Artículo publicado por Luis Alemany en Cuadernos Hispanoamericanos nº 303.

Este trabajo recoge las dos lecciones que pronuncié en la Universidad Internacional de Las Palmas de Gran Canaria durante el mes de agosto del año 1973. El carácter monográfico que sobre el tema de la narrativa canaria se propuso por parte de todos los participantes en el curso me dió la oportunidad para desarrollar con una cierta amplitud unos problemas que – por excesivamente concretos y particulares – escapaban a otros contextos más amplios y generales. Al publicarlos aquí, he respetado absolutamente su primitiva estructura verbal, limitándome tan sólo a puntualizar en una serie de notas bibliográficas las imprescindibles referencias complementarias.

Agosto de 1974.

I

En estas cuestiones de la literatura – o, si se prefiere, del arte en general – no cabe duda que la proximidad es uno de los peligros mayores que se pueden correr. Digo esto, porque el título de este trabajo amenaza conducirnos casi, casi, de inmediato a la presencia de una doble proximidada. En efecto, al referirnos a la narrativa canaria de posguerra nos estamos enfrentando automáticamente con algo demasiado próximo tanto en el tiempo como en el espacio.

A nadie se le oculta que esta última proximidad espacial, sería por sí sola tema más que suficiente para un extenso y profundo comentario, que si bien debemos abandonar (al menos por ahora) porque nos llevaría demasiado lejos, probablemente nos clarificaría una serie de cuestiones que todavía siguen encima del tapete. Recordemos si no el cúmulo de intentos para fijar, clasificar y definir la genuina esencia de la narrativa canaria que se han ido produciendo a partir de la reciente, confusa y malhadada aparición de eso que han dado en llamar boom: desde un sinfín de lucubraciones periodísticas, ora denostadoras, ora analíticas…, que de todo hay en la llamada Viña del Señor), hasta alguna rueda de prensa con pretensiones clarificadoras, pasando por ciclos de conferencias refrendadas académicamente por vías más o menos oficiales u oficiosas, o por la desusada atención de algunos de los más prestigiosos medios audiovisuales a nuestro alcance… Eso, claro está, sin contar con la atención dispensada al fenómeno por múltiples observadores foráneos, que las más de las veces eludían la difícil papeleta de investigarlo, con el fácil truco de darlo por existente antes de cerciorarse concienzudamente de su genuina naturaleza. En fin, que si después de tanto tiempo transcurrido, tanta atención dispensada y tantos y tan encontrados puntos de vista sobre un mismo fenómeno, la cosa sigue en el aire, si el juicio clarificador y sereno sobre la esencia de una supuesta literatura sigue pendiente de emitirse y sin trazas de que – por ahora – se haga, ¿cuánto no complicará más áun la cuestión la proximidad espacial, geográfica o idiosincrática del observador?: quiero decir, que si acercarse a cualquier faceta de nuestra literatura resulta tarea ardua y espinosa se haga como se haga, las dificultades aumentarán notablemente si el que se acerca a ello -yo, en este caso- pertenece de una manera o de otra a la comunidad en el seno de la cual ese fenómeno artístico se ha producido. Insisto en que pocas veces nos hemos detenido suficientemente sobre esta relativa limitación de la excesiva proximidad entre el analizador y el objeto analizado, que indudablemente se agudiza más y más a medida que puede convertirse en convivencia, en compañerismo o en amistad…; cuando el autor no es un libro, sino un anecdotario compartido, unos cigarrillos fumados juntos, unas copas – a veces muchas – bebidas cotidianamente, un roce físico habitual, es decir, la coincidencia de esta proximidad espacial con la proximidad temporal que nos ha impuesto la Historia en el caso concreto al que nos estamos remitiendo.

¿Qué duda cabe que sólo la distancia puede proporcionarnos la perspectiva necesaria para entender adecuadamente determinados fenómenos artísticos? No es preciso tampoco, en mi opinión, llegar a la frialdad analítica que desea aislar al objeto artístico-el libro, los libros en este caso-de todo aquello que en su momento lo rodeó. Sin embargo, entiendo que la distancia puede explicarnos mucho mejor, no sólo la literatura, sino también ese entorno en el cual se produjo, entre otras cosas porque ese entorno no coincidió jamás con el nuestro. La identificación de la distancia con el olvido es algo que, personalmente, sólo acepto con música de boleta; por el contrario, sus virtudes clarificadoras en estos espinosos menesteres las encuentro más que beneficiosas.

