Category: ENRIQUE VILA MATAS


Por Iñaki Urdanibia

«Pero la mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo»

                                                  Nabokov

En esta su última entrega el escritor barcelonés se muestra en plena forma, se suelta el pelo, cosa habitual en su quehacer, y deriva entreverando su vida e innumerables referencias literarias, cinematográficas, musicales, pictóricas, que le acompañan en su travesía en la que se muestra como avezado fingidor, aunque dicho esto a uno le queda detrás de la oreja, la mosca – podría decirse en esta ocasión la araña, ya que varias son las que aparecen en su texto: unas reales y otras dibujadas o imaginadas – acerca de si lo que cuenta es real o pura invención; poetizaba Fernando Pessoa: «El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente…».

«Montevideo» que así se titula su obra, editada en Seix Barral, es como él mismo señala un conjunto de notas biográficas en las que se muestra una búsqueda del estilo más acertado en momentos en los que el narrador confiesa atravesar momentos de serias dudas y de profundo bloqueo; notas de vida y letras, que dan cuenta del desmarque de las cinco tendencias que enumera en las primeras páginas. La novela (podría decirse a lo Magritte que esta novela no es una novela, sino que es un híbrido que planea por el ensayo) discurre por varios lugares: París, Cascais, Montevideo, Reikiavik, Bogotá, París y… por supuesto Barcelona, obviando la mente imaginativa del imaginativo escritor y sus desplazamientos variopintos. No usaré la palabra maldita siempre asociada a su actividad, metaliteratura, mas con el fin de evitarla podría recurrir a decir que el escritor se sumerge en un mundo peri- o dia- literario, como en él es hábito, en el que asoman alrededor de un centenar (no los he contado, pero desde luego no exagero) de nombres propios que le acompañan en la deriva, unos siendo retratados por medio de algunos de sus personajes y otros referidos al mentarse alguna anécdota que apoya, como si de bastones, se trataran, la travesía en la que abundan puertas y muros; tanto las unas como los otros se muestran reales o mentales, y así la apertura de unas, que representan lo femenino, separan el adentro del afuera, mientras que los otros son muestra de lo cerrado, lo masculino, que se muestra cerrado e infranqueable. Puertas hay, ya la propia portada del libro reproduce Las cuatro habitaciones, con sus respectivas puertas, del pintor danés Wilhelm Hammershoi; ta presencia se da hasta el punto de que el escritor acude a Montevideo con el fin de buscar y visitar el escenario de un cuento de Julio Cortázar: La puerta condenada, y logra que el hotel se le conceda la habitación en la que el escritor argentino sitúa, en donde llega a mover un armario en busca de la puerta de marras; señala una curiosa coincidencia que le fue señalada por una escritora sobre la coincidencia del cuento cortazariano con uno de Bioy Casares de temática similar. No se priva tampoco de acudir en busca de interpretación a la autoridad de Juan Eduardo Cirlot, quien «decía que las puertas eran umbral , tránsito, pero también parecían ligadas a la idea de casa, patria, mundos que abandonábamos para luego retornar»; la importancia de las puertas es presentada en el acto de fundación, en 874, de Reikiavik.

Desde los tiempos parisinos, y el deseo defraudado de convertirse en un escritor tipo Hemingway, dedicándose al trapicheo de drogas, y los vaivenes acerca de su vocación hasta el colofón en que se vuelve a la capital del Sena, Enrique Vila-Matas abre diferentes puertas y viaja a diferentes países, en una laberinto en el que juegan un papel de importancia los espectros del escritor de los que hablase Rolan Barthes. Y en medio de múltiples sucedidos, al autor va deslindando y perfilando su estilo y su concepción de la escritura, de la única convicción moral que reside en el esmero en el trabajo, y los devaneos sobre el estilo y sobre la ficción «que en la medida en que se relata lo que sucede, se entra ya en el terreno de la interpretación, y en esa medida es autoficcional, ya que lo que se escribe viene siempre de unos mismo», llegando hasta a concluir que «la autorrepresentación, la no ficción, no existe ya que cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que desde el instantes en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo». En la travesía que transcurre por los lugares ya mentados, debidos a asistencia a congresos literarios y cinematográficos, el escritor barcelonés va mostrando su avance a la hora de arrojar lastre y adoptar una ligereza que le lleva a elevarse por las palabras, con el estandarte de que «un autor no es más que las transformaciones de su estilo», introduciéndonos en un juego de espejos y variaciones en la que, por momentos se palpa la vena de Rimbaud y su Je est un autre. Una inclinación neta se da por incluirse dentro del conjunto de «los escritores más comprometidos con el lenguaje y sus ritmos que con la trama, los personajes o el ritmo de la historia», junto a los Fresán o Banville.

