Por Iñaki Urdanibia.

Héroe empieza por hache como hechicero, y lo primero puede transformarse en los segundo. Es lo que le sucedió a Alfa Ndiaye, uno, senegaleses, de los senegaleses que combatía con el ejército francés en la primera guerra mundial (hubo más de ciento treinta mil tiradores de tales orígenes reclutados). El capitán Armand alentaba a los soldados para lanzarse al ataque contra los alemanes, saliendo de las trincheras, chillando con el fin de atemorizar al enemigo al dar la imagen de verdaderos salvajes; estas órdenes se dirigían con mayor fuerza a los chocolates (negros) que provocaban más miedo que los tuab (blancos). En uno de los ataques un paisano (ambos son de Gandiol), más que hermano y amigo, hermano del alma del nombrado, Mademba Diop, es herido gravemente por el enemigo, su situación es tan dolorosa que una y otra vez pide a Ndiaye que acabe con él para evitarle sufrimientos, mas éste rechaza tal salida ya que obedeció a las voces del deber, en vez de cumplir con un deber de humanidad: por una parte, le resultaba imposible acabar con la vida de su amigo y por otra pensaba que cómo va a volver a su pueblo y mirar a la cara de los familiares de Mademba Diop tras haberle matado. Tal comportamiento le reconcome del mismo modo que le culpabiliza el haber vacilado con su amigo acerca de los símbolos de sus respectivas familias: mientras que el de la suya era un león, la de su amigo era una grulla coronada… dónde vas a parar en lo que hace a la fiereza de dichos animales (el rey de la selva frente a un ave de corral); estas bromas justo antes del ataque hicieron que el insultado saliese como una fiera para demostrar precisamente su valentía y fiereza.

El deseo de vengar la muerte de su amigo y de pagar su negativa a acabar con los sufrimientos de éste le van a llevar a penetrar en las filas enemigas, tras el repliegue de sus compañeros, para matar a algún soldado enemigo (de ojos azules), volviendo a la trinchera de los suyos con el fusil del muerto y con la mano con la que disparaba. Si al principio, tal actuación es tomada con alborozo y admiración por la superioridad y por el resto de soldados, haciendo que se alabase el valor y la heroicidad de Alfa, la repetición de la actuación (llegó a coleccionar siete manos) comienza a hacer que cunda el temor entre sus compañeros al ver en él un ser raro, un hechicero, un dëem (devorador de almas) a quien la suerte le protege en detrimento de los demás, la gente le teme y tiende a alejarse de él, ya que se extienden las sospechas de que seguro que se come las entrañas de sus víctimas, y quien eso hace cualquier día lo puede hacer con ellos… se acabaron las raciones extra y la recolectas de colillas para regalárselas, ya que «cuando uno da la impresión de estar loco siempre, continuamente, sin parar, entonces da miedo, incluso a sus amigos de guerra. Ahí empieza uno a dejar de ser hermano valeroso, el temerario, para ser el auténtico amigo de la muerte, su cómplice, su más que hermano», pues la locura y la fiereza se han de mostrar solo en el momento del ataque para luego volver a un estado, digamos que, normal, dentro de la normalidad que existe en una guerra.

En esta labor vengativa, y de coleccionador de manos enemigas, había un tal Jean-Baptiste que jaleaba más las hazañas de fiero Alfa, llegó hasta tal punto su admiración y apoyo al héroe que hasta le birló una de las manos (la tercera) con la que, clavada en la punta de la bayoneta, se dedicaba a insultar a los alemanes, mostrándosela; esta provocación es que los boches comenzaran a tenerla ganas, de modo que afinando la puntería acabaron reventando los sesos al provocador. Más trabajo para el justiciero Alfa que ya tenía otro amigo que vengar.

Como decía este comportamiento de Alfa va a suponer que el capitán Armand juzgue que se ha de quitar de en medio a Alfa, para lo que alegando que está cansado decide retirarle del frente, no sin antes tratar de recuperar las dichosas manos que son muestra de una crueldad que en una guerra comme il faut no debe permitirse, ya que en la guerra como en la guerra, pero siguiendo ciertas convenciones y normas. Las manos siguen a buen recaudo, momificadas en el fondo del baúl de Alfa, que todos los registros evitan por temor a ser objeto de mal de ojo. El caso es que al final, Alfa es trasladado a un hospital dirigido por un médico que responde al nombre de François, quien por cierto tiene una hija, enfermera, del mismo nombre. El retiro forzado es una salida digna e incruenta si en cuenta se tiene que el capitán Armand no se andaba con chiquitas a la hora de quitarse de en medio a quienes se negaban a cumplir sus órdenes: enviándoles directamente a la muerte segura amenazándoles que como no saliesen a la carrera de la trinchera no serían honrados con medallas al mérito y sus viudas o padres se quedarían sin recompensa, cuando no hacía que los propios compañeros acabasen con las vidas de los traidores.

Ya en el hospital mentado Alfa Ndiaye rememora su infancia, su pueblo, y los primeros escarceos amorosos con Fary Thiam (hija del varilla del lugar, quien odiaba al padre de Alfa), además de aclarar las estrechas relaciones con su más que hermano Mademba que hizo que al quedarse sin padres, Alfa fuese acogido en casa de su madre como si de un hijo más se tratara… ciertamente sus relaciones familiares no es que fuesen un ambiente acogedor (su madre en fuga y el padre en una permanente depresión y búsqueda de su esposa), dejando ver ya su tendencia temprana a «decir “no” a las leyes inhumanas, que se hacen pasar por humanas»; las costumbres y leyendas del lugar son narradas al tiempo que el doctor le invita a expresar sus sentimientos por medio de dibujos.

La conmovedora historia es recogida en «Hermanos de alma», editada por Anagrama; su autor, David Diop (París, 1966), nos planta en medio de los horrores de la guerra y en la mente de un ser desplazado en el que anida una división personal entre un pasado y un presente (en todo ser anidan dos) en el que la locura de las hazañas bélicas acompañan la atormentada alma, hasta el desquicie, de un senegalés en tierras europeas.

La novela que avanza con un estilo oral empapado de una gran sencillez, y muy logradas metáforas, en medio de la brutalidad de la guerra, de la locura, de la amistad… provoca inquietud y hondos sentimientos, habiendo sido premiada, el año pasado, con el premio Goncourt des Lycéens; no me privo de señalar que tal galardón es elegido por los propios alumnos, lo cual da cuenta de que el criterio de los jóvenes no se mueve por los pagos de edulcoradas historias de la literatura pretendidamente juvenil.