Category: ROBERT WALSER


Por Iñaki Urdanibia.

El pasado día 15 se cumplían ciento cuarenta años del nacimiento de este singular escritor suizo, aprovechando esta efeméride y que en una tertulia en la que participo hemos leído un libro suyo, y teniendo en cuenta, además, de que el Urumea pasa por San Sebastián… ahí va un acercamiento al autor.

«A un personaje tan singular como Walser no hubiera podido inventarlo nadie. Es más extremo que Kafka, que sin él no hubiera surgido nunca y a quien él contribuyó a crear».

(Elias Canetti)

«Este hombre hablará así mientras viva y sus libros serán un extraño y fascinante espejo de la vida».

(Bruno Cassirer)

«Si poetas como Walser perteneciesen a las clases dirigentes, no habría guerra. Si tuviese cien mil lectores, el mundo sería mejor».

(Hermann Hesse)

Con respecto a la vida de este solitario escritor (1878- 1956), marginal, no parece lo más adecuado atenerse a lo que Martin Heidegger dijese con respecto a Aristóteles – tal vez con el fin de tapar sus propias vergüenzas -, nació, vivió y murió, dando a entender que con respecto al conocimiento de un filósofo lo que importa es su obra más que su vida. En el caso de Robert Walser parece que más se le conoce por su muerte en la nieve y por su misteriosa y extravagante existencia que por sus obras, que se han mantenido en cierto estado de semi-clandestinidad, a pesar de los elogios de sus pares (Franz Kafka, Alfred Polgar Walter Benjamin, Robert Musil, Hermann Hesse, Elías Canetti, J.M.Coetzee, Giogio Agamben, W.G. Sebald, Fleur Jaegger o Enrique Vila-Matas). Una vida solitaria y sin mayores sobresaltos, o según se mire con derivas extrañas o no normales en exceso para un escritor ni para nadie, una existencia con una tendencia dominante a la desaparición, a ser un cero a la izquierda como él mismo gustaba decir: «lo que más me conviene es desaparecer, llamando la atención lo menos posible… siempre fui un cero a la izquierda, carne de horca» . Así sin entrar en mayores, podría resumirse el paso por este mundo de este singular escritor con varias pinceladas: muchos trabajos de diferente tipo (archivista, empleado de banca, mayordomo, trabajos de limpieza, chapuzas en correos, etc., etc., etc.), una existencia siempre por los bordes de la pobreza – que él mismo elogiaba – y la sencillez, y varias poblaciones por las que pasó: Berna, Berlín, Biel, Stuttgart y luego un par de manicomios: el de Waldau y el de Herisau.

Paseante permanente e incansable, el paseo como una de las bellas artes, y una escritura capaz de sacar perlas de los asuntos u objetos más insignificantes; la escritura como sacerdocio y como actividad cercana a la santidad, en una constante búsqueda de la perfección, que tanto influyó en otros escritores que le admiraron: hay quienes opinan que sin él Kafka no hubiese existido, como escritor claro… aunque Walser cuando se le señalaba esto, callaba, entre otras cosas, porque era su hábito ante preguntas incómodas dar la callada por respuesta, además de que el autor de El proceso era un desconocido para él, ya que no le había leído. De este último cuentan, entre otros su amigo, quien devendría su albacea, Max Brod – quien no ocultaba su admiración por las narraciones del suizo -, que les leía a sus amigos reunidos alguna obra de Walser y se partía de risa, igual que sucedía cuando les leía sus propios relatos; con respecto a Hesse, el amor no era recíproco ya que Walser era de la opinión que la presencia absorbente del autor de El lobo estepario, y el canon que sus obras establecían, habían hecho un flaco favor a sus obras, quedando estas marginadas cuando no ignoradas, lo cual no significaba que no admirase su escritura… Nada que decir de la opinión de Thomas Mann, ante las críticas que Walser hacía con respecto a la enorme extensión de sus obras, no se le ocurrió nada mejor que decir – según confesión de Walser – que el escritor suizo «era un tío listo», lo cual no era óbice para que elogiase la prosa, y la poesía, del suizo; cierto es también que Walser valoraba las primeras obras del escritor alemán si bien, a su modo de ver, acabó convirtiéndose en un funcionario de la escritura.

La alabada sencillez a la que he aludido se contagiaba a su prosa que huía de cualquier forma de abalorio estilístico, cuestión que se traducía igualmente en la brevedad de sus obras… que al final se convirtió en aquellos indescifrables “microgramas”, única actividad escrita a lápiz, desde que fue ingresado en el manicomio; ante las invitaciones tanto familiares como de los médicos a que escribiese, para publicar, él se negaba en redondo y exigía que le dejasen en paz, en la paz ordenada del sanatorio, ya que para escribir – según repetía – era condición imprescindible la libertad, y él -según decía – estaba allí encerrado para enloquecer y no para escribir. Esos treinta últimos años en los que no escribió, más que para sí, podría llevar a incluirle en el club de los Bartebly… preferiría no.

