Category: LIBROS


Por Iñaki Urdanibia

Una vida, unas historias, algunos hechos, curiosas anécdotas, las más de las veces que de entrada parecen insignificantes dan pie a Sergi Pàmies (París, 1960) a hilvanar unos cuentos, convirtiendo dichas circunstancias en materia prima para el desarrollo de la ficción, que es lo que el escritor sitúa en el centro de gravedad de su quehacer. Ya en anteriores ocasiones puede verse este dispositivo de su quehacer en marcha (https://archivo.kaosenlared.net/sergi-pamies-padres-e-hijos/), si bien en la presente ocasión, sus relatos hacen franco honor a lo señalado: «A las dos serán las tres», editado por Anagrama… y una hora menos en Canarias, que dicen.

El escritor catalán es un observador nato que saca oro literario de debajo de las piedras, como un lúcido trapero – adoptando la metáfora cara a Walter Benjamin – que buscando, halla maravillas que para los demás resultarían puros desechos. Esta habilidad que Pàmies posee la combina con la incursión de la propia persona del narrador, lui-même, que se muestra o se desvanece según la conveniencia. Varios relatos, diez, se reúnen en el libro en los que la vida propia y algunas relaciones puntuales se codean en las líneas, ya sea con un objeto, una guitarra ( «Por qué no toco la guitarra»), que le sirve para sacar a la luz de algunas circunstancias existenciales en torno al instrumento musical mentado, con algún otro escritor admirado, Manuel Vázquez Montalbán, con quien coincidió ya en el viaje para asistir a un congreso literario, o también con el propio oficio de escribir («Ferias y congresos»). No faltan tampoco el basado en el relato del momento de acoger una entrega de un premio literario («Dos alpargatas»), y las circunstancias un tanto chirenes.

La prosa va acompañada de un humor, nada de estridencias, serio, ya que éste es un asunto a tomárselo como tal, sin ruidosas risas, ni estruendosas carcajadas, sino con sonrisas cómplices que surgen ante la sorna empleada por Pamiès sobre sí mismo y el mundo que le/nos rodea, sin que el ombliguismo se apodere, para nada, de sus historias, ni siquiera éste asome con timidez. Los disloques propios del escritor son desvelados sin recato hasta la desnudez, con un paso firme que avanza cual potente apisonadora, pero con suavidad y ternura. La mirada se acerca o se distancia como si un certero zoom sirviese al narrador para buscar la distancia y el enfoque precisos. A lo dicho hasta el momento, se ha de añadir la marca de la casa propia del autor de «El arte de llevar gabardina», que reside en la sencillez carente de cualquier manierismo o abalorio estilístico y pertrechado con el recurso a los saltos inesperados que pueden descolocar al lector que se guíe de manera excesiva por el orden y la grave seriedad impermeable a cierta diseminación, desorden y las inesperadas y casuales carambolas… sin obviar la mandarina como metáfora comparativa con respecto a la grandeza del acto de escribir.

A lo largo de la lectura es difícil que el lector no sienta cierta simpatía, y hasta complicidad, con el protagonista de las historias narradas, que reclama desde los cuentos iniciales esta sensación de complicidad y empatía risueña que surgen en su lectura: «Tres periodistas», «Díptico bivitelino», y «La narrativa breve»… y el tono de ironía seria, casa con la sencillez de algunos de los retazos expuestos con algunos otros que ahondan en asuntos más profundos y sesudos. No se priva, por otra parte, el escritor de considerar la escritura como un remedio eficaz frente al malestar existencial, en mayor medida que una terapia engorrosa o unos fármacos dañinos – sabido es que el pharmakon griego se definía a la vez como lo que sana y lo que mata -, y así su prosa se comporta sin sobresaltos, pero con una capacidad de deslizamientos que fluye con una inequívoca soltura por los entresijos de la vida, con una sinceridad que se aplica, sin paños calientes ni aspavientos, a la suya propia sin evitar algunos asuntos, que cierta mojigatería pudiera considerar como problemáticos, como el establecido en paralelo entre la pérdida de la virginidad sexual y la literaria, plasmada en el acto de escribir, etc., etc., etc., y… padres, abuelas, o los malentendidos en el seno de alguna pareja de comunicación equívoca.

Por Iñaki Urdanibia

«Aun vencida, quiero ser yo misma, / abeja furiosa de su miel»

Hay escritores, y obviamente escritoras, a las que a veces de manera parcial e injusta se les conoce únicamente por una obra, como si no hubiesen escrito ninguna otra. Es, casi, el caso de la escritora catalana Mercè Rodoreda conocida por su La plaza del Diamante, y más desde la teleserie que se basó en su novela.

