Por Iñaki Urdanibia.
Lectura (desa)sosegada, de una de las obras más celebradas de la literatura universal del siglo pasado, para tiempos de supuesto sosiego estival.
«¿Cuántas veces, ¡oh , cuántas!, como en ese momento, sufrí sintiendo que sentía – y el sentir se traducía en angustia simplemente porque era sentir – la ansiedad de hallarme aquí, la nostalgia de otra cosa que no he conocido, sentir el ocaso de todas las emociones amarillear en mí y marchitarse en una grisalla triste, en esta consciencia de mí mismo.¿quién me salvará de existir? No quiero la muerte, tampoco la vida, sino esa otra cosa que resplandece en el fondo de mi deseo angustiado, como un diamante imaginado en el fondo de una caverna a la que no se puede acceder»
Decía Roman Jakobson en su Ensayos de poética (FCE, 1977; p. 235) que «es imprescindible incluir el nombre de Fernando Pessoa en la lista de los grandes artistas mundiales nacidos durante la penúltima década del pasado siglo [se refería al XIX]: Stravinsky, Picasso, Joyce, Braque, Jliébnikov, Le Corbusier. Todos los rasgos típicos de este gran equipo están condensados en el poeta portugués». No estaría de más añadir a la valoración del lingüista ruso la cuestión de los heterónimos pessoanos (Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos,… o sus semi-heterónomos como Bernardo Soares), creados por él, el ortónimo, lo que haría que el abanico se abriese a muchas más voces, a una amplia diversidad de voces que en su pluralidad, quedaron, a la muerte del lisboeta, encerradas en el baúl (de un baúl lleno de hombres hablaba Tabucchi) que contenía apuntes, anotaciones varias, obras inacabadas, sorpresas, muchas y muy variadas sorpresas; esta ampliación que señalo, que le convertía en un auténtico escritor coral, reafirma más si cabe la valoración jakobsoniana.
Entre los numerosos materiales de los que hablo que contenía el celebérrimo baúl pessoano, desordenadas las hojas que darían lugar a uno de los libros más destacados de su quehacer y, sin exagerar, a una de las obras literarias claves del pasado siglo: El libro del desasosiego, libro que hizo honor a su nombre ya que no poco desasosiego provocó no solamente en la cabeza de su propio creador que había comenzado a cavilar sobre su proyecto en 1912/1913 y que vio la primera luz finalmente en 1982, años después del fallecimiento de su creador; y digo primera ya que si en tal fecha apareció en libro con tal nombre, más tarde se dieron diferentes ediciones-versiones que variaban en la ordenación de los desordenados materiales, que se permitían algunos recortes y hasta algunos descartes de trozos enteros. Las inquietudes que se apoderan de las páginas, y del mismo título, en su fragmentariedad – decía a su editor el escritor que lo que preparaba no eran sino «fragmentos, fragmentos, fragmentos» – estaban relacionadas con el yo que tanto preocupaba a Pessoa, como había preocupado a Montaigne, Descartes, Rousseau, Novalis (buscamos por todas partes lo infinito, y no encontramos sino cosas, decía el poeta) … o, a escritores más cercanos a los tiempos del lisboeta, como Hugo von Hofmannsthal Y su inquietante Carta a Lord Philipp Chandos a Si Francis Bacon), Borges, Pirandello (y sus mil personajes) Valery o Maurice Blanchot (je pense, donc je ne suis pas); por no hablar de los psicoanalistas que ponían en duda la clarividencia omnipotente del yo cartesiano, al terciar que pensamos luego somos pero, no pocas veces, no nos pensamos donde somos. Esa pluralidad del yo, reflejo casi transparente del haz de percepciones del que hablase David Hume como constitutivo del sujeto, se plasma en la pluralidad de escrituras que se encerraban en el sujeto empírico que respondía al nombre de Fernando Pessoa (1888 – 1935), atribuyendo nombres diferentes a distintos escritores de los que realizaba hasta detalladas cartas astrales, y a los que otorgaba diferentes visiones del mundo, diversidad ideológica o filosófica; ya hasta la propia obra que provoca esta líneas muestra la intranquilidad y el desasosiego de su autor para delimitar su yo esencial, que se les escapa, se le disemina, se le diluye en un mar de confusiones y contradicciones, por los borrosos límites que cercan al propio yo. [Dejo de lado, por impertinente para el tema que centra el interés de estas líneas, las posibles disociaciones psíquicas que algunos han apuntado como origen de su particular quehacer: véase al respecto el trabajo del psiquiatra Mario Saraiva: El caso clínico de Fernando Pessoa, publicado en 1996, por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo; y conste que no niego validez o pertinencia al diagnóstico ahí expresado, pero es que considero que sería igual que empeñarse – seguro que algunos lo han hecho – en contemplar los cuadros de van Gogh echando mano a su cuadro clínico… et tout le reste c´est littérature, que, al fin y a la postre, es lo que interesa en esta ocasión: la literatura].
