Category: ROBERTO CALASSO


Por Iñaki Urdanibia

Ayer, día 29, falleció quien era toda una institución de las letras italianas.

Este pasado día 29 falleció, a los ochenta años de edad, uno de los clásicos vivos de las letras italianas y, por extensión, europeas y universales, ahí están las palabras de su editorial rival Feltrinelli que afirmaba ayer mismo que «Roberto Calasso ha sido y seguirá siendo una figura central de referencia para el panorama literario italiano y universal»; había nacido en Florencia en 1941. Su padre era profesor de universidad antifascista declarado y el niño mostró desde joven una inteligencia literaria fuera de lo normal, a los trece años leyó En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. El fallecido jugó un papel esencial en el mundo de la edición italiana, dirigiendo la prestigiosa Edizioni Adelphi durante varias décadas, cerca de sesenta años, y abriendo las puertas de su país a muchos de los autores más imprescindibles del panorama literario; se definía a sí mismo, lo que no era sino una mera boutade, como lector de solapas y, desde luego, sí que es cierto que muchas contracubiertas de los libros publicados escribió, más de mil, como puede verse en su Cien cartas a un desconocido, en las que su hijo seleccionó aquellas que le parecieron más aptas para una vida independiente: en ellas se codean Butler, con Artaud, Loos, Yeats, Roth, Walser, Blixen, Borges, etc., etc., etc. La marca de la casa, me refiero a su escritura, era su capacidad para cruzar la narrativa con el ensayo, hurgando en temas filosóficos y en personajes míticos de la India, Grecia, etc., hasta alargar su mirada a la actualidad de los Baudelaire y sus paseos parisinos o Kafka, en su deambular por la capital checa, en una escritura que pisaba fuerte allá por donde se moviese; ante algunas críticas recibidas por sus libros centrados en leyendas y mitos, si respuesta no distaba de la que esgrimiese en su momento el poeta resistente René Char: «yo alimento a mis dioses que no existen mientras que ellos adoran a sus puercos que sí que existen». Sus originales y eruditas obras fueron aplaudidas por sus pares como Leonardo Sciascia o Ítalo Calvino y premiada con diferentes galardones, entre ellos el Premio Formentor de las Letras 2016; los miembros del jurado destacaron que «restaura la integridad de pensadores y artistas a veces descuidados por la Historia, pero imprescindibles a la hora de entender la mutación de nuestra experiencia cultural. Su obra discurre por senderos narrativos y reflexivos en donde la belleza literaria, el rigor conceptual y la intuición poética conforman una insaciable inteligencia».

Cualquiera que abra las páginas de sus libros se verá sumergido en un amplio cúmulo de saberes, lo que hace que algún contemporáneo suyo mostrase su estupefacción ante el apabullante dominio de diferentes horizontes de las tradiciones y leyendas tanto ajenas, como europeas, y afirmase que leyéndole se tenía la sensación de que Robert Calasso había leído toda la biblioteca de Alejandría entera.

Su muerte, a resultas de una larga enfermedad, ha coincidido con la publicación de un par de libros, recogiendo el primero de ellos sus recuerdos de infancia cuando hubieron de permanecer escondidos en Florencia, durante la guerra, para evitar a la policía fascista,

No quisiera repetirme, de la información recogida en alguno de los artículos de abajo, por lo que me limitaré a, a modo de recuerdo y homenaje al desaparecido, recuperar un par de comentarios que publiqué de un par de libros suyos, y otro en estado de borrador:

+ El primero apareció en el diario Gara

Pongamos que hablan de París

+ Roberto Calasso

La Folie Baudelaire

Anagrama, 2011.

427 págs. / €.

