Por Iñaki Urdanibia.

Novela que lucha contra la irracionalidad y reivindica el valor de la memoria.

Hay ocasiones en que las circunstancias, netamente extra-literarias, influyen notablemente en los gustos literarios o al menos en el interés de la gente por acercarse a ciertas obras literarias. Si hace unos días traía a colación el notables ascenso de la venta de La Peste de Albert Camus, me entero que no sólo en el panorama hexagonal sino también de Pirineos abajo, ahora me entero de que una novela de Rafael Argullol, La razón del mal, se ha convertido en un referente en Italia (La ragione del male. Paperback, Senza frontiere, 2018) con la aparición del coronavirus (La Vanguardia del día 21 de marzo: “La epidemia siempre tiene algo de simbólico” ) , noticia que va acompañada de una sabrosa entrevista con el escritor y filósofo catalán ( Barcelona, 1949).

La novela fue publicada originalmente en 1993 por la editorial Destino obteniendo el Premio Nadal de dicho año; tras ser descatalogada, Acantilado la publicó en 2015. Leyendo la entrevista a la que he aludido voy al desorden proverbial de mi almacén de libros (más justo que calificarla como biblioteca) y tras revolver de un lado para otro, hallo el libro que vuelvo a leer y digo vuelvo ya que aunque no me acordase de la novela, las marcas del Jano no engañan; hasta me atrevería a decir que seguro que escribí alguna recensión para EGIN, pero eran tiempos de olivetti.

L novela nos plantas desde el inicio en una ciudad, satisfecha de sí misma, pensando que la armonía, el equilibrio y la paz, casi perpetua como la anunciada por Kant, se ve de pronto perturbada: «Primero hubo vagos rumores, luego incertidumbre y desconcierto, finalmente, escándalo y temor. Lo que estaba a flor de piel se hundió en la espesura de la carne, atravesando todo el organismo hasta revolver las entrañas. Lo que permanecía en la intimidad fue arrancado por la fuerza para ser expuesto a la obscenidad de las miradas. Con la excepción convertida en regla se hizo necesario promulgar leyes excepcionales que se enfrentaran a la disolución de las normas. Las voces se volvieron sombrías cuando se constató que la memoria acudía al baile con la máscara del olvido. Y en el tramo culminante del vértigo las conciencias enmudecieron ante la comprobación de que ese mundo vuelvo al revés, en el que nada era como se había previsto que fuera, ese mundo tan irreal era, en definitiva, el verdadero mundo»; así empieza la novela y con ello el escenario está montado.

La ilusión de lo sólido en que se vivía dio paso a una situación desconocida, al darse una curiosa situación en la que los hospitales comenzaron a llenarse con seres que parecían haber caído en profundos estados de pasividad y desinterés, seres con la mirada perdida y con apariencia de la más absoluta de las idiocias; tal misterio quebraba el mejo de los mundos posibles en que se vivía hasta entonces, y tras el mazazo, «lo que sucedió después predispuso al advenimiento de un singular universo en el que se mezclaron el simulacro, el misterio y la mentira».

Dos amigos: el uno, David Aldrey era psiquiatra el otro, Víctor Ribero fotógrafo y colaborador en prensa; por cierto su última exposición había marchado de maravilla. Ambos tenía por costumbre encontrarse siempre en el mismo café, el París-Berlín. En uno de dichos encuentros, David relata al otro la extraña situación que hace que los hospitales hayan comenzado a llenarse por pacientes aquejados de una extraña situación que no puede catalogarse como tal pero que funciona como tal al resultar contagiosa. Seres normales y de vida satisfactoria que d la noche a la mañana cambian radicalmente en su carácter y modo de encarar la vida. Inexplicable una enfermedad que no siéndolo exactamente se contagia infectando a los demás. Todo da por pensar que es el resultado de una maldición. El fotógrafo vivía con una mujer, Ángela, que era restauradora y que en aquel momento estaba absolutamente entregada a la restauración de un cuadro que representaba a Orfeo y Eurídice.

