Por Iñaki Urdanibia

El Diario de Ana Frank ha dado mucho que hablar, al tiempo que su presencia en las bibliotecas del mundo, todo, es obligada, al igual que en no pocos centros escolares en los que la lectura del libro es recomendado cuando no obligatorio; datos de 2009 cifraban las ventas en 31 millones de ejemplares en 67 lenguas. A la obra le ha acompañado la polémica acerca de las diferencias entre las diferentes versiones, traducciones, también sobre su autoría, la mano del padre siempre vigilante, cuando no actuante y censora, cuestiones que han puesto en duda que la obra fuese de la joven, sola, y que han llevado a ofrecer visiones un tanto mutiladas del escrito y de su autora, elevada a los altares de la jovial candidez o similares.

Acaba de ver la luz un breve libro de significativo título: «¿A quién pertenece Anne Frank?» de la escritora norteamericana Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), publicado por Ediciones Alpha Decay. A pesar del pequeño formato y la breve paginación del reportaje,, sesenta páginas escasas, éste aporta datos sobre la joven Frank, de sus peripecias y de las falaces interpretaciones que de ella y sus ideas se han difundido, y señala varios culpables en la fabricación, e interpretación, del texto del Diario y la consecuente, y edulcorada, figura que de su autora se ha dado, convertida en mero bien de consumo; o todavía algunas presentaciones que tratando de ensalzar el texto se pasan de frenada, o tal vez mejor decir de acelerada, calificando el libro como certero testimonio del Holocausto (uso tal término con disgusto, por su inexactitud, pero es el que se usa en el texto; designación impuesta y generalizada, por otra parte, sobre todo en el ámbito anglosajón, en especial desde la exitosa teleserie, del mismo título, realizad por Marvin Chomsky y exhibida en 1978. más adecuado parece el término Shoa), cuando de hecho la verdadera empresa de la muerte – de fabricación de cadáveres hablaba Hannah Arendt – llevan los fatídicos nombres de Auschwitz, Bergen-Belsen, Dachau y otros lager de la muerte, los previos e infames transportes en vagones de ganado, o la inicial Shoa por balas, antes de las cámaras alimentadas con el insecticida Zyklon B.

Ozick hurga en la genealogía del Diario, y de las mutilaciones o tergiversaciones a que fue sometido tanto por parte del padre de Ana, Otto Frank, como por traductores, dramaturgos, cineastas y litigantes, y la pregunta con que titula su rastreo, A quién pertenece Anne Frank, cobra su absoluta pertinencia.

No está de más recordar algo de la historia de la joven y de su familia. Nacida en Francfort el 12 de junio de 1929, la familia escapa de Alemania instalándose en Amsterdam en 1934, en donde el padre, Otto, había creado su propia empresa un año antes. En 1942, reciben la convocatoria para que Margot, la hermana mayor de Anna, se presente al servicio de trabajo en Alemania, tradúzcase como deportación hacia Auschwitz; la familia junto a otra familia amiga se instalan en un escondite, en la trasera del negocio familiar, en el número 263 de la calle Prinsengracht… allá estuvieron, en clandestinidad, durante dos años hasta que en agosto de 1942, fueron denunciados, la Gestapo entró en la vivienda apresando al grupo. Fueron llevados al campo de tránsito de Westerbock, denominado campo de judíos de camino, siendo posteriormente deportados a Auschwitz el 3 de septiembre; Ana y su hermana fueron transferidas al campo de Bergen-Belsen en donde murieron a causa del tifus, con unos pocos días de diferencia. El único superviviente fue el padre, Otto Frank, que se apoderó del Diario que había escrito su hija en neerlandés; su secretaria conservó las hojas que fueron publicadas en 1947, siendo traducida de inmediato a cerca de setenta lenguas.

Cynthia Ozick hace un puntual seguimiento del camino que siguió el texto original, que tras las sucesivas correcciones, Ana Frank pensaba publicar bajo el título de Het Achterhuis (la casa de atrás; diré, por cierto, que justo atrás de dicho edificio se hallaba la casa en la que vivió Descartes en su estancia holandesa) mutilado por su padre que borró todas las alusiones a cuestiones sexuales, a algunas coletillas que no dejaban bien parada a su esposa y madre de Ana, como algunos dardos que vertía sobre la otra familia escondida, del mismo modo que hizo desaparecer cualquier mención a la particular saña con que fueron perseguidos los judíos, cuestiones todas ellas presentes en la escritura de Ana. Señala igualmente la escritora los comentarios de una joven lectora californiana, Cara Wilson que decía ver reflejada en las páginas del Diario sus mismos problemas de la edad adolescente, llegando a comentar las vestimentas y modas de finales de los años setenta, señalando que «los tatuajes hacían furor», ante lo que Ozick muestra un justificado mosqueo, pues hablando de tatuajes cómo no recordar los que se realizaban en Auschwitz y otros campos, cosa que Wilson ni se le ocurre, de modo y manera que ignora la mayor… la escorada visión fue consagrada por el amplio y melifluo intercambio epistolar que Otto Frank mantuvo con la chica, dando carta de naturaleza a una visión superficial y positiva ad mauseam. En la edición íntegra, veinticinco por ciento más amplia que la edición paterna, como se subraya en la edición publicada en castellano por Plaza y Janés en 1992 (el original íntegro se presentó en alemán un año antes; curioso resulta que en los créditos del libro conste junto a Mirjam Pressier el padre de Ana que había fallecido en 1980. la corresponsable de la versión, Mirjam Pressler, publicó una clarificadora obra ¿Quién era Ana Frank?, publicada en 2001 por Muchnik Editores*). La secretaria de Otto Frank , Miep Giesque conservó los papeles, señala Ozick, llegando a afirmar que «si en su momento hubiese leído lo que decía Ana Frank, hubiese quemado el original porque era demasiado comprometedor para las personas sobre las que Ana había escrito». Ozick relee en texto original y pone el acento en las entradas eliminadas, o ciertos embellecimientos, a veces guiados por las buenas intenciones, y recortes que de hecho supusieron que «una obra cargada de una profunda verdad se ha convertido en un instrumento de verdad a medias, verdades sucedáneas o negaciones de la verdad». Una impresentable labor de desalojo de cualquier espíritu crítico, al subrayar el padre el idealismo de Anna, el espíritu de Ana…absolutamente alejado de cualquier forma de odio, o denuncia **.