La capital del Sena da para mucho: poesía, música, arte en general, arquitectura y su propio ser como ciudad que discurre por las orillas de un caudaloso río. La ciudad del amor, de los paseantes…como decía un alcanforado cantante de por acá: c´est une blonde, la plus belle du monde. No pretendo ocupar un puesto en oficina de turismo alguna, ni tampoco aspiran a ello los autores de los libros que traigo a esta página. Hablaba de paseantes, flaneûrs, a los que alababa el autor de «Las flores del mal» y que tanto juego dieron al estudioso de la ville Lumière y de otros asuntos, Walter Benjamin. El escritor italiano Robert Calasso tampoco se queda manco, o mejor cojo si hablamos de paseantes. Cual rey Midas de las letras, tema que trata en su cuidada prosa lo convierte en oro; en este caso produce una joya de muchos quilates y lo hace con una abundancia de informaciones (literarias, arquitectónicas, filosóficas, pictóricas, escultóricas, y de todo género) ad abusum. No avanza el visitante-guía con patitas de paloma sino que los suelos que transitan los pisa con fuerza (como lo cantaba Alejandro Sanz, con perdón), y las lecciones se van entrelazando en una fiesta por la crème de la crème del Paris del XIX.

Baudelaire contó un sueño, el único, y Calasso lo toma como base, como trampolín para hilar una tela de historias que confluyen en torno al museo-bordel que el poeta había soñado. Este funciona como una ola que todo lo empapa y su influencia estética se va extendiendo como una contagiosa e imparable onda expansiva que va desde sus ensayos sobre las pinturas de Ingres y Lacroix , a los impulsados por su ideario artístico: Degas y Manet (las fieles ilustraciones no faltan). El dionisíaco poeta, y brillante y sagaz prosista, es analizado por el autor de este libro que se abre en crisálida por las entretelas del ambiente decimonónico. La promesse de bonheur de la que hablaba Stendhal, refiriéndose a las mujeres, va a devenir en el caso del poeta en característica, de lo bello, de los cánones estéticos que no respetan el formalismo clásico y manierista. Calasso da muestra de tener una extraordinaria habilidad, y sabiduría, para introducirse en el espíritu del siglo, hasta en sus más recónditos entresijos, y para reflejar cómo se expandieron las ideas baudelerianas más allá de sus contemporáneos. Somos introducidos en los más concurridos salones en donde se codean brillantes escritores y artistas… y como una iluminación se nos entrega el siglo en su plenitud y efervescencia.

Un texto en cierto modo complementario del anterior es un combativo libro de Eric Hazan que compara el París desde principios del XIX al de hoy en un balanceo cuyo centro de gravedad serían ciertos barrios emblemáticos y populares como Barbés, Belleville, lejos de los brillos de la gente guapa; Paris sous tension (La Fabrique, 2011). A este último podría ponérsele como banda sonora -se ve que hoy tengo vena musical- le temps des cerises, por la combatividad del texto y de su autor.

+ El segundo fue publicado en esta misma red, con ocasión de la publicación, por acá, de su último libro:

Roberto Calasso, explorador de mitos – Kaos en la red

+ Posteriormente , el mes de mayo, vio la luz su curioso: Cómo ordenar una bibliotecacuyo comentario, al final, quedo en mero proyecto, y, a decir verdad, su lectura no me sirvió para ordenar la mía, convertida en una verdadera selva de papeles, libros y revistas, mas sí para disfrutar de la lucidez del escritor.

Nadie ha de espera en este pequeño cuaderno la propuesta de recurrir al sistema decimal u otras técnicas de ordenación del tipo del Manual de bibliotecas de Manuel Carrión Gútiez, el más sencillito de Rosa Brunet y María Manade, Cómo organizar una biblioteca, o las más Reglas de catalogación del Ministerio de Cultura, nada de eso, sino que el libro se disemina por diferentes cuestiones cuyo centro de gravedad es la relación que quien posee una biblioteca mantiene con los libros, aconsejando que si éste no quiere verse desbordado ha de «reconocer y transformar el mapa mental de sus preferencias y pasiones…» siendo capaz de evitar el espíritu coleccionista o las tendencias propias de las urracas: el guardar todo no es posible, ni conveniente, ye ello por mera salud mental. Las indicaciones del indudable experto, deriva por los caminos de las maneras de editar, escribir y comprar, y sobre todo, leer los libros. Todo esto le lleva a desnudarse ante el lector, al entregarle consideraciones que van más allá de la biblioteca en sí, revisando diferentes periodos en su trayectoria lectora, que es reflejo de los tiempos: de las revistas, a las reseñas, etc.

