Category: SAM SAVAGE


Por Iñaki Urdanibia.

Una brillante y escueta novela.

Sam Savage no es, que se diga, la alegría del huerto. Su visión de la realidad, que narra, chapotea en el pesimismo o al menos lejos de cualquier destello luminoso, ni presente ni futuro. El escritor nacido en Camden, Carolina del Sur (1940) y afincado en Madison, Wisconsin hace recordar a los tonos del underground, o a aires cercanos a tales; sin que suponga una exageración ver ciertos aires de familia con algunos escritores minimalistas. Si anteriormente nos hizo vérnoslas con una rata de biblioteca (cfr.: infra), en la presente ocasión continua su particular bestiario, aludiendo al perro, Roy, que le ha precedido en abandonar esta vida. «El camino del perro» (Seix Barral, 2016).

De la novela, escrita de modo fragmentario que se unen de modo similar a las pinceladas en un lienzo, nos adentramos en la vida solitaria, solamente rota por la ayuda que le asiste (mujer con la que comparte confidencias y hasta afectos, mas con la que a la vez tienes sus más y sus menos, más de estos últimos, debido a los afanes controladores y por ordenar la desorganizada vida del asistido de la señora), y en las rumias de Harold Nivenson, quien en su momento fue un artista con ciertas obras de éxito, al menos en algunos ambientes, revisando su pasado y subrayando la estulticia que rodea el mundo del arte, con sus engolados críticos y galeristas sin obviar los endiosados artistas, no deja de lado sus relaciones, fracasadas, en lo que hace a la familia, de la cual conoceremos a un hijo suyo que se presenta con pretensiones, en comandita con algún agente inmobiliario, experto en sacar dinero de debajo de las piedras (y de encima), de hacer que su padre abandone la vieja casa en la que habita, que se va quedando aislada en un barrio que está en trance de ser abandonado por sus habitantes; la reordenación urbana invade el lugar y los apetitos de ciertos sectores tanto inmobiliarios, como de alguna franja de la población que tiende a ocupar este barrio con sabor, eso sí renovándolo y poniéndolo guapo. Nuestro hombre se resiste, ya que está encariñado con su casa, lo que hace que sea considerado como una rara avis, que se resiste al cambio y al progreso. Hurgando en su pasado y en los valores que en ciertas épocas guiaron su existencia, llega al convencimiento de que en la vida existen otras cosas más allá de la fama y el éxito… el hallazgo de la paz que otorgan la soledad y una especie de sosiego interior que supone alejarse de los valores dominantes… y encerrado dedicarse a su jardín – es un modo de hablar, su espacio personal, al modo del Cándido volteriano -… y sabido es que la lucidez en exceso, conduce al deslumbre, al gélido enfrentarse con el mundo y, con sus habitantes, en un cierto repliegue que se emparenta con la misantropía, ante el reino de la estupidez que impera en las sociedades.

El tono de la atmósfera que se nos presenta es la propia del llamado «síndrome de Diógenes» (no me resisto a indicar lo inapropiado de tal denominación, ya que el griego de Sínope – guía de la “secta del perro”, de los cínicos-término que precisamente tomaba el nombre de los perros: κυν, κυνο -, no era desde luego un abandonado que conservase todo tipo de desperdicios, y numerosos animales de compañía, etc., etc., etc., sino un ser que en su frugalidad – con su manto y su inseparable báculo – se oponía frontalmente a las hipócritas convenciones sociales y del poder), la basura tiene tendencia, como si siguiese un ley natural, a acumularse y el abandono del caballero llega a límites desbordantes, dejadez que se ve acrecentada por la salud en declive que le hace pensar en la senda que llevó su can, el nombrado Roy, a la tumba…

