Por Iñaki Urdanibia
Dicen que decía el otro: dejad que los muertos entierren a los muertos (Lucas, 9, 60, y Mateo 8, 22). Los restos de estos, reposan, por lo general en lugares destinados a tal función, los cementerios, los camposantos… allá duermen, si nos atenemos a la etimología griega del primero de los términos nombrados quienes dejaron la vida; para otros, su alma habrá partido al otro mundo, al más allá, al cielo, o vaya usted a saber. Más de uno de los que interese de mis intervenciones pensará: pero qué le pasa a éste, qué ha tomado, o es que le ha atacado un ramalazo místico. Pues no, simplemente viene esto a que tengo entre manos un par de obras que de una u otra manera abordan el tema.
Antes de entrar en harina que se me permita y se me perdone, sin asomo de tanatofilia, señalar que servidor ha visitado bastantes tumbas, generalmente guiado por simpatía hacia algunos muertos, las vidas de algunos de ellos, y sus obras de todos: así Alicante asociado a Miguel Hernández, Collioure a Antonio Machado, Port Bou a Walter Benjamin, sin entrar en la cantidad de tumbas visitadas en los cementerios parisinos, en la que el número de muertos que me han hablado en vida, a través de sus libros y sus canciones, son muchos: Julio Cortázar, Eugène Ionesco, Serge Gainsburg, Gustave Flaubert, Jean-Pierre Proudhon, Samuel Becket, Sartre y Beauvoir, Baudelaire, Degas, Foucault, Zola, Duras y un lago etcétera en Montparnasse; nada digamos en el soberbio Père Lachaise: donde se recuerda a Oscar Wilde, Jim Morrison, Chopin, Yves Montand, Édith Piaf, Isadora Duncan, Cyrano de Bergerac, Modigliani, Proust, Jim Morrison, Delacroix, o a Jean-François Lyotard…y no seguiré, que bastante he seguido en la enumeración.
Allá en el Atlántico sur
«Existe cierto tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una obsesión que no resulta clara ni para él mismo… Mi conclusión es obvia: sigue gobernando el Príncipe de las Tinieblas. Y ese gobierno se hace mediante la Secta Sagrada de los Ciegos. Es tan claro todo que casi me pondría a reír si no me poseyera el pavor»
Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas
Dicho esto, a nivel personal, y quedándome tranquilo, más o menos, paso a dar cuenta del par de libros nombrados, ambos editados por Anagrama, y, casualidad, ambos escritos por autoras argentinas. El primero de ellos, deja clara la ubicación de los muertos, «La otra guerra. Una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas» de Leila Guerriero (Junín, 1967). En el librito, noventa páginas, se da pormenorizada cuenta de la desatención a los muertos argentinos caídos en la guerra, seiscientos cuarenta y nueve soldados y oficiales murieron en el enfrentamiento que se desarrolló en aquella isla en los tiempos de la dictadura militar, en 1982, encabezada por el teniente coronel Leopoldo Fortunato Galtieri; a aquellos muertos en el estado de abandono en el que yacían sus restos no podría haber escupido sobre sus tumbas ni el mismo Boris Vian. El ejército inglés encargó al oficial Cardozo que identificara a los soldados argentinos que yacían en aquella tierra isleña, y la consiguiente creación de un adecuado cementerio. La noticia fue dada a las autoridades argentinas que guardaron en secreto el asunto sin hacérselo saber a las familias de las víctimas; la actitud de los gobernantes parecía seguir al pie de la letra la prescripción evangélica que consta al principio: allá abandonados, que se las arreglen entre ellos. El motivo era que pensaban que el intento de los ingleses no era otro que seguir reivindicando su poder sobre la isla, y la identificación no era más que un primer paso para pasar después a la repatriación de los cadáveres, de sus restos, muchas veces mutilados, troceados; se debía impedir la colaboración por medio del recurso al ADN de los familiares de los ausentes, ya que las islas eran parte de la gran nación argentina y la previsible repatriación no iba a suponer más que la confirmación de que aquella isla no pertenecía a Argentina. Las noticias volaron y algunos familiares se enteraron del asunto, comenzando las pesquisas y la colaboración, ayudados por la asociación de forenses argentinos, mientras que otros aceptaban la versión oficial del gobierno, negándose a colaborar. Se dan a conocer las maniobras y zancadillas que hubo de sortear la comisión de familiares, torpedeada desde su propio seno, y los intentos de considerar a los fallecidos en combate como desaparecidos, lo que era una pura maniobra de pretendida igualación con los provocados por la dictadura militar, de modo y manera que con tal asimilación se difuminarían las atrocidades llevadas a cabo por el gobierno de Videla y compañía.