Roberto Calasso se une a quienes muestran su amor a los libros, a la lectura, lo que por otra parte amén de beneficios puede, doy fe, ocasionar múltiples problemas, entre otros, de espacio, y posterior búsqueda de lo que se pretende hallar. Un ejemplo realmente destacable es el de Walter Benjamin quien en una vida de movimiento permanente a lo que había de sumarse para más inri su vocación de coleccionista compulsivo de libros ara niños, abecedarios, testimonios redactados por enfermos mentales y juguetes, se planteaba el problema de como empaquetar su biblioteca (Je débale ma bibliothèque, Payot&Rivages, 2000); tampoco era un caso de relevancia menor el de Aby Warburg que primaba la buena vecindad que han de conservar los libros al ser ordenados los unos junto a los otros -precisamente Calasso en su librito menciona en repetidas ocasiones al experto en arte y coleccionista abusivo (a dios gracias)-, sin obviar la desesperación que mostraba el escritor checo Ivan Klíma en su El libro como amigo y como enemigo, recogido en el volumen de Quint Buchholz: El Libro de los Libros. Historia sobre imágenes. Lumen, 1998. En fin, siempre queda el recurso a hacer caso a Pierre Ménard en su ocurrente: 20 raisons d´arrëter de lire, Cherche Midi, 2014. Y muerto el perro, se acabó la rabia. Pero a lo que íbamos. En fin, los libros como salvación o como puertas abiertas a la locura, honor a don Quijote; o a las conversiones religiosas, véase el caso de Ignacio de Loyola que convaleciente pidió novelas caballerescas, y en cambio le dieron libros de devoción, Vita Christi y La Leyenda durea, y…mira lo que pasó, acabó convirtiéndose. Si hacemos caso a Roland Barthes, en un logoteta, creador de nuevos lenguajes, junto a Sade y Fourier. ¡Cosas!

En este terreno quien lee algún libro o algún autor establece estrechas relaciones con ellos, y quien estando en posesión de cantidades abundantes trata de poner orden, se siente tocado en los recuerdos de los libros y de la vida, en las limitaciones y hasta en las sorpresas de hallar algunos libros que ni recordaba tener; en esto sucede como en las capas arqueológicas, unas se sitúan encima de otras apoyándose, y ocultando, las anteriores. Calasso, entre otras costumbres, declara que pone papeles a forma de tapas a los libros para evitar que las visitas reconozcan los libros que reposan en los anaqueles. En algunos momentos de la lectura, servidor, con toda humildad lo digo, ha sentido un tirón de orejas, ya que Calasso considera la ordenación por orden alfabético como un sistema un tanto primario, sin lugar a dudas descalifica con mayor repudio a quienes los ordenan por colores o por tamaños; en fin, a todo hay quien gane.

En todo momento muestra respeto para los lectores, en especial hacia los buenos lectores que además de distinguirse por sus afectos electivas lectoras, son capaces de domar el caos de sus libros; y se permite traer a colación algunos escritores de su agrado, entre los que hay algunos realmente no muy conocidos que digamos.

Afirmaba Calasso que los críticos literarios más relevantes del siglo XX son generalmente escritores, sacando a relucir los trabajos de Gottfried Benn, Jorge Luis Borges, Auden, Ossip Mandelstam, Marcel Proust o Paul Valéry… podría añadirse sin rizar rizo algunos su nombre al poderse comprobar su exquisitez a la hora de seleccionar obras y autores como quedan expuesta en los modelos de concisión que son las presentaciones, en contraportadas, que dentro del habitual olor a desmedido incensario, relevan una certera puntería para captar la esencia de los libros en escasas líneas.

