Category: BORIS PAHOR


Por Iñaki Urdanibia

Con motivo del cien aniversario del escritor italo-esloveno Boris Pahor escribí este artículo que ahora con ocasión de su fallecimiento, este pasado día 30 de mayo, me permito recuperar con algún pequeño retoque. No creo que se pueda dudar de que será el último testigo y víctima de aquellos lager del nacionalsocialismo, que haya dado testimonio de lo padecido en aquellas sucursales del infierno.

Puestos a, recupero igualmente un comentario que hice en Info7 Irratia, emisora ya desaparecida, allá por mayo de 2010, con ocasión de la publicación de su Necrópolis.

El incombustible Boris Pahor

Decía el otro que lo que no nos mata nos fortalece, o dicho en castizo: lo que no mata engorda. Uno ya comienza a pensar que el escritor esloveno es eterno, tras todas las maldades padecidas en su existencia, pues al cumplir los cien años sigue vivito y coleando, manteniendo una increíble vitalidad, y la cabeza bien alta, como ha dejado ver recientemente en la capital del Sena a donde acudió a presentar alguna de sus novelas recién traducidas al francés (Quand Ulysse revient à Trieste. Pierre-Guillaumme de Roux, 2013); alzando al viento la bandera del testimonio de los horrores del fascismo y de los silencios cómplices de algunos de sus paisanos. Precisamente tal postura cobarde es la que le hizo rechazar un galardón que se le pretendía otorgar por parte de la alcaldía berlusconiana de su ciudad, Trieste; su rechazo se extendía a los gobernantes que no resistieron y que todavía se resistían a dar cabida a los resistentes contra el nazismo en los libros de historia, plagados sin embargo de nombres de insignificantes personajes (generalotes y así), cuando no de abiertos colaboradores con el fascismo; a lo que añadía que no se daba la debida cuenta de las maldades cometidas con la minoría eslovena, hasta el punto de que el hablar dicha lengua podía suponer la detención, acabando las mujeres en las celdas de prisión junto a las prostitutas. Ha de tenerse en cuenta que dicha lengua era considerada como propia de parásitos, al igual que sus hablantes, en ese orden de cOsas el duce, Mussolini, había llegado a decir que «¿las pulgas que infectan nuestras viviendas tienen derecho a una nacionalidad?». No se olvida tampoco de las tropelías cometidas por el civilizado Occidente y sus edulcorados juicios a unos pocos de entre los supuestos responsables de la masacre al por mayor, para al final recolocar en sus democráticas administraciones, a muchos fascistas de pro que organizaron, y ejecutaron, las matanzas en los años cuarenta del siglo pasado.

Voz eslovena

A Pahor y a sus conciudadanos se les privó, como digo, de su casa del ser – por hablar en heideggeriano -, de su lengua eslovena, la más minoritaria entre las minoritarias lenguas eslavas, que es en la que escribe y que le fue impedida al menos durante diez años, al tiempo que se borraban todas las huellas de identidad de la cultura, desarticulación de museos incluida. La resistencia a tal orden de cosas es el telón de fondo de la novela, recién traducida al francés, a la que me he referido.

El compromiso del escritor, y de algunos de sus colegas, que se unieron al ejército de liberación eslovena, alzándose en armas contra el fascismo, le supondrían duros años de infame encierro; él, en concreto, dio con sus huesos en el campo alsaciano de Natzweiler-Struthof, para posteriormente sertrasladado a Dachau, Mittelbau-Dora y Bergen-Belsen.

