Por Iñaki Urdanibia
Ayer, día 29, falleció quien era toda una institución de las letras italianas.
Este pasado día 29 falleció, a los ochenta años de edad, uno de los clásicos vivos de las letras italianas y, por extensión, europeas y universales, ahí están las palabras de su editorial rival Feltrinelli que afirmaba ayer mismo que «Roberto Calasso ha sido y seguirá siendo una figura central de referencia para el panorama literario italiano y universal»; había nacido en Florencia en 1941. Su padre era profesor de universidad antifascista declarado y el niño mostró desde joven una inteligencia literaria fuera de lo normal, a los trece años leyó En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. El fallecido jugó un papel esencial en el mundo de la edición italiana, dirigiendo la prestigiosa Edizioni Adelphi durante varias décadas, cerca de sesenta años, y abriendo las puertas de su país a muchos de los autores más imprescindibles del panorama literario; se definía a sí mismo, lo que no era sino una mera boutade, como lector de solapas y, desde luego, sí que es cierto que muchas contracubiertas de los libros publicados escribió, más de mil, como puede verse en su Cien cartas a un desconocido, en las que su hijo seleccionó aquellas que le parecieron más aptas para una vida independiente: en ellas se codean Butler, con Artaud, Loos, Yeats, Roth, Walser, Blixen, Borges, etc., etc., etc. La marca de la casa, me refiero a su escritura, era su capacidad para cruzar la narrativa con el ensayo, hurgando en temas filosóficos y en personajes míticos de la India, Grecia, etc., hasta alargar su mirada a la actualidad de los Baudelaire y sus paseos parisinos o Kafka, en su deambular por la capital checa, en una escritura que pisaba fuerte allá por donde se moviese; ante algunas críticas recibidas por sus libros centrados en leyendas y mitos, si respuesta no distaba de la que esgrimiese en su momento el poeta resistente René Char: «yo alimento a mis dioses que no existen mientras que ellos adoran a sus puercos que sí que existen». Sus originales y eruditas obras fueron aplaudidas por sus pares como Leonardo Sciascia o Ítalo Calvino y premiada con diferentes galardones, entre ellos el Premio Formentor de las Letras 2016; los miembros del jurado destacaron que «restaura la integridad de pensadores y artistas a veces descuidados por la Historia, pero imprescindibles a la hora de entender la mutación de nuestra experiencia cultural. Su obra discurre por senderos narrativos y reflexivos en donde la belleza literaria, el rigor conceptual y la intuición poética conforman una insaciable inteligencia».
Cualquiera que abra las páginas de sus libros se verá sumergido en un amplio cúmulo de saberes, lo que hace que algún contemporáneo suyo mostrase su estupefacción ante el apabullante dominio de diferentes horizontes de las tradiciones y leyendas tanto ajenas, como europeas, y afirmase que leyéndole se tenía la sensación de que Robert Calasso había leído toda la biblioteca de Alejandría entera.
Su muerte, a resultas de una larga enfermedad, ha coincidido con la publicación de un par de libros, recogiendo el primero de ellos sus recuerdos de infancia cuando hubieron de permanecer escondidos en Florencia, durante la guerra, para evitar a la policía fascista,
No quisiera repetirme, de la información recogida en alguno de los artículos de abajo, por lo que me limitaré a, a modo de recuerdo y homenaje al desaparecido, recuperar un par de comentarios que publiqué de un par de libros suyos, y otro en estado de borrador:
+ El primero apareció en el diario Gara
Pongamos que hablan de París
+ Roberto Calasso
La Folie Baudelaire
Anagrama, 2011.
427 págs. / €.