                                                          Hendaia, 30 de julio

Por Iñaki Urdanibia

El escritor y editor italiano no cesa en la búsqueda de los orígenes y sus relatos

«Las obras de Calasso están destinadas a no morir» (Leonardo Sciascia)

«Calasso está como en su propia casa en medio e todos los libros, de todas las culturas, de todos los mitos: su extraordinaria cultura no deja de asombrarnos. Por eso está en mejores condiciones que nadie para narrarnos las metamorfosis del siglo XXI» (Pietro Citati)

El escritor y editor italiano, fundador de la editorial Adelphi es, junto a Giulio Einaudi y Giangiacomo Feltrinelli, uno de los editores de más peso después de la guerra. Su labor en dicha editorial hizo conocer en su país la literatura mitteleuropea, además de publicar ediciones críticas de Nietzsche, Giorgio Colli, entre otros. Lector por devoción y por obligación, es un escritor del conjunto a los que se ha de dar de comer aparte; escritor fuera de las habituales clasificaciones y géneros, reivindicando la mezcla de ellos, diciendo que no sabe exactamente en qué género escribe, cosa que no le preocupa de ninguna de las maneras. Entre sus obras pueden citarse KaLas ruinas de Kash – cuyos temas según las palabras de Ítalo Calvino son: Tayllerand y todo el resto –. Los rastreos guiándose por las narraciones del Talmud de Los cuarenta y nueve escalones, o por los mitos y leyendas griegos en su Las bodas de Cadmo y Harmonia, y muchas travesías más, por autores como Baudelaire o Kafka. Con lo nombrado basta para ver como su obras se sitúan en la encrucijada de las fábulas, del ensayo y de la antropología. Un complejo laberinto en los que el mestizaje y los hilos de Ariadna atraerán a quien se acerque a sus libros, cuya vocación filosófica se plasma en literatura de altura.

En la presente ocasión sigue su erudito rastreo, en «El Cazador de Celeste», publicado por Anagrama, y la travesía se extiende por diferentes lares que van de la India védica, a Egipto, a la Grecia clásica sobre todo, a los cazadores paleolíticos, en un entrelazamientos en el que los animales sirven de modelo a los humanos y representación de lo divino, llegando hasta la máquina de Turing; de la relación humana/divina se había centrado en unas conferencias pronunciadas en 2000, recogidas bajo el título de La literatura y los dioses. Lazos entre la poesía, y el impulso al infinito que anida en los humanos, que se presentan bajo formas de diferentes cosmogonías que tratan de expresar la génesis y el desarrollo de la cultura, del surgimiento de los humanos, y en la que este cazador de mitos, halla coincidencias y puntos comunes, llamando la atención sobre las palmarias coincidencias que se dan en los diferentes mitos y leyendas, de diferentes culturas, a la hora de tratar de los cazadores; el Homo que se inició en la caza siguiendo el modelo de las hienas, primero imitando ciertos movimientos y posturas, a la vez que evitando el peligro de los predadores, proceso de metamorfosis que duró millares de años en un estado de incertidumbre en el que los hombres no sabían si los otros seres con los que topaban eran dioses, demonios, o representaciones divinas, tal estado de límites borrosos lo describía María Zambrano en su El hombre y lo divino (FCE, 1955): «la relación de lo divino y lo humano […] tal vez pudiéramos caracterizarla hablando de un delirio de persecución o, como ha hecho alguien en nuestro días, de un lebrel divino que corre tras el hombre, ávido de alcanzarlo», y… Eleusis, Sirio y Orión, dejando entre los dos últimos un hueco al Cazador Celeste que queda representado en el cielo, y Zeus, y sabios, depredadores y héroes aparecen en este libro que, siguiendo la marca de la casa del escritor italiano, se despliega en diferentes direcciones horizontales y también verticales, que enlazan con escritores, filósofos y científicos de ayer y de hoy en una simbiosis que no cruje de ninguna de las maneras ya que la capacidad narrativa del escritor nos acerca a todo ello dándonos la sensación de penetrar en los pagos de lo más imaginativo de la literatura fantástica, con unas tonalidades líricas de una elegancia que para sí quisieran muchos poetas. No están muy lejos las interpretaciones con respecto a lo sagrado y lo divino del italiano con la explicación de Rudolf Otto en su Lo santo, lo racional y lo irracional en la idea de Dios (Alianza, 1985). Si los relatos míticos dan cuenta de las creencias de la época, en el caso de los griegos, la cosa no estaba tan clara para algunos especialistas en la época clásica, y así Paul Veyne se preguntaba si los griegos creían realmente en sus dioses, para coincidir en la respuestas con Marcel Detienne en mantener que sí, pero con cierta distancia, con moderación.

