Por Iñaki Urdanibia.
Este artículo se centra en la obra más destacada y viva, tal vez, del escritor.
«¿Habrá resonado antes un canto de gallo tan bendito sobre la tierra? Claro, agudo, lleno de ánimo, lleno de fuego, lleno de alegría, lleno de júbilo. Dice claramente: ¡Nunca te rindas!»
Herman Melville (cuentos)
«leerla y absorberla es la coronación de la vida lectora de una persona… puede que su fama [se refiere al autor] todavía no sea grande, pero es intensa, pues una vez lo conoces, pasa a formar parte de ti para siempre»
(Viola Meynell, 1921)
«Moby Dick es un laberinto, y este laberinto es el universo»
(Lewis Mumford)
Tras las ballenas
Muchos niños han entrado en contacto con las ballenas desde muy temprano, sin haber realizado, por supuesto, ningún viaje marítimo. O bien visitando algún aquarium, u observándolos en, por ejemplo, en el muelle donostiarra cada vez que venía el caudillo y automáticamente se pescaba un cachalote para mostrar qué bueno era, entre otras cosas pescando… algunos siendo niños, o un poco menos, así nos acercamos a tales gigantes (me refiero a los cetáceos), si bien es verdad que el conocimiento de las ballenas generalmente viene unido a los cuentos infantiles. Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi (1826-1890), Libro de la selva (La garganta de la ballena) de Rudyard Kipling (1865-1936); ambos y algunos relatos más son deudores del mito de Jonás.
Gigantes marinos han asomado en diferentes autores, desde la Biblia, mitos vikingos, Homero… la hidra en Los trabajadores del mar de Víctor Hugo, al calamar gigante de Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne, desde Los balleneros de Alejandro Dumas hasta Moby Dick, publicada en 1951, sin olvidar algunas novelas de Salgari… por tal senda se halla Pawana (Gallimard) de J.M.G. Le Clézio, libro por cierto no publicado, inexplicablemente, de Pirineos abajo.
Hablando de tales gigante marinos, Yves Cohat, en su «Vie et mort des baleines» (Gallimard, 1986), explica cómo los puertos balleneros de Nueva Inglaterra, Nantucket o New Bedfort (*) – puede verse abajo alguna información más detallada sobre la población -, fueron el corazón de la industria ballenera en el siglo XIX… «Alrededor de 1820, el puerto de Nantucket es el más importante de los puertos balleneros americanos. Sus muelles crujen bajo el peso de miles y miles de barriles de aceite cuidadosamente cubiertos con algas para impedir que se secasen al sol. El precio del aceite no cesa de aumentar y la demanda es cada vez más fuerte. Hacia 1830, setenta y dos balleneros fondean cada año de Nantucket. Los 30000 barriles de aceite que traen proporcionan al mundo entero una aceite precioso, necesario para la lubrificación de las máquinas de la revolución industrial naciente y para la iluminación de las grandes ciudades de Europa y de América» [así, algunos de sus usos: fajas de mujeres, pegamento, alimento, aceite para engrasar relojes…].
Para 1850 la isla de la que hablamos había perdido su superioridad… debido a la concurrencia de los numerosos puertos balleneros… que coincidía con el descubrimiento de nuevas zonas de caza en el Pacífico… a lo que se ha de añadir algo más tarde la invención de otras técnicas…
No me corto de ninguna de las maneras, ni recurro al incensario si declaro que hay un libro genial, sí, para quien quiera saberlo todo sobre la caza de las ballenas, su presencia en los mitos, en el arte, en el mundo actual..: Leviatán o la ballena de Philip Hoare (Ático de los libros, 2010); siendo también de interés, Baleine de Paul Gadenne (Actes Sud, 1982).
Concluiré este apartando señalando algunos escritores chilenos, fascinados por el sur de la Patagonia: así, El rastro de la ballena de Francisco Coloane o El mundo del fin del mundo de Luis Sepúlveda.
(*) Nantucket
La ciudad que se nombra en el texto y que es el lugar en donde ha pasado la infancia el narrador John, no es fruto de la imaginación, ni tampoco del propio Le Clézio que mencionaba el lugar en su Pawana, el nombre aparece en la lectura de Moby Dick, y muy en concreto en el capítulo XIV.
Cualquier que se haya acercado al mundo de la caza de ballenas, no habrá tenido otro remedio que toparse con el nombre de esta población situada en Nueva Inglaterra, en la costa este de los Estados Unidos, que se convirtió a mediados del siglo XIX en uno de los puertos más grandes, sino el más, en lo que hace a la caza de ballenas. En aquellos tiempos todos los marineros deseaban conocer el mítico puerto. Relatos de navegantes, de estudiosos y escritores se han referido a esta lengua de tierra, que no tenía recursos y que con el paso del tiempo se convirtió en uno de los centros industriales balleneros.
Libros como el ya nombrado de Melville, el de Philpp Hoare, (Leviatán o la ballena), el de Alain Le Goff (Baleines, baleines) o el de Yves Coart (Vie et mort des baleines) se refieren al lugar.
Un par de ejemplos, de los dos últimos:
«NANTUCKET
Nantucket era el puerto ballenero más grande de toda la costa de Estados Unidos, lo que es lo mismo que decir del mundo entero. En los muelles se veían marinos que venían de todos los mares del globo: noruegos, ingleses, bretones, vascos, portugueses, hombres de las islas Azores, africanos de la costa oeste, de malayos y chinos, canácos de las islas del Pacífico, campesinos del Vermont e irlandeses de Nueva York. Allá se hablaban todas las lenguas, se adoraba a todos los dioses, se temía a todos los demonios. Nantucket era una Babel en la que el aceite de ballena corría a chorros. Se nacía, se casaba, se moría, se dormía, se soñaba bajo el permanente olor de ballena. Los armadores tenían cadenas de oro en el vientre y los capitales eran hombres ricos y respetados.
