Por Iñaki Urdanibia.

Segunda entrega de la escritora canadiense de origen hindú, de la India vamos, y si lo señalo es debido a que el término utilizado para señalar el origen puede llevar a equívoco… relacionado con la religión.

«La poesía es aquel proceso que me instala en el corazón viviente de mí mismo del mundo, por medio de la palabra, la imagen, el mito, el amor, el y el humor[…]. El poeta es aquel ser muy antiguo y muy nuevo, muy complejo y muy sencillo, que en los confines vividos del sueño y de lo real, del día y de la noche, entre ausencia y presencia, busca y recibe en el desencadenamiento repentino de los cataclismos interiores el santo y seña de la comprensión y la fuerza»

(Aimé Césaire, «Poesía y conocimiento»)

Una de las afirmaciones que acompañan a la promoción de los libros de esta joven, es que la gente que no lee poesía, ni nada en general, sí le lee a ella. No sé, si lo afirmado se proclama como virtud, seguramente que sí (a más ventas más cantidad, no necesariamente mayor calidad, sea dicho al pasar), ya que es como decir que la gente que no lee ese género se acerca a ella, que con sus escritura crea afición, y que pretendiéndose poeta, resulta cercana por su temática, por la facilidad con que se leen sus textos, compuestos de frases a modo de rumias y aforismos, que pueden servir para el paladeo. Sintonizando con un tipo de público; así pues, lo que está claro es que Rui Kaur apunta bien, llegando al corazón lector de no pocas jóvenes, en especial. Tal vez el problema, si es que lo es, es que cuando uno es lector de poesía y está acostumbrado a ciertos autores de no fácil digestión, sino que invitan a la lentitud de la lectura interpretativa, y me refiero a ciertas lecturas de cabecera-aunque la verdad es que no leo desde hace años en la cama – como son las de Friedrich Höderlin, Paul Valéry, Francis Ponge, René Char, Paul Celan, T.S. Eliot, Rainer Maria Rilke, Georg Trakl, Ossip Mandelstam, Marina Tsvétaieva… por citar unos cuantos, a los que se podrían añadir algunos de menor voltaje si se me permite decirlo así (Antonio Colinas, José Ángel Valente, Ángel González, Constantino Kavafis, Fernando Pessoa, Giacommo Leopardi… y un etcétera abierto de innombrados; cualquier con solo leer los nombres de los mentados, caerá en la cuenta de que nada tienen que ver con la escritura de la joven de la que hablo, amén de que hablo de pesos pesados de la literatura y poetas de temática dispar pero, desde luego, diferente a todas luces del de la joven escritora (y no resulta probo, de ninguna de las maneras, entrar en posibles, discutibles e imposibles comparaciones… en las que resultan odiosas especialmente para quien sale perdiendo). El que esto escribe se acerca a la lectura de Rui Kaur con este bagaje, que nombro a modo de tarjeta de presentación, además de hacerlo con el fin de incidir en la discordancia que puede suponer, con respecto a la cita, promocional, anteriormente nombrada, que alguien algo habituado a leer poesía se acerque a la lírica de la canadiense, nacida en 1992 en Pendjab, India, y trasladada a los cuatro años, con sus padres, a Toronto, Canada.

A algunos de los problemas que me asaltaban a raíz de la lectura del anterior libro, Otras maneras de usar la boca (Espasa Libros, 2017/Seix Barral anuncia su publicación) de la joven escritora ya me referí con ocasión de su publicación (http://kaosenlared.net/poemas-de-la-resiliencia-femenina/). Pues bien, ahora ve la luz un promocionado libro suyo bajo el título de «El sol y sus flores» (Seix Barral, 2018). Me acerco a él teniendo en mente la reacción que me produjo el anterior, que sí que tenía indudablemente el valor de incidir en aspectos padecidos por Rui Kaur que podían ser extensibles a la generalidad, o casi, de las mujeres todas, dejando de lado la calificación de poesía, que cierto es que es bastante dejar de lado, si bien tampoco es cuestión de entrar en cuadrículas que señalen distinciones entre poesía, prosas poéticas u otras venas líricas.

