideraba como deserción con pena de cárcel o fusilamiento, a pesar de lo cual casi un centenar se dio a la juyona y se hicieron cimarrones mientras otros terminaron el contrato en la Prisión de Belén.

Así que a Cho Juá, al final de cada año que pasó en la Compañía, le quedaron unos 12 pesos libres y, con algún cáido que apañó, salió pa’LaBana con una treintena de pesos en el bolsillo. En La Habana trabajó como un descosido, extramuros de la ciudad, en las construcciones que empezaban a crecer en La Chorrera y la Quinta de  El Vedado a la vera del rio Almendares, terrenos que sus propietarios Domingo Trigo y Juan Espino pretendían urbanizar. Tras esos años y ya en 1853, con treinta años, una decena de onzas y otra de centenes de buen oro arrollados a la cintura, volvió para Tamarán a casarse con Esperancita Mascareño y traer guañocos al mundo. Al primero que nació le puso Rufino de la Virgen de la Caridad del Cobre en recuerdo del pobre muchachito muerto en la ciénaga cubana, por lo que la gente lo llamaba Rufinito “Cachita” por lo de la dichosa virgen. Al segundo, en honor del viejo Juan Colingo, lo llamaron Juan de Dios y para todo el pueblo pasó a ser Juanito el de Niñito. Al tercero lo llamaron Rosario para que, al llegar la época de llamarlo a quintas confundiera a los puñeteros militares y, por la misma razón, al cuarto lo cristianaron como Monserrat. Después vino Merceditas y luego Cristo Jesús de la Buena Muerte.

 Mauro cumbrero como era Niñito, con los centenes compro unas tierras por Ayacata cerca de unos caideros que portaban buenas aguas en invierno, y se mudó a las Tirajanas, a los pies del Nublo, con toda su jarca. A Rufino de la Virgen de la Caridad del Cobre o Rufinito Cachita le tocaba el sorteo de quintas de 1873, a sus 19 años, en plena Guerra Grande de Cuba. Niñito estaba encorajinado con los del Ayuntamiento por lo que no quería pedirles que lo pasaran por alto, como hacían con muchos aunque luego estaban toda una vida cobrando el favor, por lo que las opciones eran pocas. O pagar las 1.500 pesetas que costaba la redención de quintos o la sustitución por otro. En cualquier caso eso eran 375 pesos de los ganados con sudor en Cuba, más de los que trajo en su faja y que había invertido en Ayacata, por lo que quedaba descartado. La segunda era la escondida como prófugo por los montes y haciendas de la isla, que bien aprovechaban los terratenientes para mano de obra cuasiesclava. La tercera era América.

Rufinito tal vez hubiera optado por Venezuela, ya independiente y llena de isleños “blancos de orilla”, pero los recuerdos de Niñito y la seguridad de que D. Juan Espino se acordaría de Niñito y lo acotejaría en cualquier trabajo decidieron la cuestión. Rufino de la Virgen de la Caridad de Cobre partió ilegalmente pa’LaBana en Cuba en un correo de los de la “Compañía de Vapores Correo Antonio López”. En el puerto y a la espera de Chano Bocatuerta, un camarero amigo de la Isleta que lo iba a introducir de matute al barco, Rufinito oyó que de un grupo de quintos que embarcaban también pa’Cuba, pero a la guerra, salía una canción entonada con profundo sentimiento acompañando a un timple.

Tengo un hermano en La Habana,

dicen que insurrecto es.

Voy a luchar por la patria:

si lo encuentro ¡madre mía!

¿Qué es lo que debo hacer?

Al oírla, Rufinito se preguntó ¿de qué carajo patria habla el mauro ese? ¿de la que deja que el Agustín del Castillo López de Vergara y no sé cuantos apellidos más se quede plantando flores rarasy tomates pa’su recreo en su hacienda de San Ignacio en Jinamar y yo, pa´quedarme en Canarias y plantar unas papitas en Ayacata, tendría mi padre que vender todo lo que tiene y endrogarse con algún cabrón prestamista y poder pagar mi redención o sustituirme por algún primo de los Colingos?  Pues esa no es mi patria. Esa es la del Conde y su pandilla.

