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El 16 de abril , de 1986 falleció el escritor que nunca poseyó un domicilio  fijo: una existencia en permanente vagabundeo entre encierros y hoteles.

Por Iñaki Urdanibia

Hace treinta años que falleció el artista poliédrico, quien a pesar de los mil y un obstáculos, acabó convirtiéndose en novelista, dramaturgo y poeta, amén de hombre comprometido con no pocas causas perdidas. Abandonado en un hospicio por su madre Camille Gabrielle Genet, a los pocos meses de su nacimiento, el 19 de diciembre de 1910. Allí comenzaba una vida marcada por el abandono, la exclusión y el encierro con sus estrictas normas, y sus vicios colaterales que él convertiría en literatura de los sin voz, de los perseguidos, por aquel camino que indicase Rainer Maria Rilke en sus Elegías de Duino: « Canta a los abandonados, / a los que casi envidiabas, porque has encontrado / que aman más que los satisfechos ».

Con ocasión de la efeméride que señalo el MuCEM ( Musée des Civilisations de l´Europe et la Méditerranée ) marsellés le consagra una exposición « Jean Genet, l´échapée belle», desde el 16 de abril hasta el 18 de julio. La ocasión se presenta para conocer los vagabundeos por los pagos barceloneses en los que se entrecruzan sus recuerdos de delincuente , que le permitieron escribir su « Diario de un ladrón »; su indignación contra la situación de colonización que sufría Argelia y finalmente su amor por Palestina que le inspiró su « Corazón cautivo», en estrecha compañía de los ecos de las esculturas de las obras de su admirado amigo Alberto Giacometti, y la propia voz del escritor presentada en oportunos videos. Certero acercamiento a la vida de este escritor y militante político que tenía la mirada puesta hacia el otro lado del Mediterráneo: los países del Magreb y del Oriente Medio, y cuyos fantasesmeos planeaban sobre su obra, hasta que su vida se apagó en tierras marroquíes. « La obra de Genet tiene esta particularidad: ha entrado con suma rapidez en la historia literaria. Reconocido por Cocteau y Sartre, Genet pequeño delincuente reincidente que comenzó a escribir en prisión, fue inmediatamente reconocido como uno de los escritores más imnportantes del siglo XX», como explican los comisarios de la exposición, Albert Dichy y Emmanuelle Lambert.

Una ajetreada existencia

Todas las condiciones, y algunas más, cumplía el escritor parisino, que era de muchos lugares y hablaba muchas voces, en especial la de los oprimidos, para poder ser encasillado, como lo haría Georges Bataille, en la «literatura del mal»(eso sí, con una mirada lanzada por el bibliotecario desde la jerarquía socialmente establecida entre el bien y el mal). Abandonado en la puerta de la Asistencia Pública, una institución de beneficencia, cuando no llegaba todavía al año de edad; más tarde entregado a una familia de campesinos; posteriormente ciertos pequeños delitos acabaron con él en un reformatorio, a los diez años, para luego pasar a la cárcel…abandonado, encerrado, delincuente, y escribiendo sin temblor tanto sobre su propia experiencia, «diario del ladrón», como de sus tendencias en lo sexual: queer avant la lettre, por si algo faltaba en el retrato. Si ya los márgenes habían tomado el lugar del corazón de quien hasta por su apellido parecía representar la vida, su desposesión y negación -y permítanseme unos juegos de palabras y significados: je nais = yo nazco; je n´ai = yo no tengo; je ne = yo no; en los tres casos la pronunciación vendría a responder a la misma que la de su apellido -; sus permanentes posicionamientos posteriores, siempre inclinados hacia el lado de los perseguidos, y estigmatizados, le arrastró a ser uno más con la plebe en sus distintos rostros: inmigrantes, zengakuren japoneses, los rebeldes del 68, los miembros de la RAF, los black panthers o los palestinos; siempre el «corazón cautivo», así saint Genet comédien et martyr que le llamase Jean-Paul Sartre. Si en aquellos años fue considerado un ser asocial-que se diría-, un visitante molesto-fue expulsado de EEUU y de Jordania, prohibiéndosele viajar al primero de los países y a todo el llamado Oriente Medio-, cómo se le habrían catalogado hoy que ya no existen aquellos incombustibles compañeros de fatigas en mil causas perdidas: la de los presos (Groupe d´Informations sur les Prisons) junto al fogoso Michel Foucault, el sonriente Gilles Deleuze, el infatigable Pierre Vidal-Naquet ; la de los inmigrantes en la que le acompañaban los mismos colegas y otros como Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida, Pierre Guyotat, Pierre Bourdieu, etc., etc., etc. Precisamente las gestiones de algunos de los nombrados y de otros-muy en especial abriendo camino Jean Cocteau-, le evitaron permanecer en la cárcel a partir de 1944, en donde iba a cumplír , con toda probabilidad, cadena perpetua; indulto que no se convirtió en definitivo al concederle tal gracia el presidente de la república en 1949. Hasta entonces había sido un escritor clandestino, algunas de cuyas publicaciones veían la luz oscura- pasando de mano en mano- en el extranjero. Esto no significa que después sus obras avanzasen por un camino de rosas: procesos, multas y condenas por «atentado a las costumbres y pornografía» , en repetidas ocasiones tras la representación de obras teatrales publicadas años atrás.

