Category: DON DELILLO


Por Iñaki Urdanibia

Tras dar cuenta del último libro del escritor norteamericano, presento algunos otros artículos publicados sobre sus obras, con el fin de que el retrato resulte más completo.

Más lecturas de las obras del escritor neoyorkino:

+ En esta misma red:

Don DeLillo, escribir contra algo – Kaos en la red

El « Submundo » de Don DeLillo – Kaos en la red

+ En el diario Gara:

Novela del 11-S

+ Don DeLillo

El hombre del salto

Seix Barral, 2007.

289 págs. / 19€.

No cabe duda de que DeLillo es uno de los novelistas más destacados de la actualidad estadounidense, junto a los Philip Roth, John Irving, John Updike, Siri Husvedt, Paul Auster, el recién fallecido Kurt Vonnegut, etc. y autor de novelas tan logradas como «Americana», «Mao II», «Submundo», entre otras. Siempre dejando ver una mirada crítica con respecto a los poderes, como él mismo reclama como función para la escritura, haciendo así que su obra pueda ser juzgada como una anatomía crítica de la cultura norteamericana al tiempo que una constante interrogación sobre el acto de escribir, y las relaciones siempre problemáticas entre las palabras y las cosas.

Al calor de los hechos -me refiero a la destrucción de las torres gemelas – el novelista se dejó llevar por el torbellino de interrogantes que asaltaron su mente, y la de muchos de sus compatriotas – en aquellos fatídicos momentos. En tal librito, «En las ruinas del futuro», hacía una defensa matizada del modo de vida americano e intentaba explicarse, y explicar a los demás, la furia que origina por otros lares la orgullosa omnipotencia y omnipresencia de su país a lo largo y ancho del planeta. Ahora vuelve a aquel escenario pero en un registro novelístico e intenta ponerse en la piel de todos los que de un modo u otro tuvieron relación con aquel derrumbe. Con la imagen reiterada y que da título al libro, como símbolo de la desesperación, del hombre que saltó en llamas desde lo alto de los edificios, presta la voz a un superviviente (Keith) que se relaciona con otra de la que rescató la maleta (Florence), a su ex mujer (Lianne) a la que en la confusión del momento recurre desbrujulado, y también a uno de los kamikazes (Hammad) que embistieron contra las emblemáticas torres del World Trade Center, de quien se nos cuentan algunos rasgos – no significativos en exceso, por cierto – de su historia pasada.

Si como queda consignado el escritor es un certero retratista, y cronista, de su país en los tiempos de la guerra fría y posteriores, manteniendo una postura resistente contra el consenso conformista que hace tragar todo lo que se eche desde la Casa Blanca, en la presente ocasión, sin embargo, he de decir en honor a la verdad que el libro se evapora en direcciones diseminadas, haciendo que a pesar de existir como es obvio un hilo unificador de las distintas voces, la magnitud y complejidad de la tragedia, y su consiguiente dolor, se esfuman como el humo. Es justo matizar que el autor como antes hacía en su «Submundo», más que tomar como centro de su novela la descripción de los acontecimientos (la guerra de Vietnam, el atentado mortal contra Kennedy, etc.) visitados, trata de ver, y destacar, por medio de la ficción, la manera en que los acontecimientos de la Historia dan forma a las existencias individuales, y se empeña en hacer reflexionar acerca de en qué medida estas últimas tienen capacidad de modificar la realidad, siendo consciente de que es imposible aprehender la totalidad.

Quizá precisamente la creencia en esta imposibilidad que señalo es la que hace que en esta novela que toma como eje el hecho ya mentado, haya momentos de deslizamiento hacia la ausencia de garra, si bien hay otros en los que asoma el mejor DeLillo presentándonos a seres cuya confusión de razones y su desubicación producida por los terribles eventos, les lleva a tratar de entregarse a los brazos del amor, de la comunidad de sentimientos, aunque de manera algo mermada debido a la incertidumbre creada por la explosiva interrupción provocada por los yihadistas, que dejan a los humanos en manos del azar, y de la voluntad asesina de unos desalmados. Ahí quizá, en el diagnóstico que se puede extraer del libro sí que acierta el escritor: la creciente paranoia producida que hace vivir a los ciudadanos de por allá en un continuo temor a los posibles ataques y en una permanente inseguridad.

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Psicosis 24 horas

+ Don De Lillo

Punto Omega

Seix Barral, 2010.

159 págs. / 17 €.

Me suena que se suele decir al hablar de los tres mosqueteros que eran cuatro. Cambiando pelín de tercio hace no mucho tiempo que algún crítico del semanario Time afirmó – creo que con razón – que tras la muerte de Norman Mailer y de Saul Bellow en el panorama literario americano quedaba un «trío de viejos maestros»: Philip Roth, Toni Morrison y Don DeLillo, podría añadirse un cuarto, por de pronto, el incombustible Thomas Pynchon… o, tal vez, algunos más como Richard Ford, Siri Hustvedt y su esposo Paul Auster, Y no seguiré pues sino en vez de tres van a ser tropa.

Es indudable que con merecimiento se halla entre los destacados Don DeLillo, este cronista de la sociedad norteamericana, de su descomposición a causa del entropismo que en ella anida, lleva al lector hasta los bordes del abismo apocalíptico. En la novela que ahora se presenta estamos en el post-11S, tras «El hombre del salto», su anterior novela, y ambas no alcanzan el volumen de «Submundo» o «Cosmópolis», son más breves, más concisas y, por supuesto, menos explícitas y enigmáticas de principio a fin; en especial esta última que nos lleva – de ahí toma el título – hasta el punto del que hablase el jesuita, teólogo y paleontólogo, francés Teilhard de Chardin, aquel cercano encuentro del hombre con Dios, una vez que aquél hubiese alcanzado sus más altas cotas de consciencia… hasta el agotamiento.