Retomando las afirmaciones iniciales, puede contraponerse al escritor suizo ya que éste sustituía la disyunción que plantease Jorge Semprún: la escritura o la vida, por una conjunción que podía hacerle decir la escritura y la vida o tal vez con mayor exactitud, la escritura es la vida, ya que bebe de ésta, o hasta dando la vuelta al orden de ambos: la vida es la escritura, ya que desde luego en el caso de Walser la vida era la materia prima sobre la que se erigían sus historias, su vida misma y su concepción acerca de ella, del modo de encararla, sin olvidar sus numerosos, y fugaces, trabajos. En este orden de cosas, la obra del escritor tiene como ejes: los objetos, el paseo y, reitero, la vida que se alimenta, entre otras cosas, de lo anterior; todo ello aliñado con un deseo de mantener un cierto espíritu propio de la infancia, de vuelta a él (el filósofo italiano Giorgio Agamben hablaba de sus personajes, y por extensión del mismo creador, como habitando el limbo) y en este sentido podría aventurarse la hipótesis de que su escritura por momentos parece responder a la propia de una redacción escolar, con la diferencia no baladí de que Walser va corrigiendo sobre la marcha, titubea y explica tales momentos de duda e indecisión, a lo que se puede añadir que anuncia y desvela al lector las estrategias que va a seguir, o que no evita que en el desarrollo de sus historias surjan otros caminos y motivos que le desvíen, sobre la marcha, del plan trazado; no es difícil pues hallar intercaladas en sus narraciones coletillas del tipo: «se tendrá sin duda la bondad de disculpar… », «en este punto tengo que corregir un burdo error», «no puedo continuar con el relato sin antes decir», «acabo de recordar una cosa, y no sé, por qué motivo, me veo obligado a contarla», etc. .

Si Edmund Husserl – fundador de la fenomenología –  llamaba a volver a los objetos, Walser en cierta medida cumple la consigna ya que presta enorme atención a diferentes objetos (dejando de lado sus cantos a diferentes instrumentos musicales: el piano o el laúd, u otros), con atención a los de su habitación – sus habitaciones podría decirse con mayor exactitud ya que en numerosas habitó – y a las ajenas; el detallismo de sus descripciones y la intensa atención que mostraba con respecto a lo descrito hacía que cualquier cosa por nimia que fuese quedase convertida en objeto de sus impulso narrativo y poético; «en el arte , un material trivial puede convertirse en una auténtica joya». Su mente se alimentaba en sus interminables paseos, actividad a la que se dedicaba no por cuestiones relacionadas con la salud, sino por los beneficios de la contemplación, de la celebración y canto de la naturaleza con sus bosques, los trinos de los pájaros, el susurro de las fuentes, y la mirada protectora del cielo que cubría el espectáculo del mundo, «el espíritu del mundo se había abierto… Sin pasear estaría muerto… pasear me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni producir el más mínimo poema en verso o prosa… Sin pasear y recibir informes no podría tampoco rendir informe alguno ni redactar el más mínimo artículo , y no digamos toda una novela corta» se lee en El paseo, y es que entre la escritura y el paseo, Walser parece inclinarse más por el acto de pasear, como un constante flâneur, en la onda del Baudelaire presentado por Walter Benjamin; un observador que se alimenta de lo que ve, oye, en una marcha que se detiene ante los aspectos más nimios en apariencia, pero que le servirán para sus narraciones, guiadas por lo pequeño es hermoso, que decía Ernst Friedrich Schumacher. Esto último puede interpretarse como una apuesta por lo micro frente a lo macro, que a través de la escritura trataba de dar cuenta de los grandes hechos, de los grandes personajes, de las grandes visiones del mundo (weltanschauung), frente a ello la mirada walseriana se posa sobre los pequeños gestos, los distintos objetos – como queda señalado – los que van siendo aprehendidos por el individuo, que ejerce su labor de observador, como una puesta en práctica de libertad frente a los diferentes sistemas de domesticación (de reificación y/o alienación podría hablarse) que ejerce el Estado y otras instituciones; «tenía ante mí toda la rica Tierra, y sin embargo tan solo miraba hacia lo más pequeño y más humilde… el que pasea ha de estudiar y contemplar la más pequeña de las cosas vivas, ya sea un niño, un perro, un mosquito, una mariposa, un gorrión, un gusano, una flor… Las cosas más elevadas y las más bajas, las más serias y las más graciosas, le son [ al que pasea] por igual queridas, bellas y graciosas». Esta capacidad de observar con detalle lo que va saliendo al paso, es aplicable no sólo a la naturaleza sino igualmente a lo urbano (comercios, edificios, arquitecturas, parques, tabernas…); observación minuciosa que va acompañada de una especie de extravío, que se traspasa igualmente a la hora de plasmarlo por escrito como señalase Walter Benjamin: «apenas si ha tomado la pluma cuando ya lo domina una especie de desesperación. Todo le parece perdido y estalla un dique lingüístico en que cada frase parece tener únicamente por función hacer olvidar a la anterior».

En medio de las contradicciones, atribuible a su inestabilidad emocional, en que se mueven muchas de sus afirmaciones y caracterizaciones psicológicas propias, sí que es de justicia señalar que el escritor no pretende de ninguna de las maneras impartir lecciones de comportamiento, ni de ningún tipo, y así cuando expresa su concepción del mundo es meramente por describir lo que él siente, el modo en que se enfrenta con el mundo y con los demás, y ahí puede verse su éxtasis ante la belleza del mundo, sus posturas que por momentos rozan el fetichismo, en especial en relación con las mujeres, ciertas rumias cercanas al masoquismo, al tiempo que se atisba un amor por la libertad teñido de ciertos visos de rebeldía que curiosamente se entreveran con posturas obedientes y puntillosas en el celoso cumplimiento del deber en sus compromisos laborales… Pueden verse igualmente algunas constantes que le hacen no criticar con dureza a los demás, conformarse a las condiciones que le vienen dadas – como consecuencia de sus continuos cambios de trabajo, que es alternado con largos periodos de inactividad y sus numerosas mudanzas de domicilio… -. Así, el más solitario de los escritores solitarios que dijese Martin Walser.

