Por Iñaki Urdanibia.

Una bien seleccionada antología que no ha de pasar desapercibida para cualquier amante de la poesía… y de la vida.

«La poesía no puede pasar de la pasión, de vuestra idea señalada por el dedo, él mismo dirigido con pasión. La indiferencia no vale nada, pues la reproducción realista de la realidad tal cual tampoco, si no se quiere decir nada de lo esencial»

(Fiodor Dostoievski)

No eran buenos tiempos para la lírica o sí lo eran pero no para que ésta pudiera expresarse. A las dos nombradas pueden añadirse otros nombre como Serguéi Efron, Nikolái Gurmilov, Boris Pasternak u Osip Mandelshtam, y ampliando la nómina podríamos nombrar a Mijaíl Bulgakov, Zamiatin, Valdimir Mayakovski y hasta el mismísimo Maximo Gorki cuya figura balanceó, o fue balanceada según conveniencia del poder. Poetas en tiempos revueltos… escritura clandestina, la de los anteriores que aun a riesgo de resultar cargante podría añadirse a los Chalamov, Biely, Blok, Sholojov, Essesin, Babel, Erenhburg, Grossman, Guinzburg, Berberova, Brodski, Nabokov y una larguísmo etcétera, lo cual, reitero, da buena cuenta de que sí que eran buenos tiempos para la producción lírica pero no para sus publicación y reproducción.

Una interesante antología, necesaria me atrevería a decir, que reúne poemas de ambas escritoras: «El canto y la ceniza. Antología poética» (Galaxia Gutenberg, 2018/ hace trece años fue editada); de la primera ya habían visto la luz algunos poemas en Hiperión, Nevski Prokspet o Cátedra; de la segunda, también se habían publicado poemarios por Hiperión, Paradiso, Rubiños, Alción… y otras obras ensayísticas o narrativas – autobiográficas o dedicadas a diferentes escritores y artistas – editadas por Anagrama, Minúscula, Acantilado, etc. Dicho esto la selección y traducción de Monika Zgustova y Olvido García Valdés son francamente dignas de elogio [Me permito recomendar la lectura previa del prólogo debido a la segunda de las citadas, como el epílogo escrito por la segunda, antes de entrar en los poemas, ya que en ellos se retrata a las escritoras y se dan pistas para conocer la vida y los poemas de las escritoras antologadas. Escritos sintientes en los que se siguen las pistas, y en el caso del epílogo las geografías habitadas por las dos escritoras].

Ambas mujeres pasaron las de Caín, y padecieron el dolor de la pobreza, el exilio – interior o exterior – y la muerte, no natural, de algunos seres queridos. Dos mujeres que se mantuvieron firmes hasta que la fuerza pudo soportar el dolor… y la segunda recurriera a la cuerda para colgarse, manteniendo su dignidad. Voces solitarias que eran su voz particular y muchas voces al tiempo, soledad no elegida necesariamente sino forzada por las circunstancias y el temor reinante de cara a acercarse a apestados; multiplicidad polifónica tampoco buscada con estricta voluntad sino que se convertían sus versos en tal al hacer masa su dolor con el dolor colectivo que abundaba en el estado anímico de la ciudadanía; más aplicable esto último a Ajmátova, en cuyos poemas se cruzaban lo personal, lo cívico y lo amoroso («No me amparaba ningún cielo extranjero, / no, alas extranjeras no me protegían. / Estaba entonces entre mi pueblo/ y con él compartía su desgracia»), que a Marina Tsvetáieva cuyo reino era la poesía, impulsada por el amor.

Anna Ajmátova (1889-1966) Poeta desde joven, el fusilamiento de su primer marido, el también poeta, Gurmilov en 1921, bajo la falsa acusación de ser espía al servicio de las fuerzas monárquicas, dio un giro a su vida, ya que desde entonces la represión en trono a su persona, y a la de su hijo Lev, no cesó de por vida, salvando pequeños periodos. Una marginación programada que le impedía publicar y que le llevaba a una escritura clandestina (poemas quemados tras ser leídos a sus amigos), y que le condujo a vivir de prestado junto a otra familia. Declarada enemiga del pueblo soviético se le asignó una ridícula pensión que le hacía vivir en la más negra de las miserias; las periódicas detenciones de su hijo – por ser hijo de quienes era – le hacían ir a visitarlo a la siniestra cárcel de Las Cruces y guardar cola junto a muchas mujeres, esposas y novias, que no pocas veces debían volverse a casa sin cumplir su objetivo, ya que el tiempo era breve y el número de visitas estrechamente controlado… Lev hubo de probar las gélidas noches del destierro siberiano… De ella dijo su amigo y admirador Isaiah Berlin: «me di cuenta enseguida de que estaba escuchando la obra de un genio. El relato de la tragedia absoluta de su vida superó todo lo que jamás había oído».