Un asesor del Pentágono para la guerra de Iraq, Richard Elster, se retira al desierto, para hallarse a sí mismo, y un lugar y un tiempo para ésta búsqueda personal; a su encuentro va un joven cineasta, Jim Finley, que pretende realizar una película cuyo desarrollo consistirá en un plano fijo del anciano, de su rostro… hablando de los desastres de la guerra, más en concreto de la de Iraq, a la vez que de la oscura trastienda de los secretos – y mentiras – del Estado. Más tarde aparecerá, completando el trío, la hija del primero enviada allá por su madre, y entre los tres se establecerá una inagotable conversación en medio de aquel silencioso e inhóspito paisaje de Sonora. La novela avanza nerviosa, en un inquietante baile-de-san-vito reflexivo envuelto en un motivo capicúa: es decir, tanto al comienzo como al final De Lillo se refiere a un montaje que Douglas Gordon expuso en el Museo de Arte Moderno de Nueva York , cuyo título era 24 Hour Psycho y en el que se visionaba la película de Alfred Hitchcock mas en vez de durar hora y media, se la hacía durar un día entero al ser ralentizada su proyección. Tal montaje es el que le sirvió de inspiración al escritor que yuxtapone las escenas de Anthony Perkins y su víctima Janet Leigh – del asesino todo el mundo recuerda el nombre del artista, de la víctima sólo el nombre que adopta en el film – y las conversaciones que se mantienen en la lejanía del desierto.

Más preguntas que respuestas se suceden en las sinuosas páginas del breve libro en el que asoman los temas que obsesionan al autor (el principio de realidad, la decadencia de su país, las relaciones de poder, el oficio de escribir…), y el enigma que se adueña de las páginas cede ante la claridad de la mentirosa y demencial política guerrera de los neoconservadores del Pentágono. Como lo dirá el señor Elster, con sus setenta y cuatro años de experiencia sobre sus meninges paranoicas , en la guerra contra el mal todo está permitido. Don DeLillo sigue empeñado en la utilización de la ficción contra los sistemas, completando su crítica que traza la anatomía de su país; y lo hace con la brillantez que le caracteriza… hasta el deslumbre.

La ficción contra los sistemas

+ Don DeLillo

Los nombres

Seix Barral, 2011.

19 €. / 447 págs.

No me cansaré de repetir y lo seguiré haciendo hasta que me hagáis caso, que decía el otro, que Don DeLillo es uno de los más sobresalientes escritores del norte americano junto a Paul Auster, Siri Husvedt, Toni Morrison, Philip Roth, Douglas Foster Wallace o Thomas Pynchon. Muchas veces se asocia su obra con la del misterioso y bulímico en palabras Pynchon… cierto es que aires de familia en el entropismo sí que se ven, si bien algo menos de disloque y diseminación también.

En esta novela de 1982, publicada acá diez años después por Circe, Don DeLillo continua con su tarea de practicar la anatomía de su país, y del mundo en degeneración. Como en él es hábito aplica su escalpelo a distintas actividades de sus conciudadanos para por medio de ellos alcanzar el corazón de la cultura americana; así se desliza desde la amenaza atómica y el béisbol al terrorismo, pasando por el culto al cuerpo, al control social que se cierne sobre los ciudadanos, etc. No se muestra desde luego el escritor como la alegría de la fiesta sino que al contrario su mirada es la de un ser disolvente que no confía ni un pelo en el modo de organización que domina al mundo y hasta se pueden observar en su obra ciertos aires proféticos ya que anuncia, ficciona y acierta mucho antes de suceder lo relatado: imaginó el derrumbe de las Torres Gemelas, el escape de gases tóxicos, o los roces con el islamismo que es a lo que apunta en esta novela. Tal desconfianza y sus temerosos adelantos de sucesos catastróficos le valieron ser calificado como el “poeta de la paranoia” por el británico Martín Amis.

«Los nombres» es como una cebolla, no lo digo porque haga llorar, al contar con cantidad de capas que se suceden en la zigzagueante narración. El escenario de las andanzas de un analista de riesgos se desliza por el Mediterráneo en donde está destinado por su empresa para que tome el pulso a los conflictos que se suceden por tal geografía. Son los años de la revolución islámica en Irán, de secuestros que se van convirtiendo en moneda corriente, y el creciente poder de atracción del oro negro que yace bajo el suelo de muchos de los países de por allá. Axton, el protagonista, se entera en una isla del Egeo de un asesinato cometido por una extraña secta guiada por el empeño de alcanzar la perfección del lenguaje, su horizontes son «los nombres». La palabra juega el papel esencial de la historia y no lo digo sólo porque de ella está hecha la literatura, y sus variados diálogos que se turnan en un trepidante ritmo que cobra la incertidumbre tensa propia del mejor de los thriller.

La actualidad y su proyección futura convertida en materia prima literaria, eso es Don DeLillo, escritor de las causas perdidas y de la compasión, cuya obra hace bueno aquel deseo de Roland Barthes: «espero de la novela una especie de trascendencia del egotismo, en la medida en que señalar a los escritores que se ama, es testimoniar que éstos no han vivido (y bien a menudo sufrido) “para nada”». ¡Así Don DeLillo!

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Un anatomista de los USA

+ Don DeLillo

Americana

Seix Barral, 2013.

502 págs. / €.

La editorial barcelonesa pone al alcance lector la primera novela del gran escritor Don DeLillo, una de las voces más destacadas de la ficción contemporánea en los EEUU. Publicada en 1971 y presentada por acá en 1999 por la editorial Circe, hace tiempo que estaba descatalogada; con tal publicación continua la encomiable labor de rescate de las obras del escritor.

Desde esta primera obra, traducida con elegancia por Gian Castelli, puede verse lo que va a constituir la esencia del quehacer del autor que está convencido de que «la ficción debe contestar al poder»; con este lema como guía, su tarea consiste en trazar una anatomía crítica de la cultura americana, desvelando lo que se oculta habitualmente tras el tan campaneado «sueño americano». No cesa ahí su empeño pues en su escritura también puede verse la constante interrogación vital sobre lo que supone el acto de escribir, el lenguaje y su relación con lo real que las más de las veces nos es alejado por el embrujo de las palabras, domesticadas por quienes detentan los hilos de las voces dominantes.

Catalogaba Martín Amis a Don DeLillo como el «poeta de la paranoia» al tiempo que recomendaba su lectura por su fuerza hipnótica. Sin dar por buena la etiqueta del británico sí que puede verse en la escritura del americano la presencia del principio de entropía (aires de familia en este terreno con el esquivo Thomas Pynchon), a veces hasta los límites cercanos al Apocalipsis. Las ruinas debidas a distintas catástrofes y a amenazas varias (atómica, terrorista, dermoestética, ecológica,…) asoman con fuerza en sus novelas, escritas con un afilado escalpelo que no parece dispuesto, desde luego, a ser complaciente con el estado de cosas y con los negros tonos que se ciernen en el horizonte. No chapotea no obstante DeLillo en el pesimismo sino que su concepción de la escritura le hace depositar sus esperanzas en su valor emancipador, apoyando su empresa en Prometeo y hasta en el mismo Ícaro, volador él («la primera lámpara que se alumbre será la del hombre que se lanza de un acantilado y aprende a volar»). El lugar de su escritura es el de la resistencia contra la estupidez reinante y de este modo se las tiene contra las distintas caras de la mediocridad ambiente.