Escribir el desastre

De Pirineos pabajo, sólo una novela del escritor ha visto la luz (Necrópolis. Anagrama, 2010, cuya portada queda recogida en la imagen que acompaña a este comentario) y no es que falten obras por traducir, y como muestra baste el botón hexagonal, mercado en el que al menos siete libros de este candidato eterno al Nobel han sido traducidos. Por lo que uno alcanza la citada es quizá la novela más significativa de su quehacer, al narrar con terrible crudeza su paso por los lager antes nombrados. Cualquiera que se haya acercado a la escritura concentracionaria saldrá más conmovido si cabe en esta ocasión, ya que tanto las descripciones-testimonios de Primo Levi, David Rousset, Robert Antelme, Charlotte Delbo, Jen Améry, o por movernos en el terreno de la ficción, de Jorge Semprún o Imre Kérstez, no alcanzan para nada el grado de brutalidad de lo descrito por Pahor. Esta dureza y detallismo casa con una belleza lírica innegable y con una trama, en paralelo, que pone en relación los visitantes turísticos del primero de los campos nombrados con la vuelta rememorativa de un antiguo deportado, el propio escritor. La aludida combinación, que no cruje de ninguna de las maneras, hace recordar aquella imposibilidad de escribir, poesía, de la que hablase Theodor W. Adorno y las serias dudas planteadas por Günther Anders de si escribir algo bello sobre el mal radical, es decir si convertir lo terrible en objeto de arte, no sería algo indebido en la medida que el horror pudiera resutar embellecido. Es tan encomiable la unión entre las infamias descritas, ejemplo de lo que unos hombres fueron capaces de hacer a otros, y el cuidado lirismo del texto que el sobrecogimiento lector no puede ser evitado. Habituado a tal tipo de lecturas, servidor no encuentra la descripción de semejantes escenas crueles y sanguinarias más que recurriendo a algunos de los raros testimonios de seres pertenecientes a los sonderkommandos (Shlomo Venezia, ejemplar ad nauseam en este orden de cosas, o Gradowski), o algunas narraciones sobre la guerra del Vietnam (inevitable el recuerdo del gran Bertrand Russell), o las tropelías yankis en la prisión iraquí de Abi Graib…las salvajes escenas que atraviesan Saló o los 120 días de Sodoma de Pier Paolo Pasolini que a más de uno le ha hecho abandonar las salas de cine, acosado por la nausea.

Oímos la voz del esloveno:

« … El superviviente de los campos no puede más que buscar, inquieto, siempre y por todas partes , la prueba incontestable de la renovación y del amor que constituyen la esencia de la vida.

» […] Dar cuenta de la realidad de tal forma que ella sea el símbolo de lo que es capaz  de hacer el hombre civilizado del siglo XX. O en otras palabras, dar testimonio de forma que  lo testimoniado quede elevado al rango de la literatura.

» […] Después de la catástrofe mundial, es el rostro femenino el que ha  anunciado el nacimiento de una nueva aurora en el mundo y renovado con el pasado para quienes han salido sanos y salvos de la tragedia. Consciente de su  indecible importancia para el hombre, la mujer se presta en sentido secreto, ella prodiga esta riqueza que la define y cuyo destino resultará siempre noble (La Villa sur le lac).

Fiel a la bandera de Walter Benjamin de dar voz a los vencidos, o de Camus, «escribir la historia de quienes la sufren», y también a la de Louis Aragon, «la mujer es el porvenir del hombre»… Boris Pahor sigue en la brecha, y… que sea por cien años más.

Felicidades, zorionak, oestitam Boris Pahor!

Al final su vida y su combate han superado los cien con ocho años más, como he señalado al principio del artículo.

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Info7 11/ V / 2010

Aupa, iñaki urdanibia al habla.

Hoy os voy a hablar de un libro que me atrevo a recomendaros sin pestañear. Se trata de «Necrópolis», editado por Anagrama, y escrito por el esloveno Boris Pahor, nacido en la hoy italiana Trieste en 1913, cosa del reparto geográfico que se permiten los grandes estados.

El libro puede pasar a engrosar la lista de obras escritas por supervivientes de los campos de concentración y exterminio nazis del pasado siglo. Su nombre puede , y debe, con todo derecho escribirse junto al de los de Primo Levi, Robert Antelme, David Rousset, Jean Améry, Imre Kertész, Charlotte Delbo, y… no sigo.

Destacable resulta a todas las luces, en las páginas de esta su primera novela publicada por acá, la combinación del lirismo con el horror; es decir, el escritor penetra, nos arrastra con él, a los abismos de la aniquilación pero lo hace con un cuidado verbo en el que no faltan las analogías, las metonimias y las brillantes metáforas.

