Por Iñaki Urdanibia

«El “artista” como existencia, significa libertad, ausencia de ataduras. Creo que soy artista, procuro ser artista. Ni siquiera Auschwitz puede imponerme una identidad inalterable»

«A falta de algo mejor, he hojeado mis diarios. Mi vida es una novela peculiar. Hay una indudable coherencia. Por otra parte, si bien estos apuntes revelan una forma de vida bastante digna de atención en medio del derrumbamiento centroeuropeo, precisamente las circunstancias centroeuropeas los inutilizan totalmente como documento de una forma de vida merecedora de atención: resultan inútiles porque no sirven (no pueden ni quieren servir) de consuelo para seguir viviendo»

El escritor húngaro (Bucarest, 1929-206), premio Nobel de Literatura 2002, surfeó las olas del siglo pasado, no en la superficie, sino a su pesar atrapado por ellas. La materia prima de sus obras reside precisamente en los avatares en que se vio involucrado: en su adolescencia fue llevado a un campo de concentración nacionalsocialista, a la liberación de éste, ya en su país natal le tocó padecer la presencia soviética con sus limitaciones, al ser considerado el escritor como un escritor decadente y burgués.

Si en sus novelas, Sin destinoKaddish por un niño no nacido o Liquidación, está presente su experiencia en el lager, también en sus diarios y ensayos (ahí está su Un instante de silencio en el paredón. El Holocausto como cultura) lo está; se palpan en su visión ciertos aires coincidentes con las posturas de Theodor W. Adorno&Max Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, por la misma senda que los Zygmunt Bauman o Enzo Traverso al sostener que «la Shoah es el fin de una gran aventura, en la que los europeos han llegado al cabo de dos mil años de cultura y de moral[…]Auschwitz no fue una casualidad sino una consecuencia lógica e inevitable de la cultura europea moderna»,. En el caso de sus diarios, podría pensarse que son textos menores dentro de la obra kertésziana, cosa que resulta infundada a todas luces. La editorial Acantilado ha publicado tres volúmenes de ellos: Diario de la galera, en los que relataba sus padecimientos durante treinta años, 1961 a 1991, de aislamiento en la Hungría autodenominada socialista; en La última posada se recogían sus anotaciones entre 2001 y 2009, tiempo en que le fue diagnosticada la grave enfermedad que padeció hasta su fallecimiento. Ahora acaba de ver la luz «El espectador», abarca los apuntes de los años 1991 a 2001; con esta entrega concluye la publicación de sus diarios que suponen un acercamiento a la singular existencia, a través de sus reflexiones sobre la vida, la muerte, el arte, y… los campos de concentración y los cambios en el gobierno húngaro, que tras la caída de la URSS, se convirtió en un país a la deriva, y el papel de guía intelectual, malgré lui que era reacio a la farándula y las pantallas, ejerciendo tal rol muchas veces con tonos de incisivo pepitogrillo, que le tocó jugar debido a su celebridad en ascenso. País en el que la oleada de negacionismo le provoca un disgusto abismal. Las tonalidades algo sombrías toman la página al sentir la desaparición de personas cercanas, inmenso dolor le causa la desaparición de su primera esposa, lo que le sume en un estado de soledad creciente al sentirse por otra parte, situado en primera línea de cara a enfrentarse con la parca; es como si se sintiese identificado con el prepararse a morir del que hablase Montaigne.

