Por Iñaki Urdanibia

Todo arte es político, ya sea por activa o por pasiva; algunas expresiones mostrando su conformismo o su distanciamiento y desatendiendo cualquier interés por lo que sucede en la sociedad en la que crean sus obras, otras dando prueba de oposición o resistencia; el arte, y la música en concreto, es un campo de batalla. Resulta necesario añadir a lo dicho que el arte comprometido no es necesariamente aquel cuyas letras, me refiero a la música, hablen de manera explícita de temas sociales o políticos, mostrando su oposición o resistencia al status quo; de igual manera se ha de subrayar que frente a algunas posturas cándidas, las canciones no cambian el mundo, aunque también es verdad que pueden acompañar a los cambios, y hasta a ser inspiradas por ellos, por los hechos. Así pues aquella inscripción que el otro lucía en su guitarra, declarando que esta guitarra es un arma para matar fascistas, era prueba de una confianza absoluta en la capacidad de la música para transformar el estado de cosas. Así pues, la música juega, o puede jugar, el papel de banda sonora de un país, de unos tiempos, de unas luchas, acompañándolas y dejando ver el pulso del ambiente en el que anidan.

Pues bien hablando de bandas sonoras, la colaboración entre un par de editoriales: La Oveja Roja y el Perro Verde ha fructificado en una colección que lleva por título precisamente La Banda Sonora, «destinada a abordar la música popular con las herramientas de las ciencias sociales, dándole un significador de primero orden. Con los libros de esta colección – añaden – intentaremos ofrecer una mirada crítica desde las humanidades y crear un espacio de reflexión y debate sobre una de las manifestaciones más relevantes de la cultura popular contemporánea». Siguiendo tales propósitos un par de libros han sido publicados, no teniendo desperdicio ninguno de los dos, y vamos por partes.

Del primero de ellos me atrevo a decir que no es un libro sino que es una arsenal de expresiones musicales que se han posicionado en posturas contrahegemónicas; se trata de «Músicas contra el poder. Canción popular y política en el siglo XX» de Valentín Landero. Seguir los pasos del autor en su amplia travesía es penetrar en diferentes momentos de la historia, en los que se van aportando detalles de los modos de vida, de las representaciones culturales correspondientes, centrando el objetivo en la interrelación entre las luchas y las músicas. Si afirmaba que estamos ante un arsenal, no me corto a la hora de añadir que este libro es una mina en el sentido de los datos, fechas, e informaciones que sobre ellos se aportan, en una lectura que mantiene el pulso, sin decaer, lo que hace que el lector se vea atrapado por la historia, las historias, que Landero va desgranando, sin recurrir a páginas de relleno, de modo y manera que se abra por donde se abra, el libro, los ojos tropiezan con miga. Ayuda a la lectura, amén del interés por el tema tratado, el tono narrativo empleado que se aleja de los tonos de gran señor propios de muchos textos de ensayo.

El siglo XX es atravesado con una mirada abarcante, deteniéndose en diferentes etapas y en las tendencias y géneros musicales que en tales momentos florecieron como representación de lo que estaba en juego, mostrando la génesis y desarrollo de ellos; el logro añadido a lo ya dicho es el cruce de diferentes esferas del quehacer ideológico y político que se presentan, entreverando historia, política, análisis sociológico, y temas relacionados con la producción y distribución de géneros y contenidos musicales, lo que hace que el libro además del obvio interés musical, adquiera un más amplio interés, sirviendo para conocer la historia del pasado siglo, de algunos momentos clave, en sus aspectos políticos y sociales más relevantes.

