Por Iñaki Urdanibia.

Noventa años se cumplen de la publicación de esta novela anti-belicista, que tras ser quemada por las bestias pardas fue recuperada muchos años después.

«Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump» (1928/2014)

Hay libros que además de las historias que contienen tienen una historia propia en lo que hace a los avatares de su publicación, su distribución y su autoría; es el caso de la novela de Hans Herbert Grimm, «Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump» (Impedimenta, 2014), publicada originalmente en 1928, y editada por el judío de izquierdas Kurt Wolff, que también había publicado las obras de Kafka, la novela no alcanzó el éxito de lectores soñado por su autor ni su editor (aunque sí que fue traducida y publicada en Estados Unidos e Inglaterra), ya que su aparición coincidió con la publicación de la novela de Remarque, Sin novedad en el frente, que arrasó el mercado del libro llegándose e vender 10000 ejemplares al día, mientras que la obra de Grimm llevando ya varios meses en el mercado justo había superado los 5000; no duró mucho la, mayor o menor, presencia del libro ya que la llegada de los nacionalsocialistas al gobierno acabó con él en las llamas; decía Heine que cuando se comienza quemando libros se acaba quemando personas… como así fue.

El libro desapareció de las librerías y bibliotecas y, obviamente, nadie recordaba ya el libro hasta que quiso la casualidad de que en la vivienda en la que había vivido el autor del libro, autor hasta entonces desconocido ya que al publicarse constaba como autor el soldado que aparece en el título y cuyas andanzas se relatan en la novela, al realizar unas obras en la casa, se halló un ejemplar que Hans Herbert Grimm había ocultado en una grieta de la pared; así pues, el secreto se dio por partida doble durante más de ochenta años: la autoría de la obra y la existencia de esta que se daba por desaparecida.

Si la vida de la novela no fue fácil, tampoco lo fue la vida de su autor [conste que no es fácil acceder a los datos acerca de la existencia de Hans Herbert Grimm, ya que resulta un perfecto desconocido en los manuales e historias de la literatura: en la Historia de la Literatura Universal, la de Planeta, cuyos autores son Valverde y Riquer ni se le nombra, en El Diccionario de Alianza/Penguin, tampoco; igualmente está ausente en Las lecciones de literatura universal de Jordi Llovet (Cátedra), en La historia de la literatura germana de Cátedra ni ripio… y en algunas revistas de literatura consultadas (Lire, Le Magazine Littéraire, Quimera…) rien de rien]; no le falta razón al introductor del libro, Volker Weidermann, cuando afirma que «las Historias de la Literatura no recogen su nombre». Pues bien, como decía, la vida del desconocido escritor, del que teniendo en cuenta que solo se conoce una obra, podría incluírsele en la banda de Bartebly, propuesta por el siempre imaginativo Enrique Vila-Matas, si bien la escasez en esta ocasión tal vez sea debida a cuestiones ajenas a la voluntad del escritor, así más que a preferir no hacerlo la cosa responda a la imposibilidad impuesta de hacerlo. Nacido en 1896 en la ciudad de Altenberg, participó en la primera guerra mundial y en la segunda estuvo como intérprete en el Oeste, trabajando posteriormente como profesor de alemán, español y francés. Tras finalizar la segunda guerra mundial, las autoridades de la llamada RDA, Alemania del Este, no le dejaron seguir ejerciendo su profesión de profesor, siendo asignado a dedicarse a algunas actividades teatrales y siendo más tarde destinado a una mina de arena; tal decisión se debía a que según decían Grimm había pertenecido al partido nazi, cosa cierta, ya que a pesar de la propuesta de su esposa para escapar del país, la terquedad de Grimm, unida al deseo de permanecer en la tierra que le vio nacer y en la que había permanecido toda su vida, y seguir ejerciendo su trabajo, le llevaron a afiliarse al partido hitleriano. Este compromiso oportunista y coyuntural que estaba en franca contradicción con las posturas que Grimm había mantenido en su libro, quemado por las autoridades por antigermano (y otras cosas), y con su labor docente, alabada por sus propios alumnos, no convencieron a las rígidas y celosas autoridades, que le llamaron a capítulo a Weimar; nadie llegó a saber de qué se habló allí, mas dos días después de tal conversación el escritor puso fin a su vida mientras su mujer realizaba las compras.