Pues nada, leo de un tirón al libro (ahora ando por la relectura) y me atrevo a afirmar que así como se habla de novela de aprendizaje (bildungsroman) podríamos decir con respecto a la escritura de Rui Kaur que se trata de una poesía de aprendizaje, aunque nos quedaríamos cortos, ya que es muchas más cosas como voy a explicar. Varios ejes estructuran las píldoras y cavilaciones de Kaur: por una parte, están las personas gramaticales que se despliegan de un Yo, a un tú, que se plasma en un nosotros, sin olvidar los otros plurales. Desencantos que diluyen la relación yo/tú que podría traducirse, fugazmente, como un nosotros que pudiera pensarse de por vida, lo que conduce a la escritora a valorar sus propio yo y mostrar su desarrollo que va desde un desprecio con respecto a sí misma, incluyendo su cuerpo, a la asunción de su propio ser, también corporal, con aceptación orgullosa; en lo que hace al ellos, éstos, son entre otros, sus padres, y muy en especial su madre que se desvivió por sacra adelante a los hijos para que superasen las muchas limitaciones que ella había tenido tanto en lo que hace al campo del conocimiento como al de la libertad; en este terreno, en el de la aceptación de sí misma, no juega un papel baladí el descubrimiento el propio cuerpo y las modificaciones que experimenta éste, para descoloque propio y para provocar el apetito de los insaciables muchachos que sueñan con las tetas…. Otros desplazamiento que recorre la lírica escritura de Kaur es la que transcurre del país de origen de sus progenitores y el país en el que ahora viven; ahí se ven las diferencias culturales, y el infame trato al que se somete a las niñas, que no son deseadas en detrimento de los niños, masculinos, llegando a sesgar las futuras vidas femeninas. Estas limitaciones se traducen igualmente en las restricciones de la libertad marcadas por una anquilosada tradición que se impone de generación en generación. Este traslado (primero el padre, más tarde la madre), que recuerda otras desgraciadas navegaciones de tan triste actualidad, supone el señalamiento de los desprecios que sufren los llegados de otros lares, que son motivados por el desconocimiento de la lengua, y costumbres, y por la incorrecta pronunciación de la lengua del país de llegada. El homenaje a su madre, el recuerdo de los consejos y el apoyo de ella recibidos, ocupan la línea y la hija se permite unos cariñosos consejos hacia ella para que intente experimentar una vida más plena y alejada de los corsés impuestos que ha debido padecer y que han limitado su libertad y… su vida.

En este terreno de las recomendaciones, ha de incluirse la airada llamada que hace a las jóvenes, en neta muestra de sororidad, para que se rebelen escapando de la pasividad, que trata de convertirlas en lindos floreros, y de la constante preocupación con respecto a los cánones de belleza que se les exige, conduciéndolas a primar los aspectos de orden estético, convertidos en una verdadera esclavitud. Y… las ilusiones truncadas con sus consiguientes desencantos, altibajos que se mueven en paralelo a las plantas (nenúfares, girasoles…) que alimentadas por el calor protector del sol crecen hasta alcanzar su plenitud.

Estamos ante una escritura directa, sintiente y luminosa en su claridad expositiva, nada que ver con aquello que dijese J.V. Foix – sólo veo claro cuando sueño – o lo otro debido a don Antonio: «oscuro, para que todos atiendan; / claro como el agua, claro, / para que nadie comprenda»; aquí, en la sencilla escritura de Kaur, no hay necesidad de interpretación alguna ya que el verbo refleja de manera especular (speculum, i = espejo), la realidad de los sentimientos y el entorno social y natural en que se producen, unas cavilaciones escritas con el corazón que muestran una abierta sinceridad que deja ver la intimidad sin mojigaterías (el sexo, el orgasmo…), y que no hurta los dardos contra los apetitos desbocados de los amigos, o no tan amigos, masculinos…. todo ello con un verbo sencillo, para mi gusto excesivo, con lo que tampoco pretendo decir que mayor oscuridad suponga más calidad, ni recurrir a cierto elitismo despectivo; y no confundir simplicidad con simpleza.

Volviendo a la situación planteada al inicio acerca de la aproximación de un lector de, cierta, poesía a la obra de Rui Kapur, la conclusión que servidor extrae es que sin limar las diferencias de registro y demás, no es necesario restar, ni recurrir a disyunciones excluyentes, sino que la conjunción es lo más cabal para dar cabida a lo uno, los grandes poetas nombrados y otros del nivel, y a lo otro, los poemas de la joven canadiense; vamos que más vale sumar que restar, asignando a cada cual su lugar en este mundo de la lírica: hay ciertos poemas para amantes de la poesía y hay otras muestras – es el caso – de expresiones líricas que son accesibles a gente que no se acerca a los versos, y que las píldoras de Rui Kaur le resultan comprensibles y agradables al coincidir con el sentir o con los problemas de los potenciales lectores. Obviamente los mensajes – las verdades, los recuerdos y las situaciones de injusticia flagrante – lanzados por Kaur tienen más propia recepción en jóvenes, en especial femeninas, por las temáticas abordadas (el cuerpo y el deseo como motores de la lucha entre aceptación y rechazo de sí), si bien hay algunos aspectos, qué duda cabe, que desbordan dichos límites: como los relacionados con la inmigración, el desprecio al otro (o a la otra más todavía). Indudablemente se puede concluir señalando que no es mala cosa que la juventud se acerque a las obras de Rui Kapur, que lejos de sonar a hueco, a melodiosos y tintineantes sonajeros como lo hacen algunas publicaciones supuestamente dirigidas a las jóvenes en las que junto a los consejos de cómo pintarse las uñas o los labios, o cómo triunfar con los chicos o ante las demás chicas, en abierta competición, de cómo ponerse un pantaloncito a lo Shakira, o colgarse un peircing en donde sea (y conste que, a fuer de sincero, hablo de estas últimas cuestiones de oídas ya que servidor no visita tal tipo de material)… junto a estos coquetos consejos se intercalan algunas leyendas como las que acompañaban a las estampas post-conciliares, desplazadas las vírgenes y los santos, en beneficio de refrescantes riachuelos de transparentes aguas, puentes que servían de unión, u orillas mojadas por la gracia del agua, o… luminosos claros del bosque como de los que hablase con certeros tonos líricos la defensora de la razón poética, María Zambrano.

Y así, oye… Rui Kapur.