Y en su búsqueda de la puerta adecuada para hallar el tono, la habitación propia en el mundo de las letras, el tono que considera, atinado, adecuado, imparte lecciones, sin que tal sea su pretensión, que nos llevan a ciertos autores y al intríngulis de sus obras, como es el caso de Melville y su libro-ballena, mostrando por otra parte cierto hastío sobre la dichosa frase del escribiente Bartebly, o a un repaso del relato ya mentado de Cortázar, o… y no quisiera abundar ya que las pistas ofrecidas por el escritor son abundantes hasta los bordes del abuso en un amplio abanico y no menos vasto panorama; y cuidado, ya que siendo consciente de que sarna con gusto no pica, al menos a servidor le gusta esta abundancia de referencias, de encuentros con escritores con su sabroso anecdotario que conducen a la sonrisa cuando no a la abierta risa, ya que, qué duda cabe, que Vila-Matas tiene un fino sentido de humor y una tendencia desencadenada a mostrarse ocurrente… en esa visita a diferentes habitaciones que parecen comunicar las unas con otras a pesar de la distancia geográfica en que se hallan. Y si la escritura comienza en París allá finaliza, con un centro de gravedad de equilibrio inestable que se sitúa en la Ciudad Condal, esta tendencia capicúa se plasma igualmente en la dedicatoria, a Paula de Parma, que abre el libro y la frase final acerca del misterio del universo que le suelta su madre.

Y tras unos años de silencio creativo, Enrique Vila-Matas renace con renovadas fuerzas.

Por Iñaki Urdanibia

Original acercamiento dialógico a un escritor de Off, de la espera, del fracaso, de la pérdida… del desaparecer. La literatura como juego endogámico.

Hay en la historia de la literatura parejas por doquier, y no me refiero a parejas sentimentales que tampoco faltan, sino a personajes que avanzan a dos: así en los diálogos platónicos, Sócrates y quien corresponda en cada ocasión (¡oh, por Zeus!), Sancho y Quijote, Gargantua y Pantagruel, Robinson y Viernes, Buvard y Pécuchet, o los amigos que esperaban a Godot, Vladimir y Estragón. El caso que traigo a esta página tiene su particularidad con respecto a los anteriores: uno de los personajes dialogantes (A.G. Porta) relata la conversación mantenida con el otro con lo que ofrece un retrato de este último (Enrique Vila-Matas); hablando de éste, no obstante, queramos o no hablamos de muchos otros, si en cuenta se tiene que el barcelonés es como una esponja, como un imán que recoge y atrae a lo mejorcito del ámbito de la literatura, de modo y manera que Vila-Matas se llama así como todo el mundo. Así se titula el librito juguetón, en su deslumbrante lucidez, escrito por A.G. Porta, «Me llamo Vila-Matas como todo el mundo», publicado por Acantilado.