Sintomático en este orden de cosas es la ubicación del protagonista de esta novela, David Bell, en un isla aislada: Island I land, lugar del yo, que le hace sentirse desplazado, separado del común de sus compatriotas y sus anquilosadas costumbres, y también de sí mismo; distancia entre el sujeto y su América que se mide más en páginas que en millas. Su viaje a través del país con el fin de elaborar un documental le va a hacer conocer distintas costumbres y hábitos, a distintos personajes, prototípicos y no tanto, y más que una exploración de aprendizaje le va a provocar un vacío, reflejo de las zonas de sombra que visita y una exploración de sí mismo y sus orígenes. Las historias se encabalgan las unas con las otras y el efecto especular hace que unas situaciones se vean reflejadas en otras . En la medida que se avanza en la lectura , la pluralidad de historias y situaciones, asomadas al caos, hace que se entremezclen la realidad, los fantasmas y se va perfilando una topografía del deseo, y la película de Bell resulta una narración, verbal, de tal presunta película y a la vez hace que el viaje del narrador-cineasta suponga una búsqueda inacabada (¿imposible?) de sus orígenes, pues «el viaje en la historia genealógica lleva al que busca la Verdad a la pluralidad de sus orígenes: al imposible origen».

Magistral novela en la que confluyen los fragmentos de país, la reconstrucción del sujeto en crisis y los problemas relacionados con la creación… viaje, cartografía del yo narrador, aislado y bañado en la soledad, y del errar por las tierras insulares y continentales.

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Don DeLillo, anatomista crítico de la cultura USA

Sigue publicándose la totalidad de la obra de este escritor, uno de los más brillantes escritores del panorama estadounidense; dentro de este plan ahora se rescata su segunda novela, «Fin de campo» como el año pasado se rescató la cuarta, «La Estrella de Ratner» Autor de una quincena de novelas y tres obras de teatro, gracias a las que ha recibido numerosos premios (el National Book Award, el International Fiction Price, el PEN/Faulkner Award de Ficción, la Medalla Howells , el Jerusalem Prize y el PEN/Saul Bellow Award).

Apoteosis y Apocalipsis

Como ya anunciaba en las líneas introductorias de esta visita a la obra del autor americano, acaba de publicarse «Fin de campo», en la que nos topamos, como sucede en muchas ocasiones en la obra del neoyorkino, con un hombre sometido a la prueba de la soledad, en donde a menudo sus protagonistas rozan las situaciones extremas.

Gary Harkness, el joven protagonista, juega al fútbol , destacando en tal deporte, hasta el punto de abandonar su familia y el equipo local en el que militaba, Adirondacks, para trasladarse al desierto tejano, y jugar allí en el Logos College. En una especie de repliegue, cercano al autismo, el muchacho se encierra en su exilio: «yo era uno de los exiliados. Hubo muchas veces, créanlo ustedes, que me preguntó que estaba haciendo en aquel lugar remoto y abandonado, en aquella tundra estival, recibiendo somantas de palos de una pareja de téxanos de ciento diez kilos a los que les salía espuma por la boca»; allá había acudido respondiendo a la llamada de Greed, el entrenador; allá se va a sentir como un extranjero, ya que él procede del norte. El joven, no obstante, sentía que el fútbol era como su columna vertebral ¿ qué sentido tendría su existencia sin tal deporte?

Las distintas posiciones de los jugadores en el campo, formando parte del sistema de juego, van a conducir al bueno de Harkness a sentirse más cómodo en los márgenes que en los puestos intermediarios a los que se le destinan. La situación de protagonista es realmente paradójica ya que al tiempo que – como queda señalado – se considera nada sin el fútbol, es consciente de que la banalidad domina el ambiente de sus compañeros que no se preocupan de ninguna de las maneras de lo que pasa en el mundo, nada digamos de sus aspectos más peligrosos y sangrantes… En cierto sentido este desentenderse de los males que acechan al mundo, tienen la posible virtualidad de convertir el fútbol, como un espacio en blanco en el que todo está por escribir, postura a la que ayudan los valores de una presunta mítica pureza original que se puede hallar en el ascetismo y la disciplina exigidos por la práctica deportiva, ascetismo que llevado a ciertos extremos de exigencia conduce irrevocablemente al fanatismo y a ciertas tentaciones totalitarias… «El exilio compensa al desterrado ofreciéndoles ciertas oportunidades… Simplicidad, repetición, soledad, crudeza, disciplina sobre disciplina. Todo ello entrañaba beneficios, cosas que yo podía usar para hacerme más fuerte; al pequeño monje fanático que se aferraba a mi hígado le sentarían de maravilla aquellas sobras ascéticas».

El terreno de juego como campo en el que lejos de cualquier complejidad, dominando las reglas que varían según las necesidades tácticas, saltan al campo las formas más primitivas de violencia, mas la reducción de la complejidad del mundo conlleva igualmente la ausencia de la complejidad del lenguaje, que despojado se aproxima a las linde de una «purificación»: «llamar a una cosa por su nombre y no tener necesidad de ningún otro sonido… El sol. El desierto. El cielo. El silencio, Las piedras llanas. Los insectos. El viento y las nubes. La luna. Las estrellas. El este es el oeste. El canto, el color y el olor de la tierra». El desierto y el silencio como lugares vacíos aterran al protagonista, por los bordes de las ensoñaciones adámicas, empujan a Harkness al fuego nuclear que obsesiona al muchacho quien contrasta sus temores apocalípticos con algún militar que de esas cosas entiende… Zona de fuego, zona de quemaduras, zona situada más allá de la línea de fondo (del terreno de juego), que es donde se enfrentan dos equipos, dos bloques enfrentados como paralelo deportivo del conflicto nuclear… sin caer, no obstante, en una mecánica analogía entre el fútbol americano y la guerra.

