Por Iñaki Urdanibia

«Ella misma se ha convertido en un personaje literario… Logra esta especie de musicalidad que lleva, esta cosa alada, cierta, como poética, que observamos en su lenguaje»

                                                 Octavio Paz

«Ha contribuido como pocos escritores a darle a la mujer un papel central, pero no sacramental, en nuestra sociedad»

                                                 Carlos Fuentes

La escritura de la parisina-polaca-mexicana es variada donde las haya; su producción se ha movido por la narrativa, por el ensayo, las entrevistas, las crónicas y los retratos (ahí están los de su admirado amigo Octavio Paz o el de la pintora surrealista Leonora Carrington). Basta con nombrar su apellido para señalar unos orígenes de esta mujer nacida en París en 1932, hasta que su familia se trasladó a México cuando ella tenía nueve años. Allí se nacionalizó dedicándose al periodismo, actividad que no ha abandonado (basta con nombrar las labores desempeñadas en apoyo para la presidencia de Andrés Manuel López-Obrador, AMLO) y en la que ha dejado sobradas muestras de compromiso y crítica social como puede verse en su colección de cuentos acerca de las masacres en la Plaza de Tlatelolco en octubre de 1968, que pueden leerse – La noche de Tlatelolco – con la banda musical de otra mexicana de pro: Judith Reyes. Su obra ha recibido numerosas distinciones tanto en el país centroamericano como fuera de sus fronteras: así, el Alfaguara en 2001, el Rómulo Gallegos en 2007, el Biblioteca Breve en 2011, y el Cervantes 2013; además de ser objeto de numerosos nombramientos honoris causa en distintas universidades.

Se presenta ahora la que puede considerarse su novela más ambiciosa, personal y amplia, rozando las novecientas páginas: «El amante polaco» que acaba de publicar Seix Barral. La materia prima de esta pródiga prosa es la vida de sus antepasados en aquel país del que Alfred Jarry dijese al inicio de Ubu reyen Polonia, es decir en ninguna parte. La escritora que fue incluida con los escritores del denominado boom latinoamericano, sin practicar ningún tipo de realismo mágico sino pegada a la realidad pura y dura, y que se dio a conocer con ocasión de tal movida, pone voz en esta ocasión a las palabras que le transmitía a la oreja, en sueños y ensoñaciones, un antepasado suyo: Stanislaw II Augusto Poniatowski, que vivió sesenta y seis años entre 1732 y 1798, narrando sus penas de amor vividas cuando era rey allá por el siglo XVIII y según contaba se enamoró de Catalina la Grande, Catalina II de Rusia, que fue la responsable de la pérdida de la virginidad del joven; la mirada del joven, antes de la edad adulta, se posa sobre lo que escucha en el seno de su familia, las glorias de ésta, a la vez que recorre el paisaje invernal de mano de su madre que es como empieza el libro. Dos siglos más tarde a la misma edad prácticamente, una joven observa cómo cae la nieve sobre la capital del Sena, será la última vez ya que acosados por la guerra que sacude Europa esperan partir para México, lugar de acogida de muchos refugiados, el país de su madre Paula Amor.

Nadie debe asustarse por la amplitud de la novela; eso sí, nadie podría llevarla al monte o a la playa en estos tiempos estivales, y digo que nadie debe espantarse ante el voluminoso volumen pues la prosa se desliza a la par de las historias que entreveran dos geografías y dos personajes con una suavidad e inmediatez que nos hacen pasar de las unas a las otras sin quiebra alguna: por una parte, somos llevados a las cortes europeas del siglo XVIII, en los tiempos de la Ilustración, y el balanceo nos conduce a seguir a la escritora en sus años de juventud mexicana, movida por el irrefrenable impulso de contar historias, con el escenario de un México en busca de su modernización. Los capítulos se estructuran precisamente siguiendo el mecanismo binario; se habla de Stanislaw y al hilo se presentan las cuitas de la escritora en lo que hace a su intimidad, amoríos, viajes, etc. La maternidad, su vida con el astrónomo Guillermo Haro y la relación con sus tres hijos y sus diez nietos.

Más de cincuenta capítulos que son como flashes que reflejan el funcionamiento y las costumbres de Polonia, y los repartos que se sucedieron en aquellos tiempos en los que el nombrado antepasado fue el último rey del país, acosado por Austria, Prusia y Rusia; hábitos, gustos, y los complots y maniobras que rodeaban al rey y que se repetían en otros lugares limítrofes. Aquel rey sentía una incurable atracción hacia las mujeres, al igual que el arte, convirtiéndose en impulsor de diferentes creadores artísticos, pintores y actores… el mismo Stanislaw colaboró e, representaciones teatrales… en saber hacer es la salvación de todo, repetía, y no lo decía sino que lo hacía tanto en lo referente a la esfera artística, como queda dicho, como en el terreno de la política al proponer una constitución avanzada para su tiempo, en la que incluía la igualdad de que debían disfrutar las mujeres, como también promovió centros educativos, científicos, etc. En el terreno de la escritura tampoco era manco, vocación que parece haber transmitido a su lejanas descendiente, ya que Elena alzó, y alza, sin recato su voz para hurgar en los acontecimientos de su tiempo. La tenacidad es común a ambos: él a pesar de perder una y otra vez no cesaba en su empeño por mantenerse a flote, ella convirtió la pluma en arma de combate en pos de la verdad; mantener las ideas y las opiniones propias contra viento y marea.

La escritora incluye esta entrega, como la primera de una trilogía que se irá completando… ofreciendo la ocasión de disfrutar del placer de la lectura, que va acompañada con ilustraciones que complementan lo narrado.