El narrador, antiguo deportado, en un campo de los Vosgos, va a visitar el lugar de su encierro y lo ve convertido en sitio de peregrinación para oleadas de turistas; su mirada se mueve automáticamente como en un entre-dos: el del presente y el del pasado recuperado en su mente; los otros no ven lo que él ve, ya que la mirada de él está cargada de vivencias del verdadero horror, mientras que la de los turistas es superficial, escuchando los episodios que el guía desgrana sin cesar. Boris Pahor-que como queda dicho- vivió en aquel universo concentracionario nos abre las puertas de la ignominia allá puesta en acto y asistimos a la acumulación de cadáveres, de seres famélicos capaces de partirse la cara por conseguir unas simples peladuras de patatas, de enfermos que esperan la muerte pues con ella mantienen una cercana vecindad; y seremos convertidos en espantados testigos de los recuentos y las selecciones en un clima gélido y una atmósfera cubierta de cenizas y humo con olor insoportable a carne quemada manando de las incesantes chimeneas; y transitaremos por pestilentes ad nauseam vagones, enfermerías – por llamarles algo – y barracones en los que se hacinan los detenidos. Veremos, también cómo en medio de aquel ambiente de temor a ser conducidos a los hornos o a otros campos más lejanos, y con peor fama, las conversaciones se suceden, entre quienes a veces tienen idiomas diferentes, y las complicidades y escenas de apoyo mutuo y solidaridad brillan en aquellas condiciones propicias al egoísmo y al sálvese quien pueda… Cualquier detalle pasa a convertirse bajo la pluma del triestino en motivo para retratar la infamia vivida y para dar cuenta del paso del tiempo, en este balanceo entre-dos que como he dicho es la necesaria novela. Este entre-dos funciona igualmente en los tiempos de reclusión al asociarse esos momentos en la mente del deportado con recuerdos de infancia, familiares y locales.

La crudeza de lo narrado no sé si es aminorada o destacada con el recurso a un estilo brillante y cuidado con mimo… que hace que lo aberrante del trato por parte de los kapos y miembros de las SS, se nos transmita con una dureza combinada con una ternura que hace que surja el contraste entre belleza y horror… hasta originar sarpullidos en nuestra mente. No es la menor de las virtudes de la obra, y lo reitero aun a riesgo de ser redundante, la huída – por parte del narrador – del chapoteo morboso en la mierda… si bien esto no quiere decir, que nadie se lleve a engaño, que Pohar nos entregue un caramelito de fresa… qué va, nos obsequia con un testimonio conmovedor del daño que unos hombres hicieron a otros…

Por Iñaki Urdanibia

Decía el otro que lo que no nos mata nos fortalece o, dicho en castizo, lo que no mata engorda. Uno ya comienza a pensar que el escritor esloveno es eterno: a pesar de todas las maldades padecidas en su existencia acaba de cumplir los cien años.

Además, lo hace manteniendo una increíble vitalidad, y la cabeza bien alta, como ha dejado ver recientemente en París a donde acudio a presentar una de sus novelas recién traducida al francés («Quand Ulysse revient à Trieste». Pierre-Guillaumme de Roux, 2013); alzando al viento la bandera del testimonio de los horrores del fascismo y de los silencios cómplices de algunos de sus paisanos. Precisamente tal postura cobarde es la que le hizo rechazar un galardón que pretendía otorgarle la alcaldía de su ciudad, Trieste. Su rechazo se extendía a los gobernantes que no resistieron y que todavía se resisten a dar cabida a los resistentes contra el nazismo en los libros de historia, plagados sin embargo de nombres de insignificantes personajes (generalotes y así), cuando no de abiertos colaboradores con el fascismo. No se olvida tampoco de las tropelías cometidas por el civilizado Occidente y sus edulcorados juicios a unos pocos de entre los supuestos responsables de la masacre al por mayor, para al final recolocar en sus democráticas administraciones, a muchos fascistas de pro que organizaron, y ejecutaron, las matanzas en los años cuarenta del siglo pasado.