Aclarado lo anterior, se ha de añadir que en la novela se plantea con absoluta nitidez que las actividades culturales que mitifican las figuras del héroe, del valor, de la entrega y el sacrificio que se han de poner en liza de cara a conquistar el territorio, forma parte de una inequívoca cadena que conduce a las loas al patriotismo y a la voluntad de poder, como mensajes que arrastran a considerar como aceptable la confrontación planetaria. En este orden de cosas la figura del entrenador puede adoptarse como una parábola: la del ser de orígenes humildes que se va haciendo a sí mismo por medio del esfuerzo continuado, hasta llegar a ser un respetado entrenador. Tras un escándalo, su ascendente carrera se quiebra hasta que es llamado a ocupar el puesto de entrenador por la viuda del fundador del Logos College. Los primeros pasos que allá da el nuevo entrenador es cambiar el pintoresco nombre del equipo por un nombre que respondiese más a la combatividad y la misión cuasi-salvífica de las que quería dotar al renovado equipo.

El éxito y la apoteosis del Logos solo pueden ser alcanzadas con una mística del sacrificio, de la purificación y de la regeneración… disciplinar los cuerpos, y soflamas disciplinarias en las que lo secular y lo religioso resulta difíciles de distinguir, y en donde el fanatismo sirve de nexo de unión entre misticismo y totalitarismo. El carácter rabioso del entrenador es desvelado por el compañero de habitación del protagonista, Bloomberg quien adivina el horizonte al que conduce Creed: «en nuestro silencio y nuestro terror, posible que dirijamos nuestra tecnología hacia la metafísica, hacia la creación de un arma inimaginable capaz de doblegar las barreras espirituales, de mutilar o matar la sombría presencia, cualquiera que sea, que envuelve este mundo».

Y la furia disciplinaria y sacrificial conduce a Creed a devenir invisible y misterioso… y al cierre de la historia vemos a Gary – a quien por cierto el entrenador llama «hijo» – como potencial sucesor de su maestro… al que vemos al cerrar el libro entregado a su ayuno purificador y a punto de perder la conciencia.

 

Por Iñaki Urdanibia

«Lo que aparece en estas páginas representa casi, en sus proporciones regulares, una liberación del caos». (Americana)

Accidente, Apagón, empiezan por A como Apocalipsis, y de todo ello hay, si se exceptúa lo último que asoma como pronóstico o amenaza, en la última novela del escritor norteamericano que se mantiene en su línea habitual. En «El silencio», editado por Seix Barral, vemos la situación que provoca un apagón, tanto en un apartamento en donde una pareja, Diane Lucas y Max Stenner, acompañados por un ex-alumno de Diane, el treintañero, Martin, convertido en profesor de física, que esperan a una pareja, Tessa Barens, poetisa, y su marido Jim, a quienes pilla el apagón mientras vuelan, lo que hace que el avión se vea forzado a realizar un aterrizaje forzoso, al verse desconectado del mundo; estos últimos tras ser trasladados a un hospital en un bus, se dirigen al apartamento de los anteriormente nombrados a donde, como es natural, llegan tarde.

Había quedado a cenar y de paso ver La Super Bowl en el correspondiente domingo. Los deportes- estrella del país de las barras y estrellas cobran presencia en diferentes obras del autor: SubmundoLímite del campoMao II, cosa que es natural si se tiene en cuenta que la tarea esencial que se marca Don DeLillo es la de convertirse en cronista de su país. No está de más añadir que en la presente ocasión la amenaza que presenta se cierne más allá de la geografía de su país.

En Manhattan, en el apartamento, la pantalla del televisor pierde la imagen, se funde en negro, al igual que las demás conexiones, cosa que no solamente sucede en el edificio en el que están sino que observan que el apagón es general y afecta a los edificios y calles de alrededor. Es el apagón digital. Las interrogantes sobre los motivos florecen y las sospechas acerca de una posible conspiración es una de las posibilidades que se barajan. La conversación va de un lado para otro, desde los elogios de Max sobre el bourbon que consume, a las constantes referencias de Martin al manuscrito de 1912 de Einstein sobre la teoría de la relatividad y la relación establecida entre espacio/tiempo, y los recuerdos de Diane; el alumno, Max, ante el silencio de la pantalla finge voces que retransmiten, de manera imaginaria, la competición deportiva alternando con la imitación de la dicción de Einstein, tanto en alemán como en su inglés con acento de su lengua materna. Las hipótesis sobre el poshumanismo, acerca del poder de la técnica convertida en inseparable muleta de los humanos y el futuro que se puede avecinar en caso de que éstos se vean privados de ella, se suceden en una conversación que a veces pasa de lo insustancial al terreno de la vecindad con la catástrofe. Como es natural la preocupación es profunda ante un mundo privado de la técnica, de las conexiones, de las pantallas y de todos los instrumentos que unen, como mediadores, a los humanos con el mundo. Son momentos en los que el vacío cobra absorbente presencia y las sospechan crecen de manera exponencial acerca de los posibles enemigos que pretenden destruir el modo de vida del que disfrutan, ya sea por medio de drones, de satélites enfocados al sabotaje o de humanos con instalación telefónica en su interior. La pregunta que ronda a los desasosegados presentes es si estarán ante el fin, o ante la necesidad de un nuevo comienzo.

El ritmo de los diálogos se torna indeciso y derivante, mientras que los temas cabalgan a saltitos, como los beckettianos personajes que esperan a Godot, mas en este caso sin esperanza , lo que provoca un lenguaje en el que parece que se pronuncian palabras deslabazadas, agotadas, etc. En cerrados en una especie de burbuja, ajena al mundo y a la realidad exterior, que provoca una especie de autismo a tres, que luego se verá ampliada a cinco con la llegada de los accidentados visitantes.

Si los tonos apocalípticos no son nuevos en las novelas del autor, en esta ocasión coincide con los tiempos de pandemia, lo que hace que el mensaje amenazador cobre más presencia y pertinencia si se quiere. Convertido por medio de los avances técnicos en seres poderosos, la sensación ante el caso, hace que la fortaleza se convierta en debilidad, y el crecimiento de la primera aumenta el riesgo de la fragilidad.

Don DeLillo alerta ante la confianza absoluta en los beneficios de los avances técnicos alertando de sus peligros que pueden hacer seguir la misma senda de Ícaro que en su soberbia confianza ascendente y volando demasiado alto, junto al Sol, se vio arrojado al suelo inicial. La entrega sumisa, y hasta adoradora, del hombre a los ingenios técnicos, le despoja de sus dones , de sus posibilidades… esencia de este ser dotado de pensamiento y lenguaje que reivindica Don DeLillo con el uso certero cuidado de la palabra.

 

Si la novela comienza un día 3, el de 1951, esta novela considerada tal vez la más destacada del escritor neoyorkino, se publicó el mismo día de 1997.

