Por Iñaki Urdanibia.

Algunos textos y reflexiones en torno a la muerte.

Sirvan estas líneas como modesto homenaje al amigo Mikel Arizaleta Barberia, fatalmente fallecido hace unos días, el día 21… Decía Epicuro en su Carta a Meneceo que «la muerte nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte se presenta, entonces no existimos»… algo es para quienes quedamos con el dolor de la pérdida.

Michel Onfray

«Una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar que piensa de la muerte»

(Jorge Santayana)

Que nadie se llame a engaño, el bulímico filósofo normando en su último libro, «Le deuil de la mélancolie» (Robert Laffont, septiembre 2018) no ofrece su visión filosófica de la muerte, aunque esta aparezca a lo largo del libro; el libro, obviamente, está escrito por un filósofo y en parte viene provocado por el guiño que la Gorgona le lanzó en forma de AVC (Accidente Vascular Cerebral) este mes de enero pasado; a ello se ha de sumar el antecedente que se produjo cuando antes de cumplir los treinta tuvo un infarto, la mirada fulminante de la Gorgona que se llevó a su madre, a su compañera, Marie Claude, y a su padre.

Como digo, el libro no es un libro de filosofía sino que es, como el mismo Michel Onfray señala, un relato íntimo, indicativo en este orden de cosas es que no conste al principio, como en sus obras suele ser habitual, la perceptiva cita de Nietzsche. Hábito es también en su obras filosóficas comenzar refiriéndose a algún episodio biográfico. En esta ocasión su vida – más bien su historial clínico – es el que es abordado con detalle y con descarnada sinceridad, del mismo que muestra la expresión de sus sentimientos, y avatares existenciales, con respecto a las muertes de sus seres queridos ya nombrados.

El libro está escrito con furia, con ira y, hasta me atrevería decir que, con abierto resentimiento. No seré yo, desde luego, quien se lo reproche ya que tras leer todo lo que cuenta, no es extraño que la mala uva aflore hasta los bordes de cierta misantropía. Si las cosas son como él las relata, y no parece honesto poner en duda su palabra, no es extraño que Onfray esté escamado con el mundo en general y con algunos sujetos concretos en particular. Y voy por partes, sin entrar en muchos detalles que bastantes da él.

Todo comenzó el 27 de enero, cuando al llegar de Caen a la parisina estación de Saint-Lazare, sintió algunos síntomas extraños, pérdida de visión, tambaleo al andar, sintiéndose como atravesado por una luz anterior, agujereado, perforado en el cerebro… Ahí comenzó su rocambolesca travesía entre diferentes galenos, cuyos diagnósticos, iban desde alteraciones debidas a la tensión, a no tomar los medicamentos que tenía recetados con la regularidad horaria exigida, alguno le mandó al oftalmólogo alegando que era cuestión de la vista, hasta hubo alguno que creyó hallar la causa en problemas de la próstata, etc.; y por supuesto, los consejos de rigor: vida sana, deporte, alimentación sana, nada de alcohol, las horas debidas… Ese peregrinaje desbrujulado finalizó cuando los responsables del programa televisivo en el que iba a intervenir viendo su estado, le pusieron en la pista de un médico que diagnosticó: AVC. La cosa no queda ahí, ya que los comportamientos de los doctores que habían fallado, resulta grotesco por decirlo suave y no recurrir a término de más hondo calado: ya lo decía yo, pero no se lo dije a usted, para no asustarle, el uno, el otro que le exige los doscientos cincuenta euros que le debe por la consulta (el médico no aceptaba el pago con tarjeta), no se corta el primero de ellos en exhibir su dilatado currículum y su prestigio contrastado, entre sus pares, en tantos años de experiencia… llega el descaro a decir que gracias a él que le mandó a donde el doctor equis (cosa que era mentira podrida) estaba vivo, y ante alguna pregunta de Dorothée, la compañera del paciente, le responde de manera airada que a ver si va a poner en duda su saber, ella que no tiene ni idea de esos temas, y que todo lo que él hizo es tratar de evitar el desánimo del paciente usando la diplomacia (léase la mentira), etc., etc., etc.

El siguiente paso lo da recordando los treinta y siete años de vida en común con Marie Claire, los últimos diecisiete en lucha contra el cáncer diagnosticado. Además del dolor experimentado por las idas y venidas a consultas varias, en las que hubieron de escuchar un cúmulo de indelicadezas, las duras sesiones de quimio… hasta el fallecimiento, en paz, de Marie Claude en 2013; homenaje sentido con un discurso fúnebre que él fue incapaz de leer que está escrito con el corazón exaltado por el amor y el dolor por la pérdida. Dicha pérdida le supuso igualmente la pérdida de los amigos comunes que comenzaron a no invitarle a distintas celebraciones… y hasta la venta en plan ganga a una pobre señora, más bien una señora pobre que diciéndole que ella le compraría la casa pero que no tenía suficiente, señora que al poco sacó unos suculentos beneficios al vender la casa que había comprado a bajo precio. Un inmenso dolor le acompañó y el corazón gravemente herido le condujo – según él mismo cuenta – a ponerse fino en comidas, bebidas, hasta el punto de llegar a engordar alrededor de quince kilos en un tiempo récord, con las duras consecuencias no con respecto al engorde físico sino a las secuelas en el terreno de su salud.