Se ha hablado del suizo como de un desconocido para el público lector, afirmándose que es un escritor para escritores o aprendices de tal… sea como sea, su escritura ya dejaba asomar algunos de los aspectos que se convertirían en dominantes en tiempos posteriores: reciclaje de textos, la yuxtaposición de hechos por encima de lo cronológico, los tonos paradójicos e irónicos, que apoyaban una profunda auto-reflexión en sus entregas literarias.

«Entre la ligereza y la gravedad, las novelas de Walser, y concretamente su prosa estirada (que no va a ninguna parte, sólo se estira y estira como quien sale de una siesta y quiere darle alegría al cuerpo), configuran una producción extraordinaria», sostiene Enrique Vila-Matas, uno e los introductores del suizo de Pirineos abajo.

Robert Walser (1878 – 1956)

« Nadie tiene el derecho de comportarse conmigo como si me conociese»

«Nada me es más agradable que dar una imagen totalmente falsa de mí mismo…»

1878: Nace Robert Otto Walser el 15 de abril en Biel (Suiza). Séptimo de los ocho hijos de Adolf y Eliza Walser.

1892 – 1895: tras cursar los estudios primarios y comenzar en el instituto, abandona los estudios a los catorce años, e ingresa como aprendiz en una filial de la Banca cantonal de Berna.

1894: Muere su madre.

1895: Se traslada a Basilea y un año más tarde a Stuttgart, en donde su hermano Karl se prepara para ser pintor. Robert trabaja de ayudante de comercio y trata de convertirse en actor, fracasando en este último intento.

1896: En Zurich, en donde vivirá durante diez años, cambia frecuentemente de vivienda. Alterna el trabajo de ayudante con el de escribir poesía.

1897: Primer viaje a Berlín.

1898: Publicación de seis poemas en el diario dominical del Bund. Primeras relaciones con críticos y escritores.

1899: Primavera en Thun y viaje a Munich. Se publican cuatro poemas en la revista Die Insel. Estancia en Solothurn.

1902: Viaja a Täuffelen, en el lago de Biel, en donde vive su hermana Lisa.

1904: Vuelta a Zurich. Servicio militar en Berna. Aparece su primer libro, Las redacciones de Fritz Kocher.

1905: pasa una temporada en casa de su hermano Karl, en Berlín. Vuelve a Zurich y comienza los estudios de sirviente doméstico en Alta Silesia, en el castillo de Dambrau.

1906: Vuelta a Berlín. Escribe Los hermanos Tanner y otra novela que destruirá.

1907: Publicación de Los hermanos Tanner. Escribe El ayudante. Colabora con veinticinco poemas en una revista de arte. Secretario de la Secesión berlinesa. Más colaboraciones en destacadas revistas.

1908: Se publica El ayudante; más colaboraciones y publicación de sus Poesías en una edición para bibliófilos con ilustraciones de su hermano Karl Walser.

1909: Publicación de Jacob von Gunten en la editorial de Bruno Cassirer de Berlín; editorial en la que se habían publicado todas las anteriores.

1913: Poca información sobre los pasados años berlineses. Publica una colección de Ensayos. Vuelve a Suiza, a la casa de su hermana, luego visita a su padre en Biel y posteriormente se instala en el Hotel de la Croix-Bleue en donde permanecerá siete años.

1914: Muere su padre. Se publican algunos poemas suyos. Recibe el premio de la Asociación femenina para la promoción de los poeta renanos. Comienza la guerra y es llamado a realizar el servicio militar.

1915: Viajes a Berlín y Leipzig. Se organiza una velada dedicada a los hermanos Walser, por el Círculo de lectura de Hottingen en Zurich.

1916: Muere su hermano Ernst en el asilo de Waldau, en Berna.

1917: Publicación de El paseo y de Vida de poeta.

1919: Muerte de su hermano Hermann.

1920: Lectura pública en Zurich.

1921: Se muda a Berna. Trabaja como segundo bibliotecario en los archivos de la ciudad.

1925: Colaboraciones periodísticas en diferentes periódicos.

1929: Ingreso en el asilo de Waldau. Recomienza a escribir tras un periodo de sequía cerativa.

1933: Ingreso en su segundo asilo, en Herisau. Cesa toda actividad literaria.

1934: Se le nombra un tutor legal.

1935: Comienzan las visitas y los paseos con Carl Seelig.

1943: Muere su hermano Karl.

1944: Muerte de su hermana Lisa. Se inicia la tutela de Carl Seelig.

1956: Muerte Robert Walser de un ataque al corazón mientras paseaba el día de Navidad; su cadáver es hallado tres días después.