Es cosa de apretarse bien el calzado ya que como digo la caminata es larga, rozando las setecientas páginas, y los desvíos nos llevan de una lado para otro, en una exposición en diez bloques que van desde África hasta los últimos ruidos de la música industrial, pasando por otros lares históricos y musicales. El viaje comienza, Crónicas negras, por el continente negro, conste que la raza negra fue un invento de los colonizadores blancos, y las músicas ligadas en sus orígenes con el continente nombrado; así oímos a los cánticos de los esclavos en los campos de algodón y las protestas que dieron lugar a los tonos del blues como lamentos ante la desubicación de los afrodescendientes ante las pautas dominantes del Nuevo Mundo. El jazz y el gospel, como fiesta el primero y como redención el segundo, son presentados en sus diferencias y en sus intérpretes; por su parte, el blues se vio influido por la crisis económica y las nefastas consecuencias que tuvo en especial para las clases populares, influido digo y contagiado por los sones de protesta folk que ya eran practicados por Woody Guthrie y otros colegas. El swing, el free, y los tintes claramente de combate antirracista van cobrando presencia en el retrato y se nos dan a conocer las derivas de la música negra con las discográficas que usaban la etiqueta de race records, que más tarde fue variando a otras expresiones más combativas, a la par de las ideas del Black Power, con sus panteras negras, Malcom X, y algunas expresiones soul intentando calmar los exaltados ánimos de quienes mostraban el orgullo del color de su piel negra. El rap, el hip hop y su variante agresiva, gansta… cobraron mayor relevancia hasta, superando el ámbito de las bandas, trepar en las listas de éxitos.

Cambio de contexto y de geografía: Canciones para la guerra; ya en el Viejo Continente, canciones de barricada, entonadas para animar y crear lazos de hermandad entre los combatientes, en la guerra del 36, sin obviar el contagio de algunos himnos traídos por combatientes de otros lares y culturas; las posteriores ideas acerca del arte degenerado por parte de los fascistas y la difusión por parte del III Reich de coplas que reforzasen el amor a la patria aria, canciones populares germanas que eran entonadas, obligando a los deportados a ser partícipes del coro, hasta en los campos de concentración. La canción popular nos acerca al tango como memoria de los pobres, y reforzando el espíritu de la identidad, viajamos por la pampa, y los avatares de los cambios políticos y algunos casos de ovejas negras, con claras tonalidades libertarias, que mostraban su disentimiento con el estado de cosas. Libertarias también las ansias libertarias del flamenco, su presencia en las trincheras y el paso del nacional-flamenquismo, como imposición oficial, como si fuera la música oficial, a los nuevos aires que supusieron una revalorización que ya asomaron en los tiempos de la oposición al franquismo y los Menese, Gerena, Camarón, Paco de Lucía, El Cabrero, Morente, etc. y luego llegó la rumba, y de ahí nos desplazamos al Hexágono, en donde respiramos los aires existencialistas, escuchamos al bardo de Sète y asistimos al carnaval sonoro del mayo del 68. Y Moustaki, Léo Ferré… Franco la muerte. En el país vecino, trasalpino, Bandera RossaBella ciao, resonaban como cantos de resistencia, los tiempos posteriores del autonomismo… y salto a Latinoamérica y la recuperación de los sones del folclore por parte de Violeta Parra, y Mercedes Sosa y la nueva canción chilena acompañando al gobierno de Allende: Quilapayún, Inti-Illimani, Víctor Jara; en el Caribe, la Nova Trova Cubana, y las protestas brasileiras con los cantos de Caetano Veloso, Gilberto Gil, etc. De vuelta a la península, la canción, como la poesía, es un arma cargada de futuro y Paco Ibañez cantado a los poetas, y la nova cançó de los Raimon, Llach, y en Euskadi Ez dok amairu, siguiendo el modelo de Els Setze jutges, con especial atención a Mikel Laboa, sin ignorar Galiza, ni Andalucía… y sigue la danza con Chicho Sánchez Ferlosio… En el oeste peninsular, Portugal también tuvo su cosecha de canciones e himnos como el de Zeca Alfonso que supuso la señal de comienzo de la revolución de los claveles.

Ya a estas alturas cualquier que haya leído estas líneas será consciente de la magnitud de terreno balizado por Valentín; pues bien, eso no es nada si en cuenta se tiene que tras lo presentado de manera super-esquemática, quedan siete bloques por explorar: bloques que nos llevan a Brasil, a Cuba y la centralidad de la samba, la salsa, el merengue, la cumbia, en La supremacía del baile: migraciones y razas. Para luego seguir con la contracultura amerikkkana, Nina Simone, el glam-rock, la movida punk y otras expresiones de desecho en especial en Gran Bretaña. Y Jamaica, los rastas y el reggae, y Sudáfrica, Argelia y los ritmos altermundialistas.

