Por Iñaki Urdanibia
Si en el anterior artículo daba cuenta de la última novela memoriosa de la escritora, en esta entrega recupero un par de artículos publicados sobre ella
Artículo publicado en la desaparecida revista de Girona, Papers nª 93 / 2º semestre de 2007
Christa Wolf en zapatillas
+ Christa Wolf
Un día del año, 1960-2000
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2007.
620 págs. / 35 €
Suele suceder cíclicamente, y con frecuencia, que reaparezca una raza de inquisidores que pretendan descalificar a grandes hombres (incluidas obviamente las mujeres) del pasado, o no tan pasado, escritores o artistas, tratando para ello de hallar algún desliz, o algún compromiso con poderes impresentables dejando así las vergüenzas del criticado al aire; operación que no pudiendo embestir de frente contra la obra recurre a aspectos personales, o ajenos, en principio, al quehacer propiamente dicho del señalado, atacando así su obra de manera solapada. Algo de esto le llegó a una gran mujer; en esta ocasión, el objetivo de tal caza de brujas no era otra que una escritora alemana: Christa Wolf. La autora de obras de innegable valor literario, e innovador, como «En ninguna parte, en ningún lugar», «Noticias sobre Christa T.», «Bajo los tilos», «Casandra» o «Medea», y no sigo por no abusar, fue acusada al poco de la caída del muro berlinés por su supuesta, y pasada, complicidad con la policía secreta de la Alemania del Este, la nefastamente célebre Stasi; la pretensión era echar por tierra una gran obra que – y no voy a entrar a limpiar imagen alguna como ya hicieron en su momento Günther Grass, Henrich Böll y otros – desde luego no seguía la cuerda de la burocracia en el poder, y ello a pesar de la militancia en puestos de responsabilidad de Christa Wolf en las filas del partido comunista. Las novelas de la autora rompían con los atosigantes y esquemáticos – hasta la caricatura más caricaturesca – moldes del realismo socialista, heredero de aquellas rígidas y “proletarias” proclamas de Jdanov o del mensaje de «servir al pueblo» de las conferencias sobre arte y literatura en el foro de Yenan de Mao Ze Dong. La autora – como digo – daba paso a las experiencias individuales frente a lo colectivo – que en las posturas oficiales era lo que se debía priorizar y hasta magnificar; prestaba la voz a seres débiles e inseguros, desde luego no templados en el acero, que daban cuenta en sus confesiones de sus cuitas personales. Su postura le llevó a vérselas y deseárselas para poder publicar algunos de sus libros, que fueron reprobados por los órganos dirigentes del partido comunista de Alemania Oriental. Ahí están a modo de somero ejemplo, sus noticias de la amiga fallecida de leucemia (Christa T.), o las semblanzas de la poetisa romántica Karoline von Günderrode, o de ella misma, o aún su visita a la infancia y a las complicidades y silencios del pueblo liso y llano con el fascismo ordinario. Mas no seguiré por ahí, ya era bien consciente de la situación ella misma: «los poetas, y esto no es una queja, están predestinados a ser víctimas de sí mismos y de los demás».
Podría hablarse, en este orden de cosas, de la postura de la escritora Wolf como de una resistencia de la estética ante las tendencias gregarizadoras que invadían, asfixiantes, la atmósfera de su país. Pues bien, ese centro de gravedad desplazado hacia la subjetividad, hacia lo íntimo, va a convertirse en la guía del quehacer wolfiano; cuanto más profundiza en la introspección, más cuenta da del carácter social, de la política del momento y de todos los acontecimientos que van ayudando a forjar al individuo hasta llegar a ser lo que es. De esta manera, logra plasmar el cuadro completo de la situación individual, y al tiempo la social y la política, entreverando la historia vital del individuo con sucesos de la historia contemporánea. Si esto es lo que hace la autora de forma paradigmática(me atrevería a decir, programática) en sus «Modelos de infancia», en el libro que presento aplica el método a su propia biografía, de una manera curiosa y un tanto sui generis.