No cabe duda de que la lectura de este, como de los otros libros de Roberto Calasso, exigen paciencia y atención, más si en cuenta se tiene que los desplazamientos geográficos y los saltos temporales pueden descolocar a quien no siga al guía con cercana atención, en el dédalo de espejos y metamorfosis. Las reflexiones no cesan sobre el poder de las historias y la potencia del lenguaje a lo largo del tiempo, lo que hace que aun dando por cierta aquella aseveración aristotélica, de que el hombre por naturaleza quiere saber, quede expuesto con nitidez el deseo de los humanos de que les cuenten cuentos, acerca de la creación, del más allá, de lo que no resulta visible a sus sentidos con la pretensión de querer explicarse el caos al que están arrojados. El ritmo del narrar calassiano hace que solamente pueda ser aprehendido la peregrinación siempre que uno se deja acunar por el movimiento, a veces fugaz y saltarín hasta el torbellino, en el vagabundeo incesante del escritor que no evita tomar desvíos, y adoptar caminos que a veces se antojan como aquellos, sendas del monte, que no llevan a ninguna parte de los que hablase Heidegger; y si, citando a Séneca, «Eleusis guarda un secreto para quienes regresan a ella»(p. 422), los misterios que allá se conservan exigen volver para ser iluminado, metáfora de la exigencia de la lectura y la re-lectura que exigen la prosa del autor si se quiere sacar el fruto debido; «resplandece en Eleusis el arcano de la germinación terrenal», decía María Zambrano.

Roberto Calasso trata de cazar con su pluma por medio de la escritura, y la complicidad del lector ha de darse siempre que se trate de cazar el sentido de lo expresado, y lo hace trenzando una red de relaciones en las que se cruzan las explicaciones de distintos mitos, se buscan las concomitancias y diferencias entre distintos filósofos, como Plotino, Platón o Aristóteles. Calasso organiza un juego en el que una serie de preguntas de unos mitos son respondidas recurriendo a otros, moviéndose por los territorios de lo sagrado, buscando para ello en inscripciones arqueológicas, rupestres o textuales, mas lejos de cualquier pretensión ligada con las ciencias dichas humanas ya que su topos es el propio de la literatura, en busca de lo irreductible, ya que «la literatura es el único dominio en el que será posible hallar tal, pues la literatura es el lugar mismo de lo que no responde a las reglas de cierta exigencia de rigor» y en esa tarea intenta hallar las contradicciones, los fallos lógicos y demás, adoptando el rol de un explorador que busca el terreno en el que el ser individual se aventura con lo divino, con lo sagrado. La interpretación de lo divino iría por el camino de plantear las metamorfosis, el de la caza, cuando la identificación con el animal no se había establecido todavía, en los tiempos del sacrificio (la sombra de su amigo René Girard y sus análisis sobre el chivo expiatorio planean), perdurando siempre, según Calasso, el intento por representar lo invisible, como el lugar de los dioses, de los muertos, de los antepasados, del pasado en su totalidad. Aunque de entrada se tenga la idea de que lo invisible está lejos, al contrario no se aprehende por su cercanía, objeto de los rituales chamánicos y facilitada por la adoración, que los humanos han delegado en la muerte y el sentido de la falta que todas las religiones han privilegiado.

La caza contra una importancia destacada en el repaso y la figura de Artemisa cobra un papel clave como diosa de la naturaleza salvaje y de la caza, y sirve de paradigma para comprender los límites borrosos entre lo humanos y lo divino que establecían los relatos míticos.

En fin, Roberto Calasso entrega su octavo paso en ese incesante trabajo hurgando en los orígenes del ser humando, en sus ritos y creencias, sin ignorar las huellas en el presente, con una irresistible tendencia a la elaboración del libro total.

Por Iñaki Urdanibia

El escritor y editor italiano no cesa en la búsqueda de los orígenes y sus relatos.