El más conocido entre ellos eran sin lugar a duda James Bartley, el capitán del Seven Sees, los «siete mares» que hace falta atravesar para llegar hasta el puerto. Todo el mundo lo conocía porque James Bartley era blanco. Me diréis que no es una razón suficiente. Blancos hay muchos, cierto, pero él era blanco, la blancura misma, la de la nieve, la de la leche, la de la muerte. Todo el mundo en Valparaíso, san Francisco o Nantucket, conocía su historia, era a la vez sencilla y terrible…»
(Alain Le Goff)
«Alrededor de 1920, el puerto de Nantucket era el puerto más importante de los puertos balleneros americanos. Sus muelles crujían bajo el peso de millares y millares de barriles de aceite cuidadosamente recubiertos con algas para evitar que secasen por efecto del sol. El precio del aceite no cesaba de aumentar y la demanda de mandíbulas de ballenas cada vez era mayor… Hacia 1830 setenta y dos balleneros abandonan cada año Nantucket. Los 30000 barriles de aceite que se almacenaban abastecían al mundo entero un aceite de calidad, necesario para la lubrificación de las máquinas de la revolución industrial naciente y para la iluminación de las grandes ciudades de Europa y de América»
(Yves Cohat)
A partir de 1850 el puerto perdió su superioridad. La concurrencia ejercida por otros puertos balleneros de la costa este de los Estados Unidos («¡Nueva Inglaterra y el estado de Nueva York contaban con 50 puertos balleneros y una flotilla de 600 navíos!»); esta no era la única causa de este descenso. El descubrimiento de nuevas zonas de caza en el Pacífico y la presencia de un banco de arena, que limitaba el acceso al puerto de los barcos de gran tonelaje, explica que New Bedford haya suplantado paulatinamente a la isla de Nantucket.
Más tarde, en el siglo pasado, los grandes buques-factoría asolan los mares… y algunos, entre ellos Le Clézio, combaten contra la masacre de ballenas… Greenpeace o el WWF (World Wide Fund)…
«Reservamos una suerte poco envidiable a los cetáceos que no arponeamos, como a los peces y a los crustáceos que no atrapamos en nuestras redes. Construimos nuevos puertos de placer o comerciales en entornos en los que los gigantes amaban venir a descansar, a distraerse o a reproducirse. La ballena gris de California paría probablemente en la bahía de san Diego, antes de que el hombre y sus navíos se adueñaran del lugar. Cada vez que colonizamos zonas biológicamente críticas, zonas de juegos amorosos, campos de multiplicación de plancton o espacios favorables al desarrollo de los peces, maltratamos indirectamente a alguna especie de ballena».
(Jacques-Yves Cousteau et Yves Paccalet, La planète des baleines)
Moby Dick
«Miren: una nada es la sustancia, arroja una sombra en una dirección y otra en otra dirección; y estas dos sombras proyectadas de una nada son, ami juicio, la Virtud y el Vicio» (Pierre, XIX)
«Todo buen libro es escrito para un lector determinado y los de su especie, y es por lo que los demás lectores, es decir el mayor número, lo acogen muy mal; su reputación reposa sobre una base estrecha y no puede ser edificada más que lentamente»
(Nietzsche, «Humano, demasiado humano»)
«Los libros escapan a la intención que tenían sus autores al escribirlos»
(Paul Valery)
«Leer bien Moby Dick es una empresa vasta, según corresponde a uno de los pocos aspirantes auténticos a convertirse en épica nacional estadounidense.
William Faulkner dijo que Moby Dick era el libro que le habría gustado escribir; lo más parecido que escribió fue ¡Absalón,Absalón!, cuyo obsesionado protagonista, Thomas Stutpen, puede considerarse el Ahab de Faulkner.
Moby Dick es el paradigma novelístico de lo sublime: un logro fuera de lo común.
Pero no puedo abandonar la epopeya de Melville desde la infancia sin elogiar su extraordinario aliento narrativo.»
(Harold Bloom, «Cómo leer y por qué»)
«La vasta población, las altas ciudades, la errónea y clamorosa publicidad ha conspirado para que el gran hombre secreto sea una de las tradiciones de América. Edgar Allan Poe fue uno de ellos; Melville, también […]. En el invierno de 1851, Melville publicó Moby Dick, la novela infinita que ha determinado su gloria. Página a página, el relato se agranda hasta usurpar el tamaño del cosmos».
(Borges)
La novela parece inspirarse en un hecho real que conmovió el imaginario colectivo a comienzos del siglo XIX, cuando un gigantesco cachalote fue avistado cerca de la isla de Mocha, cerca de Chile. Durante años, aventureros y marinos intentaron dar muerte a ese gran cachalote blanco bautizado como Mocha Dick, que hundió a unos cuantos balleneros. Hubo que esperar hasta 1859 para que una tripulación sueca matase a ese monstruo marino, cubierto de cicatrices,… al final la historia fue inmortalizada, a su manera, por Herman Melville.
De la obra de Herman Melville podría decirse lo mismo que Ismael aseguraba sobre la isla Rokovoko, donde había nacido su amigo Queequeg: «no está marcada en ningún mapa: los sitios de verdad no lo están nunca», lo que está fuera de lugar es – aplicando la lógica de Witold Gombrowicz – «que el arte es una mantequilla de una especie particular, si no es extra, de la calidad más fina, huele inmediatamente a margarina» (véase: Moby Dick, XII). Al menos tal podría decirse hasta los años veinte del siglo pasado, hasta entonces la obra permaneció en el limbo, que es cuando salió del olvido debido a la publicación de una biografía, de la aparición de su novela Billy Budd y de los 16 volúmenes de sus Obras (el culpable de todo esto fue Weaver), que hizo que el escritor pasase de ser considerado como un mero cronista de sus experiencias en los Mares del Sur a convertirse en una de las figuras centrales de la literatura de EEUU, además de un autor de culto, sin obviar que pasó a ser considerado como el mejor cronista de viajes mentales, por emplear la expresión de Hennig Cohen.