La voz de los infames

Su escritura habla de sí mismo, pero también habla de otros, a quienes presta la voz y la palabra. Son los «hombres infames»-de los que hablase un amigo del escritor, Michel Foucault- quienes se adueñan de las páginas; ya quedan nombrados los sujetos que pueblan sus obras: delincuentes, prisioneros, mariquitas (tantes), y…marroquíes, argelinos, palestinos, negros, combatientes alemanes encarcelados, etc. La escoria de la satisfecha sociedad bienpensante. Mas no se acoquina el autor de «Santa María de las Flores» al moverse por esos ambientes a los que estaba acostumbrado desde niño- a otros se acercaría obviamente más tarde- sino que los canta con orgullo («soy sin duda todo eso, me decía, pero , al menos, tengo conciencia de serlo, y tanta conciencia destruye la vergüenza y me concede un sentimiento poco conocido : el orgullo »), se deleita en la descripción de los sórdidos ambientes de las insalubres prisiones francesas, y chapotea sin arrepentimiento o timorato moralismo, pues al fin y al cabo la suya es una «moral de lo minoritario» como señalase con tino Didier Eribon, senda-en alguna de sus facetas- por la que posteriormente han trotado otros escritores, atravesando las puertas que él abríó con descaro : Albertine Sarrazin, Severo Sarduy, Fernando Vallejo o-por no abundar- Manuel Puig . Podría decirse que hasta muestra cierta complacencia con su suerte y con la de quienes le rodean, en un cierto tufillo de masoquismo conformista, en vez de dejar oír el grito de protesta ante los muros del encierro y de la falta de libertad («reconocía en mí al cobarde, al traidor, al ladrón, al marica que veían los demás»). Es precisamente en esta especie de transmutación de los valores en donde casi podría afirmarse que la posición del escritor hace tambalearse los cánones establecidos, y así el mal deja de serlo para ser descrito con placer, con tonos elogiosos, pues lo que pretende no es erigirse en catecismo a imponer a la sociedad, sino proclamar los derechos de los seres marginados, vilipendiados, minoritarios, por la vía de «rehacer el poder y la ley»-que dijesen Gilles Deleuze y Félix Guattari- que es la que recorrió Jean Genet, como si tratase de hallar una «comunidad inconfesable» (el término es de Maurice Blanchot), cercana en un cierto sentido, menos claramente comprometido(communiste), que el que mostrasen Dionys Mascolo et compagnie ( Marguerite Duras, Robert Antelme…)– ajena a las corrientes y los valores dominantes ( macho, blanco, anglosajón, protestante, heterosexual), funcionando «como un reloj que adelanta», buscando el «devenir minoritario» alejado de la ideología dominante y conformista con el estado de cosas, para abrir horizontes a modos nuevos, diferentes, de vivir.