«Las obras de Calasso están destinadas a no morir» (Leonardo Sciascia)

«Calasso está como en su propia casa en medio e todos los libros, de todas las culturas, de todos los mitos: su extraordinaria cultura no deja de asombrarnos. Por eso está en mejores condiciones que nadie para narrarnos las metamorfosis del siglo XXI» (Pietro Citati)

El escritor y editor italiano, fundador de la editorial Adelphi es, junto a Giulio Einaudi y Giangiacomo Feltrinelli, uno de los editores de más peso después de la guerra. Su labor en dicha editorial hizo conocer en su país la literatura mitteleuropea, además de publicar ediciones críticas de Nietzsche, Giorgio Colli, entre otros. Lector por devoción y por obligación, es un escritor del conjunto a los que se ha de dar de comer aparte; escritor fuera de las habituales clasificaciones y géneros, reivindicando la mezcla de ellos, diciendo que no sabe exactamente en qué género escribe, cosa que no le preocupa de ninguna de las maneras. Entre sus obras pueden citarse KaLas ruinas de Kash – cuyos temas según las palabras de Ítalo Calvino son : Tayllerand y todo el resto –. Los rastreos guiándose por las narraciones del Talmud de Los cuarenta y nueve escalones, o por los mitos y leyendas griegos en su Las bodas de Cadmo y Harmonia, y muchas travesías más, por autores como Baudelaire o Kafka. Con lo nombrado basta para ver como su obras se sitúan en la encrucijada de las fábulas, del ensayo y de la antropología. Un complejo laberinto en los que el mestizaje y los hilos de Ariadna atraerán a quien se acerque a sus libros, cuya vocación filosófica se plasma en literatura de altura.

En la presente ocasión sigue su erudito rastreo, en «El Cazador de Celeste», publicado por Anagrama, y la travesía se extiende por diferentes lares que van de la India védica, a Egipto, a la Grecia clásica sobre todo, a los cazadores paleolíticos, en un entrelazamientos en el que los animales sirven de modelo a los humanos y representación de lo divino, llegando hasta la máquina de Turing; de la relación humana/divina se había centrado en unas conferencias pronunciadas en 2000, recogidas bajo el título de La literatura y los dioses. Lazos entre la poesía, y el impulso al infinito que anida en los humanos, que se presentan bajo formas de diferentes cosmogonías que tratan de expresar la génesis y el desarrollo de la cultura, del surgimiento de los humanos, y en la que este cazador de mitos, halla coincidencias y puntos comunes, llamando la atención sobre las palmarias coincidencias que se dan en los diferentes mitos y leyendas, de diferentes culturas, a la hora de tratar de los cazadores; el Homo que se inició en la caza siguiendo el modelo de las hienas, primero imitando ciertos movimientos y posturas, a la vez que evitando el peligro de los predadores, proceso de metamorfosis que duró millares de años en un estado de incertidumbre en el que los hombres no sabían si los otros seres con los que topaban eran dioses, demonios, o representaciones divinas, tal estado de límites borrosos lo describía María Zambrano en su El hombre y lo divino (FCE, 1955): «la relación de lo divino y lo humano […] tal vez pudiéramos caracterizarla hablando de un delirio de persecución o, como ha hecho alguien en nuestro días, de un lebrel divino que corre tras el hombre, ávido de alcanzarlo», y… Eleusis, Sirio y Orión, dejando entre los dos últimos un hueco al Cazador Celeste que queda representado en el cielo, y Zeus, y sabios, depredadores y héroes aparecen en este libro que, siguiendo la marca de la casa del escritor italiano, se despliega en diferentes direcciones horizontales y también verticales, que enlazan con escritores, filósofos y científicos de ayer y de hoy en una simbiosis que no cruje de ninguna de las maneras ya que la capacidad narrativa del escritor nos acerca a todo ello dándonos la sensación de penetrar en los pagos de lo más imaginativo de la literatura fantástica, con unas tonalidades líricas de una elegancia que para sí quisieran muchos poetas. No están muy lejos las interpretaciones con respecto a lo sagrado y lo divino del italiano con la explicación de Rudolf Otto en su Lo santo, lo racional y lo irracional en la idea de Dios (Alianza, 1985). Si los relatos míticos dan cuenta de las creencias de la época, en el caso de los griegos, la cosa no estaba tan clara para algunos especialistas en la época clásica, y así Paul Veyne se preguntaba si los griegos creían realmente en sus dioses, para coincidir en la respuestas con Marcel Detienne en mantener que sí, pero con cierta distancia, con moderación.