N.B.: Ha de señalarse, aunque sea de manera reiterativa, que las novelas y no pocas de las narraciones del escritor suizo tienen cierto carácter autobiográfico, y aunque se cambien algunos detalles, pueden adivinarse tanto en los hechos descritos como en los personajes algunas vivencias del escritor al igual que los lazos de parentesco en los que se inspiraba; la obra que aclara más el modo de pensar y de actuar del escritor es El paseo. Sirven igualmente algunos de los libros de la bibliografía; muy en especial el de Carl Seelig.

«Los hermanos Tanner» (1907)

«¿Acaso Simon Tanner no vagabundea, nadando en la felicidad, para no producir nada, a no ser el goce del lector?»

Franz Kafka

La novela es la primera publicada con cierta relevancia ya que anteriormente había escrito otra que había pasado prácticamente desapercibida. Los tientes autobiográficos saltan a la vista para cualquiera que conozca algunos de los aspectos biográficos del escritor. Se nos presenta a Simon, alter-ego de Walser, en su relación con sus hermanos (si en la vida real tuvo siete hermanos, aquí nos son presentadas las relaciones con cinco, seis con él: Kraus, Kaspar, Sebastian, Hedwig, su hermana maestra, y Emil). Ya el propio título indicada, con un guiño, la cuestión que señalo: tanner en alemán significa pino, Walser bosque. A través de la peripecias del protagonista vemos de manera transparente el deambular por la vida del autor (cambios de trabajo y de vivienda) además de su particular visión del mundo. Un ser fuera de la norma, y de las convenciones sociales que a lo largo de su comportamiento nos conduce a reflexionar sobre el trabajo como forma de domesticación, de fomento del gregarismo; si en su Jacob von Gunten (von guten = de abajo) nos conducía a las sujeciones de la educación y a la inculcación de la obediencia, en la presente ocasión algunos destellos nos hacen ver la postura del tal Simón en contra de las filas y las normas constrictivas, se convierte así su travesía en una defensa de la libertad individual, de las condiciones apropiadas para ejercer la creatividad… resuenan ciertos aires de familia, aunque sean fugaces, con el Único y su propiedad de Max Stirner, El derecho a la pereza de Paul Lafargue, o El miedo a la libertad de Erich Fromm, ya que se ve la apuesta firme por el respeto al individuo, a la libertad de elegir más allá de las imposiciones sociales – aun con el riesgo que ello supone en cuanto a la posible marginación y otros problemas a ella unidos -. Mostrando a través de un ejemplo, Giorgio Agamben señala una característica presente en las historias de Walser: «de la misma pasta están hechos los “asistentes” de Walser, irreparable y tercamente ocupados en colaborar en una obra del todo superflua, por no decir incalificable. Si estudian – y parecen estudiar duro- es sólo para volverse un completo cero a la izquierda. ¿Por qué deberían ayudar a aquello que el mundo considera serio, visto que, en realidad, no es más que locura? Prefieren pasear. Y si, caminando, encuentran un perro u otro ser viviente , le susurran: “No tengo nada que darte, querido animal; te daría con gusto algo, si lo tuviera”. Y, al final, se echan en un prado para llorar amargamente su “estúpida existencia de imberbes”» (Profanaciones, Anagrama, 2005; pp. 40-41). Junto a los aires apuntados, no se han de forzar mucho las cosas para hallarse frente a la defensa de la autonomía individual frente a la heteronomía que conduce a estar siempre atento para escuchar las órdenes, y… claro, está, someterse a ellas.

La filosofía de Simon Tanner es la de un joven que, rondando los veinte años, reivindica su juventud y no está dispuesto a pudrirse en una despacho, y decide ir de pueblo en pueblo experimentando sensaciones disfrutando de la naturaleza que cambia en cada estación; el joven busca el reconocimiento, y busca su lugar en la cambiante sociedad. Opta, no obstante, por la marginalidad. Su mirada del mundo y de los demás está teñida de filantropía, mientras la valoración que de sí mismo tiene se balancea entre considerarse bastante, muy, inteligente y un cierta minusvaloración de sí mismo a modo de concesión para facilitar el dificultoso trato con los demás. Tal tipo de vida le arrastra, cíclicamente, a rozar los hondos bordes de la pobreza y a buscar trabajo, que al poco, cuando ya ha conseguido suficiente dinero abandonará con absoluta soltura. Ahí su postura coincide con el espíritu del poverello de Asís, cuando decía que yo necesito poco y de ese poco necesito muy poco.

La historia casa con el ambiente romántico de la época, y la prosa se acopla a la naturaleza descrita, del mismo modo que sus relaciones se moverán por la ternura hacia sus hermanos, en especial hacia su hermana, maestra con quien vive una temporada colaborando en las tareas de la casa y mostrando una sintonía que va más allá de las meras relaciones de hermandad, para desplegarse hacia una profunda amistad, basada en una comunión de ideales… cosa que le sucede igualmente con su hermano, el pintor. Una postura de aceptación de la vida y de una primorosa educación en el trato, que se cruza con un cierto espíritu de sumisión… Todas las peripecias son narradas sin tendencias valorativas, y tras todos los trabajos, mudanzas y paseos, el hombre finaliza de copista, curiosa coincidencia con la tarea del personaje melvilliano antes nombrado. En la lectura cobran especial relevancia las reflexiones del protagonista y los diálogos con sus hermanos, muy en especial con su preferida hermana. Un hilo fatalista recorre su pensamiento, mas no tomado con desesperación sino con cierto espíritu lúcido y lúdico, lo cual no ha de tomarse como cándido, ya que el protagonista – y el escritor, por supuesto – es consciente de los males de este mundo, aun admitiéndolos como algo inevitable, al depender del destino; se da en su visión del mundo un cruce entre felicidad y desgracia, que no son comprensibles la una sin la otra ya que están indisolublemente unidas como las dos caras de la misma moneda; y si el otro escribía que el mayor delito del hombre es haber nacido, Walser festeja la vida aun con sus lados negativos y desgraciados. Sus enfados no revisten odio ni resentimiento alguno, su pobreza es admitida con orgullosa dignidad, y – en esa vena masoquista que he mencionado ya – una llamativa tendencia a la sumisión y hasta el gozo de ser castigado ( en especial si la bofetada viene de la mano de una mujer)… Todo ello queda englobado en una voluntad de alcanzar la libertad y la felicidad.

