Por Iñaki Urdanibia.

La vida de sufrimiento de varias mujeres, las atrocidades cometida por otras, y… la ayuda de otras… narrado en base a tres protagonistas principales.

Los seres humanos son (somos; me incluiré, aunque sintiendo cierta vergüenza antes algunos hechos cometidos por ellos) capaces de lo mejor y de lo peor: de crear grandes obras y mostrar comportamientos dignos y de atrocidades sin par. Poniéndonos en kantiano podríamos decir que las actuaciones que son dignas de ser elevadas al grado de ejemplares, de ser erigidas en pauta de regla universal, son las recomendables frente a las que pueden ser incluidas en el conjunto de las vergonzosas por no emplear términos más contundentes; los devaneos relativistas no son más que eso: devaneos que ocultan lo esencial a la hora de juzgar, justificando lo injustificable: cualquier comportamiento que haga daño, no respetando la dignidad de los humanos, se haga aquí o en Pernambuco ha de ser condenado, y me viene a la mente algunas mutilaciones corporales presentadas como ancestrales costumbres y como tal respetables… y no seguiré por estos charcos, no por innecesarios sino porque no vienen mayormente al caso.

El caso, o los casos, que me ocupa en este artículo es una conmovedora novela primeriza de una periodista americana, Martha Hall Kelly (Milton, Massachusetts): «Las mujeres de la casa de las lilas», publicada por Maeva a finales del año pasado y en la que los parecidos con la realidad son mera coincidencia sino que son confirmación pura y dura de las vidas de tres mujeres que como señalo en el título de este comentario son de “geografía variable” no en la localización de sus existencias, que también (Manhattan, en donde desarrollaba su labor Carolina, Ravensbrück, lugar de desalmado trabajo de la doctora Oberheuser, y The Hay-Bethlem, Conncticut, segunda residencia de los Ferraday, y casa de algunas celebraciones con algunas de las conejas recuperadas [conocidas con tal nombre ya que tras los experimentos padecidos eran incapaces de andar con normalidad, solo podían hacerlo a saltos]) sino también en lo referente a sus criterios éticos o morales.

Las historias de las tres mujeres protagonistas se sitúan en los años de la segunda guerra mundial y muestran los dos polos enfrentados: por una parte, el coraje a la hora de ayudar a los demás, a las víctimas de la represión, del encierro… y por la otra, somos puestos ante la crueldad llevada al límite. Comportamientos de algunas mujeres que pueden ser, en su singularidad, generalizables a actuaciones más amplias de otras mujeres y hombres; comportamientos que, para bien y para mal, son dignos de ser recordados y tenidos en cuenta.

Quiso la casualidad que mientras la escritora estaba de baja por maternidad descubriese la historia de una mujer, Caroline Ferriday, que se dedicó a ayudar a cincuenta supervivientes, “conejos”, del campo de mujeres de Ravensbrück; esta historia le empujó a viajar por el mundo y buscar en los archivos de la mujer salvadora documentación sobre el asunto. En sus averiguaciones su interés se extendió al caso de otras mujeres: así la joven polaca Kasia Kuzmerick y la médica alemana Herta Oberheuser.

La primera, pertenece a una familia acomodada y es voluntaria en la embajada francesa en Nueva York. La invasión de las tropas hitlerianas de Polonia, en setiembre de 1939, va a trastocar su vida. En sus investigaciones acerca de los crímenes nazis, en París descubrió la historia de las conejas, supervivientes del campo de mujeres antes nombrado, en el que las víctimas no eran judíos, recluidos por el hecho de serlo, sino mujeres detenidas por su militancia política, antifascista o comunista, 35 de estas mujeres fueron rescatadas, consiguiendo que viajaran a Estados Unidos con el fin de que se recuperasen física y psicológicamente. De entre ellas, conoce a Kaisa Kuzmerick (así es llamada en la novela, inspirándose en el caso de Nina Ivanska) siendo todavía una niña se unió a la resistencia. Desde el campo Nina escribía mensajes cifrados, de modo y manera que las prisioneras pudieran comunicarse con sus familiares, relatando todo lo que se sufría en aquel recinto en el que eran sometidas a todo tipo de humillaciones y siniestros tratamientos, Nina fue detenida y llevada a tal campo junto a su madre y su hermana, pasando así a engrosar el grupo de conejas, listas para ser dedicadas a salvajes experimentos; tales informaciones, enviadas desde el encierro, sirvieron para desenmascarar a las responsables de tales desaguisados, destacando entre ellas Herta Oberheurse.

Ésta es la tercera mujer que compone el trío de la obra. Se unió a la cusa nacionalsocialista y desempeñó con entrega su oficio de médica. Inicialmente aceptó el puesto de enfermera en el campo señalado, con el propósito de ascender al nivel de médica en un mundo, a la sazón, dominado por hombres. En dicho campo sacó lo más asqueroso que guardaba su interior, dedicándose con celo sin par a realizar experimentos médicos con las dichas conejas. Los terribles experimentos consistían en diferentes pruebas con los cuerpos para ver cómo reaccionaban ante ciertas sustancias, no privándose de inyectar sulfamidas en los huesos de las mujeres, cortando miembros e introduciendo bacterias en los cuerpos, tratando de transplantar huesos de una mujer en otras, etc., etc., etc. Como no podía ser de otro modo muchos de dichos organismos quedaron dañados y mutilados. Tal señora, juzgada en el proceso de Nuremeberg, no se arrepintió de las hazañas cometidas, siendo condenada en 1947 en el proceso de los doctores celebrado en la ciudad germana.

Es de destacar que ésta es la primera novela que escribe Martha Hall Kelly, en cuya casa familiar de The Hay, lucía un hermoso jardín en el que florecían las peonias, rosas y lilas… de las que su padre solía decir que «las lilas solo florecen tras un invierno duro»… la escritora nos ofrece el invierno infernal padecido por no pocas mujeres, y hombres, en aquellos años oscuros, que dijese Hannah Arendt, y sigue la pista, a través de las tres mujeres nombradas, de la vida cotidiana de otras muchas que padecieron similares experiencias, de del horror organizado y la luchas por la supervivencia, favorecida por el espíritu filantrópico y de sororidad. El volumen que nos conduce de 1939 a 1959, va acompañado por una jugosa entrevista a la autora y unas ilustraciones que no sitúan en las zonas de la locura geométrica organizada, por decirlo con palabras de Primo Levi, y también en las de salvación.