Las páginas del libro son una conversación, me cuidaré de decir, a pesar de cierta apariencia, un diálogo de besugos, lúcidos eso sí, por respeto a los seres marinos, y con ese tono se van deslizando los toma y daca(dada), que son desvaríos que fluyen por los bordes del sin sentido en un juego de personas, hasta gramaticales, en medio de las cuales no es difícil hallarse cerca de aquel celebérrimo dicho de Athur Rimbaud: je est un autre, o viceversa… como todo el mundo (sacaba a relucir Lewis Carroll a través de su infantil personaje aquello de me llamo, me llaman… en una indagación sobre los problemas del nombrar); Vila-Matas da una vuelta, o varias, de tuerca para dejar la cosa en algo así como: otros son yo. La concepción de la literatura como juego, o como enfermedad, va quedando reflejada en el intercambio de los amigos, que no se sabe si se siguen la corriente o ésta les arrastra a un pasatiempo de palabras y su encadenamiento. No es extraño que a Vila-Matas el libro le parezca «mejor que cien ensayos que trataran de explicar lo que escribo» y es que no hacen falta explicaciones para entrar en este diálogo, para verse atrapado, diálogo que refleja la manera de enlazar frases e ideas en una diseminación que al extenderse abarca nuevos espacios, nuevas personas, nuevos escritores, haciendo que a veces uno pueda sentirse invadido por una logorrea, que le empuja más allá, al otro lado, del espejo, como a Alicia… ya que los reflejos especulares no dan cuenta exacta de la realidad sino a lo más de una realidad irreal, en lo mismo postural, hasta el punto de rozar aquel extraño remedo, aireado por algún psicoanalista, al cogito cartesiano (pienso luego soy)… pienso luego soy pero no me pienso donde soy. [En el caso del escritor la cosa podría quedar en un scribent ergo sum] ¿Estamos por los pagos de bizancio, o en la inacabable tarea de rizar el rizo?… No sé, ellos tienen la culpa, de la sensación de desvarío contagiada (sarna con gusto no pica), al invitarnos a penetrar en su conversación y sentirnos atrapados como si de una pegajosa tela de araña se tratase. Si a Vila-Matas le gusta el retrato es, amén de por sus particulares gustos, porque en él se da una puesta en acto de su técnica (¡qué palabra!) en lo que hace a la escritura.

Las historias se encabalgan y se entrecruzan en una ficción en la que al escritor se le propone ser actor de una obra que él mismo escribe acerca de lo que le sucede, ya que habiéndosele hecho tal propuesta de actuar como actor en un teatro alternativo de Broadway, en una obra sin título, la mujer, de nombre Allison, que era la promotora del proyecto desaparece sin dejar rastro, y ni el escritor / actor ni su amigo neoyorquino, Eduardo Lago, con el concurso de la agente teatral, logran dar con ella, a pesar de sus pesquisas detectivescas a lo Watson y su compañero inseparable, llegando a poner extraños anuncios de búsqueda en la prensa y asomando posibles nombres para la función que replican algunas de las obras vila-matasianas; Vila-Matas, perplejo, cuenta a su amigo las extrañas conversaciones que ha mantenido con la tal Allison (yo le dije, ella me dijo, sin creer que yo fuese el que decía ser… y hablando del otro que, sin embargo, era él mismo, y… las menciones de Odradek, con sombras kafkianas, Salinger con quien Vila-Matas se encuentra en un autobús, y Paul Auster y el estanco de Smoke… en medio de una geografía cambiante y descabellada… con abundantes nombres propios de lugares significativos y de escritores no menos significativos – Thomas Pynchon, Simenon, Walser, amén de los nombrados y los sin nombrar… – en la narrativa de Vila-Matas) y su posterior desaparición; el receptor de la historia tercia, pidiendo explicaciones y tratando de puntualizar, con el fin de intentar aclarar con exactitud la propuesta que la mujer le había hecho y las confusas palabras que habían intercambiado él y la otra. Ante tan insólita situación los amigos comienzan a estirar, en tirabuzón, la imaginación y comienzan a esbozar, entre otras posibles salidas, la de escribir un par de obras: Buscando a Allison y Off Off Off Broadway… llegando a casa, Porta transcribe el chirene – de una lucidez gélida – diálogo mantenido con su amigo, acerca de lo divino y de lo humano, pensando enviárselo a Vila-Matas cosa que al final no hace… y ahí está en forma de libro que refleja el absurdo que sirvió para desencadenar el diálogo no menos absurdo y su posterior publicación; en una travesía, enredada, por la que desfilan luminarias de la historia de la literatura, que el escritor barcelonés ha hecho suyas, y guiños a a otros artistas (Duchamp, Man Ray…) y las distintas obras del propio escritor (Kassel, Montalbano, Pasavento, Shandy, perder las teorías… y varias veces solapada alusión al enunciador de preferiría no).

