Por Iñaki Urdanibia.

Potente novela de uno de los maestros de la literatura alemana de posguerra.

En el país germano la creación del grupo 47 supuso entre otras cosas comenzar a cuidar el estilo, mirar para afuera e intentar dar cuenta del presente y de los oscuros tiempos pasados. No eran buenos tiempos para la lírica y tras el trauma de la guerra y de la barbarie que la acompañó el desbrujule se dejaba ver en todas las esferas del quehacer de los alemanes; obviamente también en el campo de la escritura. Expresivas son las palabras de Heinrich Böll que mostraba su queja ante «yo sabía sobre qué quería escribir, pero me faltaba – como a tantos otros – la perspectiva, y la encontré en Hemingway. Y la encontré sobre todo en sus historietas, las que siguen todavía suponiendo para mi modelo de magistral tensión. Se trata del antagonismo entre sueño e infructuosidad, entre nostalgia y experiencia, entre sublevación y humilde fracaso. Silencio y sublevación me parecen la forma más pura de huida de un mundo en el que la muerte ha pedido su apariencia victoriosa», y con fuerza dejó de guardar silencio, sublevándose contra los males vividos e intentando observar el pasado con unos ojos cargados de tonos morales como quien pretendiese rearmar con ciertos valores humanos, pacifistas, a quienes a sus obras se acercasen. Tras algunas primeras obras llegó su novela Lecciones de alemán (1968) – de la que hablé en esta misma red -, en ella su protagonista, Siggi Jepsen que había sido encerrado en un reformatorio, cuenta cómo se le había encomendado la tarea de realizar una redacción sobre la alegría del deber, tras entregar la hoja en blanco fue castigado y en su incomunicación recuerda a su padre quien en 1943 era policía de un pequeño pueblito y que hubo de cursar a un amigo, el pintor Emil Nolde, la orden de prohibir sus obras; el celoso funcionario se empeña en cumplir la orden mientras que su hijo se pone del lado del pintor… el muchacho será detenido por cierto asunto de supuesto robo de un cuadro del pintor… la historia le servía al escritor para acercar su objetivo a los tiempos del nacionalsocialismo, y hurgar en ciertos acontecimientos y caracteres, y de la honda dificultad de cara a superar el pasado. Las tensiones entre la época presente dominada por un capitalismo despersonalizador, y un nefasto pasado, se reflejan – como el balanceo entre tradicionalismo y modernidad. en las obras de Lenz del mismo modo que lo hacían en la prosa de los Heinrich Böll, Martin Walser o Max Frisch, entre otros. Encasillados en lo que fue denominado como «joven literatura alemana del modernismo». Las tensiones de las que hablo tuvieron su repercusión social, lo que se tradujo en los cambios de la concepción del escritor y el papel de su obras, lo que supuso la implicación política de algunos de los escritores más destacados Günther Grass, Peter Weis, Hans Magnus Enzensberger…), hacia los ambientes de izquierda socialista; fue el caso de Lenz.

Este último de quien se acaba de publicar, por Impedimenta, «El desertor» no dejó de mostrar desde sus inicios una preocupación por los problemas sociales de su tiempo, tanto en los momentos más cercanos a la guerra, como con posterioridad; un texto radiofónico, de 1961, en el que se trataba el delicado problema de la inocencia y la culpabilidad en las situaciones límites, que le llevaba a intercambiar los papeles provocó una sonada polémica… la piel de los alemanes no estaba todavía curtida sino que era super-sensible a los problemas mentados. No era la primera vez que las obras del escritor (Lyck, 1916 – 2014) sacudían la conciencia germana ya que precisamente la novela que ahora se publica fue rechazada por las autoridades en 1952 debido a que fue juzgada como una verdadera «traición a la patria», lo que hizo que cayese en el olvido hasta ser rescatada de éste sesenta y cinco años después. Tras la muerte del escritor sus albaceas hallaron el manuscrito y decidieron, afortunadamente, publicarlo, y ya en los anaqueles de las librerías logró de inmediato un sonado éxito.

Desde el principio de la novela somos introducidos en un terreno en el que se mezcla lo real con lo grotesco y en el que al paso de las páginas los límites borrosos entre lo normal y lo patológico, inducido, se van apoderando de las mentes de algunos de los personajes que pretender escapar de la agobiante situación en la que se hallan pillados. La pretensión de esta fuite en avant, consiste en la búsqueda de refugio de la propia subjetividad y en cierta fusión con la flora y la fauna con la que les ha tocado convivir. Si en una entrevista afirmaba el autor que «a menudo enfrento a mis personajes a la presión de una situación fuera de lo común en la cual han de reaccionar de esta o aquella manera», en esta ocasión lo dicho se cumple hasta el desbordamiento.

Estamos en el último verano de la guerra y asistimos en el frente oriental a la vida de unos soldados allá destinados cuya misión consiste en vigilar un tren que por allá circula para evitar que sea saboteado por los enemigos del glorioso ejército alemán. Es una pequeña patrulla en la que un sargento impone sus órdenes, o trata de hacerlo, con un rigor brutal. En tal patrulla cumple su destino el joven soldado Walter Proska quien junto a sus compañeros padecen en un bosque el insoportable calor y los continuos picotazos de los mosquitos. El bosque no es un bosque encantado mas parece que la vida allá, abandonados a la buena de dios, les lleva hasta los mismos bordes del delirio, haciéndoles hablar con los animales , entablar amistad con los animales o zambullirse en los pagos de la confusión de razones…por los bordes de la oligofrenia. ¡Los desastres de la guerra!

En la mente del protagonista no dejan de planear las dudas que se establecen entre el deber y la obediencia o el cumplimiento de lo que le dicta la conciencia, también asoman los titubeos sobre la maldad o bondad de los enemigos, al tiempo que se le plantea la cuestión de si se puede ser responsable de los actos realizados, aunque respondan a las órdenes recibidas («el deber para con el Estado es una especie de entusiasmo enlatado, en conserva»),… y la necesidad de escapar del impasse que no le dejan vivir en paz, ya que la guerra impone su lógica implacable – cosa que el protagonista comprende cuando se ve enfrentado a diferentes soldados, y civiles, enemigos, algunos de ellos le hacen cambiar su visión sobre el bien y el mal – le empujan a huir, sorteando azarosas dificultades, no sin tener siempre presente la pregunta acerca de aquella mujer polaca, entre adivina y hechicera, la partisana Wanda, a la que había conocido en el desgraciado tren que parecía resistirse a seguir sus raíles como eran debido y con la que tuvo afectuosas relaciones; «[…] la guerra, la guerra, la guerra… El cristal del corazón hecho añicos, la marea viva con su jugo rojo, el cortocircuito de la nostalgia. ¡La guerra! ¡Quién eres tú, tú!¡ Tú, el papel secante del sueño!¡Tú, que nos derribas con el acre aliento del horror y la miseria!». La desobediencia en momentos de guerra puede ser castigada con la muerte y a ello puede ser entregado nuestro hombre que es encerrado y juzgado; zona de guerra contra el enemigo más temido y vilipendiado que se pueda imaginar, la peste roja y los guerrilleros polacos, lo que ha hecho movilizar a la Wehrmacht toda una peña de espías y doctrinarios.

La potencia de la denuncia anti-bélica hace que esta novela pueda pasar a engrosar, con todos los honores, las denuncias literarias contra la guerra y sus maldades, junto a los Arnold Zweig, Jaroslav Haseck, Hans Herbert Grimm, Erich Maria Remarque o Henri Barbusse por nombrar algunos de los más destacados escritores que convirtieron la literatura en arma contra la guerra.