No quisiera concluir sin señalar el Índice onomástico que sirve para quien quiera centrarse en algún cantante o corriente /movimiento determinados, en la medida que esta apertura de puertas y ventanas que nos ofrece Valentín Landero puede servir como necesario libro de consulta o como invitación a escuchar diferentes músicas, como banda sonora, acordes con las variantes de la banda sonora que nos es ofrecida, y que en el caso de gente de cierta edad, entre los que me incluyo, viene a ser una banda sonora de nuestra vida.

Otros aspectos son enfocados por el otro libro: «Ruido insurgente. Audiopolíticas de una revolución musical mundial» de Michael Denning (1954). Podría decirse que la óptica adoptada por el historiador es cercana a la sociología de la música.

El quid de la cuestión reside en que ciertos adelantos en las técnicas de reproducción fonográfica abrieron las puertas a ciertas formas de músicas vernáculas cuya proyección se amplió de manera notable, accediendo a lugares lejanos, fundamentalmente a zonas portuarias de la costa en donde comenzaron a oírse sonidos que venían a unirse a los habituales del lugar (Habana, Honolulu, El Cairo, Yakarta, Nueva Orléans, etc., lugares en los que se ponían en marcha estudios de grabación. La mirada de Denning se dirige a los años que van de 1925 a 1930 del pasado siglo y la confluencia de una serie de factores a sumar a los geográficos, económicos, y populares en la medida que dejaban oírse otras voces que auguraban la idiosincrasia de ciertas identidades que gritaban su opresión sus quejas, etc.

No oculta la onda en la que sitúa su ensayo el autor, al nombrar a Theordor W. Adorno, Ernst Bloch o Jacques Attali como teóricos marxistas preocupados por la importancia de los sonidos musicales y sus implicaciones en la esfera de la sociedad.

Si antes he usado el término vernáculas, aplicadas a la música lo que generalmente se ha solido aplicar a las lenguas: las vernáculas o locales que saltaron a la palestra en los siglos XV y XVI frente al dominio de la universal, el latín, es por el paralelismo que de manera pertinente establece el ensayista; la extensión de tales expresiones musicales a otros lares va a suponer que se den a conocer no únicamente nuevas maneras de hacer música, otros ritmos de danza, más allá del marco local en que nacían sino que con estas músicas se trasladaban las reclamaciones locales a otras zonas, como preámbulo de las luchas contra el colonialismo y muchas de aquellas canciones se convirtieron en sonados éxitos, calando hondo en las clases trabajadoras que fueron quienes ampliaron el eco de tales motivos sonoros, aspecto tratado en el capítulo segundo: La polifonía de los puertos coloniales.

El libro es así «la historia de la audiopolítica de esta revolución musical», la que constituyó una de las expresiones más elevadas de la lucha cultural, y el libro cartografía las geografías y las músicas fonográficas vernáculas moviéndose en los tres arcos que conectan ciudades portuarias, que conforman el Atlántico negro, El Mediterráneo gitano y el Pacífico polinesio, pudiéndose incluir a pesar de las distancias en un paisaje sonoro común., aspecto que el autor trata en el primer capítulo, Giros. En el capítulo tercero, Fonografiar lo vernáculo, enfocará el autor los avances técnicos que conllevaron, la creación de soportes de reproducción de estos ritmos. En el capítulo cuarto, La cultura fonográfica, en donde se ponen los puntos sobre las íes en la medida en que tales documentos calaron más en la vida cotidiana, como banda sonora, que en los bailes y otras conmemoraciones en que algunos, ávidos de parné, trataron de poner el peso mayor. Descolonizar el oído, es el siguiente paso, en el que se desvela la primacía de la descolonización de los oídos precediendo a la descolonización de los territorios. El capítulo seis, Un ruidoso cielo y una tierra sincopada, muestra como los diferentes ritmos, las armonías y las improvisaciones transformaron el oído musical moderno. Por último, el capítulo siete, Concluye el recorrido con la política de remasterizar los 78 rpm, y los revival que supusieron la oleada folk de los años cincuenta y posteriormente las músicas del mundo en los ochenta.

Un repaso documentado ad abusum, en el que el autor no cita, ni recurre a datos sin la debida y detallada justificación.