Ya cuando llegó a Cuba,  el poblado extramuros de El Carmelo y el Vedado estaban en pleno desarrollo al añadírsele las tierras del Conde de Pozos Dulces. En memoria de Niñito, D. Juan Espino le ofertó, en arriendo por 6 pesos mensuales, un local en la incipiente calle de la Línea que corría paralela a la línea del habanero tranvía tirado por caballos. Rufinito Cachita echó sus cuentas y vio que 6 pesos fuertes serían unas 30 pesetas de España y cerró el trato. Puso una panadería  en que fabricaba pan y casabe y una pulpería, aunque como vendía toda clase de comestibles la llamó “La Bodega de Niñito” recordando a su padre.

A los cinco años el negocio se había desarrollado y comenzaba a ser mucho para defenderlo solo, además de tener que atender a la valla de gallos que estaba colocada al lado de la bodega. Los negocios tendían a mejorar ahora que se había firmado la Paz de Zanjón. Seguía soltero, aunque medio ennoviado con una gomera que servía en un hotel de La Alameda, y resolvió escribir a su padre para que uno de sus hermanos viniera a ayudarle.  Así fue como Cho Juá Niñito se libró de Juan de Dios –Juan el de Niñito- que era algo bamballo y se pasaba el día debruzado sobre cualquier mesa y parecía tener un santo temor a guatacas, sachos, tazañas y demás herramientas de tortura, lo que aprovechaba Esperancita pa’espetarle a Cho Juá “Vés. Este tiene sangre de los Colingos de verdad”. Arregló las cosas, le fabricó una maleta con madera ligera y lo empaquetó pa’LaBana.

Na’más llegar a la pulpería Juan el de Niñito se dio un fuerte cancharazo con un pipote de melaza de caña. A partir de ahí le dijo a Rufinito: “Hermano. Esto no está jecho pa’mi” y le entró tan fuerte calabernada para volverse Canarias que el pobre Rufino, harto del guineo, agenció los pesos necesarios y lo remitió de nuevo a la casa paterna en el “San Ignacio”, vapor que acababa de comprar la Compañía Trasatlántica sobre todo pa’transportar soldados desde España y desde Canarias porque se barruntaba nueva guerra.

Juan de Dios, el de Niñito, de regreso en Ayacata. Todas las mañanas se plantaba en la Plaza de San Bartolomé y escarranchaba su cuerpo aboyonado en un banco, haciendo pareja-dispareja junto al cangallo de Ereneito Santurrón, que había sido sorchante  en la Catedral de Santa Ana en la capital. Allí pasaban la mañana contando rebereques y mirando pa’las muchachas a la espera de algún paisano que los invitaran a café o a un pizco. Si alguien le ofrecía a Juan algún cancamito, por suave que fuera, la contestación invariable   era: “¿trabajar yo?¡Bastante que me jodí el cuero en Cuba!

De ahí que Juan de Dios pasara a ser de Juan el de Niñito a ser Juan Jadario.

Francisco Javier González

Gomera a 5 de noviembre de 2015.

Cuando Nicasio  Suárez regresó de la Guerra de España ya tenía sus primeras dos hijas y Demetria traía una nueva cada año. Con tantas hembras en casa, con unas escasas eretas con más arrifes que tierra para cultivar, un goro con una cochina negra que, para cubrirla, su compadre Sebastián  prestaba al hermoso chancho macho, padre de casi todos los lechones de la vecindad, media docena de gallinas jabadas y unas cuantas jairas que ordeñar como todo capital, difícilmente se podía dar de comer a todas.