La novela brillante y que contiene agudas y sagaces reflexiones, además de las ya mentadas acerca del arte y su decadencia, sobre la escritura; en una lectura directa incide, también, en la decadencia de la urbe, al menos en algunos barrios (me vienen a la cabeza El Carmen valenciano o la Barceloneta de la Ciudad Condal) apetitosos por su ubicación, en la decadencia personal debido al paso del tiempo y la vejez (agudas reflexiones de enfoque diferente pero que en el terreno de la narrativa y el pensamiento ya habían atravesado Doris Lessing y/o Simone de Beauvoir, por ejemplo), como etapa que anuncia el final,… todo se deteriora – como dominado por el principio de entropía – hasta el mismo yo, que en sus tendencias a la disgregación revuelve el tiempo pasado siempre con piezas que faltan para rellenar el siempre presente puzzle, y la presencia que planea de ciertos suicidas ejemplares o no tanto y algunas celebridades que tienen su peso en el pensamiento de nuestro hombre (Gertrude Stein, Balthus, Mahler, Dostoievski, Hölderlin, van Gogh, Virginia Wolf…). Si todo esto, como digo, es lo que se ve en una lectura directa, si se recurre – teniendo en cuenta lo que decía el otro de que todo es interpretación, e interpretación de la interpretación – puede recurrirse a una lectura sintomática o metafórica y por ahí podríamos ampliar la visión a lo colectivo, a la sociedad toda… mas por ahí no iré, ya que el forzar las cosas, como algunos hacen con calzadores interpretativos, puede llevar a ver cosas variopintas, por las fronteras del mismísimo disparate y por tales pagos el que esto escribe, guiado por criterios de probidad y prudencia, no está dispuesto a transitar.
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Devorar libros

+ Sam Savage
«Firmin »
Seix Barral, 2007.
224 págs. / 16,50€.

El ratón Firmin es la decimotercera de las crías de una mamá rata, a quien le gustaba el alcohol más que el arroz con leche. Procedentes por parte de progenitores de cloacas europeas, cuando nacen se van a disputar las tetas de su madre con sus hermanos en los escondites de una librería de viejo, de Boston, y allá se nutrirán de la tinta de los libros, y del papel – repleto de cuidadas letras – convertido en confetis por los afilados dientes de los roedores. No hay libro que se les resista y van a degustar desde destacadas obras de Melville, a novelas de James Joyce, de Robert Salinger, pensamientos de Sören Kierkeegard, o poemas de Ezra Pound, o de Blake… una verdadera selva de las obras maestras de la literatura universal. Si el protagonista – que da título al libro – le va cogiendo gusto a dichos volúmenes, el dueño del establecimiento, como no podía ser de otro modo, está hasta el moño ante el espectáculo de sus preciados, y preciosos, libros troceados en miles de irreconocibles pedazos… que es lo que va quedando de lo que eran obras geniales de la literatura; ante tal perspectiva decide poner fin a los roedores tratando de limpiarles el forro.

Firmin se libra por los pelos y se pega unas deambulantes escapadas, vagando por las calles de la ciudad, conociendo la vida bohemia, hasta que pierde cualquier cobijo – siquiera fugaz entre los anaqueles de la mentada librería – debido a que los negocios inmobiliarios acaban destruyendo el edificio en el que ésta estaba ubicada. La salida le vendrá al desamparado ratón a través de las relaciones de amistad que establece con un escritor fracasado que le rescata de la dura intemperie. Si el alimento literario refleja a las claras el deseo caníbal de quien tiende a comer lo que ama, el ratón tiene además gustos digamos que perversos para animales de su especie: es decir, por una parte el deseo le arrastra hacia los humanos en vez de hacerlo hacia animales de su clase, y a la vez goza como loco con las pelis pornográficas – actividad obviamente humana también – que observa en el cine Rialto.

Sin jaculatorias, ni moralinas tan propias en los libros protagonizados por animales, antropologizados ad hoc, el libro de Sam Savage nos acerca al personaje con unos destellos deslumbrantes de humor, de indolencia, de insolencia, y también de cierto sentimiento trágico de la vida. Y es que por una lado está el supuesto-y reivindicado por el protagonista y su creador- papel redentor de la literatura, y por otro están los business que hacen que las cosas no sean tan puras y limpias como sería de desear o de esperar, ni en el mundo de la alta cultura. El desenfado del escritor «miloficios» americano(se ha dedicado a ocupaciones tan dispares como arreglar bicicletas, carpintero, pescador o tipógrafo) brilla hasta adquirir tonos libertarios en la onda del underground americano… de los beat, la Velvet, o el demoledor autor de «Matadero cinco».

Libro que conmoverá a quien al él se acerque y que desde luego no debería pasar inadvertido para ningún amante de la buena prosa, ni para los bibliófilos en general. Desde el chapoteo originario de sus familiares de cloaca, nuestro animal se desliga de dichos ambientes para ascender hasta las cimas de las letras, en un verdadero proceso de aprendizaje… en medio de los tiempos cada vez menos propicios para creatividades y elevaciones, el animal subterráneo alza tal intempestiva bandera, del mismo modo que el viejo topo horadaba las montañas consolidadas de la sociedad biempensante… contra viento y marea.

