Por Iñaki Urdanibia
Tras dar cuenta del último libro del escritor norteamericano, presento algunos otros artículos publicados sobre sus obras, con el fin de que el retrato resulte más completo.
Más lecturas de las obras del escritor neoyorkino:
+ En esta misma red:
Don DeLillo, escribir contra algo – Kaos en la red
El « Submundo » de Don DeLillo – Kaos en la red
+ En el diario Gara:
Novela del 11-S
+ Don DeLillo
El hombre del salto
Seix Barral, 2007.
289 págs. / 19€.
No cabe duda de que DeLillo es uno de los novelistas más destacados de la actualidad estadounidense, junto a los Philip Roth, John Irving, John Updike, Siri Husvedt, Paul Auster, el recién fallecido Kurt Vonnegut, etc. y autor de novelas tan logradas como «Americana», «Mao II», «Submundo», entre otras. Siempre dejando ver una mirada crítica con respecto a los poderes, como él mismo reclama como función para la escritura, haciendo así que su obra pueda ser juzgada como una anatomía crítica de la cultura norteamericana al tiempo que una constante interrogación sobre el acto de escribir, y las relaciones siempre problemáticas entre las palabras y las cosas.
Al calor de los hechos -me refiero a la destrucción de las torres gemelas – el novelista se dejó llevar por el torbellino de interrogantes que asaltaron su mente, y la de muchos de sus compatriotas – en aquellos fatídicos momentos. En tal librito, «En las ruinas del futuro», hacía una defensa matizada del modo de vida americano e intentaba explicarse, y explicar a los demás, la furia que origina por otros lares la orgullosa omnipotencia y omnipresencia de su país a lo largo y ancho del planeta. Ahora vuelve a aquel escenario pero en un registro novelístico e intenta ponerse en la piel de todos los que de un modo u otro tuvieron relación con aquel derrumbe. Con la imagen reiterada y que da título al libro, como símbolo de la desesperación, del hombre que saltó en llamas desde lo alto de los edificios, presta la voz a un superviviente (Keith) que se relaciona con otra de la que rescató la maleta (Florence), a su ex mujer (Lianne) a la que en la confusión del momento recurre desbrujulado, y también a uno de los kamikazes (Hammad) que embistieron contra las emblemáticas torres del World Trade Center, de quien se nos cuentan algunos rasgos – no significativos en exceso, por cierto – de su historia pasada.
Si como queda consignado el escritor es un certero retratista, y cronista, de su país en los tiempos de la guerra fría y posteriores, manteniendo una postura resistente contra el consenso conformista que hace tragar todo lo que se eche desde la Casa Blanca, en la presente ocasión, sin embargo, he de decir en honor a la verdad que el libro se evapora en direcciones diseminadas, haciendo que a pesar de existir como es obvio un hilo unificador de las distintas voces, la magnitud y complejidad de la tragedia, y su consiguiente dolor, se esfuman como el humo. Es justo matizar que el autor como antes hacía en su «Submundo», más que tomar como centro de su novela la descripción de los acontecimientos (la guerra de Vietnam, el atentado mortal contra Kennedy, etc.) visitados, trata de ver, y destacar, por medio de la ficción, la manera en que los acontecimientos de la Historia dan forma a las existencias individuales, y se empeña en hacer reflexionar acerca de en qué medida estas últimas tienen capacidad de modificar la realidad, siendo consciente de que es imposible aprehender la totalidad.
Quizá precisamente la creencia en esta imposibilidad que señalo es la que hace que en esta novela que toma como eje el hecho ya mentado, haya momentos de deslizamiento hacia la ausencia de garra, si bien hay otros en los que asoma el mejor DeLillo presentándonos a seres cuya confusión de razones y su desubicación producida por los terribles eventos, les lleva a tratar de entregarse a los brazos del amor, de la comunidad de sentimientos, aunque de manera algo mermada debido a la incertidumbre creada por la explosiva interrupción provocada por los yihadistas, que dejan a los humanos en manos del azar, y de la voluntad asesina de unos desalmados. Ahí quizá, en el diagnóstico que se puede extraer del libro sí que acierta el escritor: la creciente paranoia producida que hace vivir a los ciudadanos de por allá en un continuo temor a los posibles ataques y en una permanente inseguridad.