«La paternidad no atribuye el derecho a la suplantación», pero Otto Frank hablaba como si él conociese a fondo todos los pensamientos e intenciones de su hija, ello hizo que se convirtiese en el dueño absoluto de la escritura de su hija, y hasta de lo pensado por ella, y así privilegió la mirada luminosa, ajena a cualquier angustia y defensora de la bondad natural de los humanos, de todos… Las tendencias buenistas dominaban la imagen que el padre daba de su hija, ocultando cualquier expresión de temor (el sonido de los disparos era frecuente…) o de los aspectos más dolorosos de la vida de Ana Frank, de los suyos, y de lo que luego llegó, siendo cómplice de una campaña de ocultación selectiva de los aspectos más graves y esenciales, lo que supuso además el uso de una afilada tijera y vaselina para adecuar las traducciones del Diario de su hija según los diferentes países para limar las aristas más agudas, que pudieran molestar en Alemania en especial, haciendo que la versión germana convirtiese en víctimas a todo el mundo… no habían sufrido solamente los judíos sino que también los pobres alemanes.

Capítulo aparte es dedicado a las representaciones del Diario tanto en el terreno teatral como cinematográfico, y al entrar Broadway y Hoolywood en el asunto, lo espectacular triunfa y la superficial frivolidad también; en medio de litigios y denuncias ante los tribunales se presenta la disputa entre diferentes guionistas (Levin y los Hackett), con el beneplácito final de Otto Frank hacia las posturas más conformistas y dispuestas a la banalización. Ya en 1955 e la mano de Albert Hackett y Frances Goodrich se da una representación teatral en la que se desfigura a Ana y los padecimientos narrados en su Diario, y los sucedidos en la realidad circundante, así se presenta a la joven como una chica »risueña, optimista y feliz», y la actriz que representa el papel de Ana, Natalia Portman, afirmaba que la obra representa «una historia divertida, esperanzadora de una niña feliz», no es extraño que ante esta imagen que perduró a pesar de la publicación del Diario completo y definitivo en 1991… el mal ya estaba hecho, no es extraño, digo, que, como cita Ozick, Hannah Arendt hablase de «sentimentalismo barato a costa de una enorme catástrofe», y Bruno Bettelheim también alzase la voz ante la imagen inocente y buenista difundida; él que había padecido los males del lager, y que lo había contado entre otros, en su Sobrevivir, del que hay traducción en Crítica Finalizaré citando algunos desplazamientos del centro de gravedad de lo escrito por Ana Frank, señalados por Ozyck: así, en Japón entre adolescentes llega a utilizarse el nombre de la joven para referirse a la menstruación (ya que en el diario aparece la mención a la primera menstruación), o en Argentina, las publicaciones eclesiásticas empezaron a ligar a la muchacha con el martirio católico, ¡vaya por dios!

En fin, un libro que en su brevedad, pequeño pero matón podría decirse, arroja luz sobre las falsificaciones y desenfoques del Diario de una joven, y del contexto que le rodeó, joven que Ozick considera que hubiese llegado a convertirse, teniendo en cuenta lo temprano de su escritura, en escritora más cercana a Nadine Gordimer que a Françoise Sagan.

Concluiré señalando que un tema que el libro no trata, y que sin embargo se las trae, es el asunto de la disputa por los derechos de autor, aplicables a los setenta años de la muerte de Anna, o de la de Otto. Ana Frank falleció en 1945 y su padre en 1980. En el primer caso el libro estaría libre de derechos de autor, mas si se tuviese en cuenta el fallecimiento del padre, como reclama el Fondo Anne Frank, los derechos permanecerían hasta 2050.

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(*) Un par de libros, que aunque no sean tan fiables como el nombrado en el texto:, retratan de manera bastante fiel los avatares existenciales de la joven:

+ Alison Leslie Gold, Mi amiga Ana Frank, Ediciones B, 1998.

+ Carol Ann Lee, Biografía de Ana Frank, 1029-1945, Plaza y Janés, 1999.

( ** ) La manipulación del texto de Ana, por parte de su padre, se tradujo hasta en la diferencia de caligrafías y en diferentes instrumentos de escritura (los bolígrafos utilizados no se pusieron en marcha antes de 1951, lo cual parece indicar que el texto fue traficado, manipulado…). Tal tema, mencionado en el librito, abrió la veda a los negacionistas, de asesinos de la memoria hablaba Pierre Vidal-Naquet… Un ejemplo de lo que digo puede verse en el texto del falsario Faurisson, como lo calificase Paul Veyne:

+ Annales d´histoire Revisionniste n.º 7 / Printemps-Été 1989 / Robert Faurisson, Les écritures d´Anne Frank; pp. 45-50.