El descubrimiento del libro y el de la identidad de su autor fue debido a la impenitente tarea de Volker Weidemann en busca de pistas sobre los libros quemados por los nazis; tras tener noticia de su labor por medio de un anuncio en la prensa, una señora, que resultó ser la nuera de Grimm, se puso en contacto con el investigador, facilitándole el ejemplar escondido y desvelándole la personalidad del autor.

La novela tiene una clara impronta anti-belicista, pacifista, en ella no hay héroes y se habla con simpatía de los franceses, y ciertamente hay abiertas críticas al comportamiento de los alemanes; no es extraño así que la obra fuera considerada por las autoridades pardas como anti-germana, aunque los celosos censores se quedaban cortos con tal etiqueta ya que la novela era mucho más que eso y obvio es que los dictadores y sus celosos censores no captan, ni aceptan ni entienden, ninguna forma de humor; tampoco resulta desatinado incluirla en las obras pacifistas y antibelicistas, como la obra nombrada de Erich Maria Remarque, El fuego de Henri Barbusse, o El caso del sargento Grischa de Arnold Zweig, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk de Jaroslav Hasek, ¡Guerra a la guerra! De Ernst Friedrich, o Más allá de la contienda de Romain Rolland, si bien las dos primeras y la última de las nombradas, resultan más centradas en la cruda descripción de los horrores vividos en las trincheras, situación que todos los nombrados vivieron de uno u otro modo a excepción de Rolland – Nobel de Literatura 1915 – que se instaló en Suiza prestando su entregada colaboración a la Cruz Roja; no me atrevería a suscribir, no obstante, la afirmación de J.B. Priesley: «con diferencia, el mejor de los libros jamás escritos en Alemania en contra de la guerra», pero bueno…  Cabe subrayar igualmente las dosis de humor negro que salpimienta la historia (hay algunos episodios que hacen soltar la carcajada, en medio de aquel ambiente bélico, como una descripción que se hace acerca del modo que los alemanes tienen de cazar osos – versión para franceses – o unas poblaciones del Este alemán que llevan una fama similar a la de la andaluza Lepe, por no mentar la situación en la que el protagonista no pudiendo resistir las ganas… lo hace en la trinchera, con tan mala fortuna de que aparece un oficial, o el episodio del niño que se pone el orinal a modo de sombrero y luego no puede quitárselo…), y el comportamiento del muchacho Emil Schulz, conocido como Schlump (nombre que le quedó asignado desde que una gamberrada de chaval fue afeada por un guarda que le llamó del tal modo, que vendría ser algo así como granuja, sinvergüenza), que se busca la vida y que parece protegido por alguna coraza invisible que hace que mientras los demás salten hechos pedazos a su alrededor, él sobreviva a diferentes dificultades, logrando, por otra parte, destinos relativamente cómodos que le permiten andar, como las mariposas andan de flor en flor, de muchacha en muchacha que le facilitaban la vida no solo en el terreno afectivo-sexual sino en conseguir víveres para poder sobrevivir con holgura; tan buena estrella se traduce en que a los diecisiete años recién cumplidos es nombrado administrador de un pueblo francés, lo que hace en que se convierta en un ser imprescindible en Loffrande, población del noroeste francés, al que se recurre para resolver cualquier problema ya sea de orden doméstico como personal o administrativo, esta destacada posición va a hacer que las jóvenes de la localidad se lo rifen (Johanna, Céline, Jeanne, Marianne, Suzanne, Marie…), siendo respetado por todo el mundo a pesar de pertenecer a las fuerzas de ocupación.