En torno a la inesperado e inexplicable epidemia, el silencio y el desbrujule dominan tanto en los medios de comunicación como en el seno de las instancias gubernamentales, sin obviar las científicas. En el caso del primero de los nombrados, El Progreso, el periódico más leído convertido en verdadero símbolo de la época, cuyo director era Salvador Blasi, ante la propuesta de Víctor para escribir un reportaje sobre al asunto, el director rechaza la oferta al considerarla un mero bulo, si bien está claro que tal sujeto conocía que algo sucedía, pero el temor a meter la pata y sembrar un pánico indebido, le empujaba a rechazar la oferta. No pasaba nada, pero resultaba mosqueante que un retén de la policía estuviese en las puertas del psiquiátrico. Ante el desconocimiento de dicha patología y la necesidad de hallar un nombre para definirla ante la reclamación de los periodistas y políticos, al final se optó desde los medios dichos científicos por calificar a los afectados de exánimes («hombre sin aliento, sumamente debilitado e, incluso, sin señal de vida»). Ante aquella sorprendente situación la autoridad comenzó a tomar medidas y a crear comisiones (comisión de tutela, comisión de vigilancia…) al tiempo que decretaba que « las fuerzas de seguridad estarían, en adelante, en estado de alerta permanente […] evitando que las operaciones fueran demasiado ostensibles».

Al final, la situación dio un vuelco lo que hizo que el periódico nombrado abriese sus páginas, con llamativa portada, al reportaje propuesto por Víctor; la crisis de los exánimes debía de ser enfocada dentro de los límites de los centros especializados y las noticias debían responder a las indicaciones gubernamentales. Mientras esto sucede asistimos a alguna fiesta desbordante organizado por un hombre de negocios, Samper, que reúne a la crème de la crème de la ciudad, que se agarra a la vida con tragos y danza como tratando de agarrase desesperadamente a la vida; en tal fiesta se halla algún político de campanillas , un sociólogo de ídem además del director del periódico nombrado y Víctor y Ángela, sin obviar a un ser intempestivo que juega el papl de aguafiestas, Max Bertrán .

El ambiente que se respiraba en las calles era el de vigilancia y rechazo, al convertirse cada cual en guardián de los demás…a la vez que los establecimientos públicos quedaban vacíos y se suspendías los espectáculos deportivos y culturales; la creación de centros de acogida , cuarteles, hoteles, escuelas, improvisados a la carrear mientras que las patrullas custodiaban las calles como si de una guerra se tratase. Las mentes calenturientas y las noticias falsas tomaron la palabra haciendo que surgiesen adivinos, médiums, pitonisas, salvadores entre los que destacaba un tan Rubén que acabó siendo ascendido a consejero del gobierno… y en esa tenaz búsqueda del mal (el pecado, ante el que no cabía sino el arrepentimiento y rezar), florecieron las más irracionales teorías y las las más disparatadas soluciones, en una atmósfera en el que el absurdo se imponía a pasos agigantados. La ciudad cambió de aspecto en paralelo al pulular de diferentes monstruos entre los que destacaba un pájaro negro.

Hogueras, disturbios, violencia se sucedían y el ruido de las sirenas, a las de la veloces ambulancias se habían sumado las de los bomberos, ponían la banda sonora a la desolada ciudad. Una cohorte de chivatos y buscadores del culpables brotaban como hongos y en aquel barco que hacía agua por todos los costados, las llamadas a la acción radical surgían con fuerza por doquier., Aplausos cerrados a todas las decisiones gubernamentales para poner cerco armado al mal, la delación se extendía con fuerza, y la esperanza en los milagros era acompañada de una Campaña de Purificación, que trataba de poner fin a la epidemia… y quien no comulgase con las posturas oficiales era denigrado, silenciado y considerado un enemigo de la sociedad.

Al final, llegó el final del mal y a los festejos sucedió el olvido por todas las esquinas; todos unidos como una piña para apostar por la vida y negar lo pasado, como si el recuerdo supusiese un obstáculo para seguir adelante, tratando de intensificar el presente tras el tiempo perdido; haciendo bueno aquello del muerto al hoyo y el vivo al bollo… se imponían las ventajas de la amnesia, del borrón y cuenta nueva hasta el punto de que en los archivos hospitalarios, de los medios de comunicación, etc., no quedaba no rastro de los documentos que diesen cuenta de aquellos tiempos pasados, se habían borrado; «el vacío generaba verdades inconmovibles mientras la verdad, tambaleándose, se demostraba más y más infundada».

Y del mismo modo que a Orfeo se le impuso la prohibición de mirar hacia atrás, tal prescripción también se impuso a la ciudad, tratando así de desterrar todo aquello que se teme… y la apuesta de Ángela, y Víctor a su zaga, reivindicando otro final al destino de Orfeo… salvándose tanto éste como Eurídice del mundo de los muertos, ambos personajes mitológicos, a la par que la pareja protagonista… « hacia arriba, hacia el mundo de los vivos».