Por Iñaki Urdanibia

Si ya en el anterior artículo, dedicado a Ucrania, dejaba ver la incomodidad que tratar de tal tema, y de las obras sobre tal, me suponía, qué decir de la obra que ahora traigo a esta página, y que me atrevo a recomendar, a pesar de los pesares.

El libro de Karl Schlögel (Allgäu, 1948), «Ucrania, encrucijada de culturas. Historia de ocho ciudades», editado por Acantilado, del profesor de Historia del Este, había leído, y dado cuenta de un libro suyo anterior, tanto en esta red como en el diario, en el que colaboraba*; el trabajo, me causó una honda impresión tanto por el tema tratado como por el modo de enfocarlo.¡Inapelable!

Con tal precedente, me acerco a este, su nuevo libro y me veo empujado a establecer una distinción entre lo que fue escrito, acerca de las ciudades a las que se alude desde el título, y las primeras páginas y las últimas, que a modo de envoltorio, arropan a las centrales y que fueron añadidas tras el inicio de la invasión del país por Rusia: la primera parte de cien páginas, y la última de una veintena. Si es que resulta posible tal recorte, me quedo con las centrales, soportando, con cierto desagrado las otras; y me explico. La condena de la intervención decretada por Vladimir Putin, es realmente justa a todas luces; casi todos los argumentos empleados resultan por el gobernante ruso resultan endebles por no decirlo de una manera más tajante… Hasta ahí, muestro mi acuerdo con el profesor, pero no puedo sino considerar como de no-recibo sus posicionamientos absolutamente escorados que hacen que justifique cada una de las posiciones y medidas de la OTAN y de los USA, y no conceda ni la más mínima atención a algunos de los argumentos y muestras de hartazgo expresadas desde el Kremlin. Sin que tales supongan justificación alguna, sí que es cierto que existieron una serie de promesas de que se evitaría el acercamiento, verdadero cerco, de Rusia por parte de las fuerzas de la Alianza de Atlántico Norte, y hasta se llegó a hablar de la posibilidad de que que la Rusia democrática, tuviese su lugar en la organización nombrada; tampoco se respetaron los acuerdos sobre la instalación de misiles en los países fronterizos, sin hablar del respeto a otras áreas de influencia de cada unos de los bloques… Ante esta serie de cuestiones Karl Schlögel mantiene sin rubor que todo esto no son más que inventos y paparruchas de Putin; desde luego poco rigor muestra el profesor al emitir tales afirmaciones, que no son más que un todo vale para atacar a una de las partes y defender a la OTAN, que diga a la otra. Otra cosa será que tales cuestiones, impepinables, no justifican, de ninguna de las maneras, la invasión de un país, soberano, guste o no. Dejaré de lado, la aplicación de las dos medidas, de las dos varas que hacen que unas invasiones sean de justicia y las otras de injusticia, a la vez que quisiera dejar constancia de que matizar las cosas, en este como en todos los casos, no supone defender a Putin, sino mostrar que no es de recibo invadir Estados soberanos, bombardeando civiles, engendrando muerte y destrucción, lo haga quien lo haga, usando los supuestos argumentos ad hoc… Es en este orden de cosas, creo que más claro no puedo decirlo, donde el historiador del que hablo se pasa varios pueblos. No seguiré, no obstante, por estos derroteros en los que la derrotada corresponde a la verdad,

El historiador basa su visión – según relata – en su experiencia y relaciones con gentes de Rusia y países cercanos, y señala cómo en ciertos momentos anidó en él, y en algunos amigos suyos de tales países, ciertas esperanzas ya que las cosas pintaban bien, tras lo que llegó el momento en que tales esperanzas fueron frustrándose unas tras otra, ante el camino que se iba asentando en la Rusia de Putin… En tal orden de cosas su posición es neta y clara: ante la voz oficial, dar más crédito a las otras voces opositoras; como queda señalado, y en el mismo orden de cosas, Schlögel sostiene que, contra lo que afirma Putin y epígonos, la culpa del desastre de Rusia no se debe a la OTAN, ni a la Unión Europea, ni a los USA, sino que los enemigos no son externos sino que residen en la propia incapacidad de Putin para solucionar las problemas acuciantes del país; podría aceptarse lo dicho recurriendo a una conjunción en vez de a una excluyente disyunción, o dicho de otro modo: más justo es sumar en vez de restar. Dejando de lado, estos aspectos, aunque parece que la tecla se me resiste… entraré a presentar el trabajo de Schlögel en los aspectos de indudable interés, y en las informaciones que aporta de cara al conocimiento de Ucrania.