Verdad es que hay personas que nacen con estrella y otras que nacen estrelladas de antemano. Nicasio era de estos últimos. Macheteando una penca de palma para separar el pírgano y pelarlo pa’la comida de las jairas, le saltó el talajague y le vació el ojo izquierdo. Él, que había pasado por todo el fogueo del Ebro en España sin un rasguño, perdió al siguiente año el derecho cortado por una hoja de una mata de millo-chorro. Eso es nacer estrellado. La única suerte fue que le dieron la oportunidad de vender el cupón del “parahoy” por las calles laguneras

Así fue como Clemencia Suárez, a sus recién cumplidos 13 años, cogía el caminito todos los días a primera hora por los llanos de El Rodeo  hacia Aguere, llevando de la mano a Nicasio, envuelto en su manta esperancera, hasta la “oficina” del cupón “pro-ciegos” frente a la Iglesia de Santo Domingo, lo lazarilleaba por las frías calles laguneras y, a las seis, devueltos los sobrantes y cobrada la escasa comisión de los vendidos, regresaban al Barranco Las Lajas.

Algunas perrillas más se agenciaba Demetria vendiendo los huevos de las jabadas, algún queso, amulán y leche mecida si se la encargaban,  los baifos paridos por navidad y los lechones cuando cogían algo de peso, manjares todos ellos que la majuga de hijas veía salir de casa sin catarlos, salvo algún viejo gallo que se mataba pa’la Noche Buena o la carne salada, guardada en un tajoque de pitera, la manteca y los chicharrones cuando se mataba una cochina ya baqueteada al sustituirla por una lechona. Se puede entender que la pequeña casa del Barranco Las Lajas era la morada del perpetuo jilorio, matado con ralas de gofio en aguas de pasote o greña millo de desayuno y de caña santa o magdalena, suavemente calentada al rescoldo que guardaban los teniques, para la cena y, sobre todo, con los escachos de papas sancochadas con mojo picón al regreso al atardecer.

Dos años del cotidiano recorrer las calles de Aguere dieron a Clemencia el conocimiento y el valor de dejar atrás la casa del Barranco, con Nicasio a cargo de María del Carmen –la hermana que le seguía en la serie- y empezar a buscar un lugar donde trabajar. No eran esos años 40 propicios para los trabajadores y, mucho menos, para las trabajadoras. Las muchachas aspiraban a colocarse en una casa y solicitaban como pago la comida diaria, un lugar donde dormir y alguna ropa en mediano estado de uso y, con esos objetivos en mente, Clemencia empezó su recorrido urbano.

Primero fueron las grandes casonas laguneras de dueños con rimbombantes y sonoros apellidos, con puertas acristaladas al fondo de profundos y sombríos zaguanes y anchas escaleras que el caruncho empezaba a llenar de agujeros. A la puerta salía siempre una criada, chacarona, encofiada y estirada, consciente de su nivel social superior al de la mocosa que, apretando sus manitas p’aliviar el padrejón que le producían los nervios, si le ofertaban alguna posibilidad de quedarse en el último escalón del servicio, preguntaba muy seria “¿Y en esta casa, al comer, como enfrían el potaje?” Las respuestas oscilaban desde la más elegante que recibió en casa de un supuesto marqués –“¡Como va a ser. Revolviéndolo con la cuchara! a la más común de “¡Soplando, tonta!” Clemencia, con su eterno jilorio acuciándola, las fue despreciando una a una y bajando cada vez un poco más en la escala social.

Así llegó hasta la casa de Fulgencio Martín, uno de los “Barrenitas”, dedicados todos ellos a la fontanería o la  latonería. Fulgencio “Barrenita” tenía su taller por una trasversal a la calle San Juan, cerca del trapiche de caña y la fábrica de botellas y, en la trasera del taller, la vivienda con su mujer, Candelaria, y su hijo pequeño Luis. Candelaria trabajaba como limpiadora en el Ayuntamiento en la Plaza de Abajo y vio como un alivio la posible ayuda de Clemencia para echarle un ojo a Luis mientras trabajaba en la casa. Le dijo a Clemencia que podía contar  con una cama turca en el cuartito que estaba en el patio trasero, con alguna ropa y con la comida y allí surgió, como siempre, la pregunta de Clemencia: “¿Y en esta casa, al comer, como enfrían el potaje?” La rotunda respuesta no fue de Candelaria. Fue de Fulgencio “Barrenita” “¡Como coño va’ser. Echándole gofio!”