Las causas del fracaso de su obra, o de la falta de audiencia es que decía cosas que no quería oír el personal (elogio de los “salvajes”…); por otra parte, a Melville no se le lee de una tirada sino que para exprimir su significado se exige un periodo de incubación… Cada cual ha de hacer la travesía (obviamente con la tradición de lecturas de cada cual)…
Éxito post-mortem, al verse en su escritura la complejidad y multiplicidad que responde a la de EEUU, del que en la obra pretende mostrar todas las voces.
La instrumentación melvilliana desentona… para quien tenga el oído hecho a los solos elegantes de pianoforte, los sonidos bárbaros y las mezclas (collages) de distintos registros… hacen que la lectura pueda crujir.
Hoy convertida en «la inevitable obra del siglo de la tradición norteamericana». Hay revistas, tesis doctorales, Sociedad Melville, salas de fiestas, entreverándose la alta cultura y la cultura popular: restaurantes, lecturas maratonianas de su obra, charcuterías, cupones del periódico, pista de hockey, grupo de heavy, burdeles, parques temáticos.
Si en vida del escritor se reimprimió por última vez en 1876, diez años más tarde estaba descatalogada, hasta que publicada en la colección Clásicos del Mundo de Oxford, cambiaron las tornas, convirtiéndose todo el flores, locas (alabada por su vanguardismo, por el empleo, antes que James Joyce, del sujeto de enunciación cambiante. En concreto, en 1927, el poeta E.M.Forster habló de canción profética. Ampliándose el campo de las alabanzas y las interpretaciones: así Lewis Mumford diría resumiría la novela-océano como «un hombre que luchando contra el mal… se convierte en imagen de aquello que detesta».
Se dio años después, en los cuarenta del siglo pasado, una tendencia a relacionar a Ahab con el mal, y en consecuencia, con los tiranos de la época (Franco, Duce, Führer…), dictadores con botas de montar y con guardia privada. Ciertamente la figura del obsesionado y tenaz Ahab concita la atracción y la repulsión, considerándole algunos como el Dostoievski americano. La tendencia a relacionar al potente protagonista, el capitán Ahab, con personajes del presente no ha cesado, y así el palestino
Edward Said llegó a hablar con ocasión de la búsqueda de Osama Ben Laden de que se estaba impulsando una lucha contra Moby Dick, se está impulsando una lucha contra Moby Dick; en la profusión de numerosas citas de la novela en la prensa, en los días posteriores al 11S, otros hallaban en Ahab como la encarnación del malvado Ahab que perseguía a los yankis como su ballena blanca… Como anécdota añadiré que Richard Gere, comparó a Bush junior con el capitán Ahab.
En fin, sea como sea al final Melville acabó venciendo a sus pares gigantescos: Emerson, Thoreau (???), Whitman, al pertenecer al selecto y raro grupo de escritores que nos hacen pensar más allá de la época en la que se expresa y de la que habla. Hoy Melville es encasillado como muestra de lo contra-cultural, firme anti-belicista, defensor medioambiental, gay o bisexual, multicultural global, etc., etc., etc. El presente renovado hace la grandeza de un escritor, y algunas de las novelas de Melville se han asociado con hechos del presente , así su Chaqueta blanca, con Vietnam, Iraq, Afganistán, Libia, Sudán…y cien países y situaciones más.
Lo que queda claro, dejando de lado la cuestión de la recepción y las interpretaciones de la novela, es la vena megalómana del escritor al volcarse en ella, haciendo bueno aquello que dijese a su amigo Hawthorne: «no llego a detenerme ahí. Si el mundo estuviera enteramente poblado de magos, te dirá lo que haría. Instalaría una fábrica de papel en una esquina de la casa, y de esta manera tendrían una cinta ininterrumpido de papel que desfilaría sobre mi despacho; y sobre esa cinta sin fin escribiría un millar, un millón, un millardo de pensamientos, todos bajo la forma de una carta dirigida a ti. El amante divino está en ti, y mi propio amante responde. ¿Cuál es más fuerte? Pregunta estúpida- no hacen mas que Uno».
La obra fue publicada en 1951, a los treinta años, cuando Melville ya había obtenido ciertos éxitos como escritor y más fracasos. A la sazón los Melville tenían un hijo, y otro en puertas, que nacería cuatro días después de la aparición de la edición inglesa.
No entraré en detalles, pues la historia es conocida, mas sí esbozaré algunos pequeños retazos del desarrollo de la novela: Ismael es un joven neoyorkino, que atravesando una época de confusión decide abrirse al mar. Llegamos con. el al puerto de Nantucket y allá en la posada del Chorro se ve obligado a compartir cama con Queequeg, dándose desde aquel momentos ciertos tonos camaraderiles. Conoceremos también la capilla de los balleneros con sus lápidas, su púlpito desde el que oiremos al cura su prédica.
Cuando se acercan al barco, ven a un anciano de nombre Elías – nombre bíblico donde los haya – que supone cierto azote, a modo de contrapeso – al bíblico y ruidoso Ahab que pasea su ostentosa cojera por la cubierta del Pequod… «Adiós, supongo que no volveré a veros pronto; al menos que sea antes del Juicio Final». La tripulación del barco está compuesta de malayos, parsis, africanos, casi todos isleños, «aislados… también llamo yo a los que no conocen el continente común de los hombres, sino que cada “aislado” vive en un continente propio por separado»; los oficiales son blancos: entre ellos Starbuck, el más humano de ellos, hasta el exceso, preocupado y atormentado mas no por la misma causa que Ahab, sino que precisamente la locura vengativa de Ahab, es lo le obsesiona a este cuáquero. Su taciturna soledad es debida a que todavía conserva cierta fe en un orden civil, más allá del microcosmo del barco. Es la figura del posibilismo frente al maximalismo de Ahab, quien le considera un flojeras, ya que para el siempre tenso y agitado capitán, la metria prima de los humanos es la miseria, encarnando él el papel de necesario líder carismático que arrastre a la tripulación que no deja de aclamarle.
La navegación y la búsqueda no cesan y tras tres días de combate con la blanca ballena («de la blancura, ni el mismo Melville sabe… », decía D.H.Lawrence), tal y como la había previsto Starbuck y en parte había predicho Elías, todos perecen salvo Ismael.