La capital del Sena da para mucho: poesía, música, arte en general, arquitectura y su propio ser como ciudad que discurre por las orillas de un caudaloso río. La ciudad del amor, de los paseantes…como decía un alcanforado cantante de por acá: c´est une blonde, la plus belle du monde. No pretendo ocupar un puesto en oficina de turismo alguna, ni tampoco aspiran a ello los autores de los libros que traigo a esta página. Hablaba de paseantes, flaneûrs, a los que alababa el autor de «Las flores del mal» y que tanto juego dieron al estudioso de la ville Lumière y de otros asuntos, Walter Benjamin. El escritor italiano Robert Calasso tampoco se queda manco, o mejor cojo si hablamos de paseantes. Cual rey Midas de las letras, tema que trata en su cuidada prosa lo convierte en oro; en este caso produce una joya de muchos quilates y lo hace con una abundancia de informaciones (literarias, arquitectónicas, filosóficas, pictóricas, escultóricas, y de todo género) ad abusum. No avanza el visitante-guía con patitas de paloma sino que los suelos que transitan los pisa con fuerza (como lo cantaba Alejandro Sanz, con perdón), y las lecciones se van entrelazando en una fiesta por la crème de la crème del Paris del XIX.
Baudelaire contó un sueño, el único, y Calasso lo toma como base, como trampolín para hilar una tela de historias que confluyen en torno al museo-bordel que el poeta había soñado. Este funciona como una ola que todo lo empapa y su influencia estética se va extendiendo como una contagiosa e imparable onda expansiva que va desde sus ensayos sobre las pinturas de Ingres y Lacroix , a los impulsados por su ideario artístico: Degas y Manet (las fieles ilustraciones no faltan). El dionisíaco poeta, y brillante y sagaz prosista, es analizado por el autor de este libro que se abre en crisálida por las entretelas del ambiente decimonónico. La promesse de bonheur de la que hablaba Stendhal, refiriéndose a las mujeres, va a devenir en el caso del poeta en característica, de lo bello, de los cánones estéticos que no respetan el formalismo clásico y manierista. Calasso da muestra de tener una extraordinaria habilidad, y sabiduría, para introducirse en el espíritu del siglo, hasta en sus más recónditos entresijos, y para reflejar cómo se expandieron las ideas baudelerianas más allá de sus contemporáneos. Somos introducidos en los más concurridos salones en donde se codean brillantes escritores y artistas… y como una iluminación se nos entrega el siglo en su plenitud y efervescencia.
Un texto en cierto modo complementario del anterior es un combativo libro de Eric Hazan que compara el París desde principios del XIX al de hoy en un balanceo cuyo centro de gravedad serían ciertos barrios emblemáticos y populares como Barbés, Belleville, lejos de los brillos de la gente guapa; Paris sous tension (La Fabrique, 2011). A este último podría ponérsele como banda sonora -se ve que hoy tengo vena musical- le temps des cerises, por la combatividad del texto y de su autor.
+ El segundo fue publicado en esta misma red, con ocasión de la publicación, por acá, de su último libro:
Roberto Calasso, explorador de mitos – Kaos en la red
+ Posteriormente , el mes de mayo, vio la luz su curioso: Cómo ordenar una biblioteca, cuyo comentario, al final, quedo en mero proyecto, y, a decir verdad, su lectura no me sirvió para ordenar la mía, convertida en una verdadera selva de papeles, libros y revistas, mas sí para disfrutar de la lucidez del escritor.
Nadie ha de espera en este pequeño cuaderno la propuesta de recurrir al sistema decimal u otras técnicas de ordenación del tipo del Manual de bibliotecas de Manuel Carrión Gútiez, el más sencillito de Rosa Brunet y María Manade, Cómo organizar una biblioteca, o las más Reglas de catalogación del Ministerio de Cultura, nada de eso, sino que el libro se disemina por diferentes cuestiones cuyo centro de gravedad es la relación que quien posee una biblioteca mantiene con los libros, aconsejando que si éste no quiere verse desbordado ha de «reconocer y transformar el mapa mental de sus preferencias y pasiones…» siendo capaz de evitar el espíritu coleccionista o las tendencias propias de las urracas: el guardar todo no es posible, ni conveniente, ye ello por mera salud mental. Las indicaciones del indudable experto, deriva por los caminos de las maneras de editar, escribir y comprar, y sobre todo, leer los libros. Todo esto le lleva a desnudarse ante el lector, al entregarle consideraciones que van más allá de la biblioteca en sí, revisando diferentes periodos en su trayectoria lectora, que es reflejo de los tiempos: de las revistas, a las reseñas, etc.