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Psicosis 24 horas
+ Don De Lillo
Punto Omega
Seix Barral, 2010.
159 págs. / 17 €.
Me suena que se suele decir al hablar de los tres mosqueteros que eran cuatro. Cambiando pelín de tercio hace no mucho tiempo que algún crítico del semanario Time afirmó – creo que con razón – que tras la muerte de Norman Mailer y de Saul Bellow en el panorama literario americano quedaba un «trío de viejos maestros»: Philip Roth, Toni Morrison y Don DeLillo, podría añadirse un cuarto, por de pronto, el incombustible Thomas Pynchon… o, tal vez, algunos más como Richard Ford, Siri Hustvedt y su esposo Paul Auster, Y no seguiré pues sino en vez de tres van a ser tropa.
Es indudable que con merecimiento se halla entre los destacados Don DeLillo, este cronista de la sociedad norteamericana, de su descomposición a causa del entropismo que en ella anida, lleva al lector hasta los bordes del abismo apocalíptico. En la novela que ahora se presenta estamos en el post-11S, tras «El hombre del salto», su anterior novela, y ambas no alcanzan el volumen de «Submundo» o «Cosmópolis», son más breves, más concisas y, por supuesto, menos explícitas y enigmáticas de principio a fin; en especial esta última que nos lleva – de ahí toma el título – hasta el punto del que hablase el jesuita, teólogo y paleontólogo, francés Teilhard de Chardin, aquel cercano encuentro del hombre con Dios, una vez que aquél hubiese alcanzado sus más altas cotas de consciencia… hasta el agotamiento.
Un asesor del Pentágono para la guerra de Iraq, Richard Elster, se retira al desierto, para hallarse a sí mismo, y un lugar y un tiempo para ésta búsqueda personal; a su encuentro va un joven cineasta, Jim Finley, que pretende realizar una película cuyo desarrollo consistirá en un plano fijo del anciano, de su rostro… hablando de los desastres de la guerra, más en concreto de la de Iraq, a la vez que de la oscura trastienda de los secretos – y mentiras – del Estado. Más tarde aparecerá, completando el trío, la hija del primero enviada allá por su madre, y entre los tres se establecerá una inagotable conversación en medio de aquel silencioso e inhóspito paisaje de Sonora. La novela avanza nerviosa, en un inquietante baile-de-san-vito reflexivo envuelto en un motivo capicúa: es decir, tanto al comienzo como al final De Lillo se refiere a un montaje que Douglas Gordon expuso en el Museo de Arte Moderno de Nueva York , cuyo título era 24 Hour Psycho y en el que se visionaba la película de Alfred Hitchcock mas en vez de durar hora y media, se la hacía durar un día entero al ser ralentizada su proyección. Tal montaje es el que le sirvió de inspiración al escritor que yuxtapone las escenas de Anthony Perkins y su víctima Janet Leigh – del asesino todo el mundo recuerda el nombre del artista, de la víctima sólo el nombre que adopta en el film – y las conversaciones que se mantienen en la lejanía del desierto.
Más preguntas que respuestas se suceden en las sinuosas páginas del breve libro en el que asoman los temas que obsesionan al autor (el principio de realidad, la decadencia de su país, las relaciones de poder, el oficio de escribir…), y el enigma que se adueña de las páginas cede ante la claridad de la mentirosa y demencial política guerrera de los neoconservadores del Pentágono. Como lo dirá el señor Elster, con sus setenta y cuatro años de experiencia sobre sus meninges paranoicas , en la guerra contra el mal todo está permitido. Don DeLillo sigue empeñado en la utilización de la ficción contra los sistemas, completando su crítica que traza la anatomía de su país; y lo hace con la brillantez que le caracteriza… hasta el deslumbre.
La ficción contra los sistemas
+ Don DeLillo
Los nombres
Seix Barral, 2011.
19 €. / 447 págs.
No me cansaré de repetir y lo seguiré haciendo hasta que me hagáis caso, que decía el otro, que Don DeLillo es uno de los más sobresalientes escritores del norte americano junto a Paul Auster, Siri Husvedt, Toni Morrison, Philip Roth, Douglas Foster Wallace o Thomas Pynchon. Muchas veces se asocia su obra con la del misterioso y bulímico en palabras Pynchon… cierto es que aires de familia en el entropismo sí que se ven, si bien algo menos de disloque y diseminación también.
