Por Iñaki Urdanibia.

Y también se escribe a sí misma, tratando de conocer la vida de sus progenitores e intentar comprender su compromiso.

No faltan ejemplos en el campo de la literatura en que algún escritor ajusta las cuentas con su padre, baste recordar la celebérrima Carta al padre de Franz Kafka en la que éste venía a ser el eje que atravesaba el mapa de la vida del escritor, como representación del poder; en el caso de algunos escribir sobre los padres viene a ser una reivindicación de ellos o la pena de no haberles conocido: así, Michel Politzer recordaba a su padre fusilado en sus Les Trois Morts de George Politzer. Flammarion, 2013 y antes que él, Albert Camus, en su El primero hombre editado por Tusquets, partía en busca de su padre fallecido en la primera guerra mundial lo que hizo que no le llegase a conocer; Claude Simon en Las acacias, publicado por Anagrama o Patrick Modiano en prácticamente en todas sus novelas van a la búsqueda de sus padres, en el segundo de los casos nombrado, apenas conocidos, padre y madre, el Nobel se dedica a hallar su pedigrí. Michéle, hija del torturado y desaparecido Maurice Audin, recomponía en base a fotos y relatos de su madre y tías, Une vie brève, publicada en Gallimard [precisamente mientras escribo esto se da a conocer el fallecimiento de la madre de la mujer y esposa del asesinado en Argelia, Josette Audin, que entregó su vida entera a esclarecer la muerte de su marido]. Sin olvidar a George Perec, quien mira por el retrovisor en su W o los recuerdos de la infancia, publicado en Península, o Virgine Linhart, quien en su La vie après, editada Seuil, en donde contaba la implicación de su padre que como varios compañeros abandonaron las aulas para trabajar, como établis, en fábricas con el fin de proover la conciencia proletaria, y ya de paso echar la vista atrás y recordar a sus antepasados que sufrieron la deportación en los campos de la infamia nacionalsocialista. No seguiré con esta lista, que daría para mucho más, mas si quisiera aclarar que exceptuando el primero de los casos citado ninguno de los textos nombrados recurre a la forma epistolar, como es el caso que provoca estas líneas, aunque tras la forma narrativa a veces de manera, más o menos disimulada, subyace una botella cuyos receptores en no poca medida son los propios padres de los, a los, que se habla; carta de disculpa de ms padres hacia mí, califica su obra. Tiens!

Laurence en su «Hija de revolucionarios», recién presentada en Anagrama, habla de sus padres, bien conocidos por su implicación revolucionaria: él. Régis Debray, quien tras cursar estudios y doctorarse en la École Normale Supérieure, impartió en la prestigiosa institución clases de filosofía; influido por Althusser, fue la publicación de su Revolución en la revolución, en 1967, el que le otorgó celebridad en las filas de la rebeldía; el libro se convirtió en verdadera biblia para los revolucionarios que veía en la teoría del foco guevarista el futuro de la emancipación. La obra le valió ser recibido en Cuba por Fidel e implicarse directamente en la campaña que el Che inició en Bolivia, con la pretensión de que aquella lucha guerrillera se convirtiese en la chispa que hiciese extender las llamas todas las tierras latinoamericanas. Fue detenido en abril de 1967 y condenado a treinta años de prisión de los que cumplió dos gracias a la caída de Barrientos y una ley de amnistía. Más tarde entró en contacto con Salvador Allende y luego, integrándose en el PSF, fue nombrado consejero en relaciones internacionales por François Mitterand; poco duró en el puesto debido a los desacuerdos con monsieur le président… desmarcándose finalmente de la militancia política se dedicó a la relación entre la transmisión cultural y los medios de comunicación poniendo en marcha una disciplina bautizada por él como mediología [su implicación y desmarque del compromiso político lo describió en su Alabados sean nuestros señores, un educación política, publicado por el Taller de Mario Muchnik]. Ella, la madre de la autora del libro, Elizabeth Burgos, escritora y antropóloga venezolana se casó con Débray y cuando este fue detenido removió Roma con Santiago con el fin de conseguir su libertad, denunciar la tortura a la que se suponía estar sometido; fue consejera del gobierno de Salvador Allende, y de pertenecer al círculo de simpatizantes y amigos de Fidel Castro finalizó rompiendo con él, en compañía de su marido ya liberado; más tarde rompería su matrimonio, que habían contraído estando él en la prisión boliviana. De vuelta a Europa, ocupó responsabilidades en las Casa de las Américas de París y del Instituto de cultura francés en Sevilla. Resulta destacable la publicación de las entrevistas mantenidas con Rigoberta Menchu recogidas en Yo Rigoberta Menchú, una vida y una voz, la revolución en Guatemala libro editado en los ochenta por Argos-Vergara, que dio a conocer a la líder campesina; igualmente escribió, en base a las conversaciones mantenidas con el protagonista, “Benigno” Alarcón Ramírez, compañero de Fidel Castro y del Che Guevara en la Sierra Maestra. Memorias de un soldado cubano (publicadas en Tusquets), libro demoledor en el que el compañero de armas en la Sierra pone a caldo a ambos líderes guerrilleros por su autoritarismo y extremado rigor con sus compañeros de lucha. No acabó ahí su labor crítica ya que posteriormente participó en diferentes retratos de los mecanismos instaurados por el castrismo para permanecer en el poder.

