Por Iñaki Urdanibia.

Una obra, la de Augusto Roa Bastos, que es «el fruto granado de una trayectoria humana y literaria orientada hacia la búsqueda de la voz colectiva de los pueblos enmudecidos»…

En esta ocasión estamos ante palabras mayores y no lo digo porque las anteriores de las que he hablado, en este recordatorio, no lo sean sino porque la envergadura de esta novela del paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005) es de armas tomar y en todos los sentidos: empezando por la propia paginación, casi quinientas páginas de apretada y menuda letra, por la enormidad de datos aportados en una atrevida – y exitosa – recomposición histórica, sin olvidar al responsable del torbellino, «Yo el Supremo» (1974) que no descansa en sus cavilaciones ni en su tarea de dictar sin parar… el dictador dicta, mientras hurta el verbo al pueblo y a todo dios… en un periodo que, en realidad, se extendió desde 1816 a 1840.

Paraguay ya halló a quien le escriba («para mí el Paraguay es como un gran espejo muy luminoso que se ha roto en muchos fragmentos. Un fragmento por sí solo no tendría valor. Yo he tratado en mis libros de reunir estos fragmentos del gran espejo roto, para que pueda volver a dibujarse la imagen profunda de una colectividad»), del mismo modo que el protagonista de la novela manda escribir a un torpe escriba que no pocas veces se pierde ante la complejidad de lo que el jefe le dicta, por la complicación de lo oído y por la ignorancia acerca de los hechos y personajes – sobre todo mitológicos o literarios – que el Supremo incluye en su logorreíco discurso; se ha de sumar a lo anterior que el despiste de Patiño, que así se llama el copista, le viene en no pocas ocasiones por la interferencia de mitos, leyendas y otras magias que invaden su mente con fuerza de ley. El que dicta le reprende en repetidas ocasiones y le amenaza, tanto por sus desvaríos como por su ineficacia a la hora de copiar lo que él le dicta…hasta llega a plantearse si en el fondo no serán triquiñuelas para sumar a quienes tratan de desprestigiarle; tampoco le gustan al Supremo las adulaciones ni los tratos honoríficos excesivos; cada cosa a su tiempo y lugar y no como una continua cantinela.

Más, antes de continuar, dejemos la palabra al propio escritor y que se excuse la extensión de la cita: «El tema que siempre me obsesionó es la presencia de un personaje real, que fue el iniciador del movimiento de independencia del Paraguay, José Gaspar de Francia, el nuevo dictador que ya se enuncia en uno de mis primeros libros. Este personaje es una especie de mito encarnado en la conciencia o subconciencia de la colectividad paraguaya, y que por lo tanto a mí “me trabajó”, larga y profundamente… Tomé a este personaje histórico solamente como un punto de partida para una obra de ficción pura… la tremenda historia con la presencia de este hombre de voluntad férrea decidido a establecer a toda costa la soberanía y la libre determinación de una naciente nacionalidad. Pero están asimismo otras muchas cosas: la parte mítica, que a mí me interesaba. En este caso, por ejemplo, el poder absoluto. ¿Qué pasa con el poder absoluto? ¿Qué pasa con el poder absoluto frente a la transitoriedad, a la precariedad de ese portador de poder absoluto? Porque el poder absoluto se entiende cuando es la emanación de una colectividad que delega en un hombre sus poderes inalienables para decidir sobre su destino, sobre su suerte. Pero ocurre que en la mayoría de los casos que nosotros conocemos este poder absoluto va engendrando una especie de contrapartida que va subsumiendo, aniquilando esa primera etapa del poder el servicio de los demás para convertirse en un fin en sí mismo. De manera que este libro, en cierto modo, tiene un trasfondo que se relaciona con los referentes históricos de mi país, y sobre todo con la labor ciclópea que hizo este hombre para establecer la soberanía de mi país y su libre determinación, frente al acoso de las potencias de aquel tiempo. También está en el libro otra cosa que para mí es importante en igual medida, y es esta pasión de lo absoluto, esta búsqueda de lo absoluto a través de la acción política, del poder económico, incluso de la pasión mística: la necesidad de llegar a lo absoluto, que es una de las más viejas pesadillas de la especie humana».

Pues bien, en esta obra maestra como la calificase Alejo Carpentier, entre otros, penetramos desde el inicio en una pesadilla interminable que se traduce en una atosigante paranoia (aunque quizá el sentimiento está absolutamente justificado) ante los peligros que acechan por todas las esquinas al dueño del poder. A esto se de añadir la pesadilla que supone la búsqueda de la más óptima perfección, del dominio absoluto acerca de todas las cuestiones de un país, en especial si quien lo pretende no cuenta más que con sus propias fuerzas ya que todos los demás o bien son unos torpes o unos traidores a la patria, o ambas cosas a la vez. Ya desde la primera página, reafirmo, irrumpe con fuerza un signo de la presencia de opositores: una nota clavada, nada menos, que en la puerta de la catedral en la que se bromeaba con la supuesta muerte del Supremo y de su séquito. Este hecho, como una muestra más de quienes quieren provocar la caída del dictador, va a servir para que este inicie una investigación acerca del responsable de tal acción.

El Supremo no deja de recordar el pasado y su estancia se llena de papeles, libros, informes e historias vividas u oídas que dan cuenta del pasado infame al que él puso fin con la llegada al poder. Él representaba a los indios , a la chusma que era quien había producido la riqueza para que otros, los anteriores gobernantes, viviesen a cuerpo de rey aprovechándose del trabajo, en régimen de esclavitud, de los trabajadores. «Aquí en el Paraguay, antes de la Dictadura Perpetua, estábamos llenos de escribientes, de doctores, de hombres cultos, no de cultivadores, agricultores, hombres trabajadores, como debiera ser y ahora lo es. Aquellos cultos idiotas querían fundar el Areópago de las Letras, de las Artes y las Ciencias. Les puse el pie encima. Se volvieron pasquineros, panfleteros».