En el libro del que hablo, el escritor se convierte en espectador de sí mismo y del mundo vivido. Digo de sí mismo ya que analiza sus propias obras, y sus experiencias en los campos, el infame viaje que allá le condujo, como a otros muchos, su condición de superviviente, conciencia que nunca le abandonó, marcando su vida y su obra, muy en concreto su nombrada Liquidación, cuya escritura coincidía en el tiempo con las notas que ahora se publican. Si Albert Camus afirmaba que la cuestión filosófica por excelencia era el suicidio, el protagonista del libro mentado, Keseru, hereda los papeles póstumos de su amigo escrito, B., que se ha suicidado, y en base a ellos, entre los que se halla una novela inédita, capitula sobre su propia vida; hablando en otro lugar sobre algunos supervivientes suicidados dice: «como si la disolución de los campos sólo hubiera aplazado la sentencia que luego los elegidos para morir ejecutaron quitándose ellos mismos la vida: se suicidaron Paul celan, Tadeusz Borowski, Jean Améry y hasta Primo Levi». Auschwitz, sus amores, sus obras inconclusas, y el contexto político como marca de su vida, más en concreto las cortapisas y formateo que provocan los regímenes totalitarios, no faltan sus apreciaciones acerca de sus pares en escrituras como Sandor Marai et alii, desvelando sus filias y sus fobias: entre las primeras, Albert Camus, san Juan de la Cruz, Thomas Mann, Paul Celan, Friedrich Nietzsche o Samuel Beckett; entre las segundas, ahí están sus dardos a Wittgenstein, a Adorno, o al mismo Sartre, de quien en tiempos pasados fue fiel admirador y seguidor (parecida trayectoria a la de su admirado Jean Améry que del inicial existencialismo sartreano pasó a la crítica sin piedad del filósofo comprometido), no le caen tampoco bien ni Kundera ni Kafka; puestos a, y dicho sea al pasar, su crítica a Stevan Spielberg es de órdago... la sombra de la propia existencia del escritor cubre, sin disimulo alguno, la prosa de la novela, la última que escribió, y de los paralelos diarios.

Hay vidas que pesan menos que una pluma, mientras que otras están marcadas por acontecimientos y crisis continuas; a este último grupo pertenece la vida del escritor húngaro, de modo y manera que sus diarios tienen el indudable interés de asomarnos a una época, al autor y a su visión que él mismo tiene sobre su actividad como ciudadano y como escritor, lo que supone una magnífica manera de aproximarse a su quehacer.

Imre Kertész, una ética de la escritura alimentada por la memoria, con unos resabios de derrota al comprobar que son los peores quienes dominan el mundo (coincidiendo en algunas de sus apreciaciones con el Marai de El último encuentro)… y una piqueta que ahonda en las heridas de una humanidad en decadencia.

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Un par de artículos más obre el escritor húngaro

+ Imre Kertész, sobrevivir en el torbellino

Imre Kertész

+ Kaddish por el hijo nacido. 147 páginas / 1600 ptas.

+ Sin destino. 238 páginas / 2500 ptas.

El Acantilado. Barcelona, 2001.

Fichita:

Año y lugar de nacimiento: 1929 en Budapest

Profesión: periodista, traductor, autor de comedias y guiones cinematográficos.

Premios: de Literatura de Brandenburgo (1995), del Libro de Leipzig (1997)…

Obras: «Otro», «El fracaso», «Diario de la galera»…

Otras características: judíos y superviviente de los campos de exterminio.

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Parece que aquella afirmación de Adorno acerca de la imposibilidad de hablar – en términos literarios – después de Auschwitz, no quedó más que en grito impotente ante el horror elevado a nivel industrial; muchos desde entonces han testimoniado con su pluma sobre el rostro más infame y descarnado de la tan manida modernidad, aquella refutación de la doctrina especulativa – que dijese Jean-François Lyotard – de que todo lo que es real es racional y todo lo que es racional es real. Pues bien, después de los conmovedores textos de Primo Levi, Robert Antelme o David Rousset – y unos cuantos más en el campo de la narrativa, que evito por no abusar o por considerarlos de segundo orden – ¿todavía hay algo que decir? ¿hay otros modos de escribir la infamia?

Creo recordar que era Bruno Bettelheim, quien hablando de su experiencia concentracionaria se detenía en una anécdota altamente significativa: los trabajos sin sentido e improductivos económicamente, ya que productivos eran de cara a someter a los internos, a hacerles interiorizar que su postura no debía ser otra que la obediencia ante los kapos de turno. Educación de los cuerpos – y consiguientemente de las almas – para el aniquilamiento de la libertad personal, para la anihilización de los sujetos, sujetados al imperio de la despótica y arbitraria ley. Pues bien, al hilo de todo esto y hurgando en tales aspectos, surge con enorme brío la escritura del húngaro Imre Kertész, cuyo nombre puede ser añadido a la nómina de los grandes escritores antes nombrada.

