Por Iñaki Urdanibia.

Dos atractivas novelas que no vuelan sino que pisan el suelo de las relaciones.

Acabo de leer un par de novelas que ciertamente resultan de interés al tratar asuntos humanos, demasiado humanos… eso sí, en femenino, ya que tanto las que las narran son mujeres como las protagonistas de de ellas también lo son; enredadas en problemáticas relaciones.

El sexo en el puesto de mando

«La sensación gratificante de haber existido mil veces a través del deseo de otros… Sin llevar contabilidad… tantos cuerpos, tantos penes, tantos olores, tantas penetraciones…», es la guía que impulsa el deseo y la vida de la protagonista de la primera novela de Leila Slimani, recién publicada por Cabaret Voltaire: «En el jardín del ogro».

Leila Slimani (Rabat, 1981) lleva afincada ya unos años en París a donde acudió, a sus diecinueve años, con el fin de proseguir sus estudios universitarios de políticas y comercio. Amén de otras dedicaciones la escritura ocupa un importante lugar en sus existencia, sin dejarse atrapar por la encasilladora etiqueta de escritora marroquí, para lo que su prosa escapa de su país natal para ampliarse a temas más amplios y generales, eso sí, siempre relacionados con la mujer y sus relaciones.

La novela se lee en un suspiro, o teniendo en cuenta la tensión que asoma de manera permanente, en varios suspiros; capacidad de atrapar al lector que es marca de la casa como ya mostró en su premiada con el Goncourt de 2016, y traducida anteriormente, por Malika Embaren (que es también la misma traductora de la novela de la que hablo), en la misma editorial, por acá: Canción dulce. En ella ya asomaban con fuerza las problemáticas relaciones familiares, los afectos, y los aspectos ligados a las diferencias económicas y sociales, lo que unido a cierta violencia desencadenada; no le queda a la zaga su actual novela, escrita con anterioridad, 2014, a la nombrada. La que ahora presento también recibió un galardón, el Mamounia.

Como ya queda aclarado desde el inicio del comentario, los tiros van en esta ocasión por otros derroteros que son los del deseo sexual desbocado. Adéle es una mujer cuya vida parece digna de satisfacerla: ella trabaja de periodista y está casada con un médico, tiene un hijo, Lucien, y viven en un lindo apartamento en Montmartre (todo ello por cumplir con los requisitos de la vida comme il faut). Todo hay que decirlo, la vida sexual con su marido no resulta especialmente gratificante, nunca lo ha sido; a lo más una repetición mecánica, carente de imaginación y novedad, de lo mismo… vamos, nada digno de echar cohetes; aunque como se verá a continuación no es que sus conquistas resulten gratificantes a no ser que el mero hecho de conquistar sea el objetivo par excellence. No se ha de pensar que esta pobreza sea la que provoca la tendencia al desfogue de Adéle, que no cesa de buscar conquistas de una o más noches, para satisfacer su desatado deseo: ella gusta de ver los rostros masculinos en la tensión del deseo que ella provoca. Tan incontinente deseo le empuja a conquistar hombres, sin prestar mayor importancia a la atracción o las características del seducido… el caso es hacerlo, sin remilgos, empujándoles esto a su vez a tener que mentir a su ocupado marido en lo que hace a horarios, a supuestas reuniones, haciéndole vivir en una mentira y unas esquivas permanentes para lo que recurre a convertir en asqueada cómplice a una compañera de trabajo… Encuentros rápidos y fugaces en hoteles, en ascensores, en domicilios particulares o en habitaciones de hotel. Las mentiras le conducen a faltar a algunos compromisos con respecto a atender a su hijo, y le lleva a hacerse con un móvil que usa única y exclusivamente para sus ligues. Los equilibrios son constantes y difíciles y tanto va el cántaro a la fuente…que al final hallado el descuidado móvil el marido descubre la mentira… y de las aventuras locas, se va a pasar a la vida bajo control y del bullicio parisino al alejamiento de una ciudad de provincia, como si de una cura de desintoxicación se tratara…