En el cerrado mundo de los navegantes, Ahab es el rey, amputado y “castrado”; Ismael, centro moral del libro, aunque actúa como espectador y hasta se muestra comprensivo de la furia de Ahab, mantiene cierta distancia, ya que su singularidad reside en que es un joven neoyorkino, no e un naufrago, ni un ser aislado, y posee una amplia capacidad de racionalizar, compartida con unas desarrolladas ansias de vivir el mar.
El libro está atravesado por las dicotomías del océano: en medio de la infinitud, terror y bálsamo, furia y ritmo repetido, claridad y oscuridad, saltando a la vista la ambigüedad, la incongruencia, la inconsistencia del mundo natural y sus enormes excepciones: el calamar gigante que tantas leyendas e historias ha alimentado. En este caso, qué duda cabe, que la ballena blanca es una rara avis en la que Ahab ha concentrado todos los males que han acechado a la los humanos desde los tiempos de Adán… es una furia contra el mundo todo que oculta su furia interna.
Se ha hablado de la novela como de un drama cósmico, en la medida en que traza una historia de los fundamentos del mundo que además, y principalmente, detalla la caza de ballenas, expone leyendas de pesca y de otra índole, mostrando el estado de los saberes de su tiempo (muy en especial en la rama de la cetología); puede interpretarse el combate en presencia como la de Ahab contra Leviatán (encarando por la ballena blanca), un enfrentamiento de Dios con el Abismo. con ciertos aires gnósticos, que hacen que Ahab se levante contra el misterio de la impotencia divina, desafiándola al buscar otra fundación nueva, y realmente cabal, a lo largo de la lucha ésta irá convirtiendo la protagonista en un horroroso tirano. El autor va a los orígenes y allá, en las genealogías divinas, halla la presencia de la tiranía, por la misma senda que hiciera Hesíodo en Los trabajos y los días, y desciende a las profundidades de la arqueología simbólica de la humanidad, por las cercanías del paraíso perdido de Milton… por los territorios de los terrores primordiales y los sufrimientos infinitos.
La tiranía del enfebrecido Ahab es querer, el solo, extirpar el monstruo de la tiranía, encarnado por la ballena blanca, mas hecho realidad también en sí mismo, en un juego especular en el que uno se convierte en el otro… Viaje por los abisales abismos insondables del alma, en un alocado intento por recomenzar el mundo sobre nuevas bases. Por estas vías de interpretación se ve uno abocado a unas interrogaciones insoslayables: ¿la derrota de Ahab supone la repetición de la victoria divina sobre la impiedad? ¿la victoria del abismo supone la derrota de Dios, a la vez que la de Ahab? ¿Será opción apuntada Ahab/Melville la intención de escapar a un nuevo monoteísmo (Parsis en la sombra,como creencia de algunos de los presentes) como último trampolín para la salvación de la raza humana? Dándose la circunstancia, no obstante, de que quien se auto-proclama guía y piloto profetiza al tiempo su muerte… como la muerte espera a cualquiera que trate de sustituir al omnipotente Dios… y en estos caminos avanza la peregrinación más allá de todo límite, por los bordes de lo sublime en donde belleza y horror se casan… con unas apetencias de una inocencia primigenia que borrase cualquier presencia a la tiranía: Leviatán como dueño del océano, que son los dos tercios del mundo, y provocando en el mundo un canibalismo universal, una guerra continua, esta tierra convertida en un lugar oscuro y salvaje (cap. XCCI). Ahab convertido en /por sus ensoñaciones, como Eros (jugando tal rol en la platónica República VIII).
Los simbolismos son abundantes en su constancia, me conformaré, por no abusar, en señalar de pasada algunos de ellos: Pequod: réplica de la nave del Estado norteamericano; treinta hombres de su tripulación, treinta estados que constituían la Unión en 1850. El sistema de trabajo equivale al del ejército norteamericano y las marinas mercantes y militares; el barco es el espejo de Norteamérica, en marcha hacia el oeste, envenenándose con las tierras que iban engullendo (los modelos de los humanos al estilo de las figuras de Botero), en una crítica abierta al carácter expansionista de la Democracia norteamericana. Hablaba Leo Marx , refiriéndose al barco, como «unidad totalitaria, comprometida, disciplinada y dócil… esencia del fascismo».
Pip, diminuto muchacho de cabina, lleva el peso del tema racial de la novela (cap. El náufrago) [recuerdo de Melville de lo que vio a bordo del Acushnet…]… indiferencia como un peldaño en el camino de la sabiduría… desde entonces el negrito como un idiota... mas si el libro está lleno de odio y fealdad, también se dan atisbos de un bello mundo alternativo, mostrado en los cánticos de Pip que no hacen sino suavizar el mal talante de los hombres más groseros, con sus escandalosas leyes sobre la entrega de los esclavos escapados a sus antiguos dueños, ley que provocaba chispas hasta en las filas de los liberales. Se puede afirmar, sin rizar rizo alguno, que mientras escribía le fue asaltando la realidad política haciéndole sentir terror ante quienes dirigían, vía directa, el futuro del país hacia la guerra civil; y Ahab como reflejo de todos los demagogos que en el mundo han sido, siempre buscando un cabeza de turco: judío, el mal, el extranjero… el otro, bárbaro (Emerson había calificado a Napoleón como hombre de hierro y piedra)… y las interpretaciones de la novela como profecía no faltan.
