Por Iñaki Urdanibia

Ciertas habilidades u oficios ayudaron a algunos a sobrevivir al infierno de los campos de concentración, de ello dejaron testimonio directo o sirvieron de inspiración a otros que narraron sus historias…

Ciertas habilidades u oficios ayudaron a algunos a sobrevivir al infierno de los campos de concentración, de ello dejaron testimonio directo o sirvieron de inspiración a otros que narraron sus historias: así se conoce la historia del violinista de Auschwitz, el tatuador, la bibliotecaria, o las confesiones de Primo Levi al que su oficio de químico le sirvieron para evitar el duro invierno o Jean Améry cuyo dominio de la lengua alemanale supuso ciertas ventajas (estos dos últimos con sus pesada carga de culpabilidad de haber sobrevivido, lo que consideraban como un privilegio a costa de otros que no habían gozado de tales) – dejo de lado la siniestra historia del siniestro farmacéutico de Auschwitz, Victor Capesius, que cambió su farmacia, y el servicio a sus conciudadanos, por el infecto colaborador en la empresa de exterminio, convertido en un redomado SS.

Ahora se nos da a conocer la historia de unas modistas que entre agujas y tijeras formaron parte del pomposamente llamado Estudio de Alta Costura; Lucy Adlington narra sus peripecias en su «La cinta roja», editada por Planeta. En una sociedad de Listas que distinguía entre quienes pertenecían a la raza pura (por pretendida sangre y por ideas nazis) y los que no, Ella, una joven de catorce años se vio obligada a abandonar el centro donde estudiaba ya que no estaba en la Lista debida; en la calle fue detenida y acabó con sus huesos en Birchwood, conocido en su idioma como Auschwitz-Birkeneau (Birkeneau significa en inglés birchwood, “abedul”, “madera de abedul”); allá desde el primer momento, en la recepción – es una manera de hablar – se exigía la desnudez y se seleccionaba a quienes debía morir o debían vivir, es un decir. A Ella le tocó, por suerte, la segunda salida: la de vivir en aquel campo de Rayadas, de insufribles Recuentos, en barracones plagados de ratas, chinches y demás, en aquel mundo reglamentado por los signos distintivos: triángulo verde para las delincuentes comunes, rojo para las políticas, y… la estrella amarilla para las judías. Diferentes grados y categorías: desde las de esa Clase, para referirse a los judíos que la protagonista hubo de oír una y otra vez dando a entender que no eran realmente humanos, las Prominentes, las Guardianas, las Jefas, etc. En aquel ambiente gélido en que el hambre, la enfermedad y los malos trataos eran el pan de cada día, Ella conoce a Rose, que se va a convertir en compañía inseparable( ella será la que le regale la cinta roja), y a otras compañeras de fatigas, que han de padecer la arbitrariedad de las Mira, Carla, Girdel, etc. Ella tiene tendencia a crear un verdadero y amplio bestiario, a modo de motes para el resto de personas que la rodean, su amiga Rose, de formas principescas y reivindicaciones de un pasado palaciego, tiende a imaginar historias y a contarlas [agarradero para soportar que, por cierto, en libros testimoniales asoman con frecuencia: Semprún contando películas o rememorando poemas; Primo Levi narrando a su compañero Piccolo, el viaje de Ulises de la Divina Comedia… como ejemplos]; Ella tiene como medida de su existencia el mundo de afuera, y la voz y consejos de su abuela a modo de pepitogrillo o de un superyo inscrito firmemente en su mente.

Ha de añadirse a lo anterior que en la realidad pura y dura a la mujer del comandante (H = Rudolf Hoess) le gustaba además de su jardín (como puede leerse en las memorias de dicho jerifalte: Le commandant d Auschwitz parle. La Découverte, 2005), además de la moda, lo que hizo que pusiese en marcha un taller de costura, en la que las detenidas, modistas, elaborasen vestidos para ella, para otras mujeres de los jefes y, para las guardianas). Lucy Adlington recrea el ambiente de tal taller y de la vida de los personajes que allá trabajan en el diseño y la elaboración de vestidos.