Entre la disculpa y justificación de las actuaciones paternas [incluida la exculpación de su padre como responsable de la ubicación del Che, delación que descarga en Ciro Bustos] y ciertos tonos de reproche y recriminación por la ausencia padecida por ella se deslizan las historias de la hija de los nombrados, que pone voz al silencio que ha dominado la vida familiar, y lo hace según cuenta debido a una pregunta que le hizo una periodista acerca de la delación de su padre que valieron la localización, detención y muerte del Che [la circunstancia de la pregunta fue la presentación del libro biográfico, con olor a abrumador incensario, sobre el rey que publicó en base a las entrevistas que mantuvo con Juan Carlos, objeto de su tesis doctoral, que posteriormente fue completado con un documental para la televisión francesa]; de vuelta a casa, se ha de tener en cuenta que a la sazón ya tenía más de cuarenta años, y ante el desconocimiento de retazos de la vida de sus padres, interrogó a su padre… y una vez más recibió la callada por respuesta. Escamada y sirviéndose de visitas con amigos de sus padres y conversaciones con amigos de ellos comenzó a reconstruir la historia, sin contárselo a sus padres, de la que antes prácticamente nada sabía; cuando trataba de hablar con su padre del tema éste decía no recordar, la madre soltaba escasas pistas.

No es fácil ser el hija de seres entregados a una causa, que pretendiendo solucionar los problemas de la generalidad de los humanos se desentienden de la chica que tienen en casa, tal ausencia es la que provocó el distanciamiento entre ella y ellos, que no se convirtieron, para nada, en modelos de comportamiento, ni en lo práctico ni en lo teórico, haciendo que la tensión fuera la atmósfera dominante en la relación.

Sus padres se habían conocido en Venezuela en 1963, y con la pretensión de cambiar el mundo se unieron a la guerrilla: ella como instructora, transportando materiales, tarea en la que será secundado por él… lo que les llevaba a cambiar constantemente de domicilio con el fin de no ser localizados. De París a Venezuela, de allí a Cuba y luego a Bolivia fue la travesía del padre, y tras la detención, voces reclamando el respeto de la vida del detenido: desde los adinerados padres del detenido a De Gaulle pasando por François Mauriac, Jean-Paul Sartre, André Malraux, Yves Montand o Simone Signoret (que se convirtió prácticamente en la madrina de la chica, pues junto a su madre vivieron en su casa; más tarde su liberación, se uniría el padre), sin obviar las manifestaciones de todas las organizaciones de izquierda.

Laurence Débray, nacida en 1976, explora la vida de unos progenitores de cuyo comportamiento no entendía nada, pareciéndole por otra parte incomprensibles sus ideas rígidas con respecto a los valores de sencillez y frugalidad, frente a los lujos y costumbres burgueses, como el acceso a ciertos objetos de consumo, pura mercancía imperialista yanki, o las celebraciones navideñas, sus relaciones con numerosos refugiados latinoamericanos y algunas experiencias, en su infancia, en los barracones de un campamento de formación en Cuba, contra su voluntad de pasar las vacaciones veraniegas con una amiga; Tras la vuelta de la experiencia tribunal del padre para saber qué modelo prefería… la chica optó por una vida absolutamente normal y asentada acaba preguntándose por el pasado que ha conformado así a sus padres; el libro se divide así en dos: la vida de Régis y Elizabeth antes de tenerla a ella, y los años de su vida.

Y Laurence Débray pone en marcha una moviola de los tiempos que no conoció y descubre el peso de sus abuelos a la hora de salvar a su padre de mayores males, abuelos con los que alcanzará mayores niveles de intimidad y ejemplo que con sus propios padres, y el papel que estos jugaron debido a las influencias en los ambientes oficiales; en el repaso el que peor parado sale es su padre mostrando más comprensión con respecto a su madre; al primero lo pinta sin piedad encasillando su figura en los peores vicios de la intelectualidad parisina [antes de publicar el libro, entregó el manuscrito a su padres para que lo leyesen: la madre reivindicó su pasado revolucionario, el padre se encerró en su despacho solicitándole que eliminase algunos pasajes, cosa que la hija hizo]. La travesía por estas vidas entregadas a una causa descabellada, son sus palabras, le conduce a ser el reverso del ejemplo familiar (por nombrarlo así, ya que el trío nunca funcionó como una familia al uso): una vida normal de ejecutiva bancaria, madre de dos hijos, vida asentada, macronista de pro, sin obviar sus buenas relaciones con el marido de Carla Bruni, y fogosa admiradora de Juan Carlos, quien tras el madrinazgo antes señalado de Signoret, no le faltaron, más adelante, otros padrinos como Jorge Semprún o Alfonso Guerra en los cuatro años que ella vivió en Sevilla.

La obra fue premiada como libro político en 2017, año de su publicación original, por la asociación Lire la politique, y también por el galardón que otorgan los diputados.