Recogiendo, o inspirándose, en su oceánica obra en los sucesos de su tiempo (desastre de Essex, del desastre frente a una ballena, casos da canibalismo, fanatismo, etc. Guiños que dejan ver una sensibilidad medioambiental (la gran amada), y señalando algunos aspectos cruciales sobre la comunicación, sobre el valor de la oratoria y de los relatos posteriores ( storytteling). «Todo lo que enloquece y atormenta a la razón humana; todo lo que trastoca las cosas; toda verdad contaminada de malicia; todo lo que enturbia los nervios y la masa cerebral; todo el sutil demonismo de la vida y el pensamiento; todo el mal encarnado en Moby Dick para el enloquecido Ahab, y era vulnerable al ataque…»
No cabe duda de que Melville fue en ciertos terrenos un adelantado a su tiempos al ser capaz de vislumbrar la situación moral peligrosa del hombre moderno, y los motivos que más podían agravarla: por una parte, estaba el supremacismo de los blancos que pensaban que lo mejos es lo suyo frente a los atrasados negritos y otros (ejemplar en este orden de cosas resulta su Benito Cereno). Esta visión iba acompañada con otra de no menor calado: el optimismo del progreso humano que imperaba en la época (decía Ernst Renan que «La barbarie es vencida sin marcha atrás porque todo aspira a devenir científico»), que hacía que todavía en vísperas de la primera guerra mundial se pregonaba que «el Destino vencido parece permitir en fin una Esperanza sin límites», en palabras de Jean Perrin. No compartía ese espíritu de progreso cientista Melville, en aquellos tiempos, mientras escribía, en que las relaciones entre norte y sur estaban en plena ebullición, al consideraren tiempos e: 1) El hombre moderno crecido por sus propios éxitos, ha llegado a creer que todo saber verdadero es de la misma naturaleza que los conocimientos que le han ayudado a triunfar en la conquista del mundo; 2) Al mismo tiempo vive ignorándose a sí mismo, imaginando que los monstruos de las leyendas, de los mitos, eran producto de la ingenuidad y de la credibilidad, que eran al contrario la expresión del saber que poseían los antiguos en los abismos de su propio corazón. Melville emprendió la tarea de explorar tales abismos. Se va al mar que es el escenario, no va a explorar éste sino los seres que pueblan los barcos que lo surcan… allá en donde anidan potencias insumisas, monstruosas, afectos elementales, la parte irreductiblemente salvaje e indomable del corazón humano. Las Luces han creído disipar las tinieblas, pero de hecho no han hecho más que iluminar la superficie, quedando fuera de su conocimiento los relieves conformados por potencias de las cuales todo ignoran.
Este ubicarse fuera de las filas del conformismo de la época puede ponerse en contraste en dos contemporáneos casi perfectos: Renan (1823-1892) y Melville (1819-1891):
el primero afirmaba en el Avenir de la science «el gran reino del espíritu no comenzará más que cuando el mundo material sea perfectamente sometido al hombre», mientras que el segundo, dice en Moby Dick: «cualquiera que sea la vanidad que el bebé-hombre saque de la ciencia y de su habilidad, y cuáles sean los progresos que él se enorgullezca de hacerles cumplir en el futuro, siempre, hasta el día del Juicio, la mar insultará, lo aplastará, reducirá a cenizas la fragata más robusta y la más majestuosa que se pueda construir». Es obvio que Melville no está poniendo en duda las técnicas de construcción naval, sino que apunta a la fe y al optimismo representado por la frase de Renan. Insensato creer que someter el mundo material permitirá el reino del espíritu, cuando ese deseo de sumisión total a la naturaleza va a la par con una sometimiento no menos a total a otra parte de tal naturaleza, la naturaleza interior de sí mismo.
Ya han quedado señalado, líneas más arriba, los aires gnósticos que se dejaban ver en el protagonista de la novela , al encontrar que el mundo está muy mal hecho; ahora bien, mientras los gnósticos antiguos buscaban el bien fuera de este mundo, abandonado a las fuerzas malvadas, y se volvían hacia el Dios que les liberaría, Ahab, como moderno que es a pesar de su bíblico nombre y sus parrafadas shakespereanas, pretende purgar este mundo de todo lo que resiste a su dominio, a la empresa – resistencia de la que la ballena blanca es para él el emblema. Hombre de soluciones radicales, definitivas, que embarca a la humanidad entera, cuya tripulación gregarizada de su navío es el representante, en su alocada empresa. No se da cuenta, más que por momentos, que la falta de dominio no sólo es exterior sino que reside en el centro de sí mismo, en su corazón, en sus pasiones… Atrapado por una ambición de dominio total… que precisamente, en su búsqueda, precipita al hombre en aquello de lo que esperaba escapar.
Dicho todo lo anterior sería injusto deducir que Melville fuese un reaccionario, no dice volvamos a al mundo antiguo y a la religión de nuestros padres… sino que trata de señalar lo que resulta absolutamente ingenuo en el proyecto moderno, tal como se despliega, consciente de las inmensas taras, pasadas y presentes, que pesan sobre el mundo, para no darse cuenta de que la sabiduría recomienda emplearse a subsanar los errores más que buscar adaptarse a lo que es. Sin ser de esos “ilustrados” que piensan haber acabado con los dioses (pararrayos)… se mantiene en lucha contra la religión en la cual ha sido educado. En caso de haber un solo Dios, Melville no está nada satisfecho con lo que se dice en la Biblia. Melville, no obstante, es uno de los raros personajes que en su siglo piensan que la Biblia no es de esos libros que hay que rechazar, ignorar o filosofar para abandonarlo, y que hacerlo es ponerse a su altura. Violeta Sachs tituló un estudio sobre la novela La Contre-Bible de Melville, debiéndose tomar ese “contra” como oposición y como contacto estrecho; es decir, como unidad y lucha de contrarios, por decirlo así con resonancias supuestamente dialécticas.
En fin, si en bautizo aristotélico, cetáceo (κῆτος) venía a significar ballena como sinónimo de monstruo marino, y en dicha onda fue considerado como animal terrible (Jonás, el Leviatán bíblico, Simbad, Luciano de Samosata, los indios pensaban que la lucha encarnizada entre ellas ocasionaban olas gigantescas que arrasaban poblaciones enteras) a la inversa, en el hinduismo, Vishnú se transforma en un pez gigante que representa la salvación, y el islam afirma que entre los animales que oran directamente al paraíso se encuentra la ballena; valoración positiva que viene alimentada por los beneficios que de ella se extraen: comida, sustento, comercio… En este orden de cosas, Moby Dick pasa a marcar la visión moderna de las ballenas al subrayar los aspectos benéficos ya nombrados y sus aspectos peores: representadas como algo oscuro, metafísico, ser peligroso para quien las intentasen cazar… planeando la figura del Leviatán bíblico.