La quiebra de todos los valores humanos y el descubrimiento de su propio ser, los vivió este escritor siendo un simple adolescente en los campos nazis: primero, en la breve estancia en el campo de exterminio de Auschwitz, y luego, en los campos de trabajo de Buchenwald y otros. Su prosa no se convierte en una baño de lágrimas, sino que con una fría distancia observacional y con una corrosiva ironía, además de con el recurso a un alter ego que toma el protagonismo de Sin destino, nos va introduciendo en lo más hondo de la experiencia vida por él y por una infinidad de seres que bien por su pertenencia religiosa / cultural o por sus posicionamientos de clase fueron arrojados al infierno de alambradas y chimeneas. Ante aquel escenario del horror y ante la pregunta constante que recorría la mente de los encerrados ( «¿ qué os parece…?»), la respuesta habitual era «es horrible», la vía adoptada por nuestro hombre es otra : buscar la manera de “hacerse fuerte” para no rendirse, para no hundirse, para no animalizarse o amorfizarse; con el fin de mantenerse en pie y poder ayudar a los suyos.

Si, sin recurrir al registro abiertamente autobiográfico, en la novela, Kertész nos relata la vida padecida por él mismo, haciendo hincapié en los aspectos más llamativos y repugnantes de aquella experiencia desatada del poder elevado a la máxima potencia, en Kaddish por el hijo no nacido, el autor cruza la narrativa con el ensayismo reflexivo para tratar de dar luz a la oscuridad que reinaba sobre aquella experiencia panóptica. Lo más destacado del pensamiento de aquel ser fracasado en el matrimonio, no desea tener descendencia que le haga sobrevivir en otro, es la manera de ir desgranando diferentes pensamientos acerca de la asunción de la condición de judío, de la maldad del poder (podría completarse con aquello de que «el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente», con la coletilla de: perseguirlo también lo provoca) cuya cara más despiadada es la historia de Occidente y su empeño por enseñorearse de la naturaleza y de los propios eres humanos. Puestas así las cosas, las lecciones críticas de este potente escritor húngaro van mucho más lejos de la simple condena de la experiencia totalitaria, pues según su óptica es el afán de dominio, la voluntad de poder, el deseo de hacer obedecer a los otros – educando sus cuerpos a través de las <<tecnologías del yo>> de las que hablase Michel Foucault – lo que está en el fondo de la endémica perversión autoritaria.

Aprehender el horror

Captarlo, aprender de la experiencia vivida del horror, no hundirse ante él, ni dejarse aniquilar por su omnipresente y omnipotente carácter atosigante, servirnos de él para hacernos fuertes, para hacer bueno aquello de que lo que no nos mata, nos alimenta… tal podía ser el mensaje de la prosa de este escritor judíos y húngaro que vivió en sus carnes el dolor del encierro y ha padecido posteriormente otras caras-en apariencia más amables- del poder desbocado. ¿Hay alguno que no lo haga?

Como completando los tonos sombríos de las utopías negativas de los Orwell, Huxley, Zamiatin… Kertész ubica entre quienes no se complacen en ver la brillante faz de Occidente como creador de valores de rango universal, como exportador de saberes ilustrados que lograrán la felicidad de propios y ajenos, sino que enfatiza en los aspectos dominadores que, en el fondo, llevan a situaciones en las que el hombre se convierte en lobo para el hombre (el horaciano-hobbesiano homo homini lupus), ya sea de manera descarada, ya sea de forma disimulada haciendo que las propias víctimas comulguen con las formas blandas – y con intermitencias de neón -… terreno paradisíaco (su cara más lúdica: el rebosante supermercado) en el que parece imperar aquella «servidumbre voluntaria» de la que hablase Etienne de la Boétie y que tanto ha preocupado posteriormente a todos los teorizadores de los mecanismos de dominación.

Desde estas latitudes se alza la voz de Imre Kertész como un tenaz grito contra la opresión del hombre por el hombre y a favor de la resistencia frente al poder; llamamiento a mantener la dignidad humana en pie a cualquier forma de ignominia y a atreverse a pensar (sapere aude! Que aconsejase el ilustrado Kant), sin tener que seguir siempre la consigna de turno: ya sea del párroco o del comisario, según los gustos.

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Imre Kerstez szia! – Kaos en la red