Mucho podría hablarse – y se ha hablado – de la pluralidad de este hombre-orquesta, que deja corta aquella afirmación de Rimbaud de yo es otro, ya que en su caso se citaban muchos otros. Podría trazarse en este terreno un paralelismo con la metáfora acerca del lenguaje propuesta por Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas, cuando lo comparaba con una ciudad; en el caso del libro del portugués, tenemos la ocasión de movernos por los arrabales, por callejuelas y hasta por amplias avenidas (soy un arrabal de una ciudad que no existe), que se despliegan en el libro firmado por Bernardo Soares (pero en el que también asomaba en los borradores otro semi-heterónomo. Vicente Guedes; y hasta alguna estudiosa, Teresa Rita Lopes añadía al Barón de Teive), entre los fragmentos que reflejan el desasosiego de la modernidad, de su razón, y de los hechos acaecidos, que hacían que el topos sobre el que se asentaba la humanidad con sus pretendidas seguridades parecía hacer agua por todos los costados… y las palabras, que son «vida y cuerpos palpables» toman las páginas.
Pero volviendo, más directamente, al libro que nos ocupa, desviaciones pasajeras aparte, que se presentó bajo la autoría de Bernardo Soares de quien su creador dijese que no era un heterónimo sino un semi-heterónimo, para añadir que tal personaje literario era él exceptuando el “raciocinio y la efectividad”, y ello debido a que – según en propio Pessoa – en prosa es más difícil se outrar (hacerse otro), evitaré entrar en el siempre sugerente y permanente motivo de debate entre interpretaciones; me conformaré con citar a Eduardo Prado Coelho: «nos equivocaríamos al imaginar un Pessoa siendo él mismo el centro del círculo de los heterónomos, porque ese círculo no posee centro»…Pessoa contiene muchas pessoas; el yo no es uno más que en momentos fugaces, y el yo desconocido que habita en el yo también conforma mi yo, y quizá sea más yo que otros. Sea como sea, Bernardo Soares es el que toma las riendas en ese diseminado camino que pretende, quizá sin pretenderlo, ser toda una literatura, que al fin y a la postre es el sueño que desde la adolescencia cautivó al desasosegado Pessoa, que no es que diese voz a diferentes poetas, sino que crease, de hecho, obras de diferentes poetas y escritores; y se acerca al milagro su capacidad de poetizar como Alberto Caeiro como un sabio que buscaba la unidad del ser y soñaba en la plenitud del presente, o hacerlo como un formalista cercano a los estoicos como Ricardo Reis, o todavía… como un futurista más cercano a un Marinetti o un Whitman como Álvaro de Campos… esa empresa parece no ser obra de una persona sino de un genio extraño capaz de transitar por la diferencia con la facilidad pasmosa de quien avanza por caminos trillados, cuando para cualquier otro serían intrincadamente problemáticos y dificultosos.