Y ante la ausencia de esa deseada distancia a la que vengo haciendo alusión, se comprenderá el respetuoso temor con el que me enfrento con algo tan impreciso como es la literatura canaria, y con una faceta por el contrario tan precisa como es la de los años de posguerra. Porque en esta consición cronología ineludible veo como una dificultad más para impedir las cómodas divagaciones que la crítica literaria permite a veces. No se puede negar que cuando los fenómenos literarios se encuentran inexorablemente vinculados a fenómenos históricos, adquieren irremisiblemente una significación para-literaria que será tanto mayor cuanto mayor sea la importancia que esos acontecimientos históricos poseyeron en el seno de la sociedad que produjo esa literatura. No es un axioma, claro está. A lo sumo un postulado. Pero un postulado que se viene confirmando a lo largo de los siglos con frecuencias capaces de desafiar materias tan serias como el cálculo de probabilidades. Y por eso, a pesar de la excesiva proximidad de esas fechas, a pesar de la carencia de una distancia mínima que permita que lo inmediato se vaya sedimentando, a pesar de la posible inmadurez de parte de la obra a la que nos podamos referir, debemos considerar estas obras como clásicas, si no literariamente, si sociológicamente, desde el momento en que constituyen, pese a quien pese, la respuesta más inmediata, utilizando para ello un vehículo expresivo exclusivamente artístico, a un momento histórico que posee por derecho propio la categoría de hito.

Me estoy refiriendo, claro está, a la posguerra; o mejor dicho, a las posguerras, o todavía mejor dicho, a la narrativa escrita por aquellos autores nacidos en Canarias, o vinculados estrechamente a ella, que vivieron su juventud en los años que median entre el final de una guerra (la nuestra: 1939) y el final de la otra (la de Europa: 1945). Se trata, en definitiva, de los narradores canarios nacidos a lo largo de la década de los llamados felices veinte, y de las significaciones de todo orden que su obra posterior pudo tener, vinculada-como lo estaba- a estos condicionamientos hermenéuticos de base. En septiembre de 1966, con motivo de cumplirse el primer aniversario de la muerte del escritor tinerfeño Julio Tovar, uno de los más significativos (en mi opinión tal vez el más significativo) de los hombres marcados por estos condicionamientos a los que estoy haciendo referencia; entonces, digo, publiqué un artículo titulado, tal vez un poco pomposamente, «El compromiso generacional de Julio Tovar» (en la Tarde, Santa Cruz de Tenerife, el 10 de septiembre de 1966). Si lo recuerdo ahora es precisamente para replantear aquí el concepto de generación, y para preguntarme hasta qué punto esta posible generación existe como tal. O, volviendo la oración por pasiva, qué elementos son necesarios para que una generación exista, para que sea algo más que una suma de accidentes biológicos individuales. Dejemos un poco de lado a Ortega y sus rígidos planteamientos aplicados inflexiblemente, y busquemos más bien el concepto de generación en una doble perspectiva complementaria: la cronología por una parte, y el espíritu de grupo por la otra. Detengámonos un poco a la luz de estos planteamientos.

Si escudriñamos la producción narrativa publicada en las Islas Canarias desde esas fechas de referencia hasta hoy, nos encontraremos con un nómina no demasiado numerosa: Pedro Lezcano, Julio Tovar, Isaac de Vegam Ventura Doreste, Rafael Arozarena, Carlos Pinto, Enrique Lite, Alfonso García-Ramos… y pare usted de contar. Apenas algo más de media docena de nombres con una obra narrativa de peculiaridades diversas no encontradas: desde el narrador ocasional (sin que esa ocasionalidad afecte por sí misma a la calidad de sus producciones), hasta el que carece de libro publicado; desde el poeta eventualmente narrador, hasta el narrador convertido en poeta…; raramente, en fin, el narrador exclusivo: de la nómina citada, tal vez tan solo Alfonso García-Ramos e Isaac de Vega pertenezcan a este último apartado. Ahora bien, ¿qué peculiaridades encontramos en este grupo, aparte de las estrictamente cronológicas (el mayor de ellos nació en 1920, el más joven diez años después) que nos permitan definirlo como tal? ¿Existe entre ellos ese espíritu de grupo al que antes hacía referencia? Volvemos otra vez al peligro de la proximidad con el que comencé este tema, y al fácil riesgo de deternernos en lo meramente anecdótico: quiero decir que una isla es muy pequeña, y dos también, que las aguas jurisdiccionales de los chauvinismos provincianos no se interfieren hasta ese punto, y que, en fin, no es difícil entre hombres de edades similares y aficiones coincidentes, el conocimiento, el trato, e, incluso, la amistad profunda o superficial. No pertenezco al grupo de los críticos hidráulicos, esos que, según el decir de Andrés Amorós, se pasan la vida buscando las fuentes, concretamente las biográficas; sin embargo, con los superficiales datos que poseo, me sorprendería saber que cualquiera de los escritores mencionados no cruzó jamás palabra con todos los demás. Pero y decía antes que eso sería deternernos en lo meramente anecdótico pretendiendo interpretarlo como trascendente. Se comprenderá que no reside en eso el espíritu del grupo que intento investigar. Tampoco dese buscarlo en condicionamientos sociales, pese a que casi todos ellos proceden de una burguesía más o menos pequeña, ni culturales, pese a que abunden los títulos académicos, ni tampoco laborales, donde la disparidad resulta significativa, ni siquiera ideológico, pues a pesar de la aparente homogeneidad de sus odios, un análisis a fondo de sus aficiones particulares – que no sería tan frívolo y gratuito como a primera vista puede parecer, ni muchísimo menos – proporcionaría un buen puñado de datos que pueden quedar para la historia menor de un futuro manual de literatura canaria.


Voy pag 612 último párrafo Continuará