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Por Iñaki Urdanibia.

Una brillante y escueta novela.

Sam Savage no es, que se diga, la alegría del huerto. Su visión de la realidad, que narra, chapotea en el pesimismo o al menos lejos de cualquier destello luminoso, ni presente ni futuro. El escritor nacido en Camden, Carolina del Sur ( 1940) y afincado en Madison, Wisconsin hace recordar a los tonos del underground, o a aires cercanos a tales; sin que suponga una exageración ver ciertos aires de familia con algunos escritores minimalistas. Si anteriormente nos hizo vérnoslas con una rata de biblioteca ( cfr.: infra), en la presente ocasión continua su particular bestiario, aludiendo al perro, Roy, que le ha precedido en abandonar esta vida. « El camino del perro » ( Seix Barral, 2016).

De la novela, escrita de modo fragmentario que se unen de modo similar a las pinceladas en un lienzo, nos adentramos en la vida solitaria, solamente rota por la ayuda que le asiste( mujer con la que comparte confidencias y hasta afectos, mas con la que a la vez tienes sus más y sus menos, más de estos últimos, debido a los afanes controladores y por ordenar la desorganizada vida del asistido de la señora), y en las rumias de Harold Nivenson, quien en su momento fue un artista con ciertas obras de éxito, al menos en algunos ambientes, revisando su pasado y subrayando la estulticia que rodea el mundo del arte, con sus engolados críticos y galeristas sin obviar los endiosados artistas, no deja de lado sus relaciones , fracasadas, en lo que hace a la familia, de la cual conoceremos a un hijo suyo que se presenta con pretensiones , en comandita con algún agente inmobiliario, experto en sacar dinero de debajo de las piedras ( y de encima), de hacer que su padre abandone la vieja casa en la que habita, que se va quedando aislada en un barrio que está en trance de ser abandonado por sus habitantes; la reordenación urbana invade el lugar y los apetitos de ciertos sectores tanto inmobiliarios, como de alguna franja de la población que tiende a ocupar este barrio con sabor, eso sí renovándolo y poniéndolo guapo. Nuestro hombre se resiste, ya que está encariñado con su casa, lo que hace que sea considerado como una rara avis, que se resiste al cambio y al progreso. Hurgando en su pasado y en los valores que en ciertas épocas guiaron su existencia, llega al convencimiento de que en la vida existen otras cosas más allá de la fama y el éxito…el hallazgo de la paz que otorgan la soledad y una especie de sosiego interior que supone alejarse de los valores dominantes..y encerrado dedicarse a su jardín-es un modo de hablar, su espacio personal, al modo del Cándido volteriano-…y sabido es que la lucidez en exceso, conduce al deslumbre , al gélido enfrentarse con el mundo y, con sus habitantes, en un cierto repliegue que se emparenta con la misantropía, ante el reino de la estupidez que impera en las sociedades.

El tono de la atmósfera que se nos presenta es la propia del llamado « síndrome de Diógenes» ( no me resisto a indicar lo inapropiado de tal denominación, ya que el griego de Sínope- guía de la “secta del perro”, de los cínicos-término que precisamente tomaba el nombre de los perros: κυν, κυνο-, no era desde luego un abandonado que conservase too tipo de desperdicios, y numerosos animales de compañía, etc., etc., etc., sino un ser que en su frugalidad-con su manto y su inseparable báculo- se oponía frontalmente a las hipócritas convenciones sociales y del poder), la basura tiene tendencia, como si siguiese un ley natural , a acumularse y el abandono del caballero llega a límites desbordantes, dejadez que se ve acrecentada por la salud en declive que le hace pensar en la senda que llevó su can, el nombrado Roy, a la tumba…