Al principio para el muchacho la guerra no era, como para muchos paisanos suyos, habitantes de retaguardia, más que el ruido de las bombas, y otros ruidos guerreros, mas empujado por el espíritu de aventura saliendo del tedio que le rodeaba, decide, a sus dieciséis años, enrolarse como voluntario en 1914 (salvando las distancias de edad y situación el tono tiene aires de familia con el del protagonista de Sin destino de Imre Kérstez). El punto de vista del narrador adopta una onda de candidez, que no hace sino reflejar la inocente mentalidad del bisoño muchacho que sin experiencia en la vida que se ve involucrado au milieu de la mêlèe, aunque se haya de precisar que en principio evita las temibles trincheras a las que, según ha oído, sólo van los tontos, mas no hay bien que dure cien años y así llegará el tiempo en que es destinado al frente en donde asistirá a la realidad pura y dura de la guerra y sus horrores, convirtiéndose en testigo de brutales heridas, muertes y cuerpos despedazados por las granadas o asistirá tembloroso y asqueado al festín de las ratas a costa de los cadáveres yacentes en medio del barro, la sangre y la mierda de las trincheras, y conocerá los hospitales de campaña que más bien son repletos cementerios (algunos días hubo de pasar en un centro tras ser herido, momentos en los que parecía flotar en una nube entre la vida y la muerte, en sueños alucinados), y será testigo más que protagonista de un combate contra los ingleses… esta travesía por los desastres de la guerra, en contraposición con la calma de la que ha disfrutado tanto en sus puestos administrativos como en sus permisos en los que ha podido departir con su familia, provocarán un cambio de óptica del muchacho al ver que «la guerra es una matanza terrible y cruel, y una humanidad que permita que esto suceda o que lo contemple durante años merece todo el desprecio», acabando con su candidez y su optimismo, conciencia que se alza frente a un filósofo imbuido de patriotismo germano que no hace sino repetir una retahíla de frases en las que cada dos por tres asoman las palabras deber, patria, heroicidad, y… loas a la autoridad, discurso que, por otra parte, era el dominante tanto en la mentalidad de la población germana, y de otros lugares, como en las obras que cantaban alabanzas a las virtudes de la guerra; no está de más añadir que el muchacho tuvo ciertas tentaciones de buscar convertirse en héroe para ascender en prestigio y posición, del mismo modo que se vio contagiado por los diferentes tráficos que se daban en el seno de la tropa.

Inicialmente pasando el tiempo en una especie de estado de ensoñación que hacen que entre la realidad – que le cuentan – lo imaginado e idealizado, y lo vivido se den, por momentos, unos límites francamente borrosos, que acaban deviniendo una espesa pesadilla al topar con el principio de realidad desde el apacible principio de placer que le había acompañado en la lejanía de la línea del frente; situación, la de la contemplación de las muertes al por mayor, hacen que brote en él una avalancha de rebeldía contra la guerra y quienes las deciden desde los lejanos y calentitos despachos; decía Paul Valéry que «las guerras, consisten en gentes que sin conocerse entre ellas se matan porque otras gentes que se conocen muy bien no llegan a ponerse de acuerdo»… a lo que cabría añadir: sobre el reparto del botín.

No concluiré sin destacar las significativas ilustraciones debidas a Otto Guth, que recogen en su oscuridad borrosa los destellos de la infamia guerrera y que acompañan este híbrido de cuento y documento que, en palabras de Weidermann, «es una Anti-Entwicklungsroman (anti-novela de formación de un personaje a través de la experiencia vivida) contada desde un mundo que naufraga. Mientras todo se derrumba, alguien que pasea…» y de quien se nos narra su paseo por los lares del aprendizaje del horror.

«Antinacionalista, antiheroíco, humanista […]. Un libro luminoso escrito en una época sombría» se lee en un periódico germano… y no le falta razón.