Se sigue de todo lo anterior una postura, un gesto netamente político y rebelde, que no casa con las corrientes mayoritarias, y que sin proclamarse con espíritu de programa, ni sistemático, hace brotar en su prosa-aun en los casos en que los textos no son comprometidos con alguna causa abiertamente política- una impronta radical, de negación de la felicidad ambiente-y obligatoria- que empapa el reino de la estupidez en que le ( nos) tocó vivir . No ha de verse, de todos modos, en lo dicho forma alguna de disciplinada militancia, pues la singularidad del vagabundeo genetiano era absolutamente personal, lo que no quita para subrayar que poseía una capacidad extraordinaria para establecer lazos con toda clase de gentes en los que veía el reflejo, sintonizado, de sus años más duros(1910-1944) como se había acostumbrado a hacerlo , a la fuerza, en sus años de formación(de «deformación», diría más de uno) en encierros y delitos varios. Años en base a los cuales se forjó un mito con respecto a su persona, convirtiéndole en un delincuente de tomo y lomo, un puto, un pédé, etc. calificaciones que en cierto sentido eran ciertas, si bien ha de matizarse que, en especial, en lo que hace a la primera de las dedicaciones mentadas los modelos que salpican su obra ( criminales, ladrones de alto copete, maricas de oficio…) son tomados en su mayor parte de compañeros de reformatorios, talegos u otros ambientes, pues él ejerciendo esta labores delictivas podía ser considerado como un minorista ( robos de poca monta, entre ellos algunos libros y entre estos alguna edición de lujo de Paul Verlaine). Eso sí, una vida marcada por una impresentable política penal que marcó de por vida, desde aproximadamente la decena de añitos (casi sería más cierto decir desde su nacimiento) a un ser que fue convertido en carne de orfanato, de familias de acogida, de reformatorio, de colonias penitenciarias, de prisiones en las que por cierto no mostraba habilidad alguna para buscarse la vida; entre escapadas, fugas y viajes por los bajos fondos de media Europa; y si Jean Genet no traspasó la línea para engrosar el conjunto de los grandes delincuentes quizá fue-como él mismo afirmase- gracias a la escritura de sus libros. Una esmerada («esmerilada») escuela tuvo, rebosante de sufrimientos, en lo que hace a aprender a mirar a los ojos directamente a los desheredados, a quienes son vigilados y castigados, encerrados tras rejas y muros, o apaleados, y convertir todo lo contemplado en sus ojos y sus cuerpos, en sus vidas y sus muertes, en un acto de amor, en literatura, erigiéndose de paso en una verdadera leyenda, elaborada con la dignidad de un «mentiroso sublime» que dijese su amigo el escritor franco-marroquí Tahar Ben Jelloun.

J.G. matrícula 192.102

La ocasión la pintan calva para leer al «divino delincuente» y es que si muchas de sus obras- supongo que, por las fechas de edición – estaban agotadas o descatalogadas ( las iniciales de Debate y Seix Barral más en concreto), con ocasión del cien aniversario de su nacimiento un par de editoriales publicaron varias obras esenciales del autor. Por una parte, Ediciones B publicó «El diario del ladrón», mientras que Errata Naturae puso a disposición lectora tres obras que se han de leer: « Milagro de la rosa», novela significativa en la que el amor toma la página y en la que se nota el escenario en el que fue escrita, la cárcel parisina de La Santé; otros dos textos presentados bajo el título de uno de ellos «El niño criminal» fueron escritos años después, tras un tiempo de silencio, cuando el éxito hacía que Genet ya fuera considerado un escritor como la coipa xe un pino. Asoman en estos dos fugaces textos dos de los temas esenciales de su escritura: la homosexualidad y las condiciones de existencia en las colonias penitenciarias para menores. La misma editorial madrileña publicó por primera vez en castellano « El enemigo declarado», libro que recoge entrevistas, artículos , prefacios e intervenciones en los que se ve el compromiso de Jen Genet con distintas causas, antes mentadas; abarcando desde 1970 a 1973.

De Pirineos arriba, como no podía ser de otro modo, la efemérides llenó el panorama hexagonal de exposiciones, debates, y libros. Refiero solo los libros que mis dineros me costaron: doce años de encuentros con Tahar Ben Jelloun fueron recogidos en «Jean Genet, menteur sublime» (Gallimard, 2010), en donde se habla de lo divino y lo humano. Casi los veinte últimos años del escritor abarca «Le dernier Genet» (Flammarion, 2010) en el que Hadrien Laroche desentraña los lazos entre ficción y política en la obra genetiana. Una curiosa recreación novelada da cuenta de un intento de suicidio, en la primavera de 1967, en una población italiana: « Domodossola. Le suicide de Jean Genet » de Gilles Sebhan(Denoël, 2010). Por último, señalaré una obra clave para conocer realmente a Genet, despojado de todos los mitos y leyendas, en sus años más difíciles y oscuros, obra cuyo título he tomado en préstamo para titular este apartado: «Jean Genet, matricule 192.102. Chronique des années 1910-1944» de Albert Dichy y Pascal Fouché ( Gallimard, 2010).

Si hace seis años , como digo, con motivo del aniversario de su nacimiento florecieron las obras suyas y sobre él, las exposiciones y los congresos…es seguro que amén de las exposiciones-como la que señalo al inicio de estas líneas-, florecerán en los anaqueles libreros sus obras y los ensayos sobre su singular obra.