Con el tiempo tal animal, sociedad del espectáculo obliga, fue presentado como representación de la amabilidad, siendo un animal simpático y feliz, dedicado al entretenimiento de turistas, dejando de lado los dibujos animados en sus usos y abusos.
Un aspecto que ha asomado reiteradamente con respecto a algunas relaciones presentes en la novela, y hasta en el propio comportamiento del escritor, es el relacionado con supuestas tendencias homosexuales… Por una parte, algunas voces lo han solido detectar en algunos encuentros – digamos que – glamourosos (Jeroboan, el loco Gabriel, Virgin, Jungfrau, Rosebud, Samuel Enderby, Rachel…) a lo que se suman los aires del capítulo Un apretón de manos, en donde reluce la fraternidad, el semen, del mismo modo que anteriormente se ha solido mencionar su relación estrecha con Queequep… o todavía, ya en la propia vida del escritor, la escapada del barco con Toby, paseo por Liverpool con Adler. En la carta de Melville dirigida a su amigo Hawthorne que anteriormente he citado se habla de «el amante divino está en ti, y mi propio amante responde. ¿Cuál es más fuerte? Pregunta estúpida – no hacen mas que Uno» lo cual se ha contrapuesto, en alguna ocasión, con aquello que señalase Pierre Leirys acerca de lo que escribía Hawthorne, en su El fauno de mármol, en 1860: «soy un hombre y, entre un hombre y otro hombre, hay siempre una fosa infranqueable. No pueden jamás apretarse las manos (hacer manitas); y es debido a que un hombre no obtiene nunca ninguna ayuda íntima, ningún sostén de corazón de su hermano hombre, sino de la mujer-su madre, su hermana, su esposa» (por cierto, en algunas escenas de la novela se da una enorme importancia al estrechamiento de manos como signo de amistad, fraternidad, etc.).
Tras escribir este último párrafo, que se detiene en una aspecto que no contiene mayor relevancia en lo que hace a la novela, me surge la imperiosa necesidad de añadir unas pinceladas aclaratorias: 1) en todos los tiempos han existido policías del pensamiento, y de las costumbres; en el caso que nos ocupa su preocupación sería condenar la postura de Melville en este terreno de las opciones sexuales; 2) Lo que para los anteriores era un dato a cargar en el debe del escritor, desde la óptica opuesta, hay quienes han considerado que la postura melvilliana es digna de aplauso ya que da carta de naturaleza, téngase en cuenta los años en los que lo hacía, a relaciones juzgadas fuera de lo normal por la moralidad bien pensante; y 3) No es una cuestión baladí señalar cómo ciertas situaciones existenciales (internados, prisiones, cuarteles, seminarios y similares) provocan ciertos comportamientos circunstanciales que no denotan una elección neta y consecuente con respecto a la opción que se siga (no habiendo otra…).
La visión de Lewis Mumford
Entre los innumerables intérpretes y comentadores de la novela melvilliana, un puesto de honor le cabe al historiador norteamericano (1895-1990) de la ciencia de la técnica . No es el momento ni el lugar para extenderse en la visión que sobre el asunto expone en su biografía literaria de Melville;me permito entregar un somero resumen de la visión expuesta por Mumford:
El libro es una historia de la mar, de la historia del eterno Narciso que es el hombre; tratando de fijar todas las orillas y todos los océanos, representando la ballena los poderes demoníacos del universo, que atormentan y echan por tierra los deseos humanos.
El libro es un laberinto y este laberinto es el universo entero, en una visión que abarca cielo e infierno en la que lo doméstico no es más que pura ilusión.
El cachalote como representación del universo impenetrable queda reflejado oscuramente en el espejo del inconsciente. En la medida que la ballena entra en escena, queda desvelado con brutalidad que nos humanos no pintan nada en absoluto.
Una de las lecciones que el historiador extrae de la obra es que todo pensamiento cerrado encierra algo de arbitrario y de ilimitado; así agarrándose a la ciencia, el escritor, no obstante, abre su mirada a las cadenas imparables de los distintos paradigmas venideros, mezclando en todo momento aventura y ciencia.
Como la Odisea cuenta las aventuras lejanas o Guerra y Paz la guerra y los asuntos conyugales,Moby Dick cuenta la mar y sus costumbres, subrayando la gesta de la caza de la ballena y la industria a ella ligada, sin obviar la vida a bordo. El espíritu interrogador del escritor hace que los protagonistas, excepto el fijado Ahab, titubeen, duden, etc. Con un estilo similar al de Thoreau, Aunque solamente fuese por eso – señala Mumford – el libro tendría valor más allá de cualquier consideración literaria, lo que no quita para que se pueda considerar como una verdadera epopeya poética.
Parábola del misterio del mal y de la maldad contingente del universo, mostrando al hombre en su debilidad enfrentándose a las fuerzas ciegas, brutales omnipotentes, no cesando de mostrar su voluntad de modificar lo absurdo, y como representación máxima: la ballena blanca, representando la enfermedad, los accidentes, la perfidia, la envidia, la venganza, la frustración… los salvajes de los mares del sur no conocen al cachalote blanco, al contrario que los europeos: Job, Esquelio, Dante, Shakespeare… no dejan de perseguirla.
Ahab empeñado en su inicial lucha, revestida de indudable justicia, acaba deviniendo lo contrario: loco, ciego, al que no puede detener, sino un simple negro.
Y Lewis Mumford subraya la combinación que en elibor se da entre las dos caras del yo moderno: el positivo, práctico, científico… dispuesto a la conquista y el conocimiento y el ideal e imaginativo (que conduce a convertir el arte en humanidad).