Nacido en Nueva Yok en 1936, sus padres habían venido de Italia a instalarse en el Bronx: Cursó sus estudios con los jesuitas y abandonó la Fordham University con un diploma en comunicación en 1958. Trabajó durante una temporada en una célebre compañía de publicidad, Ogilvy & Mather, como redactor. Después de la publicación de su primera novela, Americana, en 1971, decidió dedicarse exclusivamente a la escritura. Este compromiso y la renuncia a otros trabajos, le llevaron a vivir tiempos difíciles, años en condiciones materiales poco favorables, lo que en cierto sentido se deja ver en sus obras en personajes que conocen bien el terreno de la pobreza que pisan. Durante toda su trayectoria de escritor no cesará de aclamar su fe en las posibilidades de la novela como arma emancipadora, llevando, por otra parte, una vida cercana a lo monástico. Todos los días pasa siete u ocho horas delante de su máquina de escribir, con un retrato de Borges que le vigila suspendido en la pared. Ha habido quien ha afirmado que Don DeLillo no se ha convertido en escritor sino que ha entrado en la literatura, y tal entrega absoluta se deja ver en sus mismas tendencias eremíticas que caracterizan a la mayor parte de sus protagonistas, confinados en espacios exiguos.

«Las simpatías de DeLillo se inclinan de tal modo a favor de los pobres que sus ricos tienen el aire de unos locos»

                                           (John Updike)

«No hay ningún novelista norteamericano que escriba mejor que Don DeLillo. Sus libros son una lectura imprescindible para quien quiera comprender qué significa estar vivo a finales del siglo XX»

                                           (Paul Auster)

Con la publicación en 1997 de Submundo, saludada como una obra maestra para la totalidad de la prensa, entronizándole como un maestro para sus pares más prestigiosos: así Salman Rushdie habló de él como maestro de América. Tras este sonado éxito vinieron otras obras que merecieron criticas no tan favorables o hasta desfavorables, en algún caso demoledoras, debidas no solo a la inferior calidad de éstas sino también a la pretensión del escritor de reinventarse en cada uno de sus libros, no calculando las modas ni los criterios del mercado, ni de los lectores, sino dejándose llevar por su vena creadora lo que le hacía embrollar todo, mezclar géneros, tomarse por otro, hasta rozar los límites de la farsa (como en el caso de Cosmópolis, por ejemplo). En el caso de la nombrada en último lugar alguna voz mantuvo que tal tipo de obra hubiese estado bien si se tratara de Kurt Vonnegut o incluso de Paul Auster (a quien por cierto iba dedicada la novela); sin embargo su feroz crítico, no conforme con lo dicho, llegó a trazar alguna analogía entre el escritor y el nouveau roman, y sus rebuscamiento experimental, dejando ver que lo que para algunos está permitido, para Don DeLillo no: éste, por lo visto, debía dedicarse a practicar el más romo realismo y detenerse en los detalles debidamente justificados; en fin, del afán de clasificar parecía estar sobrado el autor de las novelas conejiles, quien ya de paso no se cortaba a la hora de exigir, al criticado, cierto respeto para con la sociedad en la que vivía.

Él se califica de asceta fallido, y lo que es cierto es que huye de la publicidad y de las partys del mundillo literario (aires de familia con sus colegas Thomas Pynchon o J.D. Salinger); podría afirmarse que él va a su bola y que sus novelas tienen como denominador común el ir contra los aires de los tiempos, y muy en concreto de su América y sus valores…de esta singularidad da cuenta él mismo: «no tengo un público, no tengo más que un conjunto de criterios». No le echaron para atrás los comienzos difíciles en el campo de la escritura, y los seis años que dedicó a su Submundo, y el resultado, dejan ver que su escritura no pretende facilitar las cosas al lector o servirle de entretenimiento, sino que ineludiblemente da que pensar escapando del ruido de fondo de la cultura de consumo que funciona como el repetitivo hilo musical de los grandes almacenes, en sus efectos hipnóticos. Él, por su parte, al considerar complejo el mundo es de la opinión de que únicamente con el recurso a la complejidad se puede enfrentarse, con la pluma, a éste, tratando de aprehenderlo; no supone lo dicho, acerca de las dificultades que pueda suponer su prosa, que su postura sea, ni pretenda ser, elitista, lo que se demuestra con una escritura que no exige interpretaciones extrañas, ni significaciones ocultas, lo que no quiere decir que al lector no se le exija un esfuerzo para, lejos de lo que pudiese esperar, toparse con una serie de historias que no siguen una perfecta lógica lineal sino que se halle con diferentes saltos, las distintas voces harán que le sea presentado lo narrado por medio de diferentes, y a veces distantes, miradas. Siempre fiel a intentar decir de otra manera para hacer que se vea de otra manera.

Una escritura que responde a un acercamiento a la realidad desde una mirada teñida de fina ironía, una atmósfera de investigación o enigmas, en las que se intercalan algunas reflexiones sobre el lenguaje, y sobre el modo en que éste modela la visión de la realidad… y como él mismo afirma, respondiendo a la pregunta de por qué escribir, «escribir es una cuestión de supervivencia», a lo que añadirá que la primera justificación de la creación artística es su función emancipadora, lo que se traduce en los mismos aspectos formales, innovadores, que adopta su escritura. La originalidad de esta va – en su concepción – indisolublemente unida con su pretensión de oponerse a los sistemas, situándose frente / contra las obras que se limitan a defender las estructuras del poder alabadas por sus aduladores altavoces.

Ya quedaba marcado desde el título de su primera novela, Americana, el propósito de retratar su país, centrándose en la cultura de la mediocridad ambiente, tarea que continuaría en sus posteriores entregas: presentándonos jugadores de fútbol universitario (Fin de campo), estrellas del rock (La calle Great Jones), un centro de investigación científica (La Estrella de Ratner), Wall Street (Jugadores), películas porno cuya propiedad se disputan los servicios secretos y la mafia (Fascinación), la sombra de la CIA en tierras griegas (Los nombres), nubes tóxicas (Ruido de fondo), el asesinato de J.F.Kennedy (Libra), el terrorismo (Libano y Mao II), y… su Submundo que retoma muchos de los temas nombrados, y tratados, anteriormente, tejiendo un ambicioso fresco de la América de la guerra fría.