Una singular situación desencadena otros posibles relatos; mecanismo azaroso que de una propuesta inicial, un tanto extraña todo sea dicho, provoca otra iniciativa de creación… donde una cosa lleva a otra, en una dinámica propia de las más logradas cajas chinas.

¿Subes o bajas? ¿Sales o entras?, ¿Vienes o vas?… Vuelvo del lugar en el que nunca he estado que afirmaba un texto beckettiano, y unos cambios que responden a una lógica de un plexiglás que se desarruga marcando sus ruidos y sus ritmos.

Enrique Vila-Matas, en su salsa y en sus dobles, moviendo su quehacer en el adentro del afuera o en el afuera del adentro, o viceversa… en un bucle infinito, y repetido, que es la ficción, que hace que pueda ser lo uno y lo contrario, uno y el de más allá… y abriendo paso a nuevas historias, Vila-Matas en estado puro, y un mapa, casi catastral, por el que se cruzan todos los Vila-Matas que son todos los nombrados y más; «no es lo mismo llamarse Vila-Matas, como todo el mundo, que el hecho de que todo el mundo se llame Vila-Matas».

 

Enrique Vila-Matas retratado en la exposici—n evolutiva de Daniel Mordzinski realizada durante el Festival de literatura de viaje, LEV, en Matosinhos, Portugal.

 

Por Iñaki Urdanibia.

Hablaba Alfonso Sastre de “ensayelas” para referirse al mestizaje entre novela y ensayo: el escritor catalán es paradigma de tal quehacer.

Es obvio que no basta con el uso atinado del humor, con ser ocurrente u original en la invención de historias, para afirmar que quien esté en posesión de tales virtudes a la hora de escribir es un gran escritos; las características nombradas no son per se garantía de validez; se ha de sumar a lo anterior el uso debido de la capacidad de narrar. En el caso de Enrique Vila Matas se dan todas las características nombradas en un destacado nivel.

Es obvio que Enrique Vila Matas no está aquejado por los síndromes literarios que diagnostica con tanto tino (Bartebly, Montano o Pasavento), casi podría decirse que, al contrario, está en las antípodas de dejar de escribir, de desaparecer borrándose, ya que él continúa empeñado en completar su diseminado manual de literatura portátil, que teniendo en cuenta las dimensiones que van tomando sus sucesivas entregas, no es fácil de portar (que sí de soportar). Seguro que no es la primera ve que lo digo, tendría que mirarlo, que abrir un libro del catalán es como abrir una matrioska, en cuyo interior va otra, y así sucesivamente, del mismo modo – sirva la analogía – que «El gabinete de un aficionado» de Perec, en el que un cuadro se repite en cuadros más pequeños en el interior del primero y así sucesivamente, cambiando en algunos aspectos cada uno de las réplicas, llevándonos al terreno del mismo y lo otro, de la identidad y la diferencia.

En la presente exploración del continente literario, «Mac y su contratiempo» (Seix Barral, 2017), el barcelonés entrega un surtido muestrario de escrituras, novelas en la novela, relatos que se encabalgan y en los que, como en él es hábito, se entreveran el género de ficción con el ensayismo, sin obviar el registro autobiográfico, en el que su yo es otro o varios otros como si ante un hombre-orquesta estuviésemos. Lo dicho no ha de conducir a pensar que el autor se pierda por los pagos del territorio visitado que transita con brillo y con dominio …del mismo modo que no llevará a los lectores a perderse en las historias, y, en posible consecuencia, a perder lectores abrumados por el embrollo laberíntico que les plantea; al menos servidor se siente como atrapado por la capacidad hipnótica del escritor catalán y sus atractivas incursiones.

