Por Iñaki Urdanibia.

Un par de libros, escritos por mujeres, que se centran en protagonistas femeninas.

Ellas que son la mitad, o algo más, del cielo, no ven correspondido este porcentaje sino que se han de conformar con empleos de menor monta, precarizado, con menores sueldos y teniendo vedados algunos campo de la actividad productiva; sin olvidarse de las restricciones a que están sometidas en otros ámbitos de la vida. Si esto es así, todavía, en la actualidad, en tiempos pasados, no tan pasados, la cosa alcanzaba niveles mucho mayores.

Pisando fuerte

El cambio de costumbres, de vestimentas, con la liberación de diferentes corsés y cuasi-ortopedias que sujetan y esclavizan el cuerpo, en especial el femenino, abrieron, qué duda cabe, nuevos senderos hacia la libertad, la aventura e independencia. En «Mujeres que pisan fuerte. Pasear, caminar, descubrir» (Maeva, 2019), Karin Sagner recurre a diferentes pintores (Sorolla, James Wallace, John Singer Sregent, Gustave Coillebotte, Aristide Maillol, Gustave Colbert, Zuloaga, Replin, Courttney Curran, Boldini, Evenepoel, y un largo etcétera, que incluye a la pintora de la que uno de sus cuadros utilizo como ilustración de este artículo: Emilie Caroline Mundt), a distintas muestras fotográficas y literarias, para dar cuenta de estas transformaciones que quedan plasmadas en las representaciones de esas mujeres paseantes que transitaban por las calles y parques de las ciudades abriendo así su mirada y su cuerpo al mundo, a la realidad ajena a las limitaciones del claustro del hogar, más allá de la tríada a ellas encomendadas: Kinder, Küche, Kirche… que luego, cierto, florecería con fuerza en ciertas épocas y bajo ciertos dominios patriarcales, por no nombrarlos directamente de falocráticos.

Las paseantes, osadas flâneuses, que asomaban con paso firme, y acompañadas de su soledad, por las calles de Centro-Europa, suponían en dichos tiempos una verdadera ruptura con las costumbres pasadas, que no veían con buenos ojos, y de hecho no permitían que las mujeres avanzasen sin compañía masculina por la esfera pública… no por el riesgo de ser agredidas, etc., sino por la provocación que suponía para los pobres hombres que se veían expuestos a la tentación que sabido es, al menos, desde Liltih, Eva y la maldita serpiente, por no referirnos a la caja de Pandora, o por no retroceder al papel otorgado a las féminas en el poema de Gilgamesh… más tarde reafirmado por aquella afirmación de Alí, el cuñado de Mahoma, de que cuando Alá repartió la sexualidad, entregó nueve a la mujer y uno al hombre… de ahí el peligro que siempre han acarreado las mujeres de cara a la perdición de los humanos, masculinos.

El aire libre, como condición para respirar en condiciones, al tiempo que para tocar mundo, y ahí están los constantes y habituales paseos de Virginia Woolf para visitar a su hermana, haciendo que la autora de Una habitación propia, ampliase las fronteras de ésta a las calles, como quien se lanza a la aventura de la contemplación y la cercanía con la naturaleza, y la vida. También se explaya la obra en el ejemplo de otras mujeres vanguardistas como la pintora Anna Ancher (1859-1935) y Marie Kroyer (1867-1940); artistas seguras de si mismas que rompían con las estrechas y pacatas convenciones de su época, en especial, la última de las nombradas, que con su arrojo y atrevimiento abrió la puerta a la siguiente generación de pintoras… Osadía que no solo mostraba en sus pinturas sino también en su propia vida privada, que rompía con las normas morales (del latín: mos, moris) de sus contemporáneos.

Una delicia de paseo el que se nos propone, a través de las imágenes que van complementadas con reveladoras palabras que se inician con el lúcido prólogo de Marta Sanz, en el que elogia el paseo, como acción con reminiscencias políticas, como sujetas libres que mueven el tacón (liberadas de las constricciones de los prietos cordones) , derivando por distintas metáforas de la marcha de las mujeres en pos de su libertad y su realización, liberándose de las amenazas impuestas desde niñas con sus sacamantecas, su cocos, sus manadas… el paseo como acto físico, sin obviar su cara sexual y erótica… reflexiones que se abren por diferentes lares de la condición femenina, y que que se extienden a lo largo del texto ampliándose a través de las explicaciones de la autora, Krin Sagner, que son puntualmente salpicadas con certeras citas y textos de la mentada Virginia Woolf, de Jane Austen, de Elisabeth von Arnim, Ricarda Huch, Charlotte y Emily Brönte, Simone de Beauvoir, etc.), aclaraciones que nos sitúan en los cambios que se dan entre los paseos de la nobleza y los de la burguesía, con escenas urbanas, campestres y hasta las propias del alpinismo.