No se puede obviar el carácter seductor del protagonista que con su hábil, y contradictorio, discurso lleva a convencer a sus posibles empleadores convirtiendo el argumento más débil en el más fuerte, y rindiendo de sobra con las tareas que se le encomiendan… Este carácter que indico que en principio puede hacer que sus interlocutores le tomen como un vago, un ser un tanto marciano, es perdonado por el aura de bondad y la capacidad argumentativa que desprende el joven.

Walser en el encadenamiento de las diversas andanzas y relaciones logra, a mi modo de ver, provocar el placer de la lectura – del que hablase Roland Barthes -, por medio de los finos análisis psicológicos presentados, los inteligentes diálogos y las descripciones de la naturaleza y de los más pequeños objetos, seres y situaciones, con verdadero mimo. Dicho esto, podría añadirse que la lectura se desarrolla en un continuum que a veces deja sin respiro al lector, al menos al que yo soy, si bien esto no sé si se puede considerar como un defecto o como una virtud, por el poder hipnótico que ejerce. El lector de la editorial en la que se publicó, juzgaba que debía recortarse… Walser se negó en redondo y solamente admitió que se hicieran ciertas correcciones de puntuación o similares. Más adelante, de todos, modos él mismo admitía que al libro se le podían quitar una sesentena de páginas sin que el libro se resintiese, sino que tal vez al contrario, resultase más logrado como novela. Sea dicho al pasar, que el libro se escribió en dos o tres semanas de una tirada y sin corregir (solo fueron halladas un par de faltas o tres), cosa habitual en el escritor suizo.

Singular novela de un singular escritor, sobre cuyas páginas planea una nebulosa fantasmal, onírica, y… hasta de cuento de hadas.

http://www.ina.fr/video/CAB90038936

Algunos poemas, y… alguna premonición

Nieve

Nieva que nieva, la tierra se cubre
de un blanco quejido allá a lo lejos.
Vacila bajo el cielo el hervidero
de copos en un ay, nieve, la nieve.
Una quietud te da, una amplitud,
me ablanda el mundo blanco de la nieve.
Mi afán, pequeño, pues, y luego grande,
en lágrimas me apremia de por dentro.

Mundo

En el vaivén del mundo
surgen muy complacientes
mundos que son muy hondos
y como vagabundos
huyen entre otros mundos
dicen que más hermosos.
Se ofrecen en su curso,
engordan con la huida,
su vivir es menguar.
A mí no me preocupan,
pues puedo así aspirar
al mundo como mundo
por demoler aún.

¿No?

Acostado en mi cuarto me atormentan
desgraciados recuerdos de lo mal
que lo he pasado siempre, y cómo sigo
obligado a pasarlo todavía.
¿ Pero es que acaso hoy no luce el sol?
Están todos los pobres de rodillas
postrados con sus grandes corazones
y sus rostros inquietos por el miedo.
¿Pero es que acaso hoy no luce el sol?

Quietud

Qué contento estaría si pudiera
descansar sosegado en algún sitio,
darme el gusto de usar por toda ropa
una paz interior.
Amarla si pudiera
sentir alguna clase de consuelo,
seguro que es así, pues no hay discordia
que no encontrara en ella su final.

Serenidad

Desde que decidí
abandonarme al tiempo, siento en mí
un cálido sosiego.
Desde que decidí
burlarme de las horas y los días,
terminaron mis quejas.
Me he quitado la carga
de las culpas que tanto daño me hacen
con una frase clara:
quiera extinguirse o no,
el tiempo es el tiempo,
siempre encuentra a un valiente como yo
en el sitio de siempre.

En la pagina 108 de Los hermanos Tanner, halla muerto en la nieve a su hermano, en cuyos bolsillos hay algunos de sus últimos poemas… «poeta y soñador. ¡Con qué nobleza ha elegido su tumba!».