Decía el poeta lisboeta Fernando Pessoa que el poeta e un fingidor, y ciertamente en esta ocasión el barcelonés cumple con creces lo afirmado, ya que parte de la posición de un señor, Mac, entrado ya en años que pretende escribir una novela que se convierta en póstuma, arriesgándose a fracasar si la muerte le llega antes de culminar su obra; para llevar a cabo su tarea se basa en la novela de un vecino de su barrio barcelonés, el Coyote, que es un lugar real al tiempo que es un lugar fingido, el lugar desde el que el escritor, hombre en paro, inicia su corrección de la novela del otro escritor,, con el que se cruza al vivir en el mismo barrio y con el que, casualidades de la vida, llega a coincidir en una librería frecuentada por ambos; Abel Sánchez, Walter y su contratiempo. Mac se pone a la tarea, como lleva haciéndolo el propio Vila Matas desde sus inicios en el campo de la escritura, y comienza a elaborar un diario en el que apunta sus encuentros y vicisitudes cotidianas, al mismo tiempos que empiezan a asomar referencias acerca de las narraciones orales y las de ciertos maestros del campo del relato (Barnes, Borges, Carver, Malamud, Poe, Chesterton , entre otros, y el filósofo Kierkegaard), suponiendo este último el trampolín que le da pie para indagar sobre la repetición y la posibilidad de hallar una voz supuestamente propia, y la imposibilidad de lograrlo en el sentido de que no existe el grado cero de la escritura, sino que se es heredero de la historia pasada, de otras escrituras e historias. La obra deriva de este modo en unas escenas en las que nos hallamos ante una serie de variopintos personajes con los que se encuentra Mac, en un juego de azares que van conduciendo su escritura, en unos reflejos especulares en los que la simulación y las máscaras se turnan en el seno de un ser ventrílocuo que es una voz, que al tiempo es muchas voces; las historias avanzan del mismo modo que una manzana se desliza pendiente abajo, saltando y modificándose ante lo irregular del terreno. La obra se abre así en. Lúcida y lucida, crisálida plasmando, con brillo y humor, un entreverado de relatos, copias, apuntes personales, haciendo que las coincidencias entre la re-elaboración de lo ya escrito, algunas coincidencias en lo que hace a su vida familiar, y las nuevas formas en que Mac trata de corregir / recrear la obra, digamos que, toma como modelo.

Si Mac es un escritor en su fase inicial, y un lector compulsivo, éste sirve como reflejo de la propia construcción del oficio de escribir del propio Enrique Vila Matas, y su concepción de la historia de la literatura y su experiencia lectora, bulímica, que a la vez de entregarnos unas sugerentes historias y reflexiones, desvela su propia trayectoria como creador que muestra su inagotable creatividad y su capacidad de ofrecer sus lecturas, destiladas en finos análisis y guiños…que nos invitan a penetrar en diferentes autores y en la propia trayectoria del escritor catalán.

Puede considerarse, una vez más, si bien esta vez me atrevería a decir que de una manera más lograda todavía, que la creatividad, la imaginación, y las lecciones con la ligereza propias de unas coloridas mariposas revoloteando en ese continente que es la vida y la obra de ese ser cuya existencia es la literatura y su propio oficio de escribir, dando la impresión de que la actividad del escritor es una aventura continua en la que se desenvuelve con una habilidad y una capacidad de aprehender al lector difícilmente igualable; y es que el universo de Enrique Vila Matas es el poliédrico y amplio mundo de la literatura, de lo cual da muestra cabal en esta última entrega, que quizá – reitero – sea la más, o una de las más, logradas de su ya extensa obra.

Decía el otro que todo gran escritor no hace sino escribir siempre sobre los mismo. Afortunadamente, por lo que parece, Enrique Vila Matas no se acaba nunca y sigue en su línea de enseñar deleitando, al tiempo que fomenta con su quehacer el placer de la lectura, suministrando al tiempo numerosas pistas por las que continuar leyendo y disfrutando.