Por Iñaki Urdanibia

El filósofo y profesor honorario de filosofía de la universidad Paris VIII, nacido en Argel en 1940, no descansa desde que empezase su andadura en el círculo de Louis Althusser, con el que rompería posteriormente: al denunciar el arriba y el abajo, el modelo platónico. De los que saben y los que no, los primeros mandando y los segundos condenados a obedecer Más de cuarenta libros, además de sus frecuentes conferencias e intervenciones en congresos y coloquios lo atestiguan; consagrado a las relaciones entre política, arte y literatura. Acerca de él y de algunas de sus obras he escrito en algunas ocasiones anteriores*.

Ahora acaba de ver la luz en la colección La Librairie su XXIe siècle de Seuil, «Les voyages de l´art»; la exploración es de importancia y las lecciones lo son igualmente. Por una parte, se sirve de los acercamientos al tema por parte de Hegel y de Kant, además de ofrecer sagaces análisis de diferentes obras, que se presentan en las ilustraciones en número de 38: cuadros, carteles de propaganda, affiches de publicidad, instalaciones de vídeo, bocetos de ballets y teatrales, filmes, performances, construcciones y otras representaciones.

Fuerte ha sido la tendencia a recluir el arte en los museos o en las salas de conciertos, para contemplación de una capa selecta de la sociedad, lo que no quita para que se haya dado un constante impulso a salir de tales recintos limitativos, ampliando la sombra más allá del arte. Se origina así una tensión entre interior y exterior, que hace que se dé una relación entre arte y política, y sociedad; en este orden de cosas la música ha pretendido desbordar los límites del arte de los músicos, para presentarse como la lengua del espíritu o el drama del porvenir. La arquitectura no se ha limitado a construir edificios sino a imaginar nuevos modos de vivir; este vuelo ha sido representado por los revolucionarios en su afán de ir más allá que la mera elaboración de cuadros que apoyasen una determinada causa, han propuesto formas de vida nueva. Por su parte, las performances se mueven en un balanceo, entre un adentro y un afuera, entre el arte y la política, en un terreno de indecisión, o de límites borrosos. Como decía, van a ser los maestros Kant y Hegel quienes va a utilizar como guías para adentrarse, y adentrarnos, es esas derivas, lo que no quita para que recurra a otros pensadores como Schiller, Schopenhauer, Adorno, Marx, algunos historiadores del arte románticos, etc., etc., etc.

El libro se divide en tres bloques (los escribo traducidos al castellano): La imperfección del arte, Más y menos que el arte y El arte adentro-afuera. Cada uno de ellos a su vez reúne dos entradas: en el primero: Hegel y la perfección de lo imperfecto, y Arte, vida y finalidad. De Kant a Dziga Vertov; en el segundo, Lo que dice la palabra música y Arquitecturas desplazadas; y en el tercero, ¿Hay un arte comunista?, y Arte y política. El cruce de fronteras. De drama en tres actos, lo califica.

Ya desde su Le Partage du sensible había comenzado su viaje para aclarar su posición acerca del régimen estético del arte, dedicándose en la presente ocasión a recopilar algunos de sus intervenciones sobre la arquitectura y la música, en especial. No es su intención, ni su estilo, ofrecer principios indiscutibles sino que despliega sus interpretaciones buscando los puntos de tensión y ambigüedad que se producen en el interior del propio arte y su tendencia por salir de sus límites, dando cuenta de tales desplazamientos, dejando constancia desde el inicio de su propósito de sacar de su torre de marfil al arte considerado desde la óptica de las bellas artes, que según las ideas de las viejas concepciones no sería más que «una esfera particular de experiencia», situando su mirada en el movimiento ya mentado, coincidiendo el viaje explorador de Rancière con el viaje del propia arte, recogido en el propio título de la obra, y ciertamente los tres bloques mentados no hacen sino mostrar el régimen estético del arte en su proceso de permanente desplazamiento más allá de sus fronteras supuestamente propias.

Son varios los factores que le solicitaron a presentar estos viajes: el doscientos cincuenta aniversario del nacimiento de Hegel, una exposición sobre el arte comunista, una invitación de arquitectos a debatir en torno a la arquitectura en representaciones, y la Filarmónica de París que proponía a los no-músicos a hablar de música.

