Por Iñaki Urdanibia.

Acercamiento a la novela de más aliento del dramaturgo germano.

Nombrar la colaboración fructífera de Bertold Brecht y Kurt Weil es traer a la palestra la ópera de cuatro cuartos (Die Dreigroschenoper / The Threepenny Opera / L´Opera de quat´sous), de los tres centavos, de los tres peniques, de perra gorda… como se puede ver esta variedad de títulos con los que se le ha conocido es debido a los diferentes títulos que se le ha dado en los distintos idiomas, de ahí que los haga constar en el anterior paréntesis.

La obra que estrenó en 1928, y a pesar de que la acción esté situada en un Londres dickensiano, no hace falta forzar mucho, ni poco, las cosas para ver un retrato de la posguerra, los tiempos de la endeble República de Weimar, y en el escenario se mueven seres derrotados, tullidos, mendigos, mutilados, miserables, prostitutas, y… la otra cara de la moneda: ricachones con sus servidores, gánsters de turno y otros vendidos. Los desastres de la guerra y los del voraz capitalismo toman la escena y el grito crítico denuncia el estado de cosas, como en los expresionistas cuadros de los Grosz o Dix… ese estado de cosas que se da en la república de cuatro cuartos… y en todos los lugares en los que el capital impone sus garras con los apoyos de lo más guarro del tejido social.

La ópera gozó de una salud envidiable hasta que llegó la bestia parda y, obviamente, la dejó fuera de juego – no se podía permitir esa muestra de “incultura judeo-blochevique” -, así como a sus autores que tuvieron que escapar al exilio; múltiples puestas en escena en los límites de las fronteras germanas y fuera de ellas (diez mil en Europa, y desconcierto ante la proyección de la versión cinematográfica, en 1933, en Broadway), y la voz de Lotte Lenya, Kurt Gerron (asesinado en Auschwitz), Will Trenk, Trebitsch, Eric Ponto, Wolfgang Neuss, Trude Hesterburg, Eric Schellow, Johanna von Kóczián,… Marlene Dietrich, …y las posteriores canciones interpretadas por Marianne Faithfull, Ute Lemper, Tom Waits, Lou Reed, Sting y toda una serie de cantantes de la actualidad… muestra de la alargada sombra de la obra ¿quién no ha oído, quién no recuerda la canción de Mackie Mecer (Mackie el Navaja )? Cierto es que no le hacía mucha gracia a Bertold Brecht el éxito obtenido ya que algunas de sus mensajes eran tergiversados en su espíritu de no pocos jóvenes de la época que se sabían de memoria sus songs «en que se proclamaba que sólo se podía vivir bien en el bienestar. Ser bueno era un lujo peligroso. Primero venía la comida y después la moral» (Hans Mayer, Brecht. Hiru, 1998; p. 465); le repateaba que no se comprendiera que ciertas canciones, al igual que ciertas libertades escénicas, eran irónicos guiños que incidían en lo opuesto de lo que pudiera parecer, en su tenaz y permanente esfuerzo por expresar la verdad; partidario del efecto de distanciamiento (Verfremdungseffetkt) que era esencia para su modo de crear y representar: «una representación es distanciadora cuando permite que se reconozca el tema pero hace que éste parezca extraño al mismo tiempo».

La obra de teatro, ejemplo de combativa comedia musical en la que los tonos jazzísticos no se ausentan (significativas fueron las versiones de algunas de sus canciones por Louis Amstrong y de Ella Fitzgerald), tuvo sus más y sus menos en lo que respecta a su versión cinematográfica, ya que Brecht vendió los derechos a Nero-Film A.G. para que fuera llevada a la pantalla con derecho por parte de la empresa compradora de introducir variaciones en la original representación brechtiana… pero una cosa es una cosa, y otra es otra que es la que al final sucedió, al desdibujar, la película, cualquier atisbo del espíritu original de la obra… vamos que fue convertida en un empalagoso caramelito de fresa, ante lo cual – y como no podía ser de otro modo – Bertold Brecht se pilló un mosqueo de aquí te espero marinero, al considerar que se daba una clara “producción de explotación” al dejar su obra troceada, desfigurada, etc. , su airado descontento le empujó a denunciar la tergiversación en los tribunales para tratar de poner las cosas en su sitio, pleito que se conoció como el de tres cuartos ( DreigroschenprozeB); actuación de los mercaderes  – en este caso de la cultura – que dejaba a las claras que una obra de arte es completamente utilizable para unos fines distintos que para los que fue creada. Con su obra había pasado – según su opinión – lo que sucedía en los desguaces de coches: «una obra de arte se puede descomponer en piezas, algunas de las cuales pueden ser desechadas. Es mecánicamente desmontable , conforme a criterios económicos y policiales» (Pleito de tres cuartos).