La visión elogiosa del historiador no quita para que se muestre contundente al señalar que no es una novela propiamente dicha ya que le falta verosimilitud, siendo sin embargo un almanaque ballenero y una obra plena de lecciones…
En fin, concluiré este resumen con una par de citas del resumido: «El arte, la religión, la cultura, todos esos triunfos intangibles del espíritu, encarnados en formas y en símbolos, todo lo que constituye un diseño opuesto a la energía “insensata” y cuyos principios se oponen a la rutina – esos esfuerzos conducen la vida humana a su plenitud, incluso cuando van a la contra de las leyes ordinarios del mundo… […] El Sermón de la Montaña es de esta naturaleza: no resuelve todos los problemas difíciles de la moral, pero sugiere un nuevo punto de vista en su confrontación, induce a quien está lo suficientemente tocado a seguirle a todos los lugares secretos de la conducta bajo la única influencia de la dulzura, de la compasión y del amor… Lo mismo pasa con Moby Dick: el libro es más grande que la fábula que contiene, anuncia más de lo que refleja realmente ».
Un pequeño índice conceptual / onomástico
Alteridad: la diversidad de la tripulación es amplia, y la salida viene por un parsi, si bien únicamente un americano es el que se salva.
Biblia: muchas figuras bíblicas (Job, Jonás, Noé, Ismael, Ahab…) y esbozo de tesis interpretativa suministrada por el propio escritor, capítulo 113, «Ego non baptizo te in nomine Patris, sed in nomine diaboli».
Ahab, rey bíblico, primer Libro de los Reyes, ser rebelde contra Dios… Moby Dick sería un «dios malo» ¿Contra-Biblia? ¿Podría leerse como un grandioso poema que llevara a su extremo lógico el predestinacionismo puritano… es vano luchar contra lo que ya de antemano ha destinado Dios, del mismo modo el demonio, y solicitar su amparo, de nada va a servir… Gnosticismo: dios falso, usurpa al verdadero Dios…
Bien / Mal: E.M.Forster, y muchos otros, han interpretado la obra como la lucha entre el bien y el mal.
Blanco: símbolo de la dureza y crudeza (se puede ver también en Edgar Allan Poe)… tierras desérticas, frías,… y los negros, como el carbón, no pueden aguantar de ninguna de las maneras semejante blancura. «El cuervo»… la estatua blanca de Palas en la que se poya representa el dolor y la muerte.
«Era la blancura de la ballena lo que me horrorizaba por encima de todas las cosas» (dice Ismael en el cap. «La blancura de la ballena»).
D.H Lawrence: «evidentemente es un símbolo. ¿De qué? Dudo que ni siquiera el propio Melville los supiese exactamente. Y eso es lo mejor de todo».
Habitualmente blanco: belleza, hermosura, realeza, novias vírgenes
En revancha : oso polar, tiburón blanco, El Ártico… cegadora blancura, uno de los lugares más oscuros del universo: pasa más de seis meses al año en una noche perpetua
Ecología: destrozando la naturaleza, ésta se toma la venganza… Prometeo y Frankenstein
Hombre-pensamiento: los hombres son los seres más débiles porque son inteligentes. La inteligencia es precisamente el arte de perder de vista. Si se quiere curar un mal no puede perderse de vista… e irse por ahí… Los monstruos de la razón engendran monstruos, o…fenómenos sobrenaturales, dioses y demás zarandajas.
Hybris: pasión desordenada y soberbia que hace a los humanos tratar de ir más allá de los posible… «La voluntad …» schopenhaueriana.
Ismael: hijo «salvaje» de Abraham, lo tuvo con un criada Hagar, con la complicidad de la envejecida y estéril Sara… ésta se agarra a Isaac y hace la vida imposible a Hagar, al final – tras intervención divina – Abraham reconoce como suyo a Ismael.
Narrado en primera persona, inteligencia creativa de la novela. De hecho, el propio Melville también era como un «salvaje» navegando por los mares del sur.
Hurga en sí mismo (inmanencia) frente a la persecución del absoluto por parte del cojo capitán… que quiere abarcar poco menos que los sobrenatural y todas sus “historias” y leyendas…
Rechazado al desierto, ya que no pertenecía a la descendencia elegida. En este rechazo ve Melville el emblema de las divisiones que la religión instaura, y solidifica, entre los hombres, en vez de unirlos – entre judíos y no judíos, y a continuación entre cristianos y paganos – el emblema de estas reuniones que crea pagando el precio de la exclusión.
Isolatos: cap. VII «La capilla» / los oyentes del padre Mapple son descritos cada uno de ellos como un islote, cada uno podría ser un elemento en el seno de un archipiélago. Como una congregación de átomos absolutamente aislados. «Cada fiel silencioso parecía…»
Aislados: que se atrincheran contra el mundo deambulante y viven sólos con sus demonios y sus sueños…
El Leviatán compuesto de homúnculos, dentro de la representación del Leviatán que aparece en la propia portada de la obra de Hobbes de 167?.
República fraternal que puede presentar ciertos aires de familia con los solteros kafkianos, el musiliano hombre sin atributos, los incomptés de Rancière o los hombres infames de Foucault.
