Por Iñaki Urdanibia.

Hace treinta años que falleció esta mujer que sigue dando que hablar y aprender.

Este pasado día 25 de agosto se cumplían treinta años de la desaparición de este mujer, nacida en noviembre de 1908, que fue una verdadera institución en el Hexágono, no solamente en el campo de su especialidad, el psicoanálisis terapéutico, y en el círculo de los especialistas y profesionales del ramo sino para amplias capas de la sociedad, debido a sus programas radiofónicos y sus apariciones televisivas, que supusieron una verdadera escuela de formación para muchos padres y educadores, que seguían sus consejos en lo referente a los aspectos pedagógicos y psicológicos desde el recinto domiciliario (relación padres e hijos), al escolar (profesores / alumnos).

A pesar de las embestidas que contra ella se han dirigido de un tiempo a esta parte, que continua en la actualidad, parece poco honesto no valorar en su justo término los aspectos positivos de su actividad. Entre estos pueden enumerarse el haber prestado atención a la voz a los niños (afirmando, contra y marea, que los bebés no eran meros tubos digestivos), escucharles en vez de convertirlos en meros receptores de órdenes, siendo tratados como incapaces de comprender, en este sentido Dolto apostó por dar la palabra a los pequeños al considerarles capaces de expresarse y de comprender los discursos de los mayores (los padres no son los dueños de sus hijos sino los responsables); para ello proponía una educación en la que se incitase a que fuera una actividad placentera y creativa, única forma de originar verdadera motivación en los alumnos superando la pasividad, la escucha y la repetición, juzgando que a los niños debía presentárseles las cosas como son, sin tapujos, ni engaños… siempre con la verdad por delante. En la misma onda son de destacar las orientaciones a padres y maestros – en la Casa Verde -, en sus terapias y en sus programas radiofónicos, que significó que ante la desorientación de no pocos adultos a la hora de tratar a los pequeños, sus indicaciones funcionasen a modo de brújula. Resulta de interés, igualmente, la extensión de ciertas ideas más allá de los ambientes académicos y terapéuticos, poniendo al alcance del gran público algunas ideas sobre el terreno de la psicología y la pedagogía. Pasaba así Françoise Dolto a abrir brecha en el campo de las relaciones entre el psicoanálisis y la infancia, junto a las Melanie Klein o Anna Freud o Bruno Bettelheim, por no mentar a Winnicott que decía ver en el quehacer de la señora ciertos toques comunistas… ¡vaya por dios! La singularidad, no obstante, de Dolto residía en su dedicación, casi plena, al área terapéutica, al igual que Maud Mannoni, aunque si ésta centraba su actividad prácticamente a niños neuróticos o psicóticos, la primera – que había fundado junto a Jacques Lacan L´École freudienne de Paris – ampliaba sus casos a la totalidad de la infancia aunque los tratados, orientados, no tuviesen ninguna disfunción o patología, prestando especial interés a la palabra (el inconsciente está estructurado como un lenguaje), intentando sacar a relucir aquellas palabras silenciadas, censuradas, etc.

Un práctica pegada a la realidad, en contraposición a las grandes teorías, exclusiva de especialistas de la galaxia psi, y en este sentido centrada en, reitero, lo terapéutico: «creo que no está para “explicarlo todo” [se refiere al psicoanálisis], sino para ayudar a aquellos que se han hundido en la repetición por rechazo de sus deseos; para ayudarles a salir del mismo surco del disco de sus vidas…» (La dificultad de vivir. Vol I: El psicoanalista y la prevención de la neurosis. Gedisa, 1982; p., 11).

En los tiempos de rétour à l´ordre, este tipo de ideas con ciertos aires libertarios no son del gusto de los ordenancistas de todo pelaje, y así sobre Françoise Dolto no han cesado los dardos descalificadores, no pocas veces con tintes de descarada mala fe, haciéndole responsable de la presencia de niños-tiranos que esclavizan a sus padres y educadores al habérseles concedido un estatus que no les correspondía, al igual se ha leído, o escuchado, que al defender la importancia del placer en los procesos de aprendizaje lo que se fomentó es la falta de esfuerzo, sin obviar, el haberle colgado el sanbenito de ser la responsable mayor, o una de las mayores, en la psicologización total de la sociedad (léase psicoanalización, ya que si la invasión de otras corrientes, más afines con los gustos de los críticos, son juzgadas por estos no como un perjuicio sino como un beneficio, tiens!); acusaciones absolutamente falaces y que es difícil sostener si se parte de, al menos, una pequeña dosis de buena fe.