Una mujer que al ser preguntada, en la fila de espera ante la cárcel, si ella, como escritora, podía dar cuenta de esto, ella respondió puedo, y así lo hizo con su afilada pluma, poetizando los años de infierno compartido… y la mirada sobre sí misma y las huellas del inexorable paso del tiempo: «Qué cambios atroces en mi cuerpo, / cómo se ha ajado mi boca torturada. / No deseaba esta clase de muerte, / no había señalado esta fecha. / Me pareció que en lo alto/ la nube chocaba de un rayo / y la voz de una inmensa dicha/ descendían hacia mí como ángeles»… Y la huella de sus versos dolientes se hizo presente en su tiempo, muy en especial en el extranjero, y en algunas oportunidades contadas en su país, en donde fue galardonada con diferentes distinciones. Siempre la constatación de considerarse un personaje de tragedia griega, que encarnaba los males que afectaban al pueblo y la esperanza de dejar una obra y de ser considerada por ella: «Y que el desconocido / de un siglo futuro/ me mire sin vergüenza, / y me ofrezca, a mí, una sombra que ronda, / húmedo un ramo de lilas/ cortadas después de la tormenta».

Marina Tsvetáieva (1892-1941) Dieciocho años tenía cuando publicó su primer libro que fue celebrado en su país. En 1922 partió, con su hija, en busca de su marido, el también poeta Sergéi Efron, que abandonó el país tras haber colaborado con el ejército blanco. Una vida de suma pobreza que le llevó de Berlín a Praga, trasladándose finalmente, en 1925, a París. Marginada de la comunidad de inmigrados rusos y al tiempo censurada en su país desde 1930. Su marido y su hija fueron captados por las autoridades soviéticas para realizar diferentes labores, y así regresaron a Rusia, algo después les siguió la poeta con su hijo menor. Al año siguiente de su llegada su marido fue fusilado y su hija enviada a los campos. En 1941, con una estricta prohibición de publicar, fue desterrada, junto a su hijos, a un remoto pueblo tártaro… allí puso fin a su vida al poco, y su hijo pudo leer la nota que ella dejó escrita: «A papá y a Alia diles, si los ves, [no sabía que su marido había sido fusilado] que los amé hasta el último minuto y explícales que caí en un callejón sin salida».

Poeta de la pasión amorosa que era la que le impulsaba escribir, centrando el amor, muchas veces idealizado en diferentes personas, en su creación poética considerada por ella como un arte casi divino, por los bordes sub specie aeternitatis. Empujada por diferentes huracanas amistosos y amorosos, en busca de lo imposible, de lo inasumible de los impensable e inefable… Su exquisitez hizo que formase un trío poético, un especia de comunidad divina de poetas, con Boris Pasternak y con Rainer Maria Rilke… este último le escribía poco antes de morir: «Nos tocamos ¿Con qué? Con aletazos. / Hasta con lejanías nos tocamos. / Vive un solo poeta, y quien lo lleva / a quien lo llevaba a veces encuentra». Mujer pasional y apasionada que tendía al amor como fusión de las almas, posturas que espantó en cierta medida al propio Rilke y también en diferente medida a Pasternak. Un volcán… «Mi país me ha arrojado tan lejos, / que un sabueso, creo, no percibiría,/ ni pasando mi alma por un fino tamiz, / el menor rastro de mi nacimiento.»… Y los permanentes arañazos de la vida que no echan por tierra los afectos: «Dolor familiar, como la palma a los ojos, / como a los labios el nombre/ de un hijo». Una escritura de extramuros (suburbios y arrabal, topos al que se había reducido a los poetas como a los judíos al gueto: «… La vida: / este lugar donde no es posible vivir. / Así, el gueto judío»), de los bordes de la ciudad y la vida… y unos poemas, escritos con lágrimas de amor, que reflejan una vida, auténtico via crucis… originado por renegados, conversos devotos, sacerdotes – servidores y cómplices del Estado asesino – para tapar la boca la víctima. Ante lo que no queda la poesía, como signo de dignidad… elaborada pacientemente «en las celdas de la Rebelión y en las buhardillas de la poesía lírica».

Algunas obras para mayor acercamiento a ambas mujeres

Elaine Feinstein, «Anna Ajmátova» (Circe, 2006)

Marina Tsvetáieva, «En el país del alma. Correspondencia» (La Poesía, señor Hidalgo, 2008)

MarinaTsvetáieva, «Les Carnets, 1913-1939» (Syrtes, 2008)

Ariadna Efron, «Marina Tsvetáieva, mi madre» (Circe, 2009)

Marina Tsvetáieva, «Diarios de la Revolución de 1917» (Acantilado, 2015)

Marina Tsvetáieva, Boris Pasternak, Rainer Maria Rilke, «Cartas del verano de 1926» (Minúscula, 2012)

Y un par de enlaces

http://kaosenlared.net/marina-tsvietaieva-en-el-ojo-del-huracan/

http://ftp.kaosenlared.net/secciones/23308-un-tri%C3%A1ngulo-po%C3%A9tico#