Por Iñaki Urdanibia

«”París no es lo que era”, sí afortunadamente, se mueve, evoluciona sin pausa como un organismo vivo del que algunas de sus partes se atrofian mientras que otras proliferan»

No cabe duda de que Paris tiene quien la visite y quien la escriba; tanto locales como foráneos y es que la capital del Sena da para mucho. No pasaré lista, pero ahí están los Roberto Calasso, Ernst Hemingway, Henry Miller, Walter Benjamin, u otros que sitúan la acción de sus escritos en la Ville Lumière como Enrique Vila-Matas, Jorge Guillén, César Vallejo (me moriré en París con aguacero), Muriel Barbery, Jean-Paul Clébert, Gertrude Stein, Irène Nemirovsky por momentos, o entre los parigot (naturales de París) Patrick Modiano, Honoré de Balzac, Victor Hugo, Charles Baudelaire, o el editor y escritor que provoca estas líneas: Eric Hazan.

Ya con anterioridad me había referido al quehacer del personaje (Un flâneur en la Ville Lumière – Kaos en la red), que ha dedicado a su ciudad varios libros, a los que acaba de añadir «Le tumulte de Paris», editado por La fabrique. Hazan camina por las calles de París, observando con detalle los cambios que experimenta la capital de la France, siguiendo la lógica de un organismo vivo; parece que su hogar es la calle, ya que en medio de sus avenidas, sus plazas, sus comercios, las fachadas de los diferentes inmuebles, va tomando nota de aquello que salta a su vista y las modificaciones que han sufrido algunos lugares y construcciones. Su lectura crítica de la ciudad se alimenta de opiniones relacionadas con el urbanismo, la sociología urbana y de las poblaciones y con su mirada crítica cargada de la historia de la rebeldía de la que las calles parisinas han sido testigos mudos, a los que la pluma, o la tecla, de Hazan hacen hablar. Hay momentos en que asoma cierta nostalgia, que no supone una actitud de todo tiempo pasado fue mejor, pero que sí denota cierto descontento con algunas medidas adoptadas desde las diferentes administraciones que en vez de mejora han supuesto empeoramiento, no solamente debido a los intereses de los negocios, sino también a la falta de respeto y gusto, que provocan un abierto descontento en el paseante, haciéndole sentirse extraño, a pesar de lo cual no deja de reconciliarse con su ciudad, en vez de desacreditarla como hacen algunas corrientes dominantes, como el hacerlo fuese propio del buen gusto de los tiempos que corren.

Si Benjamin refiriéndose al flâneur baudeleriano, asociaba a éste con la labor del detective, no resulta fuera de lugar aplicar la figura a Eric Hazan, que anteriormente ya había funcionado como tal en el terreno histórico, visitando fechas claves de épocas diferentes que supusieron cambios en los nombres de calles y un cierto alejamiento de las clases populares a lares de más allá del cinturón periférico; ahora continuando en la misma línea, detiene su mirada escrutadora en los cambios que se han dado en los barrios, en las puertas del periférico y sus desbordes, y las posibles ampliaciones para no cortar la continuidad de la ciudad, y subraya ciertas características que se dan en distintos comercios como los quioscos, la droguerías y los tabacs, los cafés o las librerías, tanto en lo que hace al origen de sus propietarios (en el caso de los tabacs, chinos; en el caso de las droguerías curiosamente indios o de Madagascar) como a la desaparición de algunos o los desplazamientos a otras zonas de la urbe, de menor nivel económico; modernización obliga, además de que los ricos no fuman según dan a conocer los datos sociológicos; con respecto a las librerías, deja constancia del cierre de algunas en el Barrio latino, habiéndose dado un desplazamiento de la rive gauche a la zona noreste de la ciudad. Señala igualmente la desaparición de las bicis y las carretas que utilizaban los repartidores de prensa; incide en que cada cual tiene sus pobres, jugando un papel esencial en su elección los afectos. Retrata Belleville y al recuerdo le vienen los communards, Jules Vallès y otras personalidades cuyos nombres constan en la fachada de la École supérieure de dessein: Péguy, Julles Ferry, Jaurès, Debussy, Camille Claudel, Sadi Carnot, Émile Zola, Pateur, Marie Curie, que son muestra de una época laica y republicana. También se detiene en el Barrio latino, cuyo nombre ha perdido su sentido original, sus habitantes no son los que eran, las míticas librerías han dejado sitio a las grandes marcas, y alguna deja ver en sus expositores best-sellers sin más , y los viejos cafés y restaurantes (Le DômeLa CoupoleLa Closerie des LilasLes Deux Magots, o el Café de Flore) que veían reunirse a Trotski, Picasso, Sartre et compagnie, han cedido ante los grandes cines. Posa su mirada en los tejados de zinc como constante y distintiva de «una buena parte de la vida en común de París». Los cambios de los nombres de las calles son representativos de los cambios de los tiempos y de las ideas; los nombres poéticos fueron sustituidos por nombres de personalidades tras la revolución, aboliendo los nombres del viejo régimen y los del santoral; bajo el Imperio los nombres se usaron para mayor gloria del régimen, las variaciones se suceden revisando los tiempos de la III República, la Liberación, e indica que en la actualidad son raras las calles que puedan ser bautizadas, únicamente lo son algunas plazas, reivindicando la desbautización de algunas calles que representan un deshonor urbano: Napoleón III, Mac-Mahon, Thiers, y… algunos generales capituladores, vichystas, artífices de la empresa colonial, etc., que podrían ser sustituidos por nombres más respetables como el de Franz Fanon, por ejemplo. Mención aparte otorga a Jean-Paul Sartre y su andanzas parisinas, como la tiene el surrealismo, o los jacobinos. Sin olvidar la presencia de la vegetación, del estilo art nouveau, la desaparición de los pasajes, de los que solamente queda el nombre, y la aparición de una nueva fauna urbana encarnada por los bobos, y la distinción entre los escritores nacidos en París y los escritores parisinos. Recuerda a Benjamin y sus nota sobre la calle Immeubles-Industriels, el ruido y la presencia de las máquinas se ha esfumado y el movimiento con ellas asociadas también lo que no quita para que destaque una placa que rememora a un francotirador de la Resistencia, Marcel Rajman, perteneciente al grupo del Affiche rouge; y las cúpulas, y los parques. Finalizando con un homenaje a dos alemanes que dejaron su huella en la ciudad: Heinrich Heine y Walter Benjamin.

Se erige así Hazan en memoria de la ciudad, reivindicando siempre sus lados alternativos, subversivos y rebeldes; contracorriente que toma como modelo el Tableau de Paris de Louis-Sébastien Mercier, y coincidiendo con algunas de las previsiones que realizase Jean-Luc Godard. Todo ello, mostrando una clara esperanza de que acabados los tiempos de Thermidor, «todo pueda llegar a ser posible, comprendido el retorno de los excluidos, de los hacinados, de los despreciados. Esperando, es necesario echar una mano a la ciudad, conocer su historia y los desvíos para que llegado el momento pueda volver a tomar sus colores y su gloria».