Ella es hábil en la tarea y está realmente enamorada de la creación de vestidos, es el objetivo que le guía y le da esperanza en un futuro en que realizará su vocación siendo dueña de una tienda de moda, de colores, y de selectas clientas( la tienda se llamaría, en la Ciudad de la Luz, Ella y Rose)… Así como para algunos detenidos la tabla de salvación reposaba en ideología o creencias fuertes: un futuro mejor (comunistas, anarquistas, etc.), u otro mundo (Testigos de Jehová, en especial) [tema tratado con detalle por Bruno Bettelheim], para Ella el apoyo para la esperanza y la supervivencia era realizar vestidos guays sin importar para quién (más allá del bien y del mal), cuestión que le afea en algún momento su amiga Rose, y que en cierta medida la sitúa en una zona gris, de la que hablase Primo Levi; «me tiene sin cuidado si estoy cosiendo para la Esposa del Comandante. Lo único que importa es que yo voy a hacer ese vestido, tanto si te gusta como si no»). Además de su férrea vocación, la obtención de algunas ventajas (algún trozo de pan extra, mejor litera, algún que otro cigarrillo…) le guía en medio de aquel dominante gusto a ceniza. Las ensoñaciones de crear Vestidos, hace que visiten el Gran Almacén (lo que se conocía como Canadá) en donde se acumulaban todos los objetos y propiedades de los que se despojaba a quienes llegaban en los repletos vagones de ganado; ahí también se da un desacuerdo profundo entre Ella y Rose, que en principio se resistía a ir a tal lugar: para Ella aquello era maravilloso poder coger lo que te diese la gana, mientras que para Rose aquello era « la guarida de un ogro. Todo robado y a buen recaudo».

En medio de estos sueños de triunfar con un gran negocio, con lujosos desfiles de moda, se nos da a conocer los más y los menos que Ella, y Rose, tiene con las Jefas y con una Guardiana en especial que parece tenerla como favorita, lo que no quita para que en un ataque de furia la golpee hasta dejarle la mano inservible para coser; también ha conocido a un joven, Henrik, que se dedica al arreglo de las máquinas de coser y que le invita a huir, y luchar por la libertad… Trasladadas a la intemperie y más tarde al Lavadero, Ella logra acceder al Cuarto de Remiendos en donde consigue material para elaborar el Vestido de la Liberación, y cuando finaliza la tarea, alguien le roba el dichoso vestido, lo que le hace afirmar desesperada: sin Vestido no hay Liberación.

En capítulos de diferentes colores (Verde, Amarillo, Rojo, Gris, Rosa y Blanco) y combinando la primera persona (del singular y del plural) y la tercera, se presenta a la protagonista como el colmo de la ingenuidad, lo que podría achacarse a la edad y a haber alimentado su mente únicamente con revistas de moda…, en un perseverante intento por mantenerse en vida y seguir manteniendo su identidad, representada por sus sueños [ me viene al recuerdo las descripciones ingenuas – el protagonista tenía once años -, que mezclan lo grotesco con la mala fe, de Imre Kerstéz en Sin destino]… si bien el contacto con el nombrado Henrik y los desprecios padecidos le hacen ir tomando conciencia de su condición judía y lo abominable del comportamiento de Ellos, los que les someten a aquellas infames condiciones de encierro, y la necesidad y deber de contar lo vivido… la narración se extiende a los tiempos en que las noticias de la derrota germana van creciendo y el desbarajuste, y el borrar las pruebas por parte de los SS, es prueba de que el final se antoja cercano, luego la macabra marcha de la muerte en que las guardianas, sin contemplaciones liquidan a las renqueantes, y…

A fuer de sincero diré que la novela transpira sobradas dosis de buenismo (conversiones de la maldad en bondad, además de carambolas dulzonas) lo que hace que no sea extraña la asociación que en la faja promocional se establece, entre otras, con La vida es bella (hasta en el infierno), película que, por cierto, junto a la Lista de Schindler (o las bondades del buen capitalista) han sido consideradas por el órgano del Vaticano, L´Obsservatore Romano, como las dos películas que mejor reflejan la política concentracionaria de los nacionalsocialistas (obviamente Amen de Costas Gravas no les gustó ni pizca)… Se lee en alguna de las críticas del libro, transcrita en las solapas, que es una novela para jóvenes para dar a conocer lo que pasó… pues la verdad, puestos a dar a conocer a los jóvenes lo que unos seres humanos hicieron a otros más acertado me parece recurrir, por ejemplo, al librito de Annette Wieviorka: Auschwitz explicado a mi hija…. y aunque amarga la verdad… y realmente fue una amarga experiencia, alejada de cualquier forma de vie en rose.