Se ha de añadir a lo dicho, que la crítica del psicoanálisis, incluye de manera neta y clara a Dolto; así, al menos desde la aparición – a bombo y platillo para gusto de diferentes escuelas psicológicas en busca de clientela o cotas de mercado, por decirlo de algún modo (conductistas, cognotivistas y defensores de la mirada neurocientífica, apoyada desde las instancias ministeriales, al unísono con ciertas tendencias reaccionarias) – del célebre Le Livre Noir de la Psychanalyse. Vivre, penser et aller mieux sans Freud (Les Arénes, 2005); ya que… unas páginas (desde la 475 a la 500), traídas por los pelos, le eran dedicadas a la mujer de la que hablamos, en las que se sacaban a relucir algunas afirmaciones un tanto circunstanciales como fuesen taxativas y ciertas hipótesis extraídas de casos particulares que los autores del Livre noir, rechazan en redondo sin entrar en detalles… en jettant la bébé avec l´eau du bain. [Sea dicho al pasar, ya que hoy no toca, que a pesar de la tarea de demolición, realmente escorada del inevitable Michel Onfray, que el psicoanálisis no fue tolerado, otra degeneración judía o burguesa, por los regímenes totalitarios ya que fue sacado de escena por el nazismo y criticado por los gurús del comunismo oficial… sin jugar a la amalgama, y sin pretender tampoco entrar a defender tal corriente del pensamiento psicológico, antropológico, etc.].

Sin entrar en análisis pormenorizados sí que se puede ver como las críticas que he nombrado son absolutamente desenfocadas e interpretadas a conveniencia. Su carrera comenzaba en 1939 tratando dieciséis niños que le son confiados por otro doctor más veterano, Pichon – así lo relata ella misma en La dificultad de vivir. Vol. 2: Psicoanálisis y sociedad (Gedisa, 1982), y como ya ha quedado subrayado su interés y orientación quedaba netamente expuesta: «algunas veces se olvida que si el psicoanálisis abre nuevas vías de estudio al historiador, al sociólogo, su principal interés es que el método psicoanalítico, que surgió de la clínica, tiene un fin terapéutico» (Psychanalyse et pédiatrie. Éditions du Seuil, 1971; p. 10). Una vida dedicada a buscar la comunicación, en especial con aquellos que la tienen perdida, con el fin de recuperar las potencialidades reprimidas… y señalando en ciertos comportamientos, delirantes o estereotipados, como en ruptura de la cadena comunicativa, ya que el otro, necesario interlocutor o posible receptor del mensaje es considerado como un enemigo… es el caso de los psicóticos. En este terreno ella era de la opinión que la terapeuta ha de jugar el papel de mediador, de las funciones simbólicas, con el fin de reconducir al paciente al campo de la comunicación, ocupando el terapeuta el lugar del otro, y suponiendo esto que el círculo familiar se vea ampliado al marco social. Françoise Dolto, que como queda ya dicho, colaboró con Jacques Lacan –  en plano de igualdad – en el asentamiento del psicoanálisis en Francia, y en las escisiones que se dieron a principios de los cincuenta se posicionó junto a él, usaba un lenguaje menos crítico que su colega, y muchas de las posturas lacanianas (basadas en el triángulo formado por lo imaginario, lo simbólico y lo real) eran utilizadas por ella, situándolas al alcance de todos, y del mismo modo que el gran timonel afirmaba que el educador ha de ser educado por el alumno, de quien ha de aprender en una relación mutua, Françoise Dolto ponía especial énfasis en el transferencia entre analista y paciente que busca repuestas a sus propias preguntas y en esa medida remueve las propias preguntas del analista.

Si al caso que nos ocupa en este artículo no se puede aplicar tal cual aquello que dijese Freud ante los frecuentes anuncios de la muerte del psicoanálisis, acudiendo a una anécdota de Mark Twain: quien envió «un telegrama al diario que había anunciado su falsa noticia de su muerte: Información de mi deceso muy exagerada» (Autobiografía. Historia del movimiento psicoanalítico. Alianza Editorial, 1996; p. 13), resulta destacable al menos que Dolto jugó un papel importante en aquellos años tanto en lo que hace a la educación, a los derechos de la infancia y a la orientación de no pocos padres.

Como suele suceder en este tipo de cuestiones, hay quienes jugarán que aquello estuvo más o menos bien mientras duró – algunas amistades cercanas del gremio educativo muestran absoluto respecto hacia las enseñanzas de Dolto y a las lecciones que hoy todavía mantienen su vigencia -, mientras que otros juzgarán que estuvo mal entonces y ahora que se está recogiendo la nefasta resaca de su magisterio.