En esta novela de 1982, publicada acá diez años después por Circe, Don DeLillo continua con su tarea de practicar la anatomía de su país, y del mundo en degeneración. Como en él es hábito aplica su escalpelo a distintas actividades de sus conciudadanos para por medio de ellos alcanzar el corazón de la cultura americana; así se desliza desde la amenaza atómica y el béisbol al terrorismo, pasando por el culto al cuerpo, al control social que se cierne sobre los ciudadanos, etc. No se muestra desde luego el escritor como la alegría de la fiesta sino que al contrario su mirada es la de un ser disolvente que no confía ni un pelo en el modo de organización que domina al mundo y hasta se pueden observar en su obra ciertos aires proféticos ya que anuncia, ficciona y acierta mucho antes de suceder lo relatado: imaginó el derrumbe de las Torres Gemelas, el escape de gases tóxicos, o los roces con el islamismo que es a lo que apunta en esta novela. Tal desconfianza y sus temerosos adelantos de sucesos catastróficos le valieron ser calificado como el “poeta de la paranoia” por el británico Martín Amis.
«Los nombres» es como una cebolla, no lo digo porque haga llorar, al contar con cantidad de capas que se suceden en la zigzagueante narración. El escenario de las andanzas de un analista de riesgos se desliza por el Mediterráneo en donde está destinado por su empresa para que tome el pulso a los conflictos que se suceden por tal geografía. Son los años de la revolución islámica en Irán, de secuestros que se van convirtiendo en moneda corriente, y el creciente poder de atracción del oro negro que yace bajo el suelo de muchos de los países de por allá. Axton, el protagonista, se entera en una isla del Egeo de un asesinato cometido por una extraña secta guiada por el empeño de alcanzar la perfección del lenguaje, su horizontes son «los nombres». La palabra juega el papel esencial de la historia y no lo digo sólo porque de ella está hecha la literatura, y sus variados diálogos que se turnan en un trepidante ritmo que cobra la incertidumbre tensa propia del mejor de los thriller.
La actualidad y su proyección futura convertida en materia prima literaria, eso es Don DeLillo, escritor de las causas perdidas y de la compasión, cuya obra hace bueno aquel deseo de Roland Barthes: «espero de la novela una especie de trascendencia del egotismo, en la medida en que señalar a los escritores que se ama, es testimoniar que éstos no han vivido (y bien a menudo sufrido) “para nada”». ¡Así Don DeLillo!
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Un anatomista de los USA
+ Don DeLillo
Americana
Seix Barral, 2013.
502 págs. / €.
La editorial barcelonesa pone al alcance lector la primera novela del gran escritor Don DeLillo, una de las voces más destacadas de la ficción contemporánea en los EEUU. Publicada en 1971 y presentada por acá en 1999 por la editorial Circe, hace tiempo que estaba descatalogada; con tal publicación continua la encomiable labor de rescate de las obras del escritor.
Desde esta primera obra, traducida con elegancia por Gian Castelli, puede verse lo que va a constituir la esencia del quehacer del autor que está convencido de que «la ficción debe contestar al poder»; con este lema como guía, su tarea consiste en trazar una anatomía crítica de la cultura americana, desvelando lo que se oculta habitualmente tras el tan campaneado «sueño americano». No cesa ahí su empeño pues en su escritura también puede verse la constante interrogación vital sobre lo que supone el acto de escribir, el lenguaje y su relación con lo real que las más de las veces nos es alejado por el embrujo de las palabras, domesticadas por quienes detentan los hilos de las voces dominantes.