El mundo de Pessoa era la literatura y no había nada en su existencia que no pasase por tal tamiz, visión que se trasparenta en el Libro del desasosiego que no es una obra para ser leída de un tirón, empresa fatigosa hasta el desfonde e imposible, sino obra para paladear, para abrirla una y otra vez al azar ya que podemos estar seguros de que la abramos por donde lo hagamos hallaremos perlas listas para la rumia, o para la pérdida laberíntica, que es en donde se halla atrapado el escritor, intempestivo, para los tiempos en los que vivía y consciente de que sus palabras no serían muchas veces comprendidas, aptitud poco menos que profética, ya que la obra fue publicada con los materiales, en desorden y confusión, que crearon, como queda dicho, no poco desasosiego en los estudiosos que optaron poner en circulación diferentes ediciones – con cambios de orden, o buscando una unidad basada en el criterio temático, otros ciñéndose a lo cronológico… – desasosiego que también se contagió a quienes tradujeron las diferentes versiones: así el pionero e introductor del poeta en el mercado hispano, Ángel Crespo lo publicó en Seix Barral en 1984, basándose en la versión publicada dos años antes a cargo de Jacinto do Prado Coelho, Maria Aliete Galos y Teresa Sobral Cunha; más tarde, llegó la versión de Prefecto E. Cuadrado, publicada en Acantilado en 2002, que tomaba la versión de Ricard Zenith, y más tarde todavía – y seguro que me dejo alguna – la que editó, en 2004, la valenciana Pre-Textos de la mano de Antonio Sáez Delgado siguiendo la versión de Jerónimo Pizarro. Es esta última la que tengo a mano, en la muy cuidada edición , tanto en lo que hace al gramaje del papel, biblia, como a la guía-cinta para señalar las páginas; edición que no desmerece a las primorosas de la prestigiosa colección de La Pléyade. Si es esta la que tengo a mano – la verdad es que a mano tengo todas las nombradas – no es debido a la novedad, que se puede basar en un inconsistente argumento que sería que la última siempre es la mejor… sin ser esto así, sí que es cierto que teniendo en cuenta la profundización de los estudios pessoanos, y de la obra de que hablo en concreto, parece que las cosas se van perfilando cada vez con mayor precisión en lo que hace al respeto del espíritu del creador y su obra; esto no quita para dejar constancia de que las traducciones, y los traductores, nombrados muestran su absoluta pericia… En este orden de cosas podría afirmarse, de partida, aquello que dijese el siempre certero y ocurrente Georg Christoph Lichtenberg de que si un mono se acerca a un libro no se convertirá en un ángel, si bien más cabal sería tener en cuenta que todo lector se acerca a los libros con un bagaje previo, que le sirven a modo de gafas, cosa que en este caso l tiene más intríngulis si cabe ya que hay tantos libros como lectores ya que a unos les atraerá más un tipo de pasajes, otros releerán distintos fragmentos, y al final cada lector, como si se tratara de la elección de la carta de un surtido menú, organizará la lectura del libro a su gusto y medida; de igual modo que al visitar una ciudad hay quienes prefieren las grandes avenidas con sus llamativas luces y otros las sinuosas callejuelas.