Tras lo dicho, y la puntualización de Updike apunta bien, puede afirmarse sin ambages que Don DeLillo se muestra fiel al pueblo, a la gente sencilla, y así cierto es que el escritor ama a los pobres y no ama a los ricos, y en ese orden de cosas podría ubicársele en la izquierda, no en el sentido militante y político, sino como tendencia a simpatizar (sin pathos = sentir con) con los de abajo (dejando de lado el valor de estas nociones en el caso de la escala política de los USA).

«Submundo» (1997)

«¿Sabe usted porque creo en la novela ? Es un grito democrático […]. Una cosa diferente de otra, una voz diferente de la siguiente. Ambigüedades, contradicciones, susurros, sobreentendidos.»

Indudablemente esta novela ha solido considerarse como la mejor del escritor, la más significativa, el buque-insignia de la factoría DeLillo. La recepción de esta novela-mundo, fue saludada por la crítica, por los lectores y por los propios colegas de profesión: así, en este orden de cosas y a modo de ejemplo, las palabras de Martin Amis: «obra surgida del tiempo y del espacio con una confianza magistral».

Salta a la vista – como queda señalado – que el amor a la gente de abajo empapa la novela, con mención especial a los extranjeros – más en concreto, de los italianos, ambiente al que él pertenecía por el origen de sus padres y por el ambiente vivido – insultados y maltratados desde su llegada a la tierra prometida; en contrapartida, asoman algunos crápulas, como J.Edgar Hoover, representante del poder absoluto. El despegue del libro se inicia en un campo de béisbol, con un golpe magistral de un bateador, que es contemplado por entre otros el jefe de policía nombrado y su colla de selectos amigos. La bifurcación entre la vida del país en aquellos años – con la amenazante noticia de la explosión de la segunda bomba atómica soviética que recibe Hoover en el propio campo – y el seguimiento de la pelota de costa a costa… mientras la búsqueda y cambio de manos de la mítica pelota es seguida de manera pormenorizada, la pista de la amenaza nuclear no abandona el escenario ya que la crisis de los misiles en Cuba y la paranoia ambiental se deja palpar a lo largo de todas las historias. La violencia latente que atraviesa la novela culmina con la salvaje violación y muerte de una chiquilla que merodea por un inmueble abandonado como refugio, allá en el Bronx.

Travesía por los márgenes, que adopta ciertas reminiscencias personales del escritor: «es la escritura la que me ha hecho abandonar el Bronx por América»; siendo el primer lugar, en donde él nació y vivió, una zona marcada por unas particularidades étnicas – en su caso italianas -, y el segundo, un modo de vida, un centro frente a la marginada periferia. Estas puntualizaciones geográfico-urbanas, cobran significado tanto en lo que hace al oficio de escribir, como al carácter de su prosa en la que se combinan la posición del escritor como exiliado y como infiltrado, y que se traduce en unos protagonistas que están sujetos a la exclusión, a ciertos modos de participación, en un permanente balanceo entre centralidad y excentricidad, entre la incorporación y el rechazo.

El comienzo en un terreno de béisbol, hace que se considere un encuentro deportivo como un acontecimiento emblemático del país y más en la coyuntura de aquel momento. La idea le vino – según cuenta Don DeLillo – leyendo el New York Times del 4 de octubre de 1951, en donde se concedía pareja importante al evento deportivo – con la victoria de los Giants sobre los Dodgers – y la explosión de la segunda bomba atómica por parte de la URSS. En el prólogo, de prácticamente cincuenta paginas, entre realidad y ficción, el escritor señala como el hecho deportivo venía a suponer el fin de una época, mítica, mientras que el otro acontecimiento iba a ser la sombra que planearía sobre el país durante los años siguientes. Dos truenos simultáneos: el primero el golpe de Bobby Thomson («el golpe escuchado en el mundo entero») y la noticia que recibe el director del FBI, Edgar Hoover, presente en el campo, estos dos polos van a estructurar la novela, dándose en continuo vaivén, en relatos alternados entre ambos. Dos hombres, dos destinos ocupan al narrador: Hoover y el joven Cotter Martin, entrecruzamientos de destinos individuales y sociales, de acontecimientos particulares y colectivos. La elección del personaje de Hoover no es baladí, pues el personaje se convertiría en el símbolo de la apertura de una época marcada por la paranoia y el temor; «ciertos acontecimientos poseen una cualidad de temor inconsciente. Creo profundamente que la gente percibió una especie de catástrofe en el aire. No acerca de quién ganaría o no el partido. Alguna fuerza espantosa que devastaría…» .

El periodo que se inicia de 3 de octubre de 1951 (el 3 del mismo mes de 1997 se puso a la venta la novela) va a ser un tiempo de oposiciones binarias: nosotros y ellos (marcadas por claras notas maniqueas). El final de la narración coincide con las vísperas del desmoronamiento de la URSS, en 1992; de todos modos si algunos hechos históricos ocupan algunas páginas (la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles, el asesinato de Kennedy…), al igual que algunos signos culturales (coches, espectáculos, música y publicaciones, con nombres propios), el quid de la novela reside en subrayar la importancia que la Historia tiene en las historias particulares; en ocasiones Don DeLillo ha empleado el término de contra-historia, para dar a entender el refugio que se busca el común de los mortales al sentir la dificultad, por no decir imposibilidad, de integrase en la Historia e influir en la marcha de ella; «cosas terribles en relación con fuerzas situadas fuera de tu control, líneas de intersección que atraviesan la historia y la lógica y toda capa razonable de expectación humana».

El título lejos de los resabios aparentemente luciferinos, se refiere más que a cualquier otra cosa a la imposibilidad de aprehender la realidad en su totalidad, y a las pequeñas partes de ella que somos capaces de percibir… con la sombra de los muertos, la terrible espada de lo nuclear amenazando, y el dominio de Plutón («la palabra plutonio viene de Plutón, dios de los muertos y dueño del mundo subterráneo»), ligado por otra parte a la muerte de su padre, Jimmy, a manos de la mafia – según la versión de Nick Shay – … avanzando la narración por medio de algunas oleadas de calor (reflejado en los asfaltos de los tejados aterrazados del Bronx, reflejo del calor de la fisión atómica)… y la paranoia que planea desde la cava de Shay, a las redes de internet, pasando por los refugios anti-atómicos, los microbios, los secretos, los recuerdos, los tráficos, las relaciones adúlteras, los túneles del metro, el lugar sin mapa situado en Kazajistán o las localidades habitadas por seres monstruos debido a los nocivos efectos de las radiaciones (la nefasta sombra de Chernobyl es alargada).