En un texto de 1917, titulado Nevada, puede leerse:

«Nieva, nieva lo que quiere caer del cielo, y quiere caer copioso. Esto no cesa, no tiene ni principio ni fin. Ya no hay cielo, todo es una plomiza nevada blanca. Tampoco hay aire, está lleno de nieve. Ni tierra, pues está completamente cubierta por la nieve. […] Todas las ramas de los abetos están llenas de nieve, se curvan inclinadas hacia el suelo bajo el grueso peso blanco, obstruyendo el camino. ¿El camino? ¡Como si aún existiera !Uno camina sin más, y mientras, confía en encontrarse en el camino verdadero»

«Cuento de Navidad» (1919): “Ojalá me dejara cubrir por la nieve y yaciera sepultado en ella y muriese dulcemente»

Libros consultados

+ Robert Walser, «Vida de poeta» (Alfaguara, 1990)

+ Robert Walser, «El paseo» (Siruela, 1996)

+ Robert Walser, «Poemas. Blancanieves» (Icaria, 1997)

+ Robert Walser, «Jakob von Gunten» (Siruela, 1998)

+ Robert Walser, «Escrito a lápiz. Microgramas I (1924 – 1925)» (Siruela, 2005)

+ Robert Walser, «Escrito a lápiz. Microgramas II (1926 – 1927)» (Siruela, 2006 )

+ Robert Walser, «Escrito a lápiz. Microgramas III (1925 – 1932)» (Siruela, 2007)

+ Robert Walser, «Los hermanos Tanner» (Mondadori, 2012)

+ Walter Benjamin, Robert Walser in «Sobre el programa de la filosofía futura» (Planeta, 1986; pp. 155 – 158)

+ Catherine Sauvat, «Robert Walser» (Éditions du Rocher, 1989)

+ Giorgio Agamben, «La comunidad que viene» (Pre-Textos, 1996: pp. 11, 24-25, 29, 39). Además del texto ya citado en el comentario.

+ Carl Seelig, «Paseos con Robert Walser» (Siruela, 2000)

+ Enrique Vila-Matas, «Doctor Pasavento» (Anagrama, 2005)

+ Jürg Amann, «Robert Walser. Una biografía literaria» (Siruela, 2010)

+ W.G.Sebald, «El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser» (Siruela, 2007)

+ Fleur Jaeggy, «Los hermosos años del castigo» (Tusquets, 2009)

+ J.M. Coetzee, Robert Walser in «Mecanismos internos. Ensayos 2000-2005» (Mondadori, 2009; pp. 32 – 47)

+ Enrique Vila-Matas, Robert Walser in «Una vida absolutamente maravillosa. Ensayos selectos» (Mondadori, 2011; pp. 461 – 462)

+ Marion Graf, «Robert Walser, lecteur de petits romans sentimentaux français» (Zoé, 2015)

https://www.youtube.com/watch?v=DnfZmz9tdkU

https://www.youtube.com/watch?v=C4QJrYwSv0Y

fig19-03

Por Iñaki Urdanibia.

El próximo día 25 se cumplen sesenta años del fallecimiento de este singular escritor que tanto influyó sobre sus compañeros de profesión.

«La gente de Walser son como personajes de cuentos de hadas cuando éstos llegan a su fin, personajes que ahora tienen que vivir en el mundo real. Hay algo de lacerante, inhumano, e infaliblemente superficial acerca de ellos, como si al haber sido rescatados de la locura (o de un hechizo), deben andar con cuidado por temor a caer en ella».

                                                         ( Walter Benjamin )

« Las escenas que nos han llegado de la vida de Walser son tan lejanas que realmente no puede hablarse de una historia o de una biografía; más bien, me parece, de una leyenda …aunque su obra se preste claramente a las tesis doctorales, se sustrae a todo tratamiento sistemático»

                                                    ( W.G.Sebald )

« ¿ Acaso Simon Tanner [ un personaje walseriano] no vagabundea, nadando en la felicidad, para no producir nada, a no ser el goce del lector ?»

                                                      ( Franz Kafka )

.

Desde hace ahora sesenta años, el día 25 de diciembre, en el que desapareció/ falleció el escritor suizo, fundido en la nieve, se organiza una marcha desde el sanatorio en el que estaba ingresado Robert Walser hasta el lugar en el que fue hallado el cadáver por unos niños; así pues, si entre los lectores hay gente aficionada a estas conmemoraciones tiene tiempo para preparar el viaje.

Una vida, la del escritor, tendente a la desaparición, a la huida constante, a borrar huellas, a empequeñecer su escritura y su persona. Robert Walser desde joven mostró ya su carácter huidizo, a los catorce años abandonó los estudios y tres años más tarde el domicilio familiar. Sobre sus tiempos de estudiante trata una de sus novelas más celebradas, Jacob von Gunten, en ella se retrata la vida en el instituto en el que estudió como el lugar en el que se enseñaba a obedecer y en el que se fabricaban “ceros a la izquierda”, listos para resultar insignificantes en la vida.

Su obra fue admirada y elogiada por diferentes luminarias de las letras y la crítica: sus contemporáneos Franz Kafka, Robert Musil, Hermann Hesse, Hugo von Hofmannstahal Walter Benjamin y rescatado por escritores posteriores como Thomas Berhnard, Peter Handke o Uwe Johnson, y actuales como J.M.Coetzee, W.G.Sebald o por el siempre ocurrente Enrique Vila-Matas.