Mercè Ibarz (Saidí, 1954) hace justicia al entregar una verdadera guía de la autora y su obra: «Abeja furiosa de su miel. Retrato de Mercè Rodoreda», editado en la colección Biblioteca de la memoria de la barcelonesa Anagrama. Ibarz se acerca, y nos acerca, a la agitada existencia de la peregrina escritora que le llevó de una parte a otra, exiliada, hasta el punto de sentirse, por momentos, exiliada de sí misma, en búsqueda permanente, lo que se trasladaba a sus obras, que iban conformando una especie de caleidoscopio literario, con fondo histórico.

Vemos así a Mercè Rordoreda (1909-1983) haciendo sus primeros pinitos en el campo de la escritura, entregada a la empresa de acabar con la leyenda que pintaba a las mujeres como incapaces de escribir debido a su pereza…«he querido demostrar que yo escribía un libro, y por tanto daba una prueba irrefutable de mi diligencia y de mi coraje…». Incansable se dedica a escribir en diferentes revistas, y más adelante colaboraría en empresas culturales de la Generalitat catalana, manteniendo una clara posición catalanista y de izquierdas, en la medida que colaboraba con algunas publicaciones de dicha coloración política, cuando las horas de Franco asaltaron la República, su vida corría peligro; la autora entrega algunas pinceladas de la relación de la escritora con el líder del POUM, Andreu Nin (¿dónde está Nin?). Fue precisamente escapar del peligro lo que le obligaron a abandonar el país, huyendo hacia el norte. Cuánta, cuánta guerra, se titulaba una de sus obras y ciertamente en su vida, y en la de muchas otras, y otros obviamente, ésta marcó de manera honda su vida. Para entonces ya había escrito una de sus obras más destacadas y significativas: Aloma.

En aquéllos años revueltos, ella llevaba a cabo su revolución, en paralelo, a la que estaba en marcha por tierras catalanas, y dichas transformaciones se centraban en la búsqueda de un estilo, de diferentes formas de expresión que coincidió con la huida, que suponía radicales cambios en los modos de vida, costumbres, amistades, etc. Los sueños juveniles convertidos en pesadilla y su escritura va viéndose invadida por unos tonos en los que se cruzan el yo con el nosotros: entreverándose lo histórico, lo colectivo y lo íntimo… la escritura de «una joven, perdedora de una guerra, exiliada, siempre como escritora catalana y más aún como escritora del siglo XX», que con el telón de fondo histórico entrega la voz, o las voces, desde la subjetividad de sus protagonistas. En el rastreo a su travesía vemos su amores, un tanto cambiantes, al igual que sus estrechas amistades, con Obiols o Murià, y las influencias de algunos pesos pesados de las letras catalanas como Trabal. No se nos priva tampoco de sus aficiones lectoras, ni de su dedicación a la costura… y a la par vamos siendo puestos al corriente de sus desplazamientos por diferentes localidades francesas, más tarde por Suiza,Chile… y una escritura que se empapa de vida, de sentimientos, de amor (precisamente en los medios del exilio algunos de sus amoríos le supusieron severos juicios) y de compañerismo que le catapultaban a atreverse a escribir y a innovar… constatándose que el humor esperanzador de sus años de juventud en Catalunya se va a transformar en «un manar de palabras para decir el dolor y la violencia contra el deseo a través de las guerras y el poder, y así, desde la palabra, vislumbrar a veces otros mundos». Un quehacer del que otra escritora diría: «Rodoreda no es una cronista de su tiempo, es una maga, un hada capaz de crear lo aparentemente existente».

Y de la mano de Ibarz conoceremos las variaciones de su escritura, incluidos sus momentos intempestivos, las circunstancias de elaboración, y el contenido, de sus diferentes obras como La dama de las Camelias, que podría ser clara muestra de que la Ciudad Condal ya tiene quien la escribiese con detalle aun desde la lejanía, Espejo roto, donde el collage toma cuerpo, o La muerte y la primavera, que da cabida a la cambiante rueda de los ciclos vitales, al desamor y la crueldad, y al enigma de la existencia…

Obra en la que nos es presentado un vívido retrato de una mujer que tiró hacia adelante siempre a su bola, no respetando ciertas convenciones familiares y otras, insumisión que se plasmó en su vida y también en su escritura en la que lucía una amplia libertad expresiva y de composición, desviados de los cánones al uso…plasmándose en su persona la figura de una mujer nómada que asomaba allá en donde menos se la esperaba, solitaria en sus últimos años por el bosque de Romanyà, soledad poblada por sus personajes que no la abandonaban, escritora de la que Gabriel García Márquez dijese que era una «copia viva de sus personajes». Y Mercè Ibarz nos conduce como avezada guía por el archipiélago-Rodoreda, desvelándonos algunos misterios, todos no sería posible, a través de casi trescientas páginas en las que la ágil narración y rigor se dan la mano.