Voz eslovena

A Pahor y a sus conciudadanos se les privó de su «casa del ser» – por hablar en heideggeriano -, de su lengua eslovena, la más minoritarias entre las minoritarias lenguas eslavas, que es en la que escribe y que le fue impedida al menos durante diez años, al tiempo que se borraban todas las huellas de identidad de la cultura, desarticulación de museos incluida. La resistencia a tal orden de cosas es el telón de fondo de la novela, recién traducida al francés, a la que me he referido.

El compromiso del escritor, y de algunos de sus colegas, le supondrían duros años de infame encierro. Él , en concreto, dio con sus huesos en el campo alsaciano de Natzweiler-Struthof, para posteriormente ser trasladado a Dachau, Mittelbau-Dora y Bergen-Belsen.

Escribir el desastre

De Pirineos para abajo, solo una novela del escritor ha visto la luz («Necrópolis»; Anagrama, 2010); quizá la novela más significativa de su quehacer, al narrar con terrible crudeza su paso por los lager antes nombrados. Cualquiera que se haya acercado a la escritura concentracionaria saldrá más conmovido si cabe en esta ocasión, ya que tanto las descripciones-testimonios de Primo Levi, David Rousset, Robert Antelme, Charlotte Delbo o – por movernos en el terreno de la ficción – de Jorge Semprún o Imre Kérstez, no alcanzan para nada el grado de brutalidad de lo descrito por Pahor. Esta dureza y detallismo casa con una belleza lírica innegable y con una trama, en paralelo, que pone en relación los visitantes turísticos del primero de los campos nombrados con la vuelta rememorativa de un antiguo deportado, el propio escritor. La aludida combinación, que no cruje de ninguna de las maneras, hace recordar aquella imposibilidad de escribir, poesía, de la que hablase Adorno y las serias dudas planteadas por Günther Anders de si escribir bello sobre el mal radical: es decir, si convertir lo terrible en objeto de arte no sería algo indebido en la medida que el horror quedaría embellecido.

Es tan encomiable la unión entre las infamias descritas (ejemplo de lo que unos hombres fueron capaces de hacer a otros) y el cuidado lirismo del texto que el sobrecogimiento no puede ser evitado. Habituado a tal tipo de lecturas, servidor no encuentra la descripción de semejantes escenas crueles y sanguinarias más que recurriendo a algunos de los raros testimonios de seres pertenecientes a los sonderkommandos (Shlomo Venezia, ejemplar ad nauseam en este orden de cosas), o algunas narraciones sobre la guerra del Vietnam (inevitable el recuerdo del gran Bertrand Russell), o las salvajes escenas que atraviesan «Saló o los 120 días de Sodoma» de Pier Paolo Pasolini que a más de uno le ha hecho abandonar las salas de cine, acosado por la náusea.

Oímos la voz del esloveno, en «La villa sur le lac»: «El superviviente de los campos no puede más que buscar, inquieto, siempre y por todas partes, la prueba incontestable de la renovación y del amor que constituyen la esencia de la vida».

«Dar cuenta de la realidad de tal forma que ella sea el símbolo de lo que es capaz  de hacer el hombre civilizado del siglo XX. O en otras palabras, dar testimonio de forma que lo testimoniado quede elevado al rango de la literatura».

«Después de la catástrofe mundial, es el rostro femenino el que ha anunciado el nacimiento de una nueva aurora en el mundo y renovado con el pasado para quienes han salido sanos y salvos de la tragedia. Consciente de su indecible importancia para el hombre, la mujer se presta en sentido secreto, ella prodiga esta riqueza que la define y cuyo destino resultará siempre noble».

Fiel a la bandera de Camus – «escribir la historia de quienes la sufren» – y a la de Louis Aragon – «la mujer es el porvenir del hombre» – Boris Pahor sigue en la brecha, y que sea por cien años más.

¡Felicidades, zorionak, oestitam Boris Pahor!