Los pasos que se fueron dando, supusieron el acercamiento a las circunstancias de la muerte de los seres queridos, hijos, hermanos, novios, confirmando los temores de algunos de que ciertamente estos habían fallecido y desinflando las vanas esperanzas de algunas madres que pensaban que sus hijos estaban presos en cárceles británicas.
Hay ocasiones en que la realidad supera a la más rebuscada de las ficciones; la que presenta Guerriero es una de ellas, que hacen recordar, al menos así le sucede al que esto escribe, a narraciones en que el protagonismo de algunos cadáveres cobra protagonismo, y me estoy refiriendo a la novela de Ismail Kadaré, El general del ejército muerto, en el que veinte años después de la segunda guerra mundial un general italiano trata de recuperar los cadáveres de sus compatriotas caídos; o a los trajines que supone la identificación de una mujer muerta a causa de un atentado en el mercado de Jerusalén, narrado en su Una mujer en Jerusalén. Pasión en tres actos de Abraham B. Yehoshúa, por cierto llevada a la pantalla, por Eran Riklis, bajo el nombre de El viaje del director de recursos humanos.
Camposantos por el mundo
De muy diferente corte es la obra de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973), «Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes sobre tu tumba». No creo que resulte exageración, al menos en lo que controlo por alguna lectura anterior (Premio Herralde: entre el temor y el temblor – Kaos en la red) que la escritora argentina tiene tendencia hacia los pagos en los que reina el misterio y lo oscuro. En la presente ocasión, veinticuatro visitas son presentadas en el periplo de la autora que deja la puerta abierta a futuras visitas: once cementerios más que tiene en la mochila.
Cementerios célebres se codean con otros anónimos, y la escritora presenta los distintos camposantos, relatando su historia y dando cuenta de la presencia de algunas celebridades como Elvis, Marx, Evita Perón, entre otros, y curiosidades acerca de los símbolos y resabios románticos y otros que adornan los panteones. Contra lo que pudiera sospecharse a Enriquez no le guía el morbo, ni el gusto por alguna pulsión de muerte, sino que el periplo le sirve para contar singulares historias relacionadas, no solo con los aspectos históricos o estético-arquitectónicos, sino con truculentas historias que han acompañado a algunos de los allá enterrados y a las construcciones mortuorias, sin obviar fantasmas, vampiros y otras historias que por tales lugares rondan. En las narraciones la escritora deja ver sus gustos musicales y algunas referencias a grupos que han usado como escenario de sus videos cementerios, y alguno, Joy División, que en la portada de uno de sus discos muestra una escultura del cementerio de Génova; cine, literatura e historias varias cobran su espacio en el cruce del más allá y el más acá. El listado es amplio, y las geografía lo son igualmente: Génova, Trevelin-Argentina (seis visitas más se presentarán en tal país), Rottnest Island en Australia, Punta Arenas en Chile, Nueva Orleans (allá se rodaron algunas escenas de Easy Rider), Cincinatti, Memphis, y… Cuba, México, Perú, Alemania, República checa, París,… y San Sebastián. Si nombro el de Donostia en último lugar es debido a que aquí nací y aquí habito, aunque a decir verdad, los cementerios de mi ciudad no son visitas habituales sino que únicamente han sido ocasionadas en algunos casos por luctuosos eventos. Diré, no obstante que el libro se detiene en tres cementerios: el inglés ubicado en el monte Urgull, el de Igeldo y el municipal de Polloe, que en la visita nocturna hizo que