Por Iñaki Urdanibia.

A mediados del siglo XIX en Rusia se daba un movimiento de estudiantes e intelectuales que iban al campo a conocer de cerca la vida de los campesinos al tiempo que trataban de inducir en ellos las ideas que abrirían las puertas a la emancipación, cambiando el mundo; ideas que eran deudoras del pensamiento occidental lo que era combinado con una firme intención de llegar al pueblo e influir en él. Tales eran los populistas, los narodnikis, agrupados en Tierra y Libertad, y que se asociaron más tarde, entre otros, en el partido socialista revolucionario, no eludiendo el uso de las armas de las que hacían uso en algunos de los atentados por ellos llevados a cabo, entre ellos el que llevaron a cabo contra el zar Alejandro II; no está de más señalar que el hermano mayor de Lenin, Alexander Ulianov, Sasha, fue ejecutado por su participación en un atentado frustrado contra el zar (puede verse «El hermano de Lenin. En los orígenes de la revolución rusa» de Philip Pomper, editado por Ariel en 2010). Uno de los primeros en dar cuenta de estos militantes fue Ivan Turguénev que los retrató en su Padres e hijos y en su Diario de un hombre superfluo (en cierta medida el libro que presento supone una crítica abierta a la concepción de dicho escritor, y a su retrato del protagonista Bazarov). Ahora bien el libro que se convirtió en un verdadero manual de aquellos luchadores fue «¿Qué hacer?» de NIOL (1828-1889), editado por Akal en certera traducción de Amelia Serraller Calvo y una no menos certera, y ubicadora, introducción de Roberto Mansberger Amorós; la recuperación es de interés ya que pone al alcance lector un influyente texto que había desaparecido del mercado en su edición de principios de los ochenta, publicada por la asturiana Júcar con traducción de Iarmila Reznickova.

Al autor le rodeó un aura de mártir ya que desde 1862 en que fue detenido y encerrado en la célebre fortaleza de San Pedro y San Pablo, siendo posteriormente exiliado a Siberia, condenado a trabajos forzados amén de a la propia deportación, situación que posteriormente varió por voluntad del zar Alejandro III. Fue en la prisión en donde escribió el libro del que hablamos. Como decía la influencia de la obra fue grande, más por su significación política que por sus méritos literarios (el mismo autor lo dice en las páginas iniciales, lo cual no quita para que acto seguido elogie su propia novela al destacar que se han de juzgar las obras más por su contenido y sus propuestas que por sus aspectos formales) – dicho esto, y en honor a la verdad, el libro es claro que no habría obtenido la difusión que obtuvo si se limitase al relato de la vida de un par de parejas, y sus amoríos, que atraviesan la novela -; la obra fue alabada por Marx, subrayada su profunda huella por el marxista Plejanov («¿quién no ha leído y releído este libro?¿quién no ha sentido una atracción y su influencia benéfica, quién no se ha purificado, mejorado, fortalecido y envalentonado? ¿Quién, tras haberlo leído, no ha reflexionado sobre su propia vida? ¿no ha sometido sus propias aspiraciones e inclinaciones a un examen riguroso? Nosotros hemos extraído la fuerza moral y la fe en un provenir mejor»), y elogiada encendidamente por Lev Tolstói y por Lenin: muestra de esto último es la elección del título por parte del primero para agrupar sus escritos sobre arte, y por el segundo para dar título a su texto organizativo fundamental; algún estudioso llegó a afirmar, y no le faltaba razón, que dicha obra había tenido más influencia de cara a la toma de conciencia para la generación que participó en la Revolución de Octubre que El capital de Marx. Cierto es que ya anteriormente Chernyshevski había dejado su honda huella por medio de la publicación de la revista Sovremennik (El Contemporáneo) en los años de la abolición de la servidumbre. No obstante, también le llovieron las críticas al sujeto: Dostoievski, sin citarlo, ponía patas arroba la visión esperanzada que rezumaba su obra, más tarde en su La dádiva, Vladimir Nabokov atacaba sin ambages a Chernyshevski.

La novela ponía el dedo en la llaga con respecto a algunos problemas de la época: así las cuestiones relacionadas con los problemas del matrimonio y la separación, aspecto presentado en la relación de la heroína Vera Pávlovna y su marido Lopújov y por el médico joven de quien se enamora la mujer. Obviamente no queda ahí la cosa sino que en el libro se dejan ver la ejemplaridad de los comportamientos militantes, vidas entregadas a la lucha en las que ya irrumpía con fuerza la figura del revolucionario profesional, más tarde tomada directamente por Lenin en sus textos organizativos (¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos pasos atrás) a la vez que se propone un modelo de sociedad cuya transparencia es representada por un Palacio de Cristal, figura de sociedad transparente posteriormente adaptada por Zamiatin en su «Nosotros» y más tarde, adecuando el mensaje a los tiempos de la globalización, por Peter Sloterdijk en su «Palacio de cristal». En la proyección utópica los resabios fourieristas destacan en lo que hace a la búsqueda de la armonía con la creación de comunas, a los que el francés denominaba falansterios, término que en el modelo propuesto en la novela se adopta.

Entre la veintena de personajes que asoman por la novela, cuatro destacan de manera especial: Vera Pávlovna, su marido Lopújov y Kirsánov que es el tercero – digamos que – en discordia (la tensión entre ellos es solucionada civilizadamente entre gentes que comparten la visión progresista de la vida, privada y pública), a éstos se ha de añadir el rigorista y hombre extraordinario Rajmétov que parece jugar el papel de alter-ego del propio autor, al ser su absoluta entrega a la causa de la liberación realmente plena y sometiéndose a una vida ascética y organizada al milímetro. El retrato de seres entregados, en cuerpo y alma, a la emancipación, basándose en el conocimiento, en especial en lo referente al desarrollo de la historia, sin rechazar el uso de la violencia son algunos de las bases esenciales sobre las que luego se erigirían algunas prácticas políticas. En paralelo a la vida de los personajes se van narrando diferentes sueños, cuatro, cuya receptora es Vera, sueños que van completando la visión de una sociedad futura, en la que los componentes se organizan en una cercana y cómplice comunidad en la que se trabaja por la mañana y luego se discute de filosofía, se canta, la alegría y el amor dominan las relaciones, y en la que la mujer alcanza su plena liberación, como consecuencia de todo ello , la sociedad vive contenta y feliz (la presentación de tal modo de vida social recuerdan las primeras páginas de La ideología alemana, de Marx y Engels, en donde se habla de la variedad de ocupaciones que se dará al cabo del día: caza, pesca, etc.). En tal situación la meta reside en la creación del hombre nuevo que se guíe no por sus intereses personales sino por los de la colectividad.

Tras la lectura de la novela uno siente cierta sensación de que los encargados de la censura en los tiempos de los zares no se empanaban, ya que al dejar que tal obra se publicase permitieron que toda una generación se empapase del espíritu de la rebeldía, en las antípodas de las posiciones de extremo orden que imperaban en el ideario y en la práctica zaristas. Decía el otro, Antonio Gramsci, más tarde retomado por Mao Ze Dong, que las ideas cuando prenden en las masas se convierten en una fuerza material… No cabe duda de que algo de eso sucedió con esta novela.