El libro se cierra con una atinada bibliografía que señala algunos posibles caminos… para seguir transitando.

¿Liberación y publicidad?

Marta Gracia Pons (Terrassa, 1988) en su segunda novela «El olor de los días felices» (Maeva, 2019), nos presenta a una mujer que, contra viento y marea, se abre paso en un mundo en principio vetado a las personas de su género. Ella lo tiene claro y la tenacidad no le falta para encarar todas las dificultades que le salen al paso y sortearlas con arrojo. Si en su anterior «Agujas de papel» (Maeva, 2017) no situaba en la Barcelona del finales del siglo XIX, en la presente estamos en la Ciudad Condal en la segunda decena del siglo XX. Obviamente las costumbres se mantienen de unos límites controlados en lo que hace a la decencia y la moral siendo esto más estricto a la hora de aplicárselo a las mujeres, cuyos roles están marcados: madre y esposa, por no decirlo de manera más tajantes: la mujer en casa , la pata quebrada.

Pues bien, en esta ocasión la protagonista es Anna, huérfana que ha sido educada, es un decir, en la Casa de la Misericordia. Las condiciones de origen no parecían, desde luego, las más indicadas para que la chica dejase discurrir sus sueños hacia campos tan en las antípodas de la humildad vivida, más bien padecida, como eran la publicidad y todas las cuestiones centradas en la estética femenina: cosmética y revistas femeninas son su pasión y la frecuentación de estas últimas le dan una visión – digamos que – liberada de la mujer en la medida en que no está dispuesta a plegarse a los cánones al uso en lo que hace a la imagen y al comportamiento propio de las féminas, siempre que no quieran ser consideradas como unas cualquiera, por no usar epítetos más expeditivos. El caso es la que la joven entra a trabajar, al abandonar el orfanato, en una droguería, lugar inmejorable para estar al tanto de las novedades en el campo que le atrae a esta mujer que, por otra parte, tiene una honda pasión por el cine. Va a ser una fotografía la que desencadene una búsqueda de la mujer que aparece en ella; tal búsqueda le lleva a Sant Feliú de Guísols, a Madrid, extendiendo su periplo hasta Filipinas. Este camino en el que tropiezos no faltan van a ir curtiendo a la mujer y fortaleciéndola en su independencia, su comportamiento va a hacer bueno aquello que dijese Nietzsche: lo que no nos mata nos fortalece, y así Anna va a alcanzar su sueño: dedicarse al mundo de la publicidad. La lectura se ve agilizada por la constancia de unos diálogos que toman el pulso al ambiente y las concepciones de los tiempo visitados, lo que la movilidad de la protagonistas a la que seguimos en su obstinada geografía de la búsqueda, entre el amor y el desencanto, contagiados por su esperanza inquebrantable.

La novela está inspirada en la carrera de Anna Expósito, que de niña fue entregada a un convento por su madre. Siendo las monjas las responsables de su formación (?), ella sale díscola con respecto a las normas de austeridad, humildad y afines recibidos, y rompe con los moldes previstos para una mujer de los años veinte del siglo pasado… el paso del tiempo y el tesón de la mujer el convertiría en una de las primeras mujeres que lucieron en el campo de la publicidad del Estado español, convirtiéndose en una de las personas destacadas en dicho mundillo al ser la responsable de algunas de las campañas más sonadas de su tiempo.

A fuer de sincero, he de señalar sin entrar en mayores, que la lectura de esta novela me ha creado cierta incomodidad o desasosiego ya que el terreno de la publicidad es el terreno ideal en el que se entrelazan la persuasión con el engaño, siendo uno de los más punteros a la hora de fomentar la sociedad de consumo, y de convertir a la mujer en bello objeto de deseo, y no hace falta recurrir a Georges Perec, Henri Lefebvre, Jean Baudrillard, Roland Barthes, Guy Debord o Pierre Bourdieu para convencerse de ello, y para constatar que la seducción halla en el sistema de la moda uno de los campos más propicios para el engaño y el triunfo de la apariencia, la alienación… todo lo contrario a cualquier forma de liberación cabal (me viene a la mente aquella aseveración de Spinoza: «los hombres luchan por su esclavitud como si fuera su liberación»); dicho esto también resulta innegable que ciertas variaciones en la moda facilitan o abren puertas a la liberación de los cuerpos, y, en consecuencia, de las costumbres. Mas, esto, tal vez, lo dejamos para otro día.