a la escritora le entrase un hondo gangelo que le llevó a equivocar los chirridos del camión de la basura con los gemidos de ultratumba; no entraré en detalles, pero o bien quienes guiaron a la mujer, Bego – motera, según se dice, y presentadora de algunas películas del festival de cine de misterio y de terror… – y el fotógrafo de nombre Lobo, ambos trabajando en un diario de la city, no le aclararon suficientemente las cosas o fue ella la que se confundió a la hora de presentar, por ejemplo, la ubicación del cementerio de los ingleses, ya que decir que «las tumbas están ubicadas en una especie de mirador hacia la bahía» (p.37), no responde a la realidad, ya que ni mirador, ni bahía, sino que frente a él se halla el mar abierto del Cantábrico; de tal cementerio se ofrecen algunas informaciones históricas relacionadas con las guerras carlistas, cuya veracidad no pondré en duda; me indica, no obstante, un brillante especialista en el carlismo y otros asuntos decimonónicos, mi amigo Mikel, que en la descripción que hace la autor se «exagera lo de Tupper y De Lancey porque son dos más. Por lo que cuenta Enriquez parece que el cementerio lo hicieron para ellos y no es así». Cruje, o en caso contrario es que yo no me entero, que el monte Urgull servía para que los miembros de ETA se escondieran – sólo faltaba calificar el lugar como zona liberada; tal vez el ocurrente informante pensaba en los cañones de la Batería de las Damas o el Polvorín -, cosa que según cuenta se lo contaron en una bar, añadiré que quien dijese eso supongo que iba sobrado de potes, amén de tener una imaginación desbocada; y la muerte del joven Antxon Tolosa, en julio de 1983 cuando manipulaba un artefacto, en el Paseo de los curas, no confirma la aseveración anterior. Ya de paso diré que barrio de Igeldo no es un barrio marinero (es posible que, el afirmarlo como se hace, sea más que un problema de localización, un salto de redacción); del mismo modo que servidor, nada dado a frecuentar saraos y eventos locales (toros, bailes en La Perla o festejos en el María Cristina, celebrados con ocasión del Festival de cine) no sabía que en su ciudad se celebrasen combates de kickboxing, a los que por lo visto es aficionada la tal Bego y un munipa con el que se encontraron en Polloe… pero ya digo que no me prodigo, y menos en algún tipo de actos, de modo y manera que no me entero de la misa la mitad.
Y leo en el Campo Santo de W.G. Sebald: «Los muertos siguen estando a nuestro alrededor, pero a veces creo que quizá desaparezcan pronto. Ahora que estamos llegando al punto en que el número de los que viven en la tierra se ha duplicado en el curso de sólo treinta años, y se triplicará de nuevo en la próxima generación, no tenemos que temer ya a la población, antes superior, de los muertos. Su importancia disminuye visiblemente […] los muertos deben ser apartados ahora tan rápida y concienzudamente como se pueda […]. También el espacio que se concede a los muertos se hace cada vez más pequeño y con frecuencia, cuando han pasado unos años apenas, se los despide […]. Durante algún tiempo existirá el sitio recientemente introducido en Internet “Memorial Grove”, en el que se pueden inhumar y visitar electrónicamente a los que nos son especialmente próximos. Sin embargo, luego también ese virtual cementery se disolverá en el éter, y el pasado entero se disipará en una masa informe, indistinta y muda. Y al dejar un presente sin memoria y ante un futuro que no podrá concebir ya la razón de nadie, abandonaremos la vida por fin sin sentir la necesidad de permanecer al menos algún tiempo o de poder volver de visita ocasionalmente»