Por Iñaki Urdanibia

«Un viaje interior, una introspección y un escarbar en las cosas, acciones y sentimientos que se hallan semiocultos en el mundo exterior»

Entre el ser y la nada, o le presque rien, en medio de aguas mansas y turbulentas, nos balanceamos en busca de las estrellas como horizonte, de la perfección, sin proyectos definidos, que serían mera ilusión, bandeándonos según los tiempos y sentimientos más allá de las propuestas clarividentes y prometedoras de futuros luminosos de las diferentes versiones de la razón omnipotente y normalizadora, predicados por diferentes mensajeros de la verdad, entre los límites de la vida y la muerte, de las luces y las sombras, la noche y el día, se mueven los poemas de Pello Otxoteko (Irún, 1970), presentados, en versión bilingüe euskera/castellano, por la Editorial Pre-Textos con el título de «Sediento de mar», poemario que en euskara llevaba por título Itsaz bizimina y que ha sido traducido por el propio poeta. El libro fue galardonado con el Premio de la Crítica, el Premio Lauaxeta 2019 de la Diputación de Vizcaya, siendo finalista del Premio Nacional otorgado por el Ministerio de Cultura.

El vaivén de los diferentes poemas responden a la presencia del mar con alusiones directas a la ballena par excellence, perseguida por el tenaz capitán Ahab (llamadme Ismael), aunque ello supusiese el desastre para todos los tripulantes… quienes, tal vez, preferirían no hacerlo, como el escribiente del propio Herman Melville, y como nosotros, los humanos, que nos vemos arrastrados a desear el infinito y la eternidad…siempre avanzando por los bordes de lo imposible, de lo inalcanzable, aunque pretendamos no, el deseo (el conatus de Spinoza) empuja al sí, a desearlo todo, ya o a lo más, más tarde. Si como digo la ballena blanca, por cierto así se llama la editorial de poesía, Balea Zuria, que junto a algunos de sus colegas, compañeros de la trinchera de la poesía, dirige, es la figura del temible Leviatán igualmente se presenta como la representación de una meta soñada.

Océanos, ríos de aguas tumultuosas o mansas, abundan en los versos que así resultan puro devenir, fluyen como el río heracliteano, no dejándose atrapar por los conceptos o palabras definitivas que todo lo organizan y definen, sino que abren las compuertas a los sentimientos que dominan la vida y que se expresan en el poema, como forma de canto primigenio; «En esos momentos, cuando las aguas tranquilas / apaciguan el instinto de la reflexión, emergerá el misterio de la poesía». La poesía se abre paso en ese espacio / tiempo que no miden ni los metros, ni los relojes sino que son vividos, como reflejo de la duración (de la durèe hablaba Henri Bergson), sentidos contra todo intento de clasificarlos, domesticarlos o racionalizarlos, dejándolos así fuera de juego, como minucias que no merece la pena ser tenidas en cuenta; «coordenadas situadas fuera de nuestro mapa cartesiano» de la claridad y distinción. De razón poética hablaba la pensadora malagueña, María Zambrano, y de multiplicidad de los tiempos como espejo de los tiempos vividos.

En este orden de cosas, se filtran, de uno u otro modo y sin ser mentados expresamente, ciertos aires de familia con algunas de aquellas cuestiones con las que resumía Kant el quehacer filosófico: qué podemos conocer, qué debemos hacer, qué nos cabe esperar, y qué es el hombre, ese animal extraño del que hablaba el otro, ese ser que habla y con las palabras delimita y baliza el mundo, al tiempo que desborda la realidad, impulsándonos al vuelo. Por esa senda se deslizan algunos de los poemas que describen el intento de la escritura por dar cuenta de lo que nos rodea, como quien trata de ver más claro, ir fijando posiciones que nos permitan avanzar en la exploración del mundo, de la vida, y… en el horizonte la belleza, la eternidad, el infinito, que se ven amenazados por la dichosa ballena, Leviatán que todo lo engulle, como engullido fue Jonás; representando también el cetáceo, reitero, el deseo de ir más allá. Vueltas y revueltas, sin brújula ni cuaderno de bitácora, sin asideros, por las líneas horizontales, y verticales – de donde las referencias varias a los árboles – y la indiferencia del mundo con respecto a los humanos, que al que escribe le recuerdan las posturas sisíficas de Albert Camus, a la que se ha de sumar la indiferencia de Dios, que, casualidades de la vida, siempre está del lado de los dioses terrenales, los vencedores, que son los que mandan… al fin y a la postre, Dios tiene una disculpa poderosa, como señalase Stendhal, su no-existencia.

Y Otxoteko reitera, o al menos no huye de, la necesidad de repetir, en la onda de aquello que dijese Voltaire, de que repetiré lo mismo hasta que no cambiéis de actitud, si bien en la presente ocasión en poeta no pretende impartir lecciones, contagiado por su dedicación laboral de profesor, sino que se empeña en cercar el sentido, rastrearlo, multiplicando las palabras, en su vertiente simbólica, en una travesía regida por los tanteos a través de los pliegues y los huecos que solamente la pasión y el sentimiento pueden llenar, o al menos intentarlo… «El vacío mental es la escoba existencial de nuestro ser. / Muchas veces nos sirve para barrera la estupidez, / otras, se vuelve almacén de reflexiones, / y, muy de vez en cuando, le hace un sitio al amor,/ crea un hueco en nuestra cueva / y le erige un pequeño altar.», amor que se plasma en un yo que deviene un tú… «el dolor tuyo lo llevo conmigo, / se convirtió en mi dolor propio y lo asumí como mío.»

Después de lo dicho nadie ha de temer que los resabios reflexivos y filosóficos asfixien a los lectores profanos en los pagos de la filosofía, tampoco las referencias expresas a poetas y a pensadores (Ortega, Gadamer, César Vallejo, Miguel Hernández, Gabriel Celaya, André Gide, René Char, Ángel Crespo, Fernando Pessoa, Joseba Sarrionandia, Luis Cernuda, y… no sigo) que acompañan el garbeo de Pello Otxoteko, supongan que las derivas resulten propias para especialistas ya que, al final, todo somos especialistas y expertos en la vida; resultan así los poemas un material propio para la rumia y la navegación meditativa por los pagos del sentido de la vida, en sus intrincados laberintos… en un ejercicio poético que muestra que «la patria de la lengua está viva»… y que obedece el Adelante, tomando firme el timón…¡Así, Pello Otxoteko!