Los datos que el autor presenta sobre la historia del país son de indudable interés, basándose en la información de historiadores ucranianos; se entregan una genealogía de ese laboratorio de fronteras y de la constitución del país, siendo la unidad frente a los enemigos exteriores el verdadero catalizador en la creación de la unidad nacional, hasta el momento del Maidán, y… más tarde la guerra provocada por el vecino del Este. Aclara el autor cuál es el propósito de su libro y el método que sigue en su elaboración: explorar las topografías históricas, recorriendo los lugares y explorando los espacios; “leer las ciudades”, analizándolas como texturas y palimpsestos, sacando a la luz ciertos estratos, erigiéndose en arqueólogo urbano que busca «los puntos de condensación de los espacios y las experiencias históricas». Con tal método nos conduce por Kiev, Odessa, Yalta, Járkov, Dnipropetrovsk, Donetsk, Czernowitz, Lvov, Babi Yar, y las tropelías contra los judíos cometidas en tal lugar.

Nadie ha de pensar que el autor nos entrega una guía turística, sino que las visitas a tales lugares resaltando la presencia de una amplia diversidad en lo que hace a sus habitantes y las fluctuaciones y variaciones de estos, que provocaron ejemplos de mestizaje sin cuento, entre distintas etnias, religiones y procedencias; el empeño de Schlögel es hacer que los estereotipos, muchos de ellos vertidos por la propaganda de Putin acerca del fascismo y drogadicción de los gobernantes ucranianos y otras fakes, sobre el país y sus ciudades y habitantes se desvanezcan; especial énfasis es puesto en la cuestión aireada del proverbial antisemitismo y del nacionalismo exacerbados de los ucranianos, cuestión que el autor aclara recurriendo a cifras inapelables que dejan ver que no se puede, ni se debe, tomar la parte por el todo. En el recorrido no son pocos los encuentros con poetas, escritores, artistas y cineastas y políticos que han pateado dichas ciudades. Así nos las vemos con Ossip Mandelstam,, Eisenstein, Anton Chejov, Valeri Grossman y Ilya Ehrenburg (mentando el Libro negro de ambos, que tras ser encargado por la nomenklatura soviética no se dejó publicar), Mijaíl Bulgákov y sus problemas con la censura por su El maestro y margarita, entre otras obras, etc., con ellos pateamos diferentes barrios y escenarios de películas y acontecimientos históricos… y somos llevados a hechos y lugares en los que las purgas moscovitas dejaron su nefasta huella, del mismo modo conocemos las garras pardas de la Shoah por aquellos pagos, deteniéndose el historiador en los actos rememorativos de la brutal matanza de treinta mil judíos, en 1941, en la capital; tampoco faltan datos sobre las consecuencias de la hambruna provocada en la lucha contra los supuestos kulaks, en los años treinta, etc. .

Imposible dar cuenta de todas las informaciones ofrecidas por el historiador sobre el origen de las ciudades, de los ensanches de éstas y de los monumentos erigidos… lecciones de historia, pegada a ras de suelo, y sobre diferentes personajes que por allá nacieron, vivieron, crearon o pasaron sus vacaciones, de los cuales y de sus producciones se entregan sobrados datos y significativas anécdotas.

No cabe duda de que los puntillosos, y derivantes, reportajes que se entregan hacen que se conozcan unas ciudades que han sido ignoradas al hablar de urbes europeas, confirmándose que han seguido los mismos parámetros modernizadores que las ciudades europeas más célebres y celebradas como París, Berlín o Londres… Karl Schlögel abre las puertas de Kiev, de Járkov, de Donetsk y las incluye en los aires propios del nacimiento de las grandes urbes modernas en los momentos finales del XIX. Nos abre así los ojos al conocimiento de unos lugares ignorados, silenciados… inmersos en diferentes tragedias y también en momentos estelares de brillo cultural, creativo… luchas, y botas de diferente signo que siempre ha mostrado un claro interés por hollar aquéllas tierras y despersonalizar a sus habitantes, borrando sus señas de identidad.

