Por Iñaki Urdanibia

«Unos seres humanos caen en una trampa y ven cómo ésta se va cerrando lentamente. Algunos están como paralizados a la vista de su incompatible destino. Otros, presas del pánico, se lanzan a correr en círculo. Quienes poseen una meta buscan salida. La decisión de salir de trampa absorbe todas las energías y ahuyenta las dudas de que aquello sea posible»

La ciudad mediterránea y alrededores era un hervidero de gente que trataba de huir de la peste parda y su rápida extensión, visitando consulados para conseguir el visado para atravesando la frontera pirenaica, a través de la España franquista, llegar a Portugal y de allá partir para el Nuevo Mundo; o bien intentando embarcarse en algunos de los navíos que partían del propio puerto marsellés al otro lado del charco. Para pasar la frontera había que buscar un pasador, en no pocos casos una pasadora (mugalari que se dice por acá)…en este orden de cosas, el matrimonio Fittko jugó un destacado papel en tales tareas de ayuda, llegaron a pasar hasta tres veces a la semana con grupos que pretendían llegar a Lisboa para allá embarcar hacia América. Uno de los pasos clandestinos más utilizado se llamaba ruta Líster (en honor al general comunista hispano)… con el paso del tiempo pasaría a ser conocida como ruta F, en honor de la combativa mujer Lisa Fittko que fue quien ayudó a cruzar la frontera al agotado y envejecido Walter Benjamin, entre otros. En muchos de los relatos de quienes huían del nazismo a través de los Pirineos se mentaba esta misteriosa ruta F.

Ahora ve la luz, hace tiempo que estaba agotada, la novela «Tránsito» de Anna Seghers (Maguncia, 1900- Berlín, 1983) – nombre literario que utilizaba Netty Reling -, editada por Nórdica; de ella dijo Heinrich Böll: «si esta novela se ha convertido en la más bella de las que ha escrito Anna Seghers, es ciertamente a causa de la situación histórica y política, atrozmente única, que ella ha tomado como modelo-referente. Dudo que nuestra literatura, después de 1933, pueda mostrar muchas novelas que sean escritas como ésta, sin defecto, con la seguridad de un sonámbulo». Como queda señalado en la entrada del artículo, a la ciudad portuaria venían a parar derrotados republicanos españoles que huían de las huestes franquistas, desertores, judíos, escritores, artistas y opositores alemanes al nazismo… ya que aquella era una zona libre, que decían, no ocupada por los alemanes; en la que, no obstante, los agentes germanos no estaban ausentes. El ambiente que describe la novela hace que penetremos en una nebulosa en la que el temor y la esperanza confluyan en una atmósfera de permanente incertidumbre. El temor al avance de las tropas alemanas es general, y mientras eso llega hay que tratar de lograr al menos una provisional carte de séjour, en la prefectura de turno, que permita andar documentado, ya que la policía controla. Idas y venidas, largas colas, fracasos, y constantes rumores del vecino desastre. Las exigencias de las administraciones, de una ventanilla se era enviado a otra, entre consulados y prefecturas, eran fuertes y había que dejar constancia de que se estaba de tránsito sin voluntad de quedarse allá. Los documentos logrados, tras innumerables peripecias, tenían fecha de caducidad lo que significaba que pasado un plazo se debía comenzar otra vez el calvario de las ventanillas, las colas, los papeles, los tampones y las promesas, desde la casilla de inicio. El kafkiano agrimensor K. se hubiese desesperado.

Un narrador en primera persona que es la de un resistente germano al nazismo, que ha logrado escapar del Paris ocupado, y huido de un campo de refugiados, y que ha conseguido utilizar los papeles, a través de un amigo, de un compañero suicidado en un hotel parisino, un tal Weindel, es el que narra sus peripecias que son las de muchos, en esta novela cuyo título responde de manera especular a la situación que se nos da a conocer. El empeño del protagonista es el de entregar a la viuda del escritor fallecido, refugiada en la ciudad portuaria, mujer a la que no conoce, todos los enseres de su desaparecido compañero. Con esa identidad, de otro, camina por la ciudad buscando dinero y algún apoyo, para poder escapar hacia Argelia, Portugal, vía España, y, en especial, a algunos países del Nuevo Mundo: Cuba, México que había abierto las puertas a los refugiados hispanos, y, por supuesto, al país de las barras y estrellas.

Somos llevados a una ciudad gris, en la que el invierno estacional se fusiona con el invierno mental, podría decirse infierno, de las almas de quienes por allá deambulan como almas en pena, por las cercanías del puerto, para ver si surgía una improbable oportunidad de embarcar, o por los bares en los que se repetían las figuras de hombres y mujeres perdidos, hasta el punto de llegar a conocerse entre ellos, en una unión de la desesperanza… una Marsella que frente al brillo del sol y el azul del mar toma tonalidades más oscuras, realmente oscuras, y en ella somos sumergidos en el senos de la precariedad, en la que al narrador parece sonreírle la suerte al conocer a una bella mujer, Marie, que al igual que él se halla perdida, y que ha abandonado a su marido por otro hombre, un médico con el que el narrador tiene trato; recibe ella, no obstante, la noticia de que su abandonado marido también está en la ciudad y que ha sido visto intentando conseguir un visado de inmigración… ello hace que la mujer comience la búsqueda impulsada por cierto sentimiento de culpabilidad, y de cierta ternura. La mujer es la figura del exilio, de la carencia de sentido, de huida permanente pero sin una dirección determinada; este vacío hace que el protagonista se plantee huir con ella…

La escritora, judía y comunista ella, sabía bien de qué hablaba, ya que se había opuesto desde el primer momento al nacionalsocialismo, y tenía razones más que suficientes para huir, si bien con absoluta conciencia de aquella zona libre no era más que una provisional parada en la fuga… que algunos pusieron en práctica levantando la mano contra sí mismos que diría Jean Améry: ahí están sus amigos Walter Benjamin, Carl Einstein, Walter Hasenclever o Ernst Weiss, en este último se inspiró para retratar al suicidado Weindel de su novela. No está de más añadir que mientras ella lograba huir su marido estaba detenido en varios campos, hasta que liberado fue a México.

El libro fue llevado a la pantalla por Christian Petzold, si bien adaptándola a los tiempos presentes, sin obviar los tiempos de la ocupación y la colaboración, en lo que hace al retrato de una Marsella de inmigrantes y flics con el uniforme actual. Ciertamente salvando los distintos y distantes momentos históricos, cierto es que el retrato de los problemas de la inmigración, del exilio, de la búsqueda de refugio son una constante en quienes tienen la necesidad perentoria de huir de la guerra, de la persecución, del hambre… Otra de sus novelas, quizá la más célebre, La séptima cruz, en la que se retrataba el desastre que supuso para Alemania el ascenso del Tercer Reich, fue llevada a la gran pantalla por Fred Zinneman.

La novela fue escrita por Anna Seghers en el barco, Capitaine Paul Lemerle, que le llevó, junto a sus hijos, al México que le concedió el asilo como refugiada política, allá por 1944.

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Hace algún tiempo me referí, en esta misma red, a esta escritora antifascista:

Anna Seghers, vida y escritura antifascistas – Kaos en la red