Por Iñaki Urdanibia

Un cuento para niños con resonancias de leyendas niponas.

Dos cosillas para empezar: hay libros bellos tanto por sus ilustraciones como por su edición y formato en general; algunos libros están dirigidos fundamentalmente para la franja de edad infantil-juvenil. Es el caso de «Yukio, el niño de las olas», editado por Cabaret Voltaire, que propone su lectura a niños a partir de los siete años.

El autor del cuento es Jean-Baptiste Del Amo (Toulouse, 1981), y está realizado con la compañía de Karine Daisay cuyos delicados dibujos funden el azul del mar con el del cielo. En el resalto no hay sobresaltos sino que la prosa se desliza suave, cuidada y teñida de ciertos aires míticos que van tomando la página.

Estamos ante un escritor atacado por la sequía creativa, que para tratar de salir del atolladero se traslada al imperio del sol naciente. Allá en el archipiélago de Yaeyama , en el sur del Japón, se instala en una pequeña isla. En la playa observa la presencia permanente de una mujer, Mayumi, que no aparta la mirada, plena de añoranza, y resabios de duelo, del mar: si el marino de Yukio Mishima perdió la gracia al mar, la mujer no puede desprenderse por al atractivo que éste ejerce sobre ella. La mujer había tenido un niño, Yukio, que al nacer era tan pequeño como la palma de la mano. En la medida en que avanzan las páginas, los tintes propios de las leyendas y mitos del país en el que se instala van adueñándose de las páginas que se detienen en el paso del tiempo, no cronológico sino vivido (de durée hablaba Henri Bergson) y en la relación materno-filial, vivida como pérdida… aspecto este último que hace que el contenido del cuento se abra a mentes adultas. Mayumi aclara al narrador el motivo de su mirada que como hipnotizada sigue el vaivén de las olas, contándole la historia de su hijo que se sentía más atraído por el medio marino con sus variados seres vivos que el terrestre.

Ya que, diré que aun estando claro que el libro es apropiado, especialmente, para niños y jóvenes, dos aspectos ya mentados, hacen que el límite señalado desborde : la belleza del libro y el escape que acabo de indicar. No sucede, desde luego, como en algunas versiones que se pretenden infantiles, y pienso en Moby Dick de Melville o en Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, y hasta el Bartebly del primero de los autores nombrados que desde luego son más apropiados, siempre que no se obvien aspectos esenciales de dichas obras, para adultos con ganas de pensar. En el caso del cuento del que hablo, no hay ni trampa ni cartón, a no ser que nos refiramos al cartoné de las tapas.

La peregrinación en busca de inspiración del escritor va a la par con otro movimiento y metamorfosis, provocado por el malestar de la existencia y cierto desajuste corporal, que me abstendré de desvelar, cobrando carta de naturaleza la fantasía en el paladeo al que se presta el paso de las páginas en una tendencia en la que lo humano se funde con lo natural en el escenario del mar, la mar… y la apertura a la libertad.