Por Iñaki Urdanibia.

Farre Lashai narra su vida y de paso nos sitúa en la época y el contexto de su país y de otros en los que vivió.

Si la mitad del cielo lo tiene crudo en prácticamente todos los países que en el mundo son, hay en algunos que la vida les resulta más complicada todavía, debido a las costumbres e imposiciones religiosas, y el control de sus fieles custodios. El caso de Irán es claro, y la mujer que testimonia es natural de tal país. Farre Lashai (Rasth, 1944 – Teherán, 2013) fue una mujer cuyas actividades discurrieron por diversos campos: arte en sus diferentes expresiones – pintura, la talla en cristal, videoinstalaciones – y la literatura en una pluralidad de géneros (poesía y narrativa, además de guiones cinematográficas); una vida entre su país natal y Alemania en donde estudió teatro, cine y literatura; también se formó en Viena en artes aplicadas, en donde trabajó, al igual que en Alemania, como diseñadora de objetos de arte de cristal; una de las artistas más destacadas, sino la más, del panorama artístico iraní. Desde joven, influenciada por su hermano mayor, quien fue expulsado de la escuela por repartir panfletos clandestinos, desarrolló una clara tendencia a la rebeldía y a la libertad; estableciendo, tanto en su país como en los otros nombrados, estrechos contactos con círculos intelectuales de izquierda, y participando en la lucha en relación con algunas organizaciones revolucionarias…

En su «Llegó el chacal» (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2017) se deja llevar por la diseminación saltarina de los flujos de conciencia y nos relata su vida, desde su infancia, que asoma, en Rasth, a orillas del mar Caspio, absorta por la inmensidad de los bosques de la zona, hasta los últimos años de su vida, aquejada por una larga e incurable enfermedad. A la vez que narra los avatares de su agitada existencia, nos hace sabedores del telón de fondo en el que se desarrolló ésta. En veintidós breves capítulos nos presenta, en algunas incursiones de anamnesis, su vida de niña, con los olores (a té, a mejorana, agua, tierra, a higos y al, a albahaca, a mar y pescado), sabores, y escena domésticas, que le dejaron una profunda impronta; retrocediendo también, con tonos propios del misterio de Las mil y una noches a la niñez de su madre, Pavín, que desde luego no es que fuese bien acogida al nacer (¡era una niña!), y los temores padecidos ante la inesperada llegada de los temidos bolcheviques. El traslado de la familia a la capital, Teherán, en 1950, hace que la niña se refugie en la literatura. En 1970 dándose en su país un periodo de desarrollo y de cierta apertura en lo que hace a las libertades, pasó más tiempo en Teherán; en 1974, no obstante, fue detenida bajo la acusación de pertenecer a la Confederación de estudiantes iraníes en el exterior, siendo encarcelada durante dos años. En la prisión organizó un grupo de teatro con las internas, que se empapaban de las teorías sobre el origen de la vida leyendo a Oparin. En 1979, ya libre, coincidiendo con la llegada al poder de Jomeini se exilió a Estados Unidos de donde no volvió a Teherán hasta 1986; la dificultad de amoldarse a la vida de la gran urbe americana (cambiando de Fresno a Los Ángeles…) le lleva a añorar la vida iraní, más tranquila, menos despersonalizada; nada digamos del modo de ver y sentir la cosas por su madre y su hija que no podrían comprender, ni soportar, la agresividad de los chicos de allá y del mismo sistema educativo, por no hablar de la lengua y las costumbres, recordando las palabras de Brecht sobre la imagen del infierno que él identificaba con el trajín de la última ciudad nombrada…. De vuelta ya en su país, se dedicó a poner en práctica su fusión entre literatura y pintura, ella que con anterioridad había traducido al iraní a algunos de los escritores de su agrado: Natalia Ginzburg y Bertolt Brecht, entre otros. Sus obras se han expuesto en las más importantes galerías y museos del mundo; en el museo del Pardo expuso una videoinstalación en conversación , acompañada de la cercanía de la muerte, con los Desastres de la guerra de Goya, diálogo que dio lugar a la creación Cuando cuento estás sola… pero cuando miro hay un sombra, 2012-2013.

En el libro, con claros tonos autobiográficos – iniciado en 1984 en su exilio americano y publicado en 2003 -, se da cuenta de todo este ajetreo, y se exponen los problemas y sentimientos que éstos originan en una mujer – ella entre otras, claro – rodeada de no pocas limitaciones e imposiciones, hasta en los más íntimos recovecos de su soledad, lo que no le hace achantarse sino que le impulsa hacia el logro de mayor cotas de libertad, aunque estas sea reducidas a un estado de práctica clandestinidad. Hace extensivas sus relaciones solidarias y empáticas para con su madre, Parvín, y su hija; una historia matrilineal  – de tres generaciones – en un mundo patriarcal. Con transparente claridad nos habla de estas cuestiones sin cortarse ni un pelo, al igual que nos relata cómo siente el paso del tiempo y las consiguientes modificaciones corporales que experimenta. Nos lleva a conocer su concepción del arte y de la lucha, y nos empapa con el ambiente dominante, con las obras y las figuras de los políticos que se veneraban en aquellos tiempos, desvelando la atmósfera de aquellos años de ascenso rebelde – la guerra del Vietnam en pleno apogeo, y las bestiales masacres como la sonada de My Lai – y se nos transmite el pulso contracultural en Europa y en su propio país, en medio de los ambientes vividos directamente, sin obviar la presencia de la rica cultura persa (referencias y un amplio glosario certero nos acerca a la cuestión), y refleja las sensaciones de miedo y temblor en medio de las duras experiencias padecidas, en los infectos locales de la temible policía política, SAVAK (la temible y sanguinaria policía secreta del sha de Persia), como también incide en los padecimientos sufridos en los cuatro últimos años de guerra con Irak, bombardeos incluidos.

La cercanía de lo relatado se hace todavía más próximo si se tiene en cuenta el brillante tono lírico – sin evitar los poemas que se intercalan – que revisten sus detalladas descripciones en las que se deja llevar por una luminosa lógica de las sensaciones, que queda , por otra parte, plasmada en las obras que ilustran el cuidado volumen; las estaciones meteorológicas, el día y la noche, la atención especial a la flora de su geografía natal, los fenómenos atmosféricos se entreveran con los acontecimientos políticos y culturales, y los sentimientos personales y los de sus colegas, provocados por las costumbres, ceremoniales y rituales, algunos iniciáticos, al igual que por las zarpas de la vigilante represión.