Por Iñaki Urdanibia.

El libro que el escritor siempre proyectó escribir y nunca lo concluyó.

«No hay que alejar de nuestros pensamientos el muro hacia el cual corremos»

«Lo primero que me he propuesto es hacer justicia también a la muerte. Quiero tratar de sentir todo lo que se dice a favor de ella. También quiero decirlo ya mismo, para que me sea lícito replicar. Quiero ocuparme de ella por completo y no quedarme en mis ladridos parciales de antes»

Mantenía Montaigne que filosofar es aprender a morir; al contrario Spinoza decía que filosofar es aprender a vivir, siglos antes Epicuro había sentenciado que en cuanto a la muerte nada hemos de temer ya que cuando ella está nosotros no estamos y cuando estamos nosotros ella no está; y aun dando por bueno el consejo evangélico de dejad que los muertos entierren a los muertos, el dolor queda en los vivos que continúan, ya que al fin y a la postre, los hombres somos seres para la muerte que dijese Heidegger, y que nadie caiga en la sandez de interpretar la dichosa frase como una llamada al exterminio, sino como una conciencia propia de los humanos sobre su fin (nada que ver desde luego con aquel alarido del descerebrado Millán Astray: ¡ viva la muerte, abajo la inteligencia!). Esta conciencia obviamente hace que el pensamiento sobre los límites de la vida asomen inevitablemente, más todavía cuando estos son constatados con la desaparición de seres cercanos. Pues bien, al poliédrico escritor búlgaro de origen sefardita Elías Canetti (1905-1994), premio Nobel de literatura 1981, se ve que sí que le preocupaba el asunto aunque no llegase a culminar la tarea que se había marcado: escribir un libro sobre la muerte; de su pluma salió esta frase: «El libro sobre la muerte continúa siendo mi verdadero libro. ¿ Lo escribiré por fin de un tirón ?». Este mes de marzo acaba de ver la luz publicado por Galaxia Gutenberg «El libro contra la muerte», edición anotada y adaptada por Ignacio Echeverría.

La elaboración de tal obra, una apuesta decidida a favor de la vida, fue una verdadera obsesión a lo largo de su existencia, y la publicación que ahora ve la luz da prueba de las numerosas anotaciones que el autor de Masa y poder; los apuntes, algunos publicados y otros inéditos, corresponden a los años que van de 1942 a 1994. El panorama presentado es amplio y las sendas que toman las reflexiones canettianas también: desde el hombre que mata, o la sombra que el difunto deja en la mente de los supervivientes, hurgando igualmente en la presencia de la parca en la historia y los mitos, la muerte en los animales, la palabra de escritores y filósofos acerca de ella, sin obviar las reflexiones del propio escritor refiriéndose a su experiencia personal; no se puede pasar por alto que a temprana edad fue testigo del fallecimiento paterno a causa de un infarto a los treinta y un años, en 1912, y la posterior muerte de su madre en 1937, que supuso el punto de salida al proyecto de escritura. Sin ignorar los varios fallecimientos prematuros que hubo de sufrir: su primera y su segunda esposas, Vera y Hera, así como su amante y discípula Freid, su hermano Georg y su maestro Sonne. La presencia constante de la dama de negro con su definitiva guadaña parecían rondarle lo que sin lugar a dudas le preocupaba y le enfurecía.