Por Iñaki Urdanibia

«He explicado que no tengo mente de historiador […] no he consultado más que unos pocos libros de historia y no he puesto un pie en un archivo para buscar papeles y documentos […] A mí me interesa que la segunda masacre, la de la memoria, sea de algún modo rescatada. Y perdóneseme acaso el lenguaje, el color, sus intemperancias, que ciertamente no son de historiador»

El escritor siciliano (Porto Empedocle, Sicilia, 1925 – Roma, 2019) es conocido por sus obras narrativas, y de manera muy especial por su serie cuyo protagonismo recae en el comisario Salvo Montalbano. Varias son las obras que, no obstante, han derivado por otros lares como puede verse en los enlaces que añado al final del artículo*. No es la primera vez de todos modos en que el escritor echa la vista atrás como hizo, por ejemplo, al rescatar al Rey Campesino, personaje del siglo XVIII.

Ahora en su «La masacre olvidada», editada por Destino, se zambulle, y nos arrastra consigo, al siglo XIX. Camilleri se comporta como un avezado arqueólogo y, a pesar de sus disculpas, como un historiador dispuesto a rascar para sacar a la luz unos hechos brutales que han sido mantenidos en el secreto, tanto por las autoridades, y su prensa, como por los historiadores. Fue en la noche entre el 25 y 26 de enero de 1848, cuando el mayor Sarzana se llevó por delante a ciento catorce personas, sin despeinarse; de los asesinados se ofrece en el Apéndice, la lista completa y su edad y lugar de procedencia.

En medio de las luchas de las diferentes banderías monárquicas, se desarrollan, además de los cambios de chaqueta, que hace que unos se pasen de los borbones a otras líneas dinásticas, los comienzos de la rebelión y los pasos hacia la unificación de Italia. No me detendré en detalles, pero sí quisiera destacar que lo narrado tiene ciertos aires de familia con comportamientos del presente: la represión fue salvaje, las versiones sobre lo sucedido fueron silenciadas siempre que no respondiesen a la versión oficial que es igual que decir la mentira oficial que exculpaba a los culpables de la masacre, y muy en especial del mayor protagonista de la chacinería. El coronel Emanuele Sarzana fue el comandante de la guarnición de Licata en el mismo momento en que los Borbones se adueñaban de lugar. El nombrado fue juzgado, es un decir, en diferentes lugares napolitanos y otros, yéndose de rositas, al difuminarse su responsabilidad o justificarla. También vemos a algún empleado, que respondía al nombre de Gaetano Attard, que se encargaba del Registro Civil, mostraba una capacidad de manipular propia de un hábil trilero: ocultación de datos, de las causas de las muertes, etc., etc., etc..pero que, al fin y a la postre, fue el que escribió los nombres de los asesinados; fiel escribiente pues. «Los fenicios, que a menudo veían largo y claro, llamaban a la Pantelaria, ´Yrnm, que significa “islas de los avestruces”»… en esta ocasión hicieron verdad el dicho de los fenicios.

Las fuentes a las que recurre Andre Camilleri quedan desveladas y muy en concreto las historias que sobre el asunto le contase su bisabuela Carolina Camilleri, coetánea de los hechos, al igual que los testimonios de parte de quienes colaboraron en la masacre, no privándose de recurrir al terreno hipotético, el escritor recompone la verdad de los hechos, la esclavitud a que eran sometidos los prisioneros, o la obligación a lucir uniformes enemigos, siendo así aprovechados antes de dárseles la muerte… y el espanto de los testigos que veían a seres que generalmente daban cuenta de unos sentimientos realmente buenos se dedicaban, enloquecidos, a arrastrar por las ensangrentadas calles los cadáveres de los asesinados. Robos, incendios y destrucción acompañaron la matanza en la que el cabecilla no tuvo tiempo de sudar… frente a los grandes sudores que confesó Adolf Eichmann padecidos para llevar adelante su producción de cadáveres al por mayor…

En fin, una historia narrada con la habilidad propia de Andrea Camilleri que combina la presentación de la sangría cometida con ciertos toques de humor que son una verdadera arma para ver el desbarajuste con que se llevaron a cabo las inexistentes investigaciones, y la absoluta ocultación de los hechos.