Hablaba Robert Musil de la «superficie infinitamente intrincada» de que está constituida la vida y el tejido social; la narradora Chista Wolf da cuenta de esa complejidad multidimensional en esta autobiográfica obra que va del año sesenta del pasado siglo hasta el 2000. De todos modos, el género personal se ciñe a un día del año (27 de septiembre) de cada uno de los cuarenta años señalados. La iniciativa había partido de Máximo Gorki, y el diario Izvestia la retomó y solicitó a distintos escritores de todo el mundo que escribiesen su mencionado día del año sesenta. Entre los convocados estaba Christa Wolf, que no sólo respondió a la demanda de la publicación moscovita sino que le tomó tanto gusto al asunto que en los treinta y nueve años posteriores se dedicó a dar cuenta de esa fecha, sin afán de publicación, simplemente como ejercicio de escritura y reflejo de la vida; vida no siempre con mayúsculas, ni rodeada de grandes acontecimientos o celebraciones. Ahora ve la luz, el resultado de dicho trabajo y, con una sinceridad ejemplar, la escritora se nos muestra en su hogar, con sus dedicaciones familiares y la relación con sus hijas; o en sus salidas, actos públicos y demás, con los que nos desvela sus preocupaciones e intervenciones como escritora. El paso del tiempo va cambiando a las personas y ahí las sagaces reflexiones de la escritora, sin pelos en la lengua, sobre el envejecimiento; al igual que sus no disimuladas tendencias hipocondríacas nos son expuestas sin tapujos. Al tiempo que avanza la vida personal, en paralelo, asoma el telón de fondo de hechos sucedidos en dichos días, y que ocupaban la mente de Wolf y la del mundo entero: el golpe de Pinochet, la caída del muro, la denostada – por ella – reunificación alemana, la invasión de Praga por los tanques del Este, etc. etc., etc.
Aun estando ante una obra que, además de tener un gran interés literario, es ejemplar e interesantísima de cara a conocer la existencia de una gran escritora que a su vez ha sido testigo de su tiempo en primera fila, y no en torre de marfil alguna, resulta desigual pues hay algunos días que pasan sin pena, ni gloria, anodinos y hay otros que rebosan en actividad e interés. También señalaré, para finalizar, que ciertos aspectos (el ya mentado al inicio de estas líneas: su colaboración con la siniestra policía) son esquivados, ¿o es que no coincidían con la fecha narrada?
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Artículo publicado en el diario Gara con motivo del fallecimiento de la escritora
Advierto que el inicio de este artículo lo rescaté del anterior; y el que avisa no comete traición
¿Quién teme a Christa Wolf?
Suele suceder cíclicamente, y con frecuencia, que reaparezca una raza de inquisidores que pretendan descalificar a grandes hombres, o mujeres, del pasado, o no tan pasado, escritores o artistas, tratando para ello de hallar algún desliz, o algún compromiso pasado con poderes impresentables con el propósito de poner así las vergüenzas del criticado al aire; operación que no pudiendo embestir de frente contra la obra recurre a aspectos personales, o ajenos, en principio, al quehacer propiamente dicho del juzgado y descalificado, atacando así su obra de manera solapada. Algo de esto le llegó a una gran mujer escritora; en esta ocasión, el objetivo de tal caza de brujas no era otra que la escritora alemana: Christa Wolf. Ahora fallecida en Berlín el pasado día 1 de diciembre. La autora de obras de innegable valor literario, e innovador, como «En ninguna parte, en ningún lugar», «Noticias sobre Christa T.», «Bajo los tilos», «Casandra» o «Medea», y no sigo por no abusar, fue acusada al poco de la caída del muro berlinés por su supuesta, y pasada, complicidad con la policía secreta de la Alemania del Este, la nefastamente célebre Stasi; la pretensión era echar por tierra una gran obra que – y no voy a entrar a limpiar imagen alguna pues ella misma admitió su falta y hasta lo explicó en «Lo que queda» – desde luego no seguía la cuerda de la burocracia en el poder, y ello a pesar de la militancia en puestos de responsabilidad de Christa Wolf en las filas del partido comunista de la RDA. Estas descalificaciones de las que hablo se han aplicado a los Martín Heidegger, Ernst Jünger, Louis-Ferdinand Céline – de cuyo caso hablaba no hace mucho tiempo – y a muchos más; en el caso de estos últimos es claro que el compromiso, con sus más y sus menos, con el hilerismo fue llamativo.
La idea que suele guiar tal tipo de ataques es la que hace no mucho tiempo empleó, nolis volis, la consejera cultural doña Blanca Urgell al tratar de aclarar el rocambolesco comportamiento de su departamento en el caso del galardón concedido a Joseba Sarrionaindia que le fue retenido ya que éste debía saldar sus cuentas con la justicia, además de reintegrarse en la sociedad (¿como dios manda?), o vaya usted a saber; pues bien-como digo- con el fin de limpiar su turbia decisión la señora Urgell subrayaba que no se podía separar al hombre de su obra. Dicho así, pues qué quiere usted que le diga. Sin embargo, lo más presentable, lo único, sería destacar en la obra ensayística y literaria dónde trasluce – pongamos – el supuesto compromiso terrorista del escritor señalado, dónde se hallan estas ideas delictivas que reflejan la actividad delictiva del de Iurreta, en caso contrario tales declaraciones vienen a suponer la creación de sospechas y recelos sobre la obra de un autor que la verdad cualquiera que se haya acercado aunque sea de modo somero a ella no hallará en sus libros otra cosa que no sea brillante escritura, desbordante imaginación y erudición amplísima. Si lo que digo es así me da por pensar que se puede separar de modo tajante y absoluto el actuar político de un hombre, en este caso, y su escritura.