Nadie ha de temer que en el libro pueda encontrarse con un cúmulo de anotaciones en bruto que hagan que su lectura resulte dificultosa e insustancial, pues los textos presentados están pulcramente redactados, con la única diferencia de que unos son breves como un suspiro y otros se extiende en varios; « sólo en sus frases dispersas y contradictorias consigue el hombre recogerse, ser un todo sin perder lo más importante, repetirse, respirarse, enterarse de sus gestos, fundamentar su acento, ensayar sus máscaras, tener sus verdades, convertir sus verdades, convertir sus mentiras en vapor de verdades, encolerizarse para la muerte y desaparecer rejuvenecido». Su camino pretendía complementar a su adorado Stendhal y tampoco hacía ascos a la permanente, pintura de Cezanne de la montaña santa Victoria, un trabajo siempre en marcha, en toques y retoques con la diferencia de que Canetti juzgaba que para llevar adelante la tarea era necesario hallar la forma adecuada en lo que hacía a los personajes del libro y en lo que respetaba al punto de llegada al que quería arribar. Estas son las cuestiones que danzaban en su mente y que, en cierto sentido, le suponían un freno a la hora de arrostrar la tarea con decisión. Mientras tanto no cesaba de reflexionar y plasmar sus pensamientos, en lucha (es claro que Ernst Hemingway o Thomas Bernhard no eran santos de su devoción; y qué decir de Hans Mayer / Jean Améry, al que ataca sin piedad) o en acuerdo, con diferentes pensadores; inclinándose siempre del lado de quienes se posicionaban a favor de la vida, y tratando de evitar – según subraya – el uso del término “muerte”. Tarea ciertamente oximorónica: hablar de la muerte nombrando únicamente la vida (y conste que su guía no es la copla tan habitual, como inexacta y facilona, de : la muerte forma parte también de la vida ¿ qué es, la vida continuada por otros medios?), contra viento y marea, su propósito, imposible – como si se cobijase tras un pacto con Fausto – , es espantar a la muerte y salvar a los humanos de las garras de ella; la vida , no obstante, se encargaba de demostrarle lo descabellado de la tarea ya que a su alrededor florecían – es un decir- los seres arrastrados por la inevitable muerte, sin contar con la muerte fabricada al por mayor de la que fue testigo espantado en el siglo que le tocó vivir. La rabia y la furia contra lo inevitable se apodera de muchas de las entradas del libro y los juicios rotundos también (así, por ejemplo, la postura que invita al conformismo , con respecto al hecho que le ocupa, del cristianismo es juzgado con dureza del mismo modo que los son todos los -ismos o sistemas, de los que huía como de la peste; o los alegatos en pro del suicidio – por el que por cierto se sintió tentado más de una vez- tampoco quedan en buen lugar

La obra bien sirve como colección de píldoras, suyas o tomadas en préstamo de otros, prestas para la rumia, al tiempo que sirven bien para penetrar en la complejidad plural de ese escritor cuyo quehacer estaba guiado por una desbordante pasión renacentista, y cuyo estado natural parecía ser el nomadismo tanto en lo lingüístico como en lo geográfico; en lo que hace a lo primero, adoptó el alemán como lengua de comunicación pública abandonando su familiar ladino (lengua que dominaba al igual que el búlgaro y el inglés), con respecto a lo segundo, varios fueron los países que conocieron su domicilio (Austria, Inglaterra, Alemania o Suiza). El nomadismo señalado se traducía igualmente en el terreno de sus obras que se movían desde la narrativa (Auto de fe ) a los libros de viajes (Las voces de Marrakech), sin dejar de lado sus ensayos cercanos a la sociología, al lenguaje, o sus textos autobiográficos (La lengua absuelta, La antorcha del oído y El juego de los ojos ).

Estos deslumbrantes y sugerentes materiales, en conversación con otros muchos colegas (Rulfo, Pavese, Beckett, Camus, Flaubert, Rilke, Benjamin y así hasta más de quinientos “amigos”, familiares, adversarios, admirados – Musil , Kafka o Kraus-…), materiales – digo- que invitan a pensar, a la vez que son lecciones de literatura, y que nos conducen a suponer que estamos ante una obra abierta que todavía puede ofrecernos diferentes, y agradables, sorpresas (en la sombra los baúles, sin fondo, del lisboeta Fernando Pesooa); se leía precisamente al comienzo de unos «apuntes rescatados», correspondientes a los años 1954-1971: «. es muchísimo lo que dormita en cada hombre, pero no hay que despertarlo en vano. Porque es terrible cuando el hombre entero resuena en miles de ecos y ninguno acaba siendo una voz de verdad».

Un apasionado por el mundo y la vida

« Soy miles de lápices…»