A la sombra del trascendentalismo de Emerson
En aquellos tiempos de implantación capitalista salvaje y de endiosamiento del dólar… ha de tenerse en cuenta que, por parte de – digamos que alocado – padre, el joven Herman vivía de cerca dicho ambiente de negocios, etc. Y tampoco esquiva – en sus obras – el dar unos codazos de pasada a quienes bajo el manto caritativo se empeñan en hacer que la gente se integre, balizando los límites del cristianismo(ahí están sus personajes como Delano o el abogado empleador de nuestro escriba; ya anteriormente había despellejado la labor de los misioneros en su Mardi). Melville se va a posicionar netamente contra la voracidad económica y al tiempo contra el idealismo angelical que anidaba en los ambientes trascendentalistas. «En los últimos tiempos se han sofocado muchas revueltas entusiastas contra perversos despotismos en todas las partes del mundo; la locomotora y la máquina de vapor también han causado terribles y numerosas víctimas… ¡Un mundo miserable!…¡Grandes adelantos de la época! ¡Qué! ¡Llamar adelanto a la facilitación de la muerte y el asesinato!…» (se puede leer en ¡Quiquiriquí! in «Cuentos completos». Alba, 2006). Su apuesta iba más por el camino utópico de la «comunidad de hermanos», más cercano al «bon sauvage» rusoniano (y al estado preadánico cuya presencia ya he destacado en algunos de sus personajes), parejo en esto a David H. Thoreau. Trata Melville de hacer un hueco a los sentimientos(no necesariamente “buenos”) frente a la presencia creciente y atosigante de la pretenciosa Razón…
El trascendentalismo viene a representar un panteísmo místico, un empeño por fusionarse con la Unidad; la poesía la puso Walt Whitman con su canto al yo, y a otras yerbas, y al destino americano como ajeno a la herencia europea. En lo filosófico, uno de sus representantes más preclaros, Emerson, con significativas palabras dejará claro el programa del movimiento: «¿Por qué no habríamos de disfrutar de una relación original con el universo? ¿Por qué no habríamos de tener una poesía y una filosofía de la intuición y no de la tradición, y una religión que nos sea revelada a nosotros y no la historia de la religión que les ha sido revelada? Al abrigo durante una temporada en el seno de la naturaleza cuyos flujos de vida nos rodean, nos penetran y nos invitan, por la fuerza que nos dan, a una acción proporcionada a la naturaleza, ¿por qué deberíamos errar todavía entre los restos desechados del pasado y disfrazar con sus harapos a la generación viviente? El sol brilla hoy también. Hay más lana y lino en los campos. Hay nuevas tierras, nuevos hombres, nuevos pensamientos. Hagámonos cargo de nuestras obras, nuestras leyes y nuestra dignidad»… En el Walden de Thoreau, combinado con la tenaz defensa de la desobediencia civil del mismo (contra las instituciones podridas), se traduce la autenticidad del ser americano de esta corriente innovadora, de dejarse de muchas palabras y hacer – de manera que los actos sirvan de ejemplo a los demás -; preámbulo de la influyente corriente pragmatista con sus Dewey & company. Sus impuestos fueron en más de una ocasión abonados por sus amigos (Emerson, Whitman, Hawthorne…) para que no fuese a dar otra vez con sus huesos en la cárcel. Contra Europa, y sus defectos, y con el luminoso horizonte de una humanidad absolutamente nueva, con claros tintes de revuelta romántica y sus contagios metafísicos de exaltación de los sentimientos frente a la fría y calculadora razón. «Es hacia Oregón y no hacia Europa adonde tengo que dirigirme; es a esta dirección adonde se dirige América; es de Este a Oeste como progresa la humanidad», diría este inconformista trascendentalista y anarquista jeffersoniano. En Melville, a pesar de las simpatías y amistad con este movimiento, brilla más que el romanticismo, una lucha constante contracorriente, a veces hasta podrían tomarse algunas de sus posicionamientos como un intento de caricaturizar las posturas trascendentalistas (¡tan armoniosas ellas!), además de mostrar un combate que parece rebelarse contra la omnipotencia de la naturaleza, del mal, de dios… ahí está, en especial, el furioso Ahab. Ahí está, el propio Melville, que huyendo de la candidez pone el dedo en la dura llaga: la naturaleza no acaricia sino que mata, más cuando se la maltrata. En supuesta conversación con su amigo Hawthorne – en recreación gioniana – Melville viene a enfatizar en la alocada empresa de quien insatisfecho por la marcha de las cosas embiste contra el mismísimo dios… Behemoth (la revolución) contra Leviatán (el Estado y el orden) se enfrentan encarnizadamente.
Significativas son las ideas que expone Morton en su Historia de la literatura norteamericana,editado por Losada: «Hawthorne no podía leer a Emerson ni creer en su optimismo moral y filosófico, y tampoco podía hacerlo Melville (que por cierto comentaba que a su amigo le hacía falta un poco de rosbif sangrante…) Para éste, como para Hawthorne, la fe de Emerson en la capacidad del hombre americano moderno para renacer en virtud de la unión con la Naturaleza y la fe en su humanidad triunfante, era su destino. Hawthorne y Melville eran hombres que poseían una visión fundamentalmente trágica. En su pensamiento vemos el gran abismo que separa a la América de la vieja tradición religiosa y moral europea de la fe confiada, optimista y creadora en el progreso y la libertad humanas que hemos encontrado ya en Franklin y que en la Edad de Oro de la cultura americana expresaron Emerson, Thoreau y Walt Whitman. El idealismo de Emerson era una abstracción tan importante para Melville como para Hawthorpe»
En carta a Evert Duyckink del 3 de marzo de 1849, después de haber presenciado una conferencia de Emerson, Melville aseguró que «no, yo no me columpio en el arcoiris de Emerson; preferiría ahorcarme con mi propio dogal que balancearme en el columpio de otro hombre».
No parece haber frase que refleje mejor el pesimismo de Melville (y quizá no sea casual que se halle en su última novela): «porque la muerte, aunque sea en un gusano, es majestuosa; mientras que la vida, aunque sea en un rey, es despreciable» (El embaucador, XXXVI). Se puede añadir que el año de su muerte, Melville anotó en su ejemplar de Studies in Pessimism de Schopenhauer su conformidad con la afirmación de ese filósofo de que «lo único que me reconcilia con el Antiguo Testamento es el relato de la Caída. A mi parecer, es la única verdad metafísica de ese libro, aunque aparece en la forma de una alegoría».
Hawthorne en su diario, 1856, tras la visita liverpoolense de Melville: «hemos dado un paseo bastante largo juntos, después nos hemos sentado en un claro entre las dunas de arena (al abrigo del viento frío) y hemos fumado un cigarro. Melville, como siempre, se ha puesto a razonar sobre la Providencia y la vida futura y todo lo que abarca el saber humano, y me ha informado que estaba resignado a “ser aniquilado”; pero no me parece que vaya a detener esos pensamientos, creo que no permanecerá en reposo, pues no tiene una creencia bien definida. Es extraño como persiste-desde que yo le conozco y probablemente antes – a errar de aquí para allá en esos desiertos tan ingratos y tan monótonos como las dunas de arena en las cuales nos encontramos sentados».
Hendaia a 1 de agosto de 2019