No cabe duda de que la lectura de este, como de los otros libros de Roberto Calasso, exigen paciencia y atención, más si en cuenta se tiene que los desplazamientos geográficos y los saltos temporales pueden descolocar a quien no siga al guía con cercana atención, en el dédalo de espejos y metamorfosis. Las reflexiones no cesan sobre el poder de las historias y la potencia del lenguaje a lo largo del tiempo, lo que hace que aun dando por cierta aquella aseveración aristotélica, de que el hombre por naturaleza quiere saber, quede expuesto con nitidez el deseo de los humanos de que les cuenten cuentos, acerca de la creación, del más allá, de lo que no resulta visible a sus sentidos con la pretensión de querer explicarse el caos al que están arrojados. El ritmo del narrar calassiano hace que solamente pueda ser aprehendido la peregrinación siempre que uno se deja acunar por el movimiento, a veces fugaz y saltarín hasta el torbellino, en el vagabundeo incesante del escritor que no evita tomar desvíos, y adoptar caminos que a veces se antojan como aquellos, sendas del monte, que no llevan a ninguna parte de los que hablase Heidegger; y si, citando a Séneca, «Eleusis guarda un secreto para quienes regresan a ella» (p. 422), los misterios que allá se conservan exigen volver para ser iluminado, metáfora de la exigencia de la lectura y la re-lectura que exigen la prosa del autor si se quiere sacar el fruto debido; «resplandece en Eleusis el arcano de la germinación terrenal», decía María Zambrano.

Roberto Calasso trata de cazar con su pluma por medio de la escritura, y la complicidad del lector ha de darse siempre que se trate de cazar el sentido de lo expresado, y lo hace trenzando una red de relaciones en las que se cruzan las explicaciones de distintos mitos, se buscan las concomitancias y diferencias entre distintos filósofos, como Plotino, Platón o Aristóteles. Calasso organiza un juego en el que una serie de preguntas de unos mitos son respondidas recurriendo a otros, moviéndose por los territorios de lo sagrado, buscando para ello en inscripciones arqueológicas, rupestres o textuales, mas lejos de cualquier pretensión ligada con las ciencias dichas humanas ya que su topos es el propio de la literatura, en busca de lo irreductible, ya que «la literatura es el único dominio en el que será posible hallar tal, pues la literatura es el lugar mismo de lo que no responde a las reglas de cierta exigencia de rigor» y en esa tarea intenta hallar las contradicciones, los fallos lógicos y demás, adoptando el rol de un explorador que busca el terreno en el que el ser individual se aventura con lo divino, con lo sagrado. La interpretación de lo divino iría por el camino de plantear las metamorfosis, el de la caza, cuando la identificación con el animal no se había establecido todavía, en los tiempos del sacrificio (la sombra de su amigo René Girard y sus análisis sobre el chivo expiatorio planean), perdurando siempre, según Calasso, el intento por representar lo invisible, como el lugar de los dioses, de los muertos, de los antepasados, del pasado en su totalidad. Aunque de entrada se tenga la idea de que lo invisible está lejos, al contrario no se aprehende por su cercanía, objeto de los rituales chamánicos y facilitada por la adoración, que los humanos han delegado en la muerte y el sentido de la falta que todas las religiones han privilegiado.

La caza contra una importancia destacada en el repaso y la figura de Artemisa cobra un papel clave como diosa de la naturaleza salvaje y de la caza, y sirve de paradigma para comprender los límites borrosos entre lo humanos y lo divino que establecían los relatos míticos.

En fin, Roberto Calasso entrega su octavo paso en ese incesante trabajo hurgando en los orígenes del ser humando, en sus ritos y creencias, sin ignorar las huellas en el presente, con una irresistible tendencia a la elaboración del libro total.