Patologías literarias

El último de los nombrados ya desde hace tiempo, en sus entregas de lecciones portátiles de literatura que nos entrega Vila-Matas, van asomando distintas patologías debidas a distintos escritores y a su actividad como tales, en la presente ocasión El doctor Pasavento viene a engrosar el vademécum cuya constitución iniciara el autor con su impagable «Baterbly y compañía », en donde se visitaba la mudez de escritores aquejados del mal del personaje de Melville que se sumía en el silencio y en la repetición desganada y compulsiva de su preferiría no hacerlo, catálogo continuado por el mentado mal de Montano que venía a suponer un bloqueo absoluto del escritor descrito ante el hecho de escribir; bajo el modelo del genial Robert Walser, se mueve el personaje presentado por el juguetón autor. En la presente ocasión en El doctor Pasavento, el mal se traduce en el terco afán por desaparecer del escritor quien en su propia escritura «microgramática», además de en su propia existencia alejada de los ruidos espectaculares y farandulescos de las comidillas literario-comerciales, tiende a difuminarse hasta el desvanecimiento total. Preocupado por tal modelo ya nombrado del escritor suizo y por la oculta traza de la vida de éste y de su minúscula escritura, comienza unas tenaces indagaciones por dar con el paradero de este paradigma de desvanecimiento que viene a ser la imagen especular de él mismo, de quien por otra parte, y para su paradójico sentimiento, nadie se preocupa; ni de él ni de su destino.

Camino de extinción

El escritor suizo nacido en Biel en 1878, se fue extinguiendo en su quehacer de escritor al tiempo que se consumía su propia existencia en un sanatorio mental en el que estaba recluido desde que tuviera serios brotes esquizofrénicos allá por 1929. Sus dedicaciones anteriores se habían desarrollado en distintas oficinas modestas, y también su entrega a la literatura había llenado su existencia; publicó varias novelas y algunos poemas, siempre en una especie de paradigmático deshilvane. Luego ya comenzó a perderse su rastro, tanto el de su persona como el de su escritura, haciendo que muchos se preguntasen lo mismo que se preguntan quienes buscan a Wally. Quien había sido admirado fervientemente por Franz Kafka, amigo e inspirador en cierto modo, Robert Musil, Hermann Hesse o Walter Benjamin quien le dedicó uno de sus lúcidos ensayos, desapareció y pasó sus veintisiete últimos años de su vida encerrado en un manicomio y en sí mismo. Como si la escritura fuese un acto indecoroso, la fue escondiendo, la fue reduciendo al silencio o a la ocultación, hasta en lo que hace a su propia grafía; al fin hizo falta avezados amanuenses para descifrar sus microminúsculas letras escritas en colecciones de fichas, y papelitos insignificantes; precisamente uno de sus albaceas testamentarios, Carl Seelig, subsanó en parte aquella afirmación benjaminiana de que «podemos leer muchas cosas de Robert Walser, pero nada sobre él» al publicar las conversaciones mantenidas con el escritor entre 1936 y el año de su fallecimiento, recogidas en sus «Paseos con Robert Walser» . Escritura y autor en trance de evaporarse, de volar como el humo, de escabullirse por los surcos de la ausencia. Escondido, sus últimas huellas, además de la microescritura recién nombrada que dejaba como testamento artístico, las dejó en la nieve, cuando salió a pasear solitario y la muerte le sorprendió en ese caminar hacia ninguna parte un día de Navidad de 1956(«iba yo abatido por el agujero negro y enorme de la noche de nuestro querido universo, tranquilo, maravillosamente secreto, y que de vez en cuando me salían unas arengas que, desde el estrado del camino rural, dirigía a las mismísima cara de la naturaleza cósmica », había escrito tiempos antes). Los amantes de recordatorios y simbolismos gozan de la oportunidad de poder recorrer los últimos pasos del escritor, en compañía de un consejero municipal, todo los 25 de diciembre en Herisau, con salida desde el hospital psiquiátrico a las once de la mañana.

Unas armas bien afiladas usaba el escritor en trance de desaparecer, entre ellas un humor y una ironía sin estridencias, suave, en dispersión incontrolada como el humo- que ya he nombrado- que huye en hilillos en una expansiva extinción. Una escritura con minúsculas como elemento predominante y una sutileza lábil que evita los perfiles tajantes y excesivamente marcados; una especie de esbeltez fragmentaria que nos hace presenciar un discurso que por momentos se esfuma en un sentido abstruso, que se presta a múltiples interpretaciones. Si ya este carácter hermético de algunas de sus prosas está presente en sus primeras obras, los últimos años de su vida parecen tener la clarificadora explicación acerca del misterio Walser: un solitario de tomo y lomo, obsesiones paranoicas, y una melancolía oscura(no puede ésta ser de otro modo si se tiene en cuenta que el propio término en griego viene a significar bilis negra) y pronunciada hasta los topes. Escritura nómada la de este escritor que se convierte en caminante de solitarias sendas, las más de las veces desplazamiento real, acompañado del propiamente mental. Prosa disgregada, que avanza en rizoma y aparece y desaparece como guadiana ejemplar; paseos por la nada, vaciamiento y anihilazión de la propia escritura, del propio paseo, del propio paseante que avanza por esos hölzewege (caminos del monte que se pierden muchas veces entre la maleza y que parecen no llevar a parte alguna) que tanto gustasen al maestro de la Selva Negra.

Una sensación de escritura sin propósito, en la que una frase corrige o anula la siguiente. «Podría decirse que al escribir se ausenta» que dijese Walter Benjamin. Un desesperado con pluma y embargado desde que la tomaba por el cerval temor a lograr el éxito; tanto él como sus personajes huyen del sufrimiento, son seres desasosegados, inquietos, invadidos por frustraciones varias y por temores irracionales que les hacen avanzar temerosos, y por los márgenes, de ese territorio llamado vida. Yoes heridos en busca de sanación, impregnados de un enorme sentido del pudor, del enclaustramiento en los límites del ego, así son los personajes walserianios, así fue el escritor en su obra y en su vida, como queda claro en algunos de sus libros, de detallista y delicada prosa, que rebosan aires autobiográficos.

