Por Iñaki Urdanibia.

«El objetivo del arte es motivar la creación de una experiencia humana que supere el nivel de mera consignación»

El escrito marroquí, nacido en el Rif 1935 y fallecido en 2003, alcanzó el éxito, no en sus país en el que la censura hizo que sus obras autobiográficas hubieran de esperar años para ver la luz, era – como señalase Juan Goytisolo – un caso aparte en las letras árabes contemporáneas. Recuerdo sus primeras obras (El pan desnudoTiempo de errores y Rostros, amores, maldiciones) en las que narraba la situación de pobreza en el que había crecido, la violencia paterna que le hizo marcharse de casa a los once años y frecuentar los ambientes marginales, allá en donde anidaban la prostitución, las drogas y tráficos varios… deambulando entre Tánger, Orán y Larache, y la sombra de la crudeza de un Jean Genet acude de inmediato… « no sé escribir teniendo en la mente un pincel de cristal. El pincel ha de ser de protesta y no de adorno».

Ahora, la editorial Cabaret Voltaire, que está empeñada en recuperar la totalidad de la obra del escritor, ha publicado «La seducción del mirlo blanco» (2020), en la que se centra en cuestiones relacionadas con el oficio de escribir (como deja aclarado en el subtítulo que reza: Textos sobre mi experiencia con la lectura y la escritura ), dedicación a la que comenzó a entregarse cuando a los veinte años, analfabeto, se trasladó a Larache a estudiar y finalizados los estudios se afincase en Tetuán en donde se respiraban aires creativos y bohemios y en donde se encontró con Jean Genet, Tennesse Williams y Paul Bowles, que jugó un papel esencial de cara a darle a conocer en el mundo de las letras traduciendo su primera obra al inglés; «Pienso: ¡yo, el hijo de las chabolas y el muladar humano, escribo literatura y me la publican!».

Cualquiera que se haya acercado a los libros que he nombrado en primer lugar habrá observador que en la prosa del escritor se mezclan los tonos propios de la tradición árabe con sus abundantes lecturas – como el mismo afirmase – de Jean Genet, Albert Camus, James Joyce, Virginia Woolf, William Faulkner, Henry Miller.

Apodado entre sus amigos de niñez como el mirlo negro debido a «su vida entre cenizas de las chimeneas, el humo de los coches y el polvo de las azoteas donde dormía, abandonado y perseguido por el color negro que cubría su rostro con esas capas densas de tizne y polvo», como lo dice en su bello Prólogo, Muhydin Lazikani; frente a esta oscuridad, Chukri soñaba con convertirse en un mirlo blanco que volase de las infames condiciones que había padecido y fue a través de las seducciones de la escritura y la lectura las que le hicieron despegar.

No es difícil seguir las argumentaciones con respecto a sus obras y a las de otros, mas lo que sí que puede resultar tarea ímproba es intentar resumirlo, y ello debido a que sus reflexiones derivan por diferentes autores y sus obras, poniéndolas en contacto con las suyas, y no cortándose ni un pelo a la hora de mostrar su mordiente crítico con cruda sinceridad, del mismo modo que se permite ajustes de cuentas con algunos críticos que, según sus explicaciones, han tergiversado sus escritos. Todo ello va salpicado con los modos y maneras de escribir de distintos escritores con sus hábitos y manías, muchas veces realmente chirenes, al igual que traza líneas de fractura entre los escritores románticos y los pretendidos revolucionarios.

Las lecturas que realiza el escritor de diferentes autores (Naguib Mahfuz, Hemingway, Dostoievski, Camus, Sartre, Tolstói, Shakespeare, Fakfa, Casona, Proust, Joyce, Woolf sirven para desentrañar algunas de sus obras, Faulkner, Gombrowicz, Svevo, Gide, Nietzsche, Maiakovski, Huxley, Wells, Orwell, Mallarmé, Borges… y me dijo bastantes más, siendo que también es cierto que repito varios)sirven pera ajustar cuentas con algunos aspectos de ellos, que considera deficientes, o para mostrar su admiración u lecciones aprendidas de ellos. El interés del libro reside pues en los análisis de cantidad de luminarias del mundo de las letras, también para ver las influencias que en la escritura del propio Chukri han ejercido y así entramos en asuntos que conservan para el marroquí crucial importancia para su oficio de escribir y la ampliación de algunas características que juzga esenciales para producir una literatura que merezca la pena.

El camino se inicia con el tratamiento de los héroes por parte de diferentes autores, señalando que es de importancia que en su caracterización se dé una continuidad, algunos giros y cierta empatía hacia sus sufrimientos: en este orden de cosas no se corta a la hora de criticar las repeticiones, el aburrimiento, la monotonía y los anacronismos que detecta en el tratamiento de algunos héroes de Mahfuz, al igual que acude a las críticas que Tolstói realizó en cuanto a Shakespeare debido a las repeticiones (poco menos que de relleno).