La obra se abre en crisálida, dando lugar a trozos que son puro ensayo, para dejar paso a otros que son diarios íntimos, reflexiones literarias y de cualquier otro tipo… por medio de los que somos arrastrados a los pagos del aislamiento en los que el autor trata de reflejar que se halla fuera de cualquier contexto, y en su diseminada fragmentariedad nos lleva a recordar, o al menos a atisbar ciertos aires de familia, con los aforismos de un maestro de tal género como Nietzsche, o también de los pensamientos pascalianos. Conjunto de ideas en embrión sin desarrollar, con resabios de concentrado de cavilaciones puras o relatos de hechos que sirven de disparadero para expresar filias y fobias ante los protagonistas de las situaciones narradas, que también son la ocasión para servir de trampolín a disgresiones metafísicas o a aseveraciones francamente potentes. Un libro cuyo propósito es que su unión fuese su falta de unidad, que quedaba subrayada por el propio Pessoa en sus notas: «la organización del libro debe hacerse sobre la base de una selección, estricta en la medida de lo posible, de los varios fragmentos existentes […] Aparte de eso, hay que volver a hacer una revisión final general del estilo mismo, sin que se pierda en su expresión íntima, el devaneo, la desconexión lógica que lo caracteriza». Y por estos pagos somos conducidos a los recovecos más íntimos de los laberintos de la individualidad, en unas pinceladas basadas en las sensaciones producidas ante la observación de los fenómenos, expresado todo ello en un diálogo que el que observa/siente y escribe mantiene consigo mismo; monólogo interior que se comporta en consonancia con la dispersa realidad que es tal y como es y tal y como Pessoa/Soares la concibe. Bernardo Soares hablaba de su propia obra como una « autobiografía sin hechos», «una “historia sin vida», casi – y me repito – parece que nos hallamos no lejos del haz de percepciones humeano; como materia del yo, tal vez sea precisamente el recurso a la heteronomía la salida al callejón sin ídem… que supone el vacío del yo empírico, haciendo que éste se despliegue fuera de sus propias limitaciones, teniendo en cuenta que para Pessoa la vida, reitero, es literatura y su modo de contemplar y habitar el mundo es a través del prisma literario, y…no hay otra, y del mismo modo que el oficinista Pessoa escribía, Bernardo Soares también era empleado de oficina en Lisboa, «hombre inquieto e insomne» como le calificase Antonio Tabucchi. Es allá, en el local de trabajo y en la pensión compartida en donde el escribiente, el uno y la sombra del otro, se dedicaba con minucia a escribir su diario íntimo, en el que penetran reflexiones, impresiones, ensoñaciones y desvaríos…
La única gran obra en prosa que Pessoa dejó a la posteridad, marcada por la incompletud de un proyecto, semejante al sueño de Stéphan Mallarmé, de realizar el libro total, que se diluyese entre los géneros al intentar abordarlos todos en la misma página y el libro del que hablo puede ser considerado como un parcial ensayo de por dónde deberían avanzar las cosas en la ensoñación megalómana que le rondaba por su desasosegada mente… y allá adónde él no alcanza – olores, sabores y colores – lanza a otro personaje que esté dotado de las características de las que él carece, y que llegue a expresar lo que para él resulta inexpresable por inaprehensible; le hace así participar en su ampliado Drama em gente que no dejaba de alimentar con su escritura.
No hace falta ni decirlo, después de todo lo ya dicho – dentro de lo que por cierto quizá quede dicho o al menos insinuado, lo que ahora digo – que este libro no puede leerse como una novela , quien así pretenda enfrentarse con el volumen quedará defraudado desde el principio, del mismo modo de que quien busque en los libros acción y sorpresas debida a acontecimientos azaroso, no está ante el libro debido, ya que en éste no nos movemos más que a nivel de la normalidad, de las cosas sencillas, de situaciones que bien pueden ser consideradas banales por su cotidianeidad, cuestión que quizá es lo que lo convierta en contagioso… Work in progress el de este libro que según su autor era un no-libro, y que cuanto más se avanza en la lectura más se difumina la identidad del narrador, su lugar va a ir siendo tomado por el lector; obra que el propio autor – BS -consideraba que era un word-painting, pues había conseguido escribir sobre tonos de luz pintándolos con palabras, en momentos de sentirse escrito por otro («si siento, tengo la impresión de que se me pinta», decía Pessoa a quien le dolía la cabeza y todo el universo como al de Bilbo le dolía España).
Tal vez en algún ignoto lugar nuestro hombre se haya cruzado con el escribiente de Melville o con algunos personajes beckettianos que andan a la espera… tal vez por alguna tasca lisboeta, frente a una mesa en la que la botella de bagaceira no deja de vaciarse ante el silencio de los que comparten el murmullo silencioso de la literatura, como banda sonora de la incertidumbre y la zozobra de los tiempos que les tocaban vivir/padecer, en aquélla época histórica incapaz de representarse, del mismo modo que los hombres-masa que la componen son incapaces de representarse… «…considero la vida como un albergue en el cual debo permanecer, hasta la llegada de la diligencia del abismo»