Ciertamente en este hombre dormitaban una multitud de cuestiones relacionadas con el ser humano, con lo más hondo de él, y también con los tiempos que le tocaron vivir (¿padecer?), en aquel «mundo en ruinas» del que hablase Hermann Broch, y ello en lo que hace a su larga – desbordante y plena en intensidades -vida, sus orígenes sefarditas, su carácter nómada, carente de raíces arbóreas al menos reivindicadas, que le atasen a un lugar determinado, sino con incontrolables raíces rizomáticas, que le impulsaban a avanzar por todos los lugares de la sombría Europa que sirvieron de telón de fondo a sus casi noventa años de existencia; mas si este carácter desubicado, apátrida podría decirse, es un aspecto esencial de su quehacer reflejado en sus escritos multidireccionales, la cosa no queda ahí, ya que su continuo errar, cual judío ídem, no le arrojó al aislamiento y a la soledad sino que le convirtieron en un permanente conversador con otros destacados protagonistas del pensar europeo, tanto coetáneos como anteriores, de modo que en sus obras -¡no digamos en sus anotaciones y apuntes, como es el caso que nos ocupa!- pueden hallarse sus sagaces diálogos con Aristóteles, Platón, Dante o Cervantes, Lichtenberg, Stendhal, Gogol, Pavese…o Kafka (¿cómo obviar su acertado El otro proceso de Kafka?), así ese infatigable «testigo escuchón» de la humanidad sirvió como lúcido interlocutor de un amplio abanico de célebres personajes que dejaron su huella en el pensamiento de los humanos (¿qué otro si no?) y no se guardó nada para él, sino que hizo partícipes a sus lectores de muchos modos de enfocar el comportamiento, y de encarar la relación y las formas de manifestación de las masas y el poder. Resulta así su indagador viaje a través de la escrituras, y las costumbres, de los más alejados lugares como una absorvente y empapada esponja, a la cual se le puede sacar, a poco que se exprima, todo su amplio e importante contenido aprehendido. La escritura de Canetti no es una voz sino que son muchas, casi podría decirse con atrevimiento no excesivo, que son todas ellas, reunidas y acrisoladas por este escritor de prosa trabajada y exacta, que no vuela por ningún cerro despistante, pero que sin embargo sí que volaba a la altura de las águilas, acercándose así a lo concreto pero con una mirada escrutadora y amplia. Mas tampoco queda ahí la cosa, ya que si anteriormente señalaba las muchas salidas que ofrece su obra, de la multiplicidad de direcciones, ello se traduce igualmente en los distintos registros o géneros transitados por este francotirador furtivo que rompía las estrechas fronteras marcadas por los rígidos encasillamientos (¡muchas veces por contagio de los tics del academicismo elitista!): ahí está como paradigmática muestra de lo que afirmo la que sin lugar a dudas es una (<<su>>, se suele afirmar por lo general) gran obra maestra: Masa y poder, en la que confluyen sociología, antropología, fenomenología, simbología y un modo de tratamiento narrativo que acerca al lector a un diagnóstico de los males del ser humano, y ya se sabe que un buen análisis del fenómeno estudiado sirve indudablemente para su cabal, y adecuado, tratamiento. No se conformó, no obstante tampoco, este prolífico y eficaz (evito decir brillante pues nada más lejos de su escritura que los abalorios estilísticos) contador de historias, con esa genialidad exitosa publicada en 1960, sino que igualmente noveló (Auto de fe) los aterradores e inquietantes abismos del mal, contó su vida (La lengua absuelta, La antorcha del oído y El juego de los ojos) con absoluta sinceridad «sin someterlos[los recuerdos] a prolongadas intervenciones quirúrgicas hasta igualarlos al recuerdo de los demás. Que operen a su antojo narices, labios, orejas, piel y cabellos, que transplanten ojos de otro color, si no hay más remedio, o corazones ajenos que palpiten un añito más, que ausculten, amputen, alisen o igualen, pero que dejen en paz el recuerdo»; de tal modo actuó en la nombrada trilogía autobiográfica que es una buena muestra de su pensamiento, y de su escritura que estalla en crisálida, abriéndose a innúmeros horizontes que también dependerán de la complicidad, y el bagaje propio, del lector. También nos contó sus viajes en sensuales y coloridas mediterráneas páginas (Las voces de Marrakesh) tan elogiado por alguien de esto conoce cantidad, Juan Goytisolo.

El libro que ahora se publica refleja el exilio, en sus formas fronterizas entre la vida y la muerte, exilio forzado, y odiado, «sintiendo los aires de otro planeta», en un continuo vaivén por tratar de hallar explicación a semejante destino extraterritorial, allá en donde no hay suelo que sostenga a los humanos, abandonados por su sombra…Hablando de este empedernido todoterreno, decía la también todoterreno Susan Sontag : «Canetti es una persona que ha sentido de manera profunda la responsabilidad de las palabras; y mucho en su obra es un esfuerzo por comunicar algo de lo que aprendió sobre cómo prestar atención al mundo. No hay doctrina, pero sí mucho desdén, y urgencia, y aflicción y euforia. El mensaje de las pasiones es la pasión»