Catalogaba Martín Amis a Don DeLillo como el «poeta de la paranoia» al tiempo que recomendaba su lectura por su fuerza hipnótica. Sin dar por buena la etiqueta del británico sí que puede verse en la escritura del americano la presencia del principio de entropía (aires de familia en este terreno con el esquivo Thomas Pynchon), a veces hasta los límites cercanos al Apocalipsis. Las ruinas debidas a distintas catástrofes y a amenazas varias (atómica, terrorista, dermoestética, ecológica,…) asoman con fuerza en sus novelas, escritas con un afilado escalpelo que no parece dispuesto, desde luego, a ser complaciente con el estado de cosas y con los negros tonos que se ciernen en el horizonte. No chapotea no obstante DeLillo en el pesimismo sino que su concepción de la escritura le hace depositar sus esperanzas en su valor emancipador, apoyando su empresa en Prometeo y hasta en el mismo Ícaro, volador él («la primera lámpara que se alumbre será la del hombre que se lanza de un acantilado y aprende a volar»). El lugar de su escritura es el de la resistencia contra la estupidez reinante y de este modo se las tiene contra las distintas caras de la mediocridad ambiente.
Sintomático en este orden de cosas es la ubicación del protagonista de esta novela, David Bell, en un isla aislada: Island I land, lugar del yo, que le hace sentirse desplazado, separado del común de sus compatriotas y sus anquilosadas costumbres, y también de sí mismo; distancia entre el sujeto y su América que se mide más en páginas que en millas. Su viaje a través del país con el fin de elaborar un documental le va a hacer conocer distintas costumbres y hábitos, a distintos personajes, prototípicos y no tanto, y más que una exploración de aprendizaje le va a provocar un vacío, reflejo de las zonas de sombra que visita y una exploración de sí mismo y sus orígenes. Las historias se encabalgan las unas con las otras y el efecto especular hace que unas situaciones se vean reflejadas en otras . En la medida que se avanza en la lectura , la pluralidad de historias y situaciones, asomadas al caos, hace que se entremezclen la realidad, los fantasmas y se va perfilando una topografía del deseo, y la película de Bell resulta una narración, verbal, de tal presunta película y a la vez hace que el viaje del narrador-cineasta suponga una búsqueda inacabada (¿imposible?) de sus orígenes, pues «el viaje en la historia genealógica lleva al que busca la Verdad a la pluralidad de sus orígenes: al imposible origen».
Magistral novela en la que confluyen los fragmentos de país, la reconstrucción del sujeto en crisis y los problemas relacionados con la creación… viaje, cartografía del yo narrador, aislado y bañado en la soledad, y del errar por las tierras insulares y continentales.
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Don DeLillo, anatomista crítico de la cultura USA
Sigue publicándose la totalidad de la obra de este escritor, uno de los más brillantes escritores del panorama estadounidense; dentro de este plan ahora se rescata su segunda novela, «Fin de campo» como el año pasado se rescató la cuarta, «La Estrella de Ratner» Autor de una quincena de novelas y tres obras de teatro, gracias a las que ha recibido numerosos premios (el National Book Award, el International Fiction Price, el PEN/Faulkner Award de Ficción, la Medalla Howells , el Jerusalem Prize y el PEN/Saul Bellow Award).
Apoteosis y Apocalipsis
Como ya anunciaba en las líneas introductorias de esta visita a la obra del autor americano, acaba de publicarse «Fin de campo», en la que nos topamos, como sucede en muchas ocasiones en la obra del neoyorkino, con un hombre sometido a la prueba de la soledad, en donde a menudo sus protagonistas rozan las situaciones extremas.
Gary Harkness, el joven protagonista, juega al fútbol , destacando en tal deporte, hasta el punto de abandonar su familia y el equipo local en el que militaba, Adirondacks, para trasladarse al desierto tejano, y jugar allí en el Logos College. En una especie de repliegue, cercano al autismo, el muchacho se encierra en su exilio: «yo era uno de los exiliados. Hubo muchas veces, créanlo ustedes, que me preguntó que estaba haciendo en aquel lugar remoto y abandonado, en aquella tundra estival, recibiendo somantas de palos de una pareja de téxanos de ciento diez kilos a los que les salía espuma por la boca»; allá había acudido respondiendo a la llamada de Greed, el entrenador; allá se va a sentir como un extranjero, ya que él procede del norte. El joven, no obstante, sentía que el fútbol era como su columna vertebral ¿ qué sentido tendría su existencia sin tal deporte?