El país que anteriormente no era sino una colonia de fuerzas extranjeras, había sido puesto en marcha por él, recuperando “la soberanía del Común”, previa a cualquier ley. Antes había existido el dominio y riqueza de los Amos, de los oligarcas, apoyados por toda una cohorte de turiferarios, y bendecidos por la religión traída por el imperio hispano, custodiada con férrea fidelidad por los jesuitas y la difusión que hacían de manuales de buena conducta cristiana que eran los textos en los que se alimentaban quienes mandaban, ya que « hasta que recibí el Gobierno, el don dividía aquí a la gente en don-amo / siervo-sin-don. Gente-persona/gente-muchedumbre. ..los kaloikagathoi criollos».

Y papeles y más papeles, dictados y más dictados y más dictados con el fin de realizar un « Balance de Cuentas», dejando claro que « lo mismo no siempre es lo mismo. YO no soy siempre YO. El único que no cambia es ÉL… Mi dinastía comienza y acaba en mí, en YO-ÉL. La soberanía, el poder, de que nos hallamos investidos, volverán al pueblo, al cual pertenecen de manera imperecedera», y repasando sus hazañas, las contrariedades que salieron a su paso y cien mil y un episodios de los que quedaban rastro en su imparable mente y traza en una enorme pila de escritos. Hombre de acción y también de lectura y escritura (al dictado) a pesar de lo que dijese: « decir, escribir, algo no tiene ningún sentido. Obrar sí lo tiene».

Y él nos relata con pelos y señales las bondades de su actividad, sus grandes construcciones blancas de cal – frente a la negrura de la muerte y la opresión – y en su interminable dictar se va encerrando en un solipsismo creciente en el que las hondas cavilaciones sobre el poder, sobre su mantenimiento, sobre la muerte realizada para mantenerse en él, y la vida que el pueblo merece… no cesan de bullir en su mente y en la dificultosa copia que ha de realizar el sufrido Patiño; copia que al compilador de los materiales que dan cuerpo a la novela – léase Roa Bastos – le ha supuesto revolver entre « unos veinte mil legajos, éditos e inéditos; de otros tantos volúmenes, folletos, periódicos, correspondencias y toda suerte de testimonios ocultados, consultados, espigados, espiados, en bibliotecas y archivos privados y oficiales», sin obviar los relatos debidos a la tradición oral( quince mil horas de grabaciones en magnetofón…». El Supremo encerrado en su cama-despacho dándose razón a sí mismo y quitándose de en medio a todos aquellos que no obedeciesen a su palabra que era ley, y ante la que no cabía otra que plegarse y obedecer, o, en caso contrario, la tumba era el destino seguro; « Encerrado en mi cuarto-menguante, pasaba por las noches el paño de bayeta sobre el cráneo» y preparando la elaboración de su Circular Perpetua, como perpetuo había de ser su poder.

Cavilaciones consigo mismo, con personajes de la historia universal, con su escribiente, con muertos y semi-muertos, y entreverados sueños, momentos en los que el lector duda de si se halla ante una realidad por obtusa que parezca o en momentos de sueño, de ficción, en el reino de los vivos o el de los muertos, o arrastrados por mitos y leyendas que marcan unas creencias que a los habitantes del país le parecen la realidad pura amén, aunque contravengan en su exposición cualquier confrontación con una mirada racional, por poco que lo sea. Curanderos, zonas endemoniadas, seres a falta de órganos, cuerpos mortificados… y en medio el Supremo cada vez más aislado, defendiendo su cerrada defensa del pueblo, mas sin contar con él para nada.

Como ya señalaba al pasar la lectura de la novela es compleja, debido a la mezcla de materiales y estilos, y la variedad de ellos (panfletos, informes oficiales, lo dictado a Patiño, el cuaderno particular del Supremo y las ubicadoras notas a pie de página del compilador) que hacen que en no pocos momentos nos veamos enfrentados a un detallado libro de historia , con tonos más propios del ensayo que de la narración propiamente literaria, con incursiones de diferentes grafías de circulares, anónimos, papeles oficiales, etc.. Alguien ha hablado de la novela como de libro madre, no sé, mas si me atrevería a decir que estamos ante una novela araña que nos atrapa y nos hace penetrar en el laberinto mental en el que se ve atrapado el narrador, en su propio discurso que, le enreda, y que al fin y a la postre va desembocando cada vez con mayor frecuencia en un monólogo auto-justificativo (en el que YO habla a YO). Si damos por bueno aquello de que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente , este presente es el caso paradigmático: la colectividad pasa a singularizarse en un gobernante que no es que esté corrompido sino que guiado por las ansias de lograr el absoluto, alucina y es llevado a alucinar.

Una obra, la de Augusto Roa Bastos, que es «el fruto granado de una trayectoria humana y literaria orientada hacia la búsqueda de la voz colectiva de los pueblos enmudecidos»…«harta diferencia hay entre un libro que hace un particular y lanza al pueblo, y un libro que hace un pueblo. No se puede dudar entonces que este libro es tan antiguo como el pueblo que lo dictó»…y el compilador /copiador declara, en la página final «que la historia encerrada en estos Apuntes se reduce al hecho de que la historia que en ella debió ser narrada no ha sido narrada». Y el escritor paraguayo nos entrega el retrato del dictador y la historia de su país, contextualizada en la totalidad de latinoamericana

¡ Así, Augusto Roa Bastos !