El temor a las armas nucleares y el deporte nacional que en comparación con el fútbol representa la ventaja de que en el primer deporte el bateador abandona su lugar dejando la puerta abierta, en sentido metafórico, a la vuelta del exilio, situándose ambos polos en una dinámica de conflicto; el golpe de Thomson creando comunidad mientras el asesinato de Kennedy como la fragmentación de la misma. El obsesivo visionado de la cinta de video tiene en su contra-réplica en la obra de la artista Klara Sax que pinta bombarderos B52 fuera de uso… objetos que representan la repetición de la muerte provocada por los bombarderos en misión en Corea, Vietnam… Otra expresión artística también aparece en los vagones del metro de Nueva York, con la firma de Moonman 157, contando «la vida en los barrios pobres»; ambas expresiones abismales entrelazadas tras bastantes paginas de distancia… el desierto de Arizona y el paisaje desolador del Bronx (muy en especial en el Muro, como soporte a los graffitis y como marca de separación), dos escenarios y… restos, los deshechos, y estos últimos como dedicación profesional del personaje principal: Nick Shay. Una América como un yermo repleto de basuras, y una arqueología de las capas superpuestas a lo largo del medio siglo contemplado.

Y las historias avanzan en medio de una aparente disputa en la que cada uno de los protagonistas quiere explicar su visión, y su propia historia; el escritor les otorga el favor de concederles el uso de la primera persona para que se expliquen en condiciones, a lo largo de una cronología dislocada que va desde el prólogo, 1951, que es continuado por medio de un salto temporal, en el texto que refleja las palabras de Nick Shay en 1992 (Long Tall Sally). En la sexta parte (Arreglo en gris y negro) somos situados en los años de 1951 y 1952; para al final el epílogo (Das Kapital) no lleva al presente… Mas a lo señalado ha de añadirse otra estructura que se cuela en tres secciones que forman un relato autónomo (Manx Martin) que se expone en una sola jornada, la del 4 de octubre de 1951, y que al final confluirán con los relatos entrecruzados en el episodio Manx-Martin 3. Si en algún momento de la obra se habla de una catedral del jazz, la marcha sinuosa de la novela hace buena la expresión.

Aun siendo vana la pretensión de resumir de algún modo la poliédrica novela, podría decirse que fundamentalmente es la historia de Nick Shay – su nombre real es Costanza – que hurga en su pasado, en medio de cuarenta años de vida americana, hasta 1951 año en el que, siendo, adolescente anda con compañías nada recomendables, queriendo la causalidad que matase a un hombre, por lo que ha pagar con un encierro disciplinario, y los distintos hilos narrativos nos conducen por la aparición/desaparición, con la continuidad de la bola de cuero comparada en certera analogía con el corazón de la bomba soviética, como eje de la historia. La pelota convertida en añorado trofeo atrapada por Cotter Martin y robada por su padre, Manx Martin, vendiéndosela éste a un tal Wainwright que se la ofrece a su hijo Chuck, a quien encontraremos más tarde al mando de un B52 sobrevolando Vietnam. Los cerebritos que han planificado estos bombardeos se han servido de los informes analizados por Matt Shay, el hermano de Nick, en Saigón. El avión de Chuck, bautizado como Long Tall Sally, será más tarde pintado por Klara Sax, mientras ella era esposa de Bronzini que enseñaba a jugar al ajedrez a Matt. La bola perdida por Wainwright, reaparece en las manos de Marvin, un coleccionista paranoico que al final se la vende a Nick Say por la friolera de 35000 dólares. Rebotes propio de una pelota que tiende a cerrar el bucle.

Tampoco pueden, ni deben obviarse, las relaciones que se establecen entre el cuadro de Bruegel, El triunfo de la muerte y el arma atómica; la reproducción del cuadro aparece en una revista que cae en manos de Hoover el día del partido de marras… la paranoia galopante del sujeto obsesionado por el miedo a los microbios, afectado de unas rígidas concepciones sexuales, se extiende al Estado y, por extensión, a la mente de los ciudadanos que absorben la copla como receptivas esponjas. En este panorama de paranoia dominante, una religiosa, la hermana Edgar, asocia sida y KGB, estableciendo una unión entre enemigo y virus; ella precisamente vive en el barrio más desfavorecido, el Bronx, no por amor al prójimo, sino para ver de cerca la miseria, la droga, la prostitución, la violencia y la enfermedad, que no hacen sino reafirmarle en su visión de este mundo condenado y arrojado a la perdición. La admisión de la visión paranoica de la realidad da por buena la concepción mantenida y difundida por los dirigentes – como es el caso de los conformistas Matt Shay y su amigo Eric Deming y de una mayoría de ciudadanos – suponiendo ello la concesión de la superioridad de los dirigentes (ellos sabrán lo que deciden y hacen ya que son los más capaces y preparados)… Ante esta paranoia paralizante y una ingenuidad insostenible, Don DeLillo adopta la postura del complot frente al complot (como quien pone zancadillas a la marcha regular del mejor de los mundos posibles), más sin cerrar el bucle, al dejar lugar a la duda de si todo es posible – o no – en este alocado mundo, alertando ante la potencia que tienen los sistemas para formatear nuestras mentes y sus correspondientes comportamientos.

La apuesta del escritor va por el lado de la disonancia, en lucha permanente contra la uniformización de los cuerpos y las mentes… Don DeLillo en constante lucha contra el consenso como forma de anestesia, partiendo de la confianza del valor de la escritura como arma de lucha contra la banalización de la cultura.

No quisiera concluir esta lectura dejando de lado un aspecto que asoma con frecuencia, casi de manera constante, en las obras del americano: una preocupación obsesiva con respecto a las diferentes formas que adopta el terrorismo, plasmándolas en sus referencias a la mundialización del tráfico de armas, del dinero y de seres humanos; la violencia que sobre estos ejercen las redes manipuladoras de las sectas, o la toma de rehenes. Estos rostros del terror se ven complementados por la mirada sobre la posibilidad del dominio de los criterios de ventas: si algo vale es vendible, y siendo vendible será vendido, terreno – que como señalo – queda señalado en esta novela en el buque-basura que recorre los mares cargado de misteriosos contenedores rebosando mierda (¡con perdón!) sin que en ningún puerto se le deje amarrar, ni detenerse; es la figura del desplazamiento galopante, es el rostro que adoptan en la actualidad las distintas expresiones del terror. En este terreno, la muerte de Kennedy irrumpe de manera constante con el recurso a la repetida proyección de la célebre película de Zrapuder; film del atentado grabado por un aficionado [tema que fue el centro – con Oswald como eje – de una de sus novelas: Libra]. Obviando los escritos sobre el bestial atentado del 21S.