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( * ) Me permito reproducir la recesión a la que he aludido, al principio del artículo, teniendo en cuenta que parece que no está localizable en la red:

1937, annus horribilis

Diré de entrada, para evitar posibles equívocos geográficos, que no me voy a referir a la guerra que por entonces se desarrollaba en la piel de toro, desencadenada por el fascio redentor, sino que el horror va unido en este comentario a lo que en aquel año se disparaba en la tierra de los soviets.

Se alude al concepto kantiano de signo histórico en las primeras líneas de esta voluminosa e interesantísima obra; el filósofo de Köninsberg se preguntaba a ver si la humanidad iba hacia mejor, no se refería a los aspectos económicos y científico-técnicos sino a los valores morales, y al cabo del tiempo descubrió un signo que señalaba que efectivamente los humanos avanzaban a mejor. Este signo – rememorativum, pronosticum, demonstrativum – que indicaba el camino hacia el progreso, era – según su visión – el entusiasmo que la revolución francesa provocaba en los espectadores, al ver en ella una esperanza futura en una humanidad reconciliada. Pues bien, en la presente ocasión, fue el nefasto año que consta en el título el signo histórico de que las esperanzas que muchos habían puesto en la puerta de la emancipación que se abrió en octubre de 1917, se acababan, al darse una situación realmente asfixiante que eran la absoluta negación de las promesas con que se tomó el Palacio de Invierno; es como si se hubiese demostrado que el camino elegido para construir el socialismo no llevaba a tal sino a sus antípodas.

Ya con anterioridad a 1937 se habían producido excesos, desde el inicio de la revolución, tanto en el terreno de la represión de las voces discordantes (Machno, Kronstandt, anarquistas, socialrevolucionarios, mencheviques de izquierda…) como en los traslados y colectivizaciones salvajes ( la lucha contra los kulaks) que supusieron no pocas muertes, y no me refiero a las debidas a la guerra mundial, prolongada con la guerra contra las tropas blancas… sin obviar, limitaciones en lo que hace a la libertad organizativa que hacían que tanto los sindicatos como los tan manidos soviets no eran , con el paso del tiempo, más que papel mojado, o meras correas de transmisión del omnipotente y omnisciente Partido. De esta degeneración del programa bajo el que se impulsó la revolución quedaba muestra en los últimos escritos de Vladimir Illich Ulianov cuando señalaba que de momento lo que habían logrado era únicamente teñir de rojo el Estado zarista, y de las libertarias posturas expuestas en El Estado y la revolución no se cumplía ni ripio, y de aquella definición del socialismo como la electrificación y el poder de los soviets, solo iba quedando lo primero, es decir, un productivismo que se dejaba ver en las disposiciones de la NEP, como dejó analizado con meridiana claridad Charles Bettelheim; más podría añadirse con respecto a la posteridad si se tienen en cuenta las valoraciones de Lenin en su testamento, y muy en concreto en lo que hace en el caso de Stalin.

Es amplia la bibliografía( de autores como Orlando Figes, Robert Conquest, Nicolas Werth, Pierre Broué… que da cuenta de la involución que elevó a irrespirable la atmósfera, elevando a la ene potencia el exceso, en el año nombrado, y en los siguientes, atmósfera que traspasó las fronteras soviéticas para extenderse-vía el Komintern- a los partidos comunistas del mundo mundial.