Parte de cuál es su concepto de la experiencia literaria, «palabra creadora, la idea que prueba la existencia de algo o la niega, la acción que da cuerpo… cómo se consuma y como concluye», y analiza el abrazo a tres bandas en el caso de algunos de los escritores visitados, consiguiendo algunos que pasen a ser considerados verdaderos valores artísticos más allá del contexto en el que escribieron; repasa también al conjunto de autores que consideran la vida humana como una farsa (Gombrowicz o Svevo); no elude el detenerse en la importancia que algunos han alcanzado más por las cuestiones temáticas que por su técnica (Kafka, Huxley, Wells, Orwell, Nietzsche, Maiakovski, André Gide) y menciona a algunos escritores que no dejan frenar, ni condicionar, por las opiniones de otros sobre sus obras, consejo que daba Proust y que Schopenhauer llevaba a la práctica.

La grandeza del arte de la escritura reposa en la capacidad de convertir lo más nimio dramático en un proyecto grandioso, posición a la que se ven conducidos quienes tienen urgencia de escribir; así pues, no es necesario el exilio, ni un cúmulo de desgracias para inspirar grandes obras, sino que hace falta habilidad narrativa y cierta lentitud que supone paladeo como el realizado por Moravia, Margaret Michell, Poe, Valéry, Sterne, Borges, o los hermanos Goncourt que hurgaban en búsqueda de tema, o George Sand buscando los oscuros sentimientos humanos, frente a la febrilidad de Balzac. Igualmente señala algunos escritores impulsados por la enfermedad como Rimbaud, Baudelaire, Poe o el pintor Van Gogh, que se exprimieron hasta llegar a la aniquilación (Nietzche, Blake, Keats, Dickinson, sigue con escultores de palabras simbólicas y frente a ellos los monjes de las letras (Mallarmé. Maeterlinck, Valéry o Claudel… algunos de los anteriores viviendo como genios en un extrañamiento de sí (Lautrémont, Rilke…), escapando del funcionamiento de los escritores-ranas que están a la que saltan aprovechándose de la coyuntura para tratar de dar el salto a la celebridad…

A riesgo de convertir esto en un tedioso listado de los escritores que asoman y los análisis con respecto a ellos se cuelan algunas cuestiones de interés como el peso de la política que hace por consideraciones ajenas a la literatura que se juzguen unas obras como buenas o como malas dependiendo del escore que muestren; también se subraya el éxito que ha acompañado a algunos escritores en sus confesiones (Gide, Wilde, Rousseau, Flaubert, Lawrence…) que han logrado mayor relieve que algunas de sus otras obras quizá más reseñables. Algunos autores han sabido adecuarse al pulso de la época, dando muestra de aburrimiento y desesperación, que les provocaban huidas (Rimbaud, Thoreau, Sade y Masoch,… ) y cita La Biblia, a Kafka, a Burroughs… y a muchos más, dando muestras de que se autodidacta que Chukri fue un consumado devoralibros. Establece una sabrosa comparación entre románticos y revolucionarios, destacando como los primeros se quedan en la queja propia de la adolescencia, mientras que los segundos claman por un horizontes de libertad, si bien se muerden la lengua antes de que se la hagan morderse quienes detentan la ortodoxia de la lucha emancipadora…

No se elude la importancia de los comienzos a la hora de iniciar una obra, la creación de nuevos horizontes culturales, la conciencia del tiempo, del lugar y el acontecimiento… cuestiones que se han de tener en cuenta si se quiere activar la condición necesaria de la literatura como dinamizadora de la condición humana; en el seno de tales sendas visita a quienes muestran el rechazo de la fealdad del mundo, recurriendo a la imaginación creativa, buscando en sus / nuestros semejantes lo bello, sin abandonar la conciencia ética, ejemplo de distinción entre yo personal y profundo de Henri Bergson, y los vericuetos por tales pagos de los Sartre, Camus, Gide o Céline…

Lecturas que hacen tierra en su escritura, en la que trata de que no se escape el yo de su propiedad, tratando de fortalecer el suyo, desde donde emite un poliédrico juicio sobre el hecho de escribir, con el fin de agitar sensibilidades, huyendo de las prédicas pedagógicas en exceso… prestando también un debido espacio a los lectores y a las condiciones en que ponen en práctica su dedicación (atentos o distraídos..), y sopesando también la recepción de una lectura dependiendo del bagaje y la postura del que a ella se arrima (a la mente viene aquella afirmación – y cito de memoria – de Georg Christoph Litchenberg: un asno no se convierte a través de la lectura en un ángel), lo que no quita para que Chukri ose sentenciar que la poesía vaya más lejos de los que podemos expresar de manera habitual, siendo un fuego sin cenizas, que apunta hacia algo que vaya más lejos, más allá, lo que le lleva a firmar que «la poesía de consumo es como encender fuego con gas», y lo sublime de la poesía reside en que «todo el cielo le pertenece, salvo la Tierra, pues en la atracción de ésta está le espera la muerte, y descenderá ella una sola vez para morir».

Mohammed entrega unas surtidas lecciones de literatura; extendiendo una verdadera exposición / explosión en lo que hace al hecho de escribir, al oficio de escritor, y… de vivir.