La novela brillante y que contiene agudas y sagaces reflexiones, además de las ya mentadas acerca del arte y su decadencia, sobre la escritura; en una lectura directa incide, también, en la decadencia de la urbe, al menos en algunos barrios ( me vienen a la cabeza El Carmen valenciano o la Barceloneta de la Ciudad Condal) apetitosos por su ubicación, en la decadencia personal debido al paso del tiempo y la vejez ( agudas reflexiones de enfoque diferente pero que en el terreno de la narrativa y el pensamiento ya habían atravesado Doris Lessing y/o Simone de Beuavoir, por ejemplo) , como etapa que anuncia el final, …todo se deteriora-como dominado por el principio de entropía- hasta el mismo yo, que en sus tendencias a la disgregación revuelve el tiempo pasado siempre con piezas que faltan para rellenar el siempre presente puzzle, y la presencia que planea de ciertos suicidas ejemplares o no tanto y algunas celebridades que tienen su peso en el pensamiento de nuestro hombre ( Gertrude Stein, Balthus, Mahler, Dostoievski, Hölderlin, van Gogh, Virginia Wolf…). Si todo esto, como digo, es lo que se ve en una lectura directa, si se recurre- teniendo en cuenta lo que decía el otro de que todo es interpretación, e interpretación de la interpretación- puede recurrirse a una lectura sintomática o metafórica y por ahí podríamos ampliar la visión a lo colectivo, a la sociedad toda…mas por ahí no iré, ya que el forzar las cosas, como algunos hacen con calzadores interpretativos, puede llevar a ver cosas variopintas, por las fronteras del mismísimo disparate y por tales pagos el que esto escribe, guiado por criterios de probidad y prudencia, no está dispuesto a transitar.

Devorar libros

+ Sam Savage

«Firmin »

Seix Barral, 2007.

224 págs. / 16,50€.

El ratón Firmin es la decimotercera de las crías de una mamá rata, a quien le gustaba el alcohol más que el arroz con leche. Procedentes por parte de progenitores de cloacas europeas, cuando nacen se van a disputar las tetas de su madre con sus hermanos en los escondites de una librería de viejo, de Boston, y allá se nutrirán de la tinta de los libros, y del papel-repleto de cuidadas letras- convertido en confetis por los afilados dientes de los roedores. No hay libro que se les resista y van a degustar desde destacadas obras de Melville, a novelas de James Joyce, de Robert Salinger, pensamientos de Sören Kierkeegard, o poemas de Ezra Pound, o de Blake…una verdadera selva de las obras maestras de la literatura universal. Si el protagonista-que da título al libro- le va cogiendo gusto a dichos volúmenes, el dueño del establecimiento, como no podia ser de otro modo, está hasta el moño ante el espectáculo de sus preciados, y preciosos, libros troceados en miles de irreconocibles pedazos… que es lo que va quedando de lo que eran obras geniales de la literatura; ante tal perspectiva decide poner fin a los roedores tratando de limpiarles el forro.

Firmin se libra por los pelos y se pega unas deambulantes escapadas, vagando por las calles de la ciudad, conociendo la vida bohemia, hasta que pierde cualquier cobijo-siquiera fugaz entre los anaqueles de la mentada librería- debido a que los negocios inmobiliarios acaban destruyendo el edificio en el que ésta estaba ubicada. La salida le vendrá al desamparado ratón a través de las relaciones de amistad que establece con un escritor fracasado que le rescata de la dura intemperie. Si el alimento literario refleja a las claras el deseo caníbal de quien tiende a comer lo que ama, el ratón tiene además gustos digamos que perversos para animales de su especie: es decir, por una parte el deseo le arrastra hacia los humanos en vez de hacerlo hacia animales de su clase, y a la vez goza como loco con las pelis pornográficas-actividad obviamente humana también- que observa en el cine Rialto.

Sin jaculatorias, ni moralinas tan propias en los libros protagonizados por animales, antropologizados ad hoc, el libro de Sam Savage nos acerca al personaje con unos destellos deslumbrantes de humor, de indolencia, de insolencia, y también de cierto sentimiento trágico de la vida. Y es que por una lado está el supuesto-y reivindicado por el protagonista y su creador- papel redentor de la literatura, y por otro están los bussines que hacen que las cosas no sean tan puras y limpias como sería de desear o de esperar, ni en el mundo de la alta cultura. El desenfado del escritor «miloficios» americano(se ha dedicado a ocupaciones tan dispares como arreglar bicicletas, carpintero, pescador o tipógrafo) brilla hasta adquirir tonos libertarios en la onda del underground americano…de los beat, la Velvet, o el demoledor autor de «Matadero cinco ».

Libro que conmoverá a quien al él se acerque y que desde luego no debería pasar inadvertido para ningún amante de la buena prosa, ni para los bibliófilos en general. Desde el chapoteo originario de sus familiares de cloaca, nuestro animal se desliga de dichos ambientes para ascender hasta las cimas de las letras, en un verdadero proceso de aprendizaje… en medio de los tiempos cada vez menos propicios para creatividades y elevaciones, el animal subterráneo alza tal intempestiva bandera, del mismo modo que el viejo topo horadaba las montañas consolidadas de la sociedad biempensante…contra viento y marea.