Por Iñaki Urdanibia.

Novela que invita a la reflexión por medio de las experiencias y sentimientos de varios amigos.

No es cosa fácil, ni a mi modo de ver consistente y riguroso, hablar de generaciones, como un conjunto de seres con ideas y propuestas comunes; me viene a la cabeza un ejemplo paradigmático el de los jóvenes del 68 – que según algunos conspicuos analistas – son los que se hicieron con los mandos del poder en los tiempos de resaca, sandez de tamaño XXL ya que que algunos de los movilizados ocupasen algunos cargos directivos en la administración pública o en algunos medios de comunicación no implica a todos los movilizados, quienes por otra parte no representan, ni representaban en su momento, más que a una minoría de la juventud, ni lograban sus objetivos llevándolos a las instancias del poder, amén de que el espíritu rebelde que anidaba en el seno del movimiento se diversificaba en numerosas, y dispares, tendencias: anarquistas, trotskistas, maoístas y otros -istas. En fin, más sólido y pertinente parece hablar de contemporáneos, coetáneos, etc. o a lo más de generaciones pero en plan flexible y blando; en palabras de don José Ortega y Gasset. «El concepto de generación no implica, pues, primariamente más que estas dos notas: tener la misma edad y tener algún contacto vital»; así las cosas, pues bueno.

Viene este preámbulo provocado por el libro de Sònia Hernández (Terrassa, 1976), «El lugar de la espera», publicado por la barcelonesa Acantilado. Vaya por delante, y no me duelen prendas en iniciar así, que el libro da muestra de una lucidez que evita las afirmaciones inflexibles, y que en su aparente diseminación acaba organizando la pluralidad de voces en una especie de denominador común, eso sí, alejado de cualquier límite rígido, más bien es en una especie de principio de duda e incertidumbre en donde toman base las derivas de la autora del libro, y las de sus diversos protagonistas. Pudiera traerse a colación la imagen de un continuum en la que se van deslizando ideas, opiniones, a veces dispares, que en sus diferencias contactan como en una unidad y lucha de contrarios (o divergencias), asemejándose a los islotes de un archipiélago a los que les une lo que les separa, y lo que les une, a los jóvenes que desfilan por la novela, es haber nacido en los años de la denominada democracia con su flamante y ejemplar Constitución, y la promoción de la idea de que tenían la libertad de ir hacia donde quisiesen, pudiendo ser lo que se propusiesen lo cual implicaba, vellis nolis, que la no consecución de los proyectos perseguidos debería incluirse en la cuenta particular, en el debe, de cada cual. La constatación de la distancia entre las promesas y las realidades que, en principio, debería desembocar en el desencanto, se va a plasmar en el silencio, en el terreno de las palabras no dichas pero vividas con intensidad en la mente de cada cual. Si hubo alguien que afirmase que el signo de interrogación era el descubrimiento mayor de los humanos, en la presente ocasión somos arrastrados a terrenos en los que los límites son borrosos, y en los que florece dominante la duda como guía de los intentos de clarificación de lo que nos pasa… que es que no sabemos lo que nos pasa (conste, que uso la primera persona del plural en la que, obviamente, por razones de edad no me incluyo… aunque vaya usted a saber, en cierta medida…).

Las voces de los distintos personajes son unificadas por una voz narrativa que da cuenta de todas ellas y de sus protagonistas; y como el ser – según el Estagirita – se escribe de muchas maneras, la vida también se desarrolla en diferentes direcciones con distintos centros de gravedad, y no pocas veces a un nivel de doloroso presque rien, con respecto a cómo es vista y juzgada, o ignorada, por los demás. Se ofrece la presencia, pasadas por el cedazo de la narradora, de las opiniones que suscitan los estados anímicos e iniciativas de cada cual.