Acerca de Hegel se centra en su concepción expuesta en su Estética, resulta como un viaje que impulsa cada arte y el arte en general más allá de él mismo; situando la arquitectura en movimiento, dedicada no a construir viviendas sino templos, condenados a un estado inacabado, ya que no alcanzan a dar cuenta de las grandeza del destinatario a representar de dichas construcciones, quedando en muestras imperfectas de la perfección, logrando solamente una perfección menor, situando en el mismo plano la música que pretendía representar directamente lo absoluto… Kant por su parte, derivaba por la idea de lo bello otorgándole el valor de la perfección objetiva de una idea realizada, lo que provocaba una intensificación de la vida y un sensus communis de las subjetividades, dejando así la puerta abierta a un arte que trasciendiese al propio arte, preocupándose no tanto por el terreno de la contemplación sino en las formas de vida y sociabilidad nuevas.

Si de lo anterior se ocupa en el primer bloque, el segundo enfoca las dos artes a las que Hegel había reservado una suerte particular: la arquitectura que se ampliaría más allá de ella misma y la música que, al contrario, se movería dentro de sus límites. La arquitectura tratando de desbordar el pretendido servicio de las necesidades prosaicas sino poniéndose al servicio de la vida nueva, superando la frontera entre el adentro y el afuera, privilegiando la movilidad. Con respecto a la música se destacan algunas expresiones musicales que van más allá de lo expuesto por Hegel, al desbordar sus propios límites al recurrir a representar ruidos de la naturaleza y el canto de los cielos, es decir, mostrando el encuentro de lo humano y de lo no-humano moviéndose, según las palabras de Rancière, entre el canto de las musas y el de las sirenas… y nos las vemos con Rossini, Berlioz, Beethoven, Wagner, et alii.

En el tercer apartado, la mirada de Rancière se dirige al movimiento que impulsa el arte hacia su afuera. Contempla a los artistas soviéticos en medio de una revolución cuyo arte no pretenden poner al servicio de ésta, sino como realización del destino del arte, con el afán de no crear obras para la mera contemplación sino formas concretas de la vida en común, con profusión de líneas y formas geométricas que tienden hacia el futuro y hacia la perfección. Destaca las diferencias entre las distintas concepciones de los artistas y las de los dirigentes, que discrepaban del formalismo, y otras supuestas desviaciones, al no entender la revolución artística que casaba más con la visión propia del idealismo alemán, vía Schiller, de alcanzar la libertad que suponía llegar/unificar las diferentes esferas de la vida, ideas expuesta en los Manuscritos de 1844 de Marx, y la propuesta de superar la alienación en general, que no llegaron a fructificar en una fusión entre arte y comunismo, ya que éste detentado por el poder se convirtió en mera propaganda oficial… alejándose del papel de crear un futuro perseguido por los artistas que consideraban que «el arte debe realizarse suprimiéndose como arte, mas esta supresión debe simbolizarse ella misma para dar cuenta de lo sensible, visible, la vida nueva que así produce»; muestra el ensayista su extrañeza ante la obediencia de algunos artistas plegándose a las consignas del poder, postura que anteriormente ya se había dado en el caso del arte de alabanza de la aristocracia, y de figuras religiosas. Se cierra el apartado, y el libro, subrayando que la brecha por la que el arte trata de salir de sí no se ha cerrado, como muestran las instalaciones del arte contemporáneo, como es el caso de las performances que se mueven en la frontera indecisa entre el adentro y el afuera, lo artístico y lo político, buscando expresiones colectivas que expresan la naturaleza estética de la misma acción política.

Un viaje en el que Jacques Rancière desmonta algunas de las ideas heredadas al hurgar en las contradicciones que habitan en cada arte en particular, deteniéndose con especial atención en la contradicción fundamental que está en su base: la incertidumbre de la frontera entre el arte y su afuera, completando en esta ocasión la mirada que habitualmente había seguido desde afuera, de las influencias externas, hacia adentro, para invertir la mirada, de adentro a afuera, de la persona del artista a la conciencia colectiva, poniendo el acento no tanto en las manifestaciones de actos individuales espectaculares sino en las transformaciones en las maneras de ver y de pensar, y las consecuencias que ello supone en la recepción de las obras… siempre con el centro de gravedad puesto en los movimientos y las zonas fronterizas del arte y la política, del museo, de la realidad y la ficción…

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( * ) Jacques Rancière au milieu de la mêlée •