El libro del profesor de Historia del Este en la Universidad Europea de Viadrina, Karl Schlögel que acaba de publicarse, y que recomiendo encarecidamente, «Terror y utopía. Moscú en 1937» (Acantilado, 2014), es como si engullese todos los libros anteriores y los testimonios (de Margarette Buber-Neumann, Evgenia Guinzburg, Nadiezhda Mandelstam, Arthur Koestler, Anna Larina, André Gide, …) dibujando una panorámica completa de la significativa fecha en la que se desencadenó la represión, las delaciones, las acusaciones increíbles de traición, mas dando una visión global que hace que las obras nombradas – y otras – sean superadas ya que desborda el análisis parcial para dar una imagen general, basándose en la tríada tiempo, lugar y acción. No sería pertinente decir que estamos ante la obra definitiva para conocer aquella explosión de paranoia que hacía que la vida no valiese nada, y que el hombre como capital más preciado no fuese más que una bella fórmula ideada por el todopoderoso secretario general, y digo tal cosa ya que si bien se han abierto cantidad de archivos lo que hace que los investigadores actuales puedan llegar ahora a conocimientos que hasta ahora estaban vetados, quedan todavía algunos documentos esenciales que siguen siendo secretos, los custodiados en la siniestra Lubianka.

Casi cuarenta flashes nos ofrecen el cuadro entero del pulso de la época en sus diferentes esferas: judicial, política, económica, cultural. El vuelo de Margarita – la de Mijaíl Bulgakov – planea por la geografía moscovita y conoceremos las opiniones de trabajadores represaliados, de familiares de gentes sencillas que al fin y a la postre fueron sobre quienes recayeron los zarpazos de la represión; asistiremos a los dos principales procesos de las grandes purgas en la que bajo acusaciones absolutamente chirenes fueron condenados, y fusilados, lo más granado del comité central del partido bolchevique de los tiempos de Lenin, asistiendo con sorpresa a las confesiones de los juzgados; época calificada del gran Terror y no es para menos si tenemos en cuenta que en un solo año cerca de dos millones de personas fueron detenidas, de las que seiscientas fueron ejecutadas y el resto fue a parar a campos del Gulag.

A tiempo que el miedo se extendía hasta en los más hondos entresijos del tejido social, se vivía una efervescencia cultural (al corriente se nos pone de aspectos relacionados con el teatro, la danza, la música…) y una avalancha de construcciones que transformaban la ciudad de una manera asombrosa, con el despliegue de grandes obras como el canal que unía el Moscova con el Volga, el fastuoso metro de la capital, y los rascacielos que crecían grandilocuentes… respondiendo todo ello a las decisiones de los congresos del partido y sus megalómanos planes quinquenales, de los que también se nos hace conocedores.

De todo ello da cuenta este riguroso libro que se alimenta de documentos, de declaraciones tomadas de distintos testigos, de artículos de prensa y de archivos oficiales, y el autor hace asequible, y grata, la lectura debido a la utilización de un estilo ligero propio de una destacada muestra del género narrativo, escapando del tono gran señor del que a menudo adolecen los textos históricos… y siempre con el rumor dominante de las víctimas.

Un libro realmente recomendable y de necesaria lectura en especial para quienes deseen una organización de la sociedad en común, que son quienes más preocupación deberían mostrar en los desmanes realizados en nombre de la emancipación.

Decía Bakunin que el socialismo sin libertad se convertiría en un cuartel, no seré yo quien atribuya las capacidades de un Isaías al anarquista, pero sí que es cierto que adivinó de lleno, pues en eso se convirtió la prometedora aventura de la URSS. En este orden de cosas parece de una ingenuidad proverbial mantener como lo hacía en una reciente entrevista Slavoj Zizek que lo esencial era saber cómo se había llegado al totalitarismo estalinista, cuando la verdad es que no hace falta recurrir a Lacan ni a maría santísima para ver que las bases de la dictadura del partido, representada por el secretario general estaban en la teoría de la vanguardia proletaria en posesión de la supuesta teoría científica de la revolución… doctrina que obviamente al negar la pluralidad condujo directamente a la unidad, forzada, en posesión de la vanguardia auto-proclamada; y los que no comulgasen con las tesis partidistas, al psiquiátrico, al gulag o al paredón. Lo que sí que resulta realmente intragable es que a estas alturas de la película haya algunos que todavía defiendan aquellas posturas provocadas supuestamente por el contexto adverso, convirtiendo la supuesta necesidad en virtud y descalificando a todos quienes critican tales posturas y actuaciones autoritarias y criminales… sin reparar en que la crítica a tal camino no supone per se la defensa del status quo, como queda claro con las posturas libertarias…de entonces y de hoy.