Clemencia, al cabo de unos años se caso con uno de los hermanos “Barrenitas”, Antonio, hojalatero que compraba a real las latas vacías del aceite de oliva que venía de España  y a perra gorda las de leche condensada. El taller lo tenía en la calle Chávez, cerca del tejar y, como en la de su hermano, la reina de la parte trasera, la vivienda,  era Clemencia que usaba la cocina para fabricar aquellos rosquetitos fritos laguneros que luego, los viernes por la tarde, a las horas en que la gente iba de visita al Cristo, los vendía al lado de  los Portales de la Plaza.

Cada viernes que Luis pasaba por allí, en busca del sabroso rosquete, sabía que Clemencia le iba a preguntar “Luisito. ¿Cómo enfrías el potaje en tu casa?” y, antes de morder la golosina, daba la esperada respuesta ¡Tía. Como coño va’ser. Echándole gofio!”

Francisco Javier González

Gomera, 16 de octubre de 2015.

Siforia Chinea era del Norte de la isla, no recuerdo bien si de Tamargada o de Macayo. Tal vez de Epina, porque olía a brezos en flor y fayas cuajadas de creces cuando bajaba a la Villa, cargada sobre el ruedo a la cabeza, con un gran cestón de caña lleno, unas veces de peras sanjuaneras, otras de duraznos, pequeños y dulces y, por los días de otoño, con castañas que vendía casa por casa o cambiaba por pescado a los marineros de bajura.

Su hijo, Ramón –al que llamaban Moncho Guanil- también portaba el apellido Chinea como un blasón de la soltería indómita de su madre. Trabajaba de cabuquero en los túneles del norte y, como la mayoría de aquellos que dinamitaban la dura fonolita de la isla, estaba afiliado a la CNT. Cuando los cangrejos armados de Hermigua y los militares asaltaron el cuartel de Vallehermoso, Ramón pasó a ser uno más de los “huidos” gomeros, con la suerte de no terminar apotalado o enterrado en una cuneta perdida como otros. Partió en uno de aquellos muchos veleros que arribaban a las costas venezolanas y sus ocupantes eran encerrados un tiempo en El Dorado, hasta que lograban lo que les impulsó al exilio: la libertad.

Siforia nunca recibió carta de Ramón. Preguntaba a todo indiano que regresaba por “El Guanil” y, a veces, alguno le daba noticia de que lo habían visto por Aragua, otros decían que por Cagua e incluso alguno lo colocaba viviendo abarraganado por la Mucuy. Solo rumores a los que no hacía caso porque sabía que Moncho estaba, seguro, en otra isla con nombre de mujer y flor de la que un indiano le había hablado, de playas soleadas llenas de palmeras y muchachas jugando con las olas.

Siforia se fue, poco a poco, empequeñeciendo de cuerpo y aniñando de espíritu. Un día de San Juan no la vieron los que, portando alegres ramos de flores y frutas, iban cada acano a la playa a ver bailar el sol en su salida. Ese baile de Magec llenaba de alegría el ánimo de Siforia porque, estaba segura, que allá en Margarita estaría Moncho bailando con el sol en la dorada playa. La buscaron en vano y con los años todos fuimos olvidando a la vieja Siforia. Alguno incluso insinuaba que se había ido nadando hacia Margarita.

Años después, un  maestro, venido de Tenerife, aficionado a la arqueología y buen conocedor de las costumbres guanches, encontró bajando el barranco de La Iguala desde Casas de Jagüe, una cueva en un ancón que le llamó la atención. Estaba cuidadosamente tapiada con piedras que se iban curvando hacia adentro a medida que subían hacia la bóveda de la cueva. Tal y como si se hubieran cerrado desde dentro. Caía casi la noche y decidió volver al día siguiente, fiesta de San Juan, a primera hora. Llegó a la cueva casi aún de noche y fue laboriosamente desmontando la pared. Solo llegó a la mitad cuando vio, mirlado y sonriente, un rostro apergaminado y, al pié del xaxo de la vieja Siforia, un gánigo con una mancha oscura, de leche vieja, en su fondo. En ese momento, desde la cercana Playa de Iguala, unos niños veían bailar al Sol.

Francisco Javier González.

Gomera a 9 de octubre de 2015