Por Iñaki Urdanibia

«Escribir es rememorar justo aquello que desearíamos olvidar a toda costa. Escribir es disfrazar las cosas para poder ver sus rostro real»

Dieciséis relatos componen el último libro del escritor (Madrid, 1958), editado por Páginas de Espuma: «Mientras estamos muertos». En el libro se entrecruzan las historias, obviamente, y algunas pinceladas de cómo entiende el autor el oficio de escribir.

Señala la tensión que se establece entre, por una parte, que la escritura supone la imposición de cierta lógica y una estructura que no están presentes en la vida, al tiempo que el actor de escribir supone cierta ordenación del mundo al menos a lo largo de algunas páginas. Alerta igualmente sobre la imposibilidad de escribir una obra autobiográfica sin referirse a lo que sucede alrededor, incidiendo que lo que sucede también nos sucede, o nos afecta, siguiendo tal senda se implica ya que la realidad se le pega a la piel convirtiéndole en culpable, testigo y verdugo, lo que provoca inevitablemente un claro impulso ético que salpica las ficciones que dan cuenta de hechos o situaciones que le han ocurrido, y que van conformando el mapa de su conciencia, que dan cuenta de sus filias y sus fobias, haciendo que su voz sea las voces heredadas desde los primeros pasos en el ámbito familiar y los posteriores, que se origine un supergo, que funciona a modo de atento pepitogrillo, del que a lo largo de la existencia se va desprendiendo, soltando lastre, desprendiéndose de las ataduras a cosas y personas, reivindicando al tiempo la libertad del escritor para no sentirse obligado a respetar la veracidad de los hechos, de la cronología y de las cadenas causales.

Cierto tono dominante se respira desde los primeros relatos en los que se presentan situaciones de tensión y violencia: por una parte, un padre que pone a prueba de manera constante a su temeroso hijo para pillarle en renuncios y en posturas que inmediatamente son calificadas como propios de nenazas, de propias de seres blandengues, con el fin de vengarse, celoso él, de los cariños que al pequeño ofrecía la madre, experiencia posteriormente vivida en el seno de la escuela en la que el matón de turno impone su ley machacando a los supuestamente más débiles compañeros; violencia también dirigida a los animales como moneda al uso. Una figura, hermano de la madre, el tío Ángel, representa el contrapunto a la rigidez y orden paternos. La violencia y la tensión, de uno u otro modo, continúan al paso de las páginas y de las diferentes historias que adoptan ciertas tonalidades autobiográficas en lo que hace al barrio obrero en el que habitaban sus padres, y que no era el humus más apropiado para dedicarse a la escritura, y el cambio a un chalet, que dejaba a la vista la diferencia de clase y origen de los recién llegados con respecto a los residentes de la zona; el afán por ascender de clase social con la esperanza de dejar atrás el agobiante peso de la necesidad y las limitaciones. Las ansias de soltar amarras irrumpen a la vez que se da paso a la exposición de ciertas obsesiones, que naturalmente no son objeto de elección, plasmadas en esta ocasión en un viaje a China, en la estancia en un hospital y en el viaje de avión, situaciones en las que la cercanía de la muerte cobra fuerza. Visitamos las cunetas sembradas de cadáveres de los tiempos de la furia guerrera del 36, y asistimos a la celebración del vuelo de Carrero Blanco. Por medio van quedando algunas flechas indicadoras con neto sabor político sobre los cambios de chaqueta desde posiciones de izquierda a las de derecha en la medida en que se gana el primer millón, subrayando la conveniencia de ser socialdemócrata ya que esto supone jugar en los dos bandos, adoptando el papel de dios, al prometer a los sindicatos al tiempo que tranquilizando a la patronal…Y se habla del amor, forjado a través del paso del tiempo, de la muerte, etc., etc., etc., duplicando, en lo que hace al fallecimiento de su padre enfermo, las maneras de darle sepultura.

Cierto hilo atraviesa los diferentes cuentos, lo que hace que se den ciertos nexos de unión entre ellos, quedando reflejado el cruce entre ciertos avatares personales y el escenario colectivo («todo lo que sucede a nuestro alrededor nos sucede a nosotros» es el título de uno de los cuentos que bien podría servir como lema a la totalidad de ellos) fundamentalmente de los años setenta, tiempos de idealizados años transitorios, y de las pautas que regían en aquellos tiempos y en los procesos de transmisión y reproducción que imperaban pasando de generación en generación, con unos valores en que la llamada hombría y la fuerza señalaban el camino del éxito, o al menos de la supervivencia… ser martillo para no convertirse en yunque, por usar la metáfora goetheana.