Por Iñaki Urdanibia.

Lectura de la primera novela de este singular escritor germano.

Cualquiera que me conozca o que siga mis artículos en prensa y en otros medios, por ejemplo en esta misma red, sabrá que la llamada literatura concentracionaria me toca en el fondo de mi ser, y a ella a algunos de sus autores he dedicado bastantes páginas.

En este terreno ha habido, desde la liberación de los campos de concentración, testimonios de algunos supervivientes en forma diferente (autobiográfica, ensayística o ficcionada; dejando de laso otros soportes como el cine, el teatro, etc.).

Entre quienes han escrito sobre el tema, siempre se ha dado una honda preocupación por hallar el tono y la forma debidos: es decir, que generalmente ha imperado la seriedad, huyendo de los modos habituales propios de la brillantez literaria, ya que esto último, con sus adornos, podía restar contundencia al retrato de la situación abominable descrita; a esto se ha de añadir que así como algunos publicaron sus testimonios al poco de salir del encierro, otros tardaron su tiempo… ya que, además de la señalada búsqueda del registro adecuado, existía también el termo de quedarse anclado en los infames recuerdos de los vivido lo que podía hacer que el pasado pesase más que el presente, con lo cual éste no podría ser vivido intensamente… era la disyunción planteada por Jorge Semprún: la escritura o la vida.

Entre quienes se expresaron en el terreno de la ficción aplicada a lo vivido, hay varios casos que produjeron con sus obras cierto desasosiego o incomodidad en los lectores, y hasta previamente entre los editores que se resistieron a publicar tales obras; sin afán de pasar lista, me conformaré en señalar a Imre Kérstez y a Edgar Hilsenrath. El primero, Nobel de literatura, descolocó a numerosos lectores debido a su tono naif, que parecía deslizarse [no se ha de obviar que el escritor húngaro pretendía recuperar la mirada desnortada de un muchacho que no entendía nada y que sin comerlo ni beberlo fue conducido a Auschwitz], en algunos momentos, por el borde de restar importancia a la magnitud de la tragedia; el segundo, que es al que voy a dedicar estas líneas, Edgar Hilsenrath (Leipzig, 1926), ha empleado el humor, la ironía y el registro grotesco para aproximarse al fenómeno, en su caso a la experiencia del gueto en el que le tocó padecer de chaval.

La verdad es que de Pirineos abajo, el escrito no ha sido muy tenido en cuenta por los editores, y, en consecuencia, por sus posibles lectores: su segunda novela, El nazi y el barbero, fue publicada por Maeva en 2004, y Fuck América, en 2010 por Errata Naturae [de tales lecturas di cuenta en esta misma red: http://ftp.kaosenlared.net/kaos-tv/29284-edgar-hilsenrath-la-escritura-y-la-vida#%5D. Ahora me hago con la primera novela del escritor, Natch: Nuit (Attila / La Tripode, 2012) y pongo el título en francés ya que me la he conseguido en una gran superficie de territorio hexagonal.

Escrita al poco de acabar la segunda guerra mundial, y hubo de atravesar un verdadero calvario hasta que fue publicada en 1964; la crudeza de los descrito en el gueto de Moghilev-Podolsk, en tierras ucranianas, en el que el escritor padeció de joven, a lo que se había de añadir una mirada alejada de la concepción de buenos y malos, ya que las ansias de sobrevivir llevaba a muchos, a casi todos, a tener comportamientos muy poco ejemplares; escapaba así el escritor, para escándalo de algunos, del esquema buenos/judíos, malos /nazis (mirada muchas veces practicadas desde un buenismo filosemita que en vez de favorecer dañaba la realidad de los hechos); Hilsenrath opta por huir del maniqueísmo… por el fino y arriesgado filo de la navaja. A las negativas de publicación iniciales vinieron a sumarse, ya publicada, los recortes a que sometió la obra el acobardado editor por el mosqueo con que los lectores recibieron la obra. Si en Alemania, como digo, la publicación de la obra tuvo sus más y sus menos, más de estos segundos, la sensibilidad por lo sucedido estaba a flor del piel, y había una tendencia generalizada a pasar página y dedicarse a la reconstrucción del país, al otro lado del charco en donde se había instalado el escritor alemán, tras pasar una época en Palestina, no sucedió lo mismo sino que la obra fue publicada y bien recibida por la crítica y el público lector, si bien el éxito le llegó en Nueva York con motivo de la publicación de su El nazi y el barbero en 1972, obra que tardaría cinco años en ver su edición en tierras germanas. Decía el escritor con respecto a las zancadillas que se le habían interpuesto de cara a la publicación en su país natal: «me permitieron firmar un contrato para que acto seguido el libro fuera deliberadamente sepultado; eso lo llamo un crimen».