La necesidad de sentirse mirada, deseada, y desencadenar la embriaguez en ellos , es el eje de sus preocupaciones… ella quiere vivir con intensidad, a toda marcha, ser sentida, ser tocada, ser llenada por el esperma de los hombres, y no se frena por ningún tipo de obligación o compromiso… La fuerza del deseo sexual es superior a sus fuerzas, y ello va a traer desastrosas consecuencias, pero es que según confiesa: «los hombres la sacaron de la infancia. La extirparon de esa edad fangosa, y cambió la pasividad infantil por la lascivia de las geishas».

La escritora logra de manera dosificada imbuir en los lectores una inquietud, que casi le convierte en cómplice de la mujer infiel en su insatisfecha soledad, inquietud originada por el temor de que algo no funcione y al final sea descubierta en sus numerosas e increíbles aventuras… la tensión permanente va unida con la frialdad de la narración. Slimani tiene el mérito de convertirse su narración en la obra de un notario que levanta acta de lo que sucede sin caer en ninguna forma de juicio o moralismo; tampoco asoma ninguna complacencia, incitadora de erotismo, como sucedía en los casos de Anaïs Nin, Erica Jong o Catherine Millet, por poner tres casos, cierto es, que muy distintos, que van desde la delicadeza, al desfase total y ninfómano pasando por el desfogue.

No seré yo quien busque una relación causal en lo narrado en esta novela, con centro de gravedad ubicado en la sexualidad, con cualquier tipo de combate que la escritora pretenda o lleve a cabo, pero sí quisiera señalar dos aspectos que me parecen de importancia: por una parte, la reciente publicación por parte de Slimani de un ensayo sobre las mujeres y el sexo en Marruecos y por otra, y relacionado con lo anterior, la lucha que la mujer mantiene contra las severas limitaciones que en su país natal existen en el terreno sexual con respecto a las mujeres y en contra de otras expresiones de la sexualidad como las homosexuales, etc. En ese orden de cosas, no creo que resulte desproporcionado señalar que la miseria sexual es uno de los centros de interés en los que la escritora franco-marroquí pone el acento; así en esta novela, y por los bordes de la patología, presenta la esclavitud que supone para la protagonista su adicción sexual (en la sombra el ejemplo invertido, en femenino y en diferente status social, de Dominique Strauss-Kahn).

Madres e hijas

Hay quienes juzgan que la escritura de Amélie Nothomb se mueve por los pagos de lo simple, llegando hasta hablar de cierta superficialidad light. No soy, desde luego de esa opinión, ya que sus novelas, cortas eso sí, iniciándose a veces por aspectos en apariencia carentes de enjundia van adoptando en su desarrollo cargas de profundidad sobre diferentes aspectos de las relaciones humanas. Así pues la aparente sencillez de lo narrado y el estilo directo y sin abalorios ocultan temas de indudable interés.

Con la regularidad de un peluco suizo la nipona-belga (Kobe, 1967) saca cada inicio de curso su novela, que año y pico después es vertida al castellano antes por Circe y desde hace tiempo ya por Anagrama. Ahora acaba de ser publicada su «Golpéate el corazón» y la verdad es que la novela no tiene desperdicio y no concede descanso al lector en sus escasas ciento cincuenta páginas.