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Artículo publicado cuando la obra fue traducida la castellano

Don DeLillo, la América de la guerra fría

+ Don DeLillo

«Submundo»

Ficha

Año y lugar de nacimiento: Nueva York, 1936.

Profesión: escritor, miembro de la Academia Americana de Artes y Letras

Obras: fascinación, Lon nombres, Mao II, Ruido de fono, Americana, etc., etc., etc.

* * *

Las once novelas de Don DeLillo, uno de los escritores más reconocidos del panorama estadounidense actual, tienen la Mirada puesta en el mismo objeto: América, la del norte, no toda claro, en los USA. El empeño explícito que con una tenacidad ejemplar mantiene dicho escritor es realizar una anatomía de la América contemporánea; quedando claro desde el principio a qué zona nos referimos con este nombre propio geográfico.

El propio título de su primera novela era desde este punto de vista de un carácter programático: Americana. Recurre el autor en cada una de sus entregas a mostrar objetos, costumbres, alimentos, deportes y diversiones vulgares de su país para, a través de estos – que en principio pueden parecer meras anécdotas -, ir abarcando la totalidad del paisaje americano.

No pretende, no obstante, el escritor erigirse en guía, ni en profeta apocalíptico que señala adónde nos lleva el rumbo estadounidense, mas no perteneciendo a ningún tipo de tendencia apocalíptica (ni milenarista, posturas tan al uso, y abuso, al otro lado del Atlántico), tampoco se le podría encasillar , de ninguna de las maneras, en ninguna tendencia integrada, por emplear la división de Umberto Eco.

La novelaza – y lo digo tanto por su tamaño como por su interés – que ahora se presenta, tomando cantidad de temas ya abordados anteriormente, trata de tejer un ambicioso fresco de la América de la guerra fría. No se crea, no obstante, que la pretensión del autor, ni el carácter de su prosa, es entregarnos un libro de historia o de sociología, con las arideces propias de tales géneros. También es conveniente añadir que sus pretensiones objetivas no dejan de lado la posibilidad de asomarse – y en consecuencia, que nos asomemos también nosotros – a las subjetividades de sus numerosos y entrecruzados personajes.

Submundo comienza como Mao II en un campo de béisbol, lugar emblemático donde los halla del país de las barras y estrellas. La inspiración le vino a Don DeLillo al ver la primera página del New York Times del 4 de octubre de 1951, en donde se daba la misma importancia a la victoria de los Giants sobre los Dodgers y a la explosión de la segunda bomba atómica soviética; en tal partido un bateador de nombre Thomson dio tal golpe a la bola que a partir de entonces los aficionados hablarían de «el tiro que se oyó en todo el mundo». En un prólogo que nos mete en harina, el autor – e un continuo balanceo entre la realidad y la ficción – va poniendo en relación ambos hechos, y nos va descubriendo las claves por las que se va a mover su novela, sus personajes en busca de la pelota de marras, y… su país todo. Una coincidencia se añade a lo anterior y es que el recinto deportivo se hallaba, como espectador con la créme de la créme del espectáculo neoyorkino, el entonces director del FBI, Edgar Hoover. El autor de la novela con estos datos irá estableciendo un vaivén entre este personajes oficial y sus colegas, y un muchacho Cotter Martin, que fue el afortunado en coger la pelota lanzada a las gradas, lugar al que había accedido colándose. Momento clave de la historia americana, tiempo en que el secreto, los rumores y la paranoia invadían el pensar de los súbditos del tío Sam.

En medio de todo esto, Don DeLillo, llevándonos de unos acontecimientos históricos a otros, va a ir dejando ver también el empeño de los distintos personajes que pueblan la novela de hacer un amplio hueco a sus historias dentro de la Historia, señalando la importancia de esta última, con mayúsculas, en la conformación de las primeras, particulares. También asomará la concepción del escritor acerca de la parcial y angustiada visión que tenemos sobre los hechos que suceden, siendo imposible la aprehensión de la totalidad, etc.

Novela de una riqueza enorme, setecientas páginas dan para mucho al menos en este caso, en lo que hace a sus descripciones, a sus constantes guiños, a la capacidad del escritor para relacionar hechos, y símbolos que hacen que vayamos viendo el puzzle acabado, mas no sin haberlo sudado. Mas gusto con sarna no pica.

* * *

Escribir contra algo

Así lo proclaman los libros de Don DeLillo, que son considerados por el propio autor como lugares de resistencia. Queda claro cuál es ese algo contra el que toma la pluma el escritor estadounidense, América y lo que ella representa. Sus once novelas – al menos por las que por acá se ha tenido la ocasión de conocer así lo constatan – tratan de dibujar con precisión quirúrgica la América contemporánea, de ahí quizá sus metáforas corporales y patológicas; del mismo modo que sus metáforas geológicas aluden a la arqueología que va siendo necesaria utilizar para ir desentrañando las diferentes capas cronológicas que el paso de tiempo va consolidando en el submundo.

En todas sus obras aparece una visión crítica de determinadas cuestiones sociales contemporáneas, pero su inclusión no interrumpe en modo alguno la fluidez narrativa (siguiendo la prescripción de que ¡es de mala señalar con el dedo!), al dejarse colar en el discurso narrativo con una suavidad digna de elogio: la amenaza nuclear – «la palabra plutonio viene de Plutón, dios de los muertos y dueño de los mundos subterráneos» -, el consumismo ciego, los desastres ecológicos, los ocultos y siniestros intereses políticos, las desconfianzas paranoicas a la que se ven abocados los ciudadanos americanos («los jesuitas me han enseñado a buscar los sentidos segundos y los lazos profundos contra las cosas» ), etc., etc., etc.

Resulta así la escritura delilliana una llamada a la resistencia, consagra el consenso anestesiante y contra el consumo rápido – tanto en lo que hace a tragaderas mentales como a otras -; significativa resulta en este orden de cosas la voluminosa novela que presento, que no se puede consumir con ligereza y que constituye una lucha contra la trivialización de la cultura. La novela, lugar privilegiado para lo imaginario, «un grito democrático […] una cosa diferente de otra, una voz diferente de la siguiente. Ambigüedades, contradicciones, susurros, sobreentendidos», todo esto es lo que los partidarios de la uniformización quisieran eliminar.