Volviendo a la autora de la que hablo, ahora con ocasión de su muerte hay necrológicas que no contentas con airear como casi lo más importante de la vida de dicha señora su turbia colaboración con la siniestra Stasi, añaden algo que había pasado desapercibido para sus compatriotas y transcribo: «curiosamente, los alemanes nunca reprocharon a Christa Wolf sus actividades en la sección femenina en de las Juventudes Hitlerianas y orgullo de sus padres, propietarios de una tienda de ultramarinos y entregados nacionalsocialistas». No entraré a discutir la veracidad de lo afirmado , pero padres y tienda de ultramarinos aparte, la joven Christa había nacido el año 1929 con lo que al estallar la guerra, en 1939, tenía diez años y al final de ésta quince o dieciséis, con lo que da la impresión que más que a las juventudes pertenecería a la sección infantil de tal organización nacional-socialista, mas dejando de lado estas oscuras cuestiones y la obligatoriedad de pertenencia a ducha organización que imperó a partir de 1941 para niños de 10 años (¡curiosa mayoría de edad!), quisiera destacar que en la obra de la escritora germana nadie hallará nada que suponga ni simpatía, ni complicidad, menos todavía compromiso, con las dos ideologías señaladas: ni con el nazismo, ni con el supuesto comunismo de la RDA. Pueden observarse en su narrativa episodios de su vida, o la de compatriotas suyos, en un país bien determinado, el suyo dividido, y críticas nada solapadas a la atmósfera asfixiante y castradora que se vivía en aquellos tiempos y bajo aquel régimen autoritario. Desde su inicial, «El cielo dividido» (1963) hasta la última obra publicada por acá, «Un día del año, 1960-2000» lo que destaca es el amor muchas veces imposible a causa de la división de su país, por los innumerables obstáculos para conciliar a personas de los dos lados del muro-frontera, al igual que asoma una apuesta decidida por la Vida (y lo pongo con mayúsculas) por encima de todas las cosas. Más lecciones pueden hallarse en sus novelas, alguna de las cuales, «Noticias sobre Christa T.» (1967), tuvo serios problemas para ver la luz debido a la reprobación de la autora por parte del órgano central del partido comunista de Alemania Oriental por sus críticas al comportamiento soviético en Hungría en 1956, y más lecciones todavía: como su apuesta feminista, contra la objetualización habitual de las mujeres, su enfrentamiento al cientifismo y a lo nuclear(ambos asuntos tratados en paralelo en su soberbia «Casandra») o sus denuncias airadas contra el espíritu gregario que puede observarse en «En ningún lugar. En parte alguna» (análisis sobre la poetisa Karoline von Günderrode que tampoco gustaron a los celosos censores de la nomenklatura). Denuncia de la xenofobia, el racismo, la tentación de convertir en chivo expiatorio a todo el que viene de fuera y su decidida defensa de los «marginados» también asoman en su existencialista prosa.
Así las cosas, cualquiera que se haya acercado a sus obras lo sabe bien, nadie ha de temer encontrarse en un terreno plagado de sucias contaminaciones ideológicas, ni implícitas ni explícitas, pues lo único que van a toparse es con la obra de una gran escritora, con una voz íntima, introspectiva que habla de la vida de una mujer, que es la de muchas…una voz de la conciencia alemana que se ha ido dejando en la tarea solo a Günther Grass quien, por cierto, al recibir el premio Nobel, en 1999, mostró su pena por que no se lo hubieran entregado ex-aequo a Christa Wolf, esa voz que le acompañaba en su combate contra el poder autoritario y el discurso de los vencedores, teñido de frialdad, indiferencia y violencia y que les llevaba a inclinarse por una tercera posibilidad entre morir y matar: el vivir.
Ahora se ha callado su voz propia – que ella buscaba como su homónima hermana en letras perseguía su «habitación propia» – y ésta podría decir como su personaje: «con mi relato voy hacia la muerte. Aquí termino, impotente, y nada, nada de lo que hubiera podido hacer o dejar de hacer, querer o pensar, me hubiera conducido a otro objetivo… », con resonancias, dicho sea de paso, que guardan cierto parecido de familia con la aseveración heideggeriana de que los humanos son seres para la muerte (que no para el matadero, añado). Es el momento para quienes no lo hayan hecho de leer a Christa Wolf al tiempo que le decimos leben Sie wohl !Agur!