Roberto Calasso se une a quienes muestran su amor a los libros, a la lectura, lo que por otra parte amén de beneficios puede, doy fe, ocasionar múltiples problemas, entre otros, de espacio, y posterior búsqueda de lo que se pretende hallar. Un ejemplo realmente destacable es el de Walter Benjamin quien en una vida de movimiento permanente a lo que había de sumarse para más inri su vocación de coleccionista compulsivo de libros ara niños, abecedarios, testimonios redactados por enfermos mentales y juguetes, se planteaba el problema de como empaquetar su biblioteca (Je débale ma bibliothèque, Payot&Rivages, 2000); tampoco era un caso de relevancia menor el de Aby Warburg que primaba la buena vecindad que han de conservar los libros al ser ordenados los unos junto a los otros -precisamente Calasso en su librito menciona en repetidas ocasiones al experto en arte y coleccionista abusivo (a dios gracias)-, sin obviar la desesperación que mostraba el escritor checo Ivan Klíma en su El libro como amigo y como enemigo, recogido en el volumen de Quint Buchholz: El Libro de los Libros. Historia sobre imágenes. Lumen, 1998. En fin, siempre queda el recurso a hacer caso a Pierre Ménard en su ocurrente: 20 raisons d´arrëter de lire, Cherche Midi, 2014. Y muerto el perro, se acabó la rabia. Pero a lo que íbamos. En fin, los libros como salvación o como puertas abiertas a la locura, honor a don Quijote; o a las conversiones religiosas, véase el caso de Ignacio de Loyola que convaleciente pidió novelas caballerescas, y en cambio le dieron libros de devoción, Vita Christi y La Leyenda durea, y…mira lo que pasó, acabó convirtiéndose. Si hacemos caso a Roland Barthes, en un logoteta, creador de nuevos lenguajes, junto a Sade y Fourier. ¡Cosas!
En este terreno quien lee algún libro o algún autor establece estrechas relaciones con ellos, y quien estando en posesión de cantidades abundantes trata de poner orden, se siente tocado en los recuerdos de los libros y de la vida, en las limitaciones y hasta en las sorpresas de hallar algunos libros que ni recordaba tener; en esto sucede como en las capas arqueológicas, unas se sitúan encima de otras apoyándose, y ocultando, las anteriores. Calasso, entre otras costumbres, declara que pone papeles a forma de tapas a los libros para evitar que las visitas reconozcan los libros que reposan en los anaqueles. En algunos momentos de la lectura, servidor, con toda humildad lo digo, ha sentido un tirón de orejas, ya que Calasso considera la ordenación por orden alfabético como un sistema un tanto primario, sin lugar a dudas descalifica con mayor repudio a quienes los ordenan por colores o por tamaños; en fin, a todo hay quien gane.
En todo momento muestra respeto para los lectores, en especial hacia los buenos lectores que además de distinguirse por sus afectos electivas lectoras, son capaces de domar el caos de sus libros; y se permite traer a colación algunos escritores de su agrado, entre los que hay algunos realmente no muy conocidos que digamos.
Afirmaba Calasso que los críticos literarios más relevantes del siglo XX son generalmente escritores, sacando a relucir los trabajos de Gottfried Benn, Jorge Luis Borges, Auden, Ossip Mandelstam, Marcel Proust o Paul Valéry… podría añadirse sin rizar rizo algunos su nombre al poderse comprobar su exquisitez a la hora de seleccionar obras y autores como quedan expuesta en los modelos de concisión que son las presentaciones, en contraportadas, que dentro del habitual olor a desmedido incensario, relevan una certera puntería para captar la esencia de los libros en escasas líneas.
Hendaia, 30 de julio