Eso sí, si a alguien no le gustan los seres extraños, algo perlados y que flipan ante cualquier tropiezo del camino, que no se acerque al autor de « Los hermanos Tanner » o de las perlas narrativas reunidas en « Vida de poeta », aunque se perderá el mordiente humor demoledor de este ser que hacía reír con sus escritos a Franz Kafka, que, por cierto, también se reía de sus propias historias incluso de las más oscuras , causando extrañeza en sus amigos.

N.B.: con ocasión de esta efeméride la habitual editorial de sus obras, en castellano, SIRUELA ( Ante le pintura, El ayudante, El bandido, Desde la oficina, La habitación del poeta, Historias, Historias de amor,…y los nombrados a lo largo del artículo) acaba de poner en las librerías una edición-aniversario de « El paseo » y organiza el día 15 en su sede, un encuentro con Enrique Vila-Matas y con Reto Sorg, director del Robert Walser-Zentrum de Berna. La ocasión la pintan calva para acercarse a este escritor uno de los más destacados de la lengua germana, y…nunca es tarde si la dicha es Buena, que seguro que lo será.

Reseña publicada en su momento en el diario Gara.

Fragmentos de un flâneur

+ Robert Walser

«Escrito a lápiz. Microgramas II(1926-1927)».

Siruela, 2006.

256 págs. / 21,90 €.

Ahora, en este año aniversario, una exposición en su honor, organizada por la Fundación Bodmer, reúne todo tipo de materiales a cual más variopinto exponiendo todo el instrumental del escritor en ausencia: materiales caligrafiados, sobres, papeles administrativos, escrituras realmente jeroglíficas a las que podría aplicárseles aquellas palabras que Henri Michaux aplicaba a su propio quehacer inspirado en los ideogramas chinos: «trazos en todas direcciones. En cualquier sentido, comas, bucles, corchetes, acentos, se diría, a cualquier altura, a cualquier nivel; desconcertantes de acentos…sin cuerpo, sin forma, sin figura, sin contenido, sin simetría, sin un centro, sin recordar a nada conocido.

Me estoy refiriendo a los «microgramas», escritos a lápiz, en más de quinientas hojas y con una letra milimétrica que ha hecho dejar la vista a cualquiera que se haya arrimado a tal laberinto escritural. Baste para cerciorarse de lo que digo con observar las portadas de los dos tomos publicados por Siruela (la tarea se completará con un tercero). Verdadero trabajo de chinos el traducir los confusos signos en los que se equivocan letras, en los que estos se comportan de manera desigual, dependiendo del estado anímico del escritor, dependiendo también que abandonado el «imperio de la pluma», Walser optase por escribir con lápiz lo cual venía a suponer que en la medida que la punta se iba gastando, y redondeando, la escritura se convertía en más ancha y menos perfilada; tampoco se ha de obviar su costumbre de dividir las hojas y los pliegues y arrugas que éstas iban alcanzando debido al uso, a los cambios de domicilio, etc., etc., etc. Esta particularidad compleja de la grafía podría además hacerse extensible a la cuestión de lo dicho por el escritor, verbo titubeante y tembloroso que parece mostrar cierta indecisión a la hora de afirmar algo, pues a las pocas líneas lo dicho se difumina cuando no se torna en algo absolutamente contradictorio en un cúmulo de voces que se entrecruzan en la confusa mente, y su plasmación escrita, del autor, tocado por el don de la insania. «Qué fácil es decir algo que no se ajusta a la realidad. Menos mal que uno puede corregirse después».

La infatigable tarea de un observador impenitente, de un paseante que elogiaba tal actividad, de un verdadero flâneur que no se perdía ni ripio de la realidad circundante, y que cual fiel notario levantaba acta de los más nimios acontecimientos. Desde la mirada atenta a la ciudad, con sus construcciones más emblemáticas y menos, a los encuentros fortuitos de paseantes con los que se cruza, o sus problemáticas relaciones con algunas damas, o reflexiones sobre la escritura, la lectura u otros comportamientos humanos…todo queda consignado por Walser. Siguiéndole avanzamos por unos límites borrosos y vaporosos entre el no pasa nada, y esa débil e inconsistente apariencia que acaba convirtiéndose en materia de sagaces anotaciones, como si siguiese aquél objetivo de los sofistas de convertir lo más débil en lo más fuerte, Robert Walser eleva lo insignificante al rango de cuidada literatura. Monólogo rumiante que estalla -sin estridencias- en dispares direcciones cual crisálida en flor.

Una bella prosa-no digo en lo ortográfico, claro- que en su micrografía capta, con la precisión de un experimentado orfebre, lo más nimio, lo menos reseñable, y lo transforma en arte de muchos quilates; «ahora pongo todo eso por escrito. No me van a temblar las manos. Tengo el espíritu tranquilo y elevado. Y ahora resulta que la gente lee esto. Gente que no he visto nunca nunca nunca y que vive aquí o allá presta ahora atención a estas líneas…precisamente el arte: convertir la necesidad en una ventaja.¡ Transformación, cuántas posibilidades albergas!». ¡Así Robert Walser !