Al padre, obrero agrícola, le recuerda y muestra su dolor ante su muerte, de ello había hablado ya en anteriores libros, mas es a su madre, digamos que interina, a la que dedica unas páginas enfurecidas… Su madre murió en accidente de coche cuando viajaba con un señor, puesto en abundantes copas, que la llevaba a casa tras haber servido ella en una celebración, tarea a la que se dedicaba, digamos que, al negro. Cuando esto sucedía, él estaba interno y allá se le dio la noticia del fallecimiento (de hecho estaba en coma en un hospital)… Muerta su madre, nadie desde la alcaldía, dominada por gente que se decía de izquierda, quiso dar un paso para aclarar la explotación a que era sometida la señora (sin papeles y sin seguridad social, ni nada de nada) por la gente pudiente (perdóneseme el eufemismo)… no removamos las cosas…

Todo esto es lo que narra con una prosa suelta y veloz que nos hace sentir cierta empatía, en la medida en que ello sea posible, con respecto al dolor del que escribe… que muestra, como queda indicado líneas arriba, una indisimulada furia hacia la impericia de los orgullosos profesionales de la medicina, y otros, contra la gente que va de una cosa pero vive de otra situada en las antípodas de la declarada, contra los supuestos amigos que en los momentos en que se les necesita desaparecen llamándose andana, y los amigos flojos que adivinando el final se acercan al enfermo como que con él hubiesen estado toda la vida… al final, un puñado de amigos y la constatación de que es sintomático que los ciegos recurran a los perros para que les guíen y no a los humanos.

Tanatología filosófica

Existe la costumbre de mantener un silencio total sobre la muerte como si ello fuese echar por tierra nuestra posible y deseable felicidad. Decía Montaigne – por la senda de Platón y Cicerón – que filosofar es pensar en la muerte mientras que Spinoza afirmaba que al contrario era pensar en la vida… luego ya se sabe existen esos juegos malabares que tratan de convencernos que no hay diferencia ya que la muerte es parte de la vida, vamos que son complementarias, por no hablar de quienes se empeñan en comernos la oreja acerca de la otra vida, la del más allá, que esa sí que es guay, y no la del más acá, que es un triste valle de lágrimas. En fin…

Acaba de publicarse un libro que me atrevo a recomendar para los interesados en estas cuestiones, que se quiera o no… a todos nos iguala, uno sin tener en dónde caerse muertos y otros con un solemne Dies irae, órganos, incensarios y toda la asfixiante vaina, pero vayamos al tema, que desbarro.

El libro al que me refiero es «Muerte y mortalidad en la filosofía contemporánea» de Bernard N. Schumacher (Herder, 2018). Resulta pertinente señalar que estamos ante una exploración de hondura, y el que avisa no comete traición.

Si, como decía, en la cultura occidental, y como reflejo de ello en el campo filosófico, se tiende a ocultar la muerte, a no reflexionar sobre ella como si el asunto fuese una pérdida de tiempo; pues bien, el profesor alemán coge el toro por los cuernos y se enfrenta al tema, juzgando, y argumentando, que el asunto tiene gran importancia no solo desde el punto de vista filosófico sino también desde el médico, ético, bioético, político etc., etc., etc.

El autor traza un mapa sobre diferentes asuntos relacionados con el tema y lo expone en tres grandes bloques: en el primero, nos acerca a la concepción y definición sobre la muerte, deteniéndose en diferentes posturas que van desde las que mantienen que la muerte se da cuando el organismo cesa de funcionar, aunque los límites resultan borrosos debido al mantenimiento de ciertas constantes vitales por medio de máquinas, hasta quienes señalan que únicamente se da la muerte cuando la auto-conciencia deja de funcionar, ya que según quienes tal postura mantienen, esto es lo que define a los seres humanos; distintas concepciones: muerte troncoencefálica, neocortical…  Los detalles son importantes, aunque planteados así de manera resumida puedan resultar huecos, ya que estos límites tienen importancia de cara al trasplante de órganos, y el temor tanto de familiares como de médicos de que se viviseccione al paciente cuando todavía no está realmente muerto. Se muestra cómo muchas veces las definiciones responden a cuestiones meramente pragmáticas que consisten en facilitar el camino a los trasplantes y a evitar posibles responsabilidades penales a quienes toman ciertas decisiones. Con alguno de los aspectos que he señalado surgen de inmediato algunas cuestiones problemáticas relacionadas con la ética y con la definición de individuo humano y persona humana, diferencia que puede desembocar en posicionamientos realmente aberrantes ya que podrían aplicarse tanto a recién nacidos, seres con malformaciones graves o sujetos con signos de disfunciones mentales graves; en el terreno de la ética surgen igualmente ciertas concepciones que se dejan guiar por el interés del paciente y en su defecto, ya que éste no esté en condiciones, a la familia, o hasta a algunas instancias sociales (ya que ciertos expertos juzga que las personas son sociales y desde este punto de vita, los intereses colectivos pueden primar sobre los individuales)… El autor, como hace a lo largo de toda la obra, expone las diferentes posturas, las contrapone y matiza aquellos aspectos que él juzga más problemáticos.