Ya desde la primera página entramos en harina cuando la narradora recibe una llamada de su hermano Javier en la que éste le anuncia el propósito de denunciar a sus padres, y también al ministerio de educación, al no haberle preparado para enfrentarse a los avatares de la vida, para lo cual llega a pensar en algunos célebres jueces, y más en concreto en un verdadero artista de sumarios-novela, super-star; acto seguido somos puestos al corriente de Malva quien habiendo abandonado los estudios para dedicarse a ser actriz de alguna serie de éxito de la noche a la mañana, habiéndosele ido la olla según su versión, atacada por una honda angustia, abandonando su carrera artística, para dedicarse a trabajar de camarera, sumiéndose en la soledad de la depresión, mas siempre con la esperanza de que en dos años volvería a las tablas; sus amigos ante tal anuncio proyectan escribir una obra adecuada para su amiga, mas el proyecto se queda en mero proyectos ya que de hecho nadie hace nada o a lo más salpicar algunas ideas deslavazadas que no llegan a concretarse más que en meros tanteos. Sergio, que a diferencia de algunos de los demás no ha tenido hijos, es el siguiente en terciar y pensar que en breve tiempo va a hacer algo grande (mostrando la intención de luchar contra el capitalismo a su bola, sin disciplinas organizativas), apoyado por su compañera Olga, propuesta, que trata de fundamentar en una fórmula matemática que sirva para solucionar los problemas del mundo y que vaya a la par de un espíritu creador al modo de la divinidad, propuesta de acción que hace al resto para que sigan su ejemplo aunque comprende que les falta ya energía, habiéndoles dominado el victimismo y la apatía [de sociedad del cansancio habla Byung.Chul Han]. Tanto Malva como Sergio esperan acontecimientos, a modo de kairós, que cambiará sus existencias llevándolas a la notoriedad y a la solución de sus estados de sequía… a veces, en el caso del segundo, proyectando las causas del fracaso, acudiendo a una abstracción que se queda en mera palabra, y en pomposas mayúsculas (el Poder, el Sistema, el Estado). Luego le llega el turno a Vassili que proyecta organizar una performance que refleje el estado de frustración en la que se hayan vegetando su círculo de amigos y en especial el estado de ánimo de Javier, de ahí que juzgue que el título más adecuado podría ser el de El proceso de la frustración; es presentado posteriormente Noe, ex-Noelia, que es quien se muestra capaz de arrostrar con las contradicciones y ambigüedades que presenta la vida. El panorama que se nos va presentando, sin adornos inútiles, es el propio de un gran vacío en el que chapotean los personajes en busca de sentido, búsqueda que se desliza de manera circular y, como tal, estéril; y del mismo modo que los bekecttianos Estragón y compañía esperan a Godot, los personajes de esta novela están en el lugar de la espera de la luz del sentido queotorgue ídem a sus vidas, como si de una iluminación se tratara, siempre, no obstante, con la limitación propia de la singularidad e interioridad de cada cual, ya que cada cual vive su vida más allá de cualquier sello colectivo, a no ser el denominador común del silencio a la hora de hablar de ciertos temas (hay muchas cosas de las que no vamos a hablar aquí)… la salida, en tales circunstancias, puede asemejarse a la dedicación a su propio jardín como el Cándido volteriano, tras comprobar las loas de lo que hay por parte de Pangloss; son terrenos apropiados al cuidado de sí y a la experimentación de formas de vida, ya que «no podemos culpar a los demás de lo nos sucede…» en la vida que avanza en medio del azar y el misterio de lo inesperado, y de que la circunstancias juegan un papel esencial a la hora de formatear a los presuntos culpables.

No le falta maestría a Sònia Hernández para arrastrarnos a esas atmósferas con mano ducha en la delicadeza y sensibilidad de la narración, no estilísticas sino expositivas sino en lo que hace a las opiniones e ideas de los amigos, y en la presentación de la pluralidad mentada que conduce al lector a revisar su propio papel en todo eso.

Nadie ha de buscar en esta breve pero potente novela, y digo potente en la medida en que potencia la reflexión y la rumia sobre lo que hay y lo que podría haber habido, un recetario o las posibles soluciones al atolladero del presente, sino caminos para la visión y revisión de cierto tipo de personas que, en cierta medida, se ubican en un afuera con respecto a la generalidad de la sociedad, para lo que basta con ver las ocupaciones de los protagonistas que desfilan por la novela (de donde las referencias a diferentes escritores como Samuel Beckett – referencia repetida en diferentes ocasiones y clave en el ambiente dominante -, Dante, Foucault nombrado en una ocasión, y artistas plásticos como Sophie Cale, Marina Abrámovic, Adriana Wallis o Gabriel Orozco) que hace que entre ellos pueda darse un nosotros, débil y diseminado, con el deshilvane propio del funcionamiento de la dinámica de las nubes (usaba Jean-François Lyotard la metáfora de los relatos como nubes que se cruzan, se fusionan para acto seguido disgregarse, convirtiendo en imposible, amén de en una necedad, la pretensión de unificar los pequeños relatos en posibles meta-relatos legitimadores, o explicativos) en sus continuos e imprevisibles desplazamientos.

Novela que se mantiene en estado de rumia y que bien puede servir de espejo en el que sentirse reflejado, al menos en algunos de los aspectos que pululan por las páginas de esta obra de Sònia Hernández, que pueden funcionar como casos más que como muestrario, y por tanto, sin pretensión alguna de exhaustividad… historias en la que los protagonistas derivantes no podrían hacer suyas las afirmaciones del personaje calderoniano acerca del frenesí y la ilusión como esencia de la vida.