Las distintas posiciones de los jugadores en el campo, formando parte del sistema de juego, van a conducir al bueno de Harkness a sentirse más cómodo en los márgenes que en los puestos intermediarios a los que se le destinan. La situación de protagonista es realmente paradójica ya que al tiempo que – como queda señalado – se considera nada sin el fútbol, es consciente de que la banalidad domina el ambiente de sus compañeros que no se preocupan de ninguna de las maneras de lo que pasa en el mundo, nada digamos de sus aspectos más peligrosos y sangrantes… En cierto sentido este desentenderse de los males que acechan al mundo, tienen la posible virtualidad de convertir el fútbol, como un espacio en blanco en el que todo está por escribir, postura a la que ayudan los valores de una presunta mítica pureza original que se puede hallar en el ascetismo y la disciplina exigidos por la práctica deportiva, ascetismo que llevado a ciertos extremos de exigencia conduce irrevocablemente al fanatismo y a ciertas tentaciones totalitarias… «El exilio compensa al desterrado ofreciéndoles ciertas oportunidades… Simplicidad, repetición, soledad, crudeza, disciplina sobre disciplina. Todo ello entrañaba beneficios, cosas que yo podía usar para hacerme más fuerte; al pequeño monje fanático que se aferraba a mi hígado le sentarían de maravilla aquellas sobras ascéticas».
El terreno de juego como campo en el que lejos de cualquier complejidad, dominando las reglas que varían según las necesidades tácticas, saltan al campo las formas más primitivas de violencia, mas la reducción de la complejidad del mundo conlleva igualmente la ausencia de la complejidad del lenguaje, que despojado se aproxima a las linde de una «purificación»: «llamar a una cosa por su nombre y no tener necesidad de ningún otro sonido… El sol. El desierto. El cielo. El silencio, Las piedras llanas. Los insectos. El viento y las nubes. La luna. Las estrellas. El este es el oeste. El canto, el color y el olor de la tierra». El desierto y el silencio como lugares vacíos aterran al protagonista, por los bordes de las ensoñaciones adámicas, empujan a Harkness al fuego nuclear que obsesiona al muchacho quien contrasta sus temores apocalípticos con algún militar que de esas cosas entiende… Zona de fuego, zona de quemaduras, zona situada más allá de la línea de fondo (del terreno de juego), que es donde se enfrentan dos equipos, dos bloques enfrentados como paralelo deportivo del conflicto nuclear… sin caer, no obstante, en una mecánica analogía entre el fútbol americano y la guerra.
Aclarado lo anterior, se ha de añadir que en la novela se plantea con absoluta nitidez que las actividades culturales que mitifican las figuras del héroe, del valor, de la entrega y el sacrificio que se han de poner en liza de cara a conquistar el territorio, forma parte de una inequívoca cadena que conduce a las loas al patriotismo y a la voluntad de poder, como mensajes que arrastran a considerar como aceptable la confrontación planetaria. En este orden de cosas la figura del entrenador puede adoptarse como una parábola: la del ser de orígenes humildes que se va haciendo a sí mismo por medio del esfuerzo continuado, hasta llegar a ser un respetado entrenador. Tras un escándalo, su ascendente carrera se quiebra hasta que es llamado a ocupar el puesto de entrenador por la viuda del fundador del Logos College. Los primeros pasos que allá da el nuevo entrenador es cambiar el pintoresco nombre del equipo por un nombre que respondiese más a la combatividad y la misión cuasi-salvífica de las que quería dotar al renovado equipo.
El éxito y la apoteosis del Logos solo pueden ser alcanzadas con una mística del sacrificio, de la purificación y de la regeneración… disciplinar los cuerpos, y soflamas disciplinarias en las que lo secular y lo religioso resulta difíciles de distinguir, y en donde el fanatismo sirve de nexo de unión entre misticismo y totalitarismo. El carácter rabioso del entrenador es desvelado por el compañero de habitación del protagonista, Bloomberg quien adivina el horizonte al que conduce Creed: «en nuestro silencio y nuestro terror, posible que dirijamos nuestra tecnología hacia la metafísica, hacia la creación de un arma inimaginable capaz de doblegar las barreras espirituales, de mutilar o matar la sombría presencia, cualquiera que sea, que envuelve este mundo».
Y la furia disciplinaria y sacrificial conduce a Creed a devenir invisible y misterioso… y al cierre de la historia vemos a Gary – a quien por cierto el entrenador llama «hijo» – como potencial sucesor de su maestro… al que vemos al cerrar el libro entregado a su ayuno purificador y a punto de perder la conciencia.