Tras estos ensayos de definición desde la antropología filosófica de la persona (terreno en el que se ve la confrontación entre posturas dualistas y monistas, optando el autor por una muerte personal que evite la huella lockeana de la auto-conciencia y el criterio moral como condiciones esenciales), como base para la aplicación de decisiones concretas, se pasa a un análisis pormenorizado de ciertos planteamientos, fenomenológicos y existenciales, que han cobrado importante presencia en los debates acerca del conocimiento de la muerte (con los límites entre la muerte propia y la observada en otros). En estas exposiciones se ven las posturas de Max Scheler que mantenía un conocimiento intuitivo de la muerte, que desdeña la observación y la inducción obtenida de otros casos, de Martin Heidegger y su estar-vuelto-hacia-la-muerte, que viene a suponer que el pensamiento sobre el fin es consustancial al hombre, es más vendría a ser una consumación de propio yo, aunque la llegada de la muerte –  que ciertamente está presente, como futuro, en toda vida – trunque los proyectos existenciales, poniendo fin a las infinitas posibilidades; por último, frente las concepciones intuitiva y ontológica se exponen las ideas de las posturas constitutivas, que vendrían a mantener que la conciencia del morir forma parte constitutiva de los humanos, (Martin Coche), para más en concreto, la de Jean-Paul Sartre que se inclina por un conocimiento inductivo de la muerte (que exige un rodeo por la muerte de otro), diferenciando entre muerte empírica y muerte propia, y ésta como límite, y las distinciones entre la mirada idealista y realista… exposición que sigue El ser y la nada, para subrayar cómo la visión sartreana considera la muerte como un hecho contingente procedente del exterior del la estructura del para-sí finito, concretado en un ser-para-los-otros, oponiéndose a la visión subjetiva que sostiene Heidegger. Como queda dicha tras la exhaustiva exposición de las posturas en liza, y sus derivaciones (en el caso de Heidegger, ciertos cortafuegos debidos a Jacques Derrida, Emmanuel Lévinas o Ernst Bloch), Schumacher expone los puntos débiles de tales planteamientos para situarse en el postulado de que es la muerte de otro la que desencadena la conciencia de la muerte y no una esencia inscrita en el ser humano, que es en donde parecen tropezar las anteriores posturas estudiadas.

Por último, para alabarla o para desdeñarla, todos los estudios tanatológicos han reparado en las máximas de Epicuro acerca de la presencia / ausencia de la muerte, y de ahí surge el debate sobre los límites entre una y otra, y también sobre la maldad o bondad de la muerte, o hasta la neutralidad o indiferencia de ella; la influencia del filósofo griego se puede ver en el campo de la fenomenología que se halla con la imposibilidad de enfrentarse al hecho real, empírico, de la muerte, de la que solo se ven las consecuencias, observándose igualmente la huella ante la imposibilidad de imaginar la muerte propia, o en aquellos que mantienen los límites borrosos o la interdependencia entre vida y muerte, o todavía entre quienes ante lo peliagudo del problema o bien lo esquivan o bien lo juzgan solucionado con generalidades del tipo “la gente muere”…; otro enfoque que surge ligado a la aserción epicúrea es la de quienes consideran la muerte como un mal en sí mismo a las posturas más matizadas y relativistas que hacen depender la bondad o maldad de las circunstancias en las que ésta se dé…

Una obra ejemplar en la medida en que el autor se mueve, y nos mueve, como ágil ardilla por las diferentes ramas que se cruzan o se separan en referencia al asunto tratado, desde distintas ópticas… mas sin levantar insípida acta de lo que los demás dicen, sino aventurándose a matizar, criticar y avanzar los postulados que él juzga más adecuados y pertinentes. Verdaderas lecciones de tanatología filosófica que tienen la virtud añadida de implicar al lector en medio del debate, forzándole a filosofar al hilo de las ideas que se van exponiendo, contraponiendo, discutiendo… además de con los autores nombrados con muchos otros, como Wittgenstein, Kierkegaard, Nozick, Montaigne, Bernard Williams, Thomas Nagel, Lucrecio, Gadamer, Merleau-Ponty, etc., etc., etc.