La novela de los cuatro cuartos

Dice Ruth Berlau que «durante los ochos años que siguieron – hasta su muerte en Moscú en 1941 – [se refiere a la muerte de Margarete Steffin] ésta colaboró en casi todas las obras que escribió Brecht. En siete obras figura como colaboradora suya. Hay que añadir numerosos fragmentos, su importante aportación a la hora de editarse Canciones, poemas, coros y, junto a todo cuanto había hecho para Brecht, hay que resaltar su ayuda en la elaboración de La novela de dos centavos, que Brecht le dictó en su mayor parte cuando se encontraba enfermo en cama» (Hans Bunge [editor], Una vida con Brecht. Recuerdos de Ruth Berleau. Trotta, 1991; p. 243). La novela – sin duda la de más aliento dentro de la producción brechtiana – se publicó, por primera vez en 1934, estando el escritor en el exilio, mas la primera vez que se publicó dentro de las fronteras de su país fue en 1967, editada por Suhrkamp Verlag, con el título de Dreigrosschenroman… [Hay edición en castellano en Libro de Bolsillo nº 1614 de Alianza Editorial, 1993; la Ópera está editada en el volumen tercero del Teatro completo en la misma colección, nº 1437, publicado en 1987].

Despojada de la gestualidad de los escenarios y de la música que acompañaba la representación y librándose de seguir el modelo en el que se habían inspirado, The Beggar Opera de John Gray, la novela no es una mera versión de la ópera [baste señalar, a nivel meramente cuantitativo, que la novela tiene cuatrocientas sesenta y cinco páginas, mientras que la ópera consta de un libreto de treinta], ya que los protagonistas, en especial Macheat, son retratados con mayor detalle y cobra mayor importancia en el desarrollo de la historia, en su boda con Polly Peachum, el disgusto del padre de esta por la mala fama del de la navaja, los compadreos de éste con la policía…; las lecciones de la obra adquieren más elevado nivel pedagógico, del mismo modo que los males de la sociedad quedan presentados con más detalle y descaro, al entrar más en la caracterización psicológica del hombre de la navaja que de delincuente pasa a convertirse en un próspero hombre de negocios de la city londinense. En su ascensión juegan un papel clave diferentes personajes de los bajos fondos con la vista gorda, cuando no con el beneplácito elogioso, de los policías admirados de lo bien que los delincuentes cumplían con su papel y cómo subían en la escala social gracias a sus chanchullos y su admirable tenacidad; «Son muchachos excelentes / cuando se les deja actuar / y por el botín pelear / armados hasta los dientes». La libertad que le brindaba el no tener que depender de las interpretaciones de los actores – que no pocas veces llevaban las cosas no a donde quería el creador sino dejándose llevar por lo que les dictaba su propio gusto- las tintas quedan más cargadas en la maldad del personaje central, adquiriendo la novela mayor mordacidad y actualidad que la ópera; traspasando el carácter de los criminales a su abierto parentesco con los valores burgueses.

Tanto en la ópera como en la novela los personajes son los mismos y la historia igualmente, si bien más extendida, del mismo modo que el mensaje coincide, prestando la primera a la segunda algunas de sus más célebres canciones (Canción de Polly Peachum, Canción de guerra, Final de cuatro cuartos, Balada de Hanna Cash, Balada popular de Mackie Cuchillo, Canción de la inutilidad del esfuerzo humano, Sueños de una pincha de cocina, Canción del jefe de la policía, Balada de la buena vida, La película de cuatro cuartos, además de algunas coplas marineras) y cosa que no gustó ni a la stalinista nomenklatura moscovita ni a su sucursal germana que veían que el escritor no recurría al concurso de proletarios templados por el acero, sino que centraba su mirada en seres marginales, con lo que su visión se movía por los bordes de lo blandengue y timorato en vez de seguir la línea del realismo socialista que no hacía sino engrandecer la firmeza de los bravos proletarios que armados con la ideología del partido, eran los llamados a cambiar las cosas. A esto se ha de añadir que los tonos irónicos y el humor brechtiano no gustaban de ninguna de las maneras a los jerifaltes de la ortodoxia que juzgaban que estas cosas se habían de abordar con seriedad y con tonos más empapados de heroicidad, y con final feliz, cosas que no se daban en esta obra, ni en general en la escritura de Brecht que veía a los humanos en su carácter poliédrico y no como seres de una pieza (de oro de ley proletaria), y no veía los horizontes luminosos ya que las nieblas practicas le habían acostumbrado a no comulgar con ruedas de molino; vamos que el “desenfreno” de Brecht, con una centralidad de personajes outsiders, no gustaba a quienes gustaban de tonos grandilocuentes y de romo realismo, sin caer en la cuenta de que los personajes brechtianos, pasados por el cedazo de la contradicción, casaban a las mil maravillas con el mundo burgués en el que se ubicaban sus obras…

Una lectura sagaz de la sociedad capitalista y de sus necesarias cloacas, con lecciones que no sólo valían para su tiempo sino de manera permanente… ¿a quién no le suenan las corrupciones, la delincuencia, el recurso a los servicios de los bajos fondos… en su estrecha relación – hasta la mismísima confusión – con la política, la policía, etc., etc., etc.?