Marie es una joven de provincia que cautiva por su belleza; los chicos la desean y ella se vanagloria de ello siendo consciente de su extraordinaria belleza y del deseo que provoca. Al final, se relaciona con un joven del lugar, cuya familia es propietaria de la farmacia del lugar. La relación desemboca en el embarazo de la joven a la edad de diecinueve años. El fruto del embarazo es una linda niña, Diane, en la que la madre vuelca todo sus resentimiento, su envidia, sus celos, todo ello revestido de una absoluta indiferencia hacia la niña. Tanto el padre como los demás parientes son conscientes de la frialdad con Marie trata, más bien ignora, a su hija. Si salta a la vista esa falta de afectos, la propia niña desde su más tierna infancia comienza a tomar conciencia de tal situación, lo que le va a conducir a forjar un espíritu independiente. En tal situación el nacimiento de dos hermanos: primero Nicolás y más tarde Célia, que reciben todos los cariños de su madre, van a provocar mayor dolor en Diane que siempre ha perseguido el contacto con la diosa, que es como ella cataloga a su madre, que le resulta inalcanzable. Más tarde Célia abandonará el hogar familiar y entregará a su madre la hija que ha tenido, no se sabe muy bien con quién; la distancia, y las múltiples ocupaciones, harán que Diane no asista a la boda de su hermano Nicolás.

El padre le entrega su cariño, sus abuelos también mas la chiquilla acaba haciéndose adoptar por los padres de su mejor amiga adolescente, Elisabeth. El distanciamiento con respecto a la familia es cada vez más radical, y Diane centra todos sus esfuerzos en los estudios de medicina, más en concreto de la especialidad de cardiología, inspirada e impulsada por la frase de Alfred Musset que da título a la novela: Golpéate el corazón que en donde reside el genio. Entre los profesores, muchos de ellos velando su ignorancia por su estatus de mandarines, desentona una tal Olivia de la que se encariña Diane que ve en ella una especie de sustituta de la madre que nunca tuvo. Las relaciones estrechas le hacen conocer a la familia de la profesora: al marido que es un ser dedicado a la matemática hasta los límites del autismo, y una niñita, Mariel, que flojea en los estudios y que resulta absolutamente desatendida por sus padres preocupados de su carrera. Diane se encargará de cuidar a la niña haciéndoles progresar en los estudios de manera sorprendente, al igual que se ocupará de animar, y preparar, a su profesora para que se presente al examen de cátedra; Olivia parece estar hecha de otra pasta y no cesa de criticar el arribismo que observa en sus compañeros de claustro, y Diane pensando que es una injusticia que una persona capaz no suba en el escalafón le ayuda a preparar las oposiciones; no solo le anima sino que le prepara materiales, hasta que al final la ayudada sale victoriosa de la prueba, momento en el que ofrece varias de sus clases a Diane para que vaya enriqueciendo su currículum para poder optar a convertirse en profesora. La victoria académica, se verá acompañada de una derrota en lo que hace a la estrecha amistad, ya que el comportamiento de la recién estrenada como catedrática comience a parecerse cada vez más a quienes anteriormente despellejaba, lo que va a conducir a varias situaciones de desprecio hacia quien tanto la había ayudado, y hasta llegar a servirse de la ocurrente respuesta acerca de la motivación de la dedicación profesional – basada en la frase de Musset – como si de ella se tratara; copia y vampirización que se ampliará a otros asuntos profesionales de más enjundia… hasta el punto de la ruptura.

En medio de los celos, las envidias, el odio y demás pasiones frías, avanza la novela, con un estilo propiamente nothombiano de aparente sencillez pero de profunda hondura, sumergiendo a los lectores allá en donde anidan los sentimientos nombrados con una destacable finura psicológica, haciendo que por momentos resuene la afirmación sartreana de que que el infierno son los otros… unos más que otros, y más en los ambientes endogámicos de la universidad napoleónica con sus enchufes, cooptaciones a dedo, etc. Estos problemas en las relaciones afectivas y otras me hacen recordar una de aquellas primeras joyitas de Amélie Nothomb cuyo significativo título era Las catilinarias, inspirado en aquel Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra.

No me corto ni un pelo, a la hora de aventurarme por los lares del atrevimiento, al afirmar que siendo lector asiduo de la nipona-belga, tal vez estemos ante una de sus mejores novelas, sino ante la mejor, por su potencia y por su capacidad de sobresaltar al lector quien tras momentos que parecen anunciar la calma se ve sacudido por nuevas tensiones que añaden capacidad de enganche.