Somos situados, marzo de 1942, en un gueto de Ucrania- que al poco sería ocupado por las tropas rumanas – aliadas de los nazis – a la par que se daba el avance soviético; es el lugar al que huyeron Edgar con su madre, su hermano y un tío suyo; el padre había escapado a Francia, y allá se nos hace partícipes de la vida por la que en tal lugar se luchaba palmo a palmo sin reparar en cuestiones de índole moral, o en actitudes solidarias o de cooperación. El gueto no era de los que organizaban los nacionalsocialistas para reunir allá a todos los judíos que capturasen sino que podría decirse que era de los que surgían en régimen de autogestión, precisamente con el fin de manteniéndose alejados y recluidos, pasar inadvertidos para las autoridades nazis; permanecer allá sin asomarse al exterior era la garantía para evitar a las patrullas que abundaban. En tal recinto pululan las almas en pena, sin vitalidad muchas de ellas, rendidas a causa del frío, el hambre y la enfermedad: el tifus impera. El joven protagonista Ranek, que ya estaba en lugar desde octubre de 1941, se mueve en medio de seres de poco fiar, mas como veterano que es no se achanta sino que domina los mecanismos en marcha, y también rodeado de gente más cercana y agradable, dentro de lo que de estas características se puedan conocer en un lugar así, en el que dominaba la lucha despiadada por la supervivencia. La pelea se establece también de cara a lograr alguna cama en los dormitorios colectivos, llegándose al límite de obtener una plaza cuando esta quedaba vacía por la muerte del ocupante. Los muertos son riqueza en potencia para los que siguen viviendo, ya que de ellos se puede obtener la ropa y otras pertenencias, incluso corporales (dientes de oro o plata), que bien podían servir de posibilidad, a modo de entrada para participar en el regateo por conseguir un cuenco de sopa con algún trozo de carne, y el tira y afloja era de órdago a la grande, pues los contendientes – en especial algunos que se dedicaban habitualmente a tales intercambios – eran gente dura, sin escrúpulos y habituada a vender a su propia madre con tal de conseguir lo que perseguían. Allá se puede negociar o vender todo, pues todo, hasta lo más insignificante, tiene un elevado precio: así una mujer ha de vender su cuerpo (el uso de) con el fin de costear los gastos del funeral de un hijo; y si Aristóteles decía que el ser se dice de múltiples maneras, aquí podría afirmarse lo mismo refiriéndose a la miseria. En aquel gris lugar siempre es la noche… del alma, la oscuridad reina no solo en los edificios y en las tristes calles sino en los propios rostros, dañados en su humanidad, de los habitantes de aquella sucursal del infierno… tratando evitar otras sucursales más cercanas a la muerte, organizada por los fabricantes de cadáveres.

No se anda por las ramas el escritor a la hora de dar cuenta escenas realmente desasosegantes hasta la extenuación: mujeres que se prostituyen para poder llevar comida a casa, niños que juegan con los cadáveres, desalmados que negocian con el hambre y la miseria ajena, y también vemos personajes y amigos sin nombre (el rojo, la vieja…), mas en medio de este mapa de la desolación también brotan flores de esperanza como las representadas por algunas mujeres y muy en especial por Deborah, cuñada del protagonista, que parece inmaculada ante las suciedades y trampas que dominan el aquella geografía del dolor; un rayo de luz en aquella oscuridad de la noche. Visita narrada por medio de frases cortas y diálogos breves pero frecuentes que hacen que la novela avance con fluidez en medio de la infamia, a pesar de lo cual el hiperrealismo en que se mueve la generalidad de la novela, con sangrientas y crueles escenas descritas de aquel escenario en el que se libraba una continua lucha de todos contra todos, a veces puede llevar a hartar más que a lograr el propósito, de denuncia, que su autor perseguiría al escribirla… si bien también es verdad que queda expuesto con dureza pero también con claridad meridiana los procesos de deshumanización provocados por las condiciones al límite… seres convencionales que devienen en la lucha por la supervivencia en seres egoístas e inmorales.

Si al inicio hablaba de la búsqueda del adecuado tono que había preocupado a todos los escritores que se habían centrado en este tipo de vivencias de encierro, Hilsenrath en esta primera experiencia se muestra brutal y sus descripciones rozan los límites de lo soportable; en esta estreno, nada se ve que augure el singular tono irónico y sarcástico que adoptarías más tarde como marca de la casa.

Fue en 1945 cuando a Hilsenrath le vino la idea de dejar testimonio del episodio de su vida vivido en un gueto de Rumanía; las páginas que daban cuenta de sus recuerdos iban en aumento, durante nueve años, hasta el punto de que llegaron a rondar las mil quinientas páginas. Hilsenrath hubo de recortar para ver publicada su obra, hasta dejarla en casi seiscientas que es de las que consta esta visita a una de la embajadas del horror.