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( * ) Aquí van algunos enlaces que llevan, o deberían hacerlo, a varios artículos sobre libros del escritor. En el primero de ellos, se envía a cuatro, además del propio artículo; advierto que se pueden dar repeticiones, pero bueno…:

https://carteldelasartesylasletras.wordpress.com/?s=++Andrea+Camilleri

https://archivo.kaosenlared.net/archivo/lo-ultimo-de-andrea-camilleri

htttps://archivo.kaosenlared.net/alla-en-vigata/

Por Iñaki Urdanibia

Vaya por delante una aclaración sobre el neologismo que aparece en el título de este artículo; conste que no es mío sino que lo tomo de las páginas del libro, «Sobre la losa», editado por Siruela, en el que se da carta de naturaleza a tal término en referencia al extraño comportamiento del comisario creado por Fred Vargas (París, 1957). Cualquiera que se haya acercado a las investigaciones del singular comisario verá que el verbo empleado se ajusta a su actitud como guante a mano.

Hacía ya unos cinco años pasados en que el personaje y su creadora habían desaparecido del mapa de las publicaciones, lo que no quita para que la escritora se haya centrado en otros temas ajenos a la narrativa *; ahora ya está de vuelta, y además en plena forma: Adamsberg manteniéndose siempre en su ser, cada vez más sí mismo. Silencios abstraídos, como si estuviese ausente y pasmado, y ajeno a lo que intercambian sus colegas o subordinados, la ruptura de tales momentos con alguna salida que apunta a una posible pista que deja descolocado a todos al no ver la relación de lo que dice con la investigación en marcha, es marca de la casa. Las palabras empleadas a las que somete a cambios silábicos, que son corregidas de inmediato por sus acompañantes, y… en la presente ocasión el protagonismo de un dolmen, que aparece en la misma portada de la novela, al que acude para reflexionar el comisario tumbándose encima de la losa que corona la construcción de hace más de tres mil años de antigüedad, busca allá, como si de la sabiduría del tiempo se tratara, las burbujas de pensamiento que se entrelazan en su mente como algas enroscadas; si Jorge de Oteiza en su Quousque Tandem!, ponía el énfasis sobre el cromlech megalítico como lugar de la iluminación (Litchtung, de inspiración heideggeriana), nuestro comisario adopta otra construcción neolítica como lugar de inspiración en la que fluye la lucidez.

En este caso el comisario es llamado para que se traslade de Paríis a Bretaña, dejando en la comisaría de la capital del Sena al cultivado Garland, ya que allá en el pueblo en el que se sitúa el castillo de Combourg campa la muerte asesina. Es la policía de Rennes la que le reclama en busca de ayuda, al sucederse algún crimen, al que seguirán otros, que parecen relacionados con ciertas leyendas del lugar, siendo acompañadas por la presencia de algunos personajes realmente curiosos como un heredero lejano del autor de Memorias de ultratumba, François-Auguste-René de Chatebriand, Auguste-Félix de Chateaubriand, conocido como Josselin, que luce unos variopintos ropajes, y maneras de antaño, y que sirve al ayuntamiento del lugar como poco menos que atracción turística, a la vez recoge setas en el bosque aun no gustándole lo que recoge que lo reparte entre su paisanos, cual Robin Hood del champiñón, un cheposo al que tras alguna operación le ha desaparecido su extraño bulto, y el ruido de la pata de palo de un conde conocido como el Cojo, que ha vuelto tras catorce años de ausencia, a vagar no solamente por las galerías del castillo sino en las calles del pueblito también, lo que atemoriza a los pobladores de la localidad, ya que tal caminar supone malos presagios; tampoco juega un papel menor en el escenario la existencia de la leyenda de que si alguien ve su sombra pisada por otro, la desgracia es segura lo que origina la existencia de diferentes grupos, a modo de sectas, los ombrosos, los sombríos… y la figura destacada de una mujer apodada como la Serpiente con sus potingues y supuestos remedios. Así pues, es en medio de las brumas bretonas, que casan con las leyendas y los personajes nombrados es el escenario en el que se va a mover el comisario Adamsberg, y su equipo, al que se unen los policías de Rennes, y encore, los refuerzos de brigadas de intervención que toman el pueblo ante el aumento de crímenes con características similares: entre otras, los cadáveres son hallados con un huevo fecundado en la mano, a lo que se ha de sumar que los cadáveres están llenos de pulgas. Estas coincidencias hacen que se investigue sobre quiénes tienen perros y quienes tienen acceso a los huevos nombrados; coincide igualmente que el cuchillo utilizado es el mismo en todos los asesinatos (del médico, del alcalde,…), y las puñaladas que simulan ser asestadas por un zurdo que el tipo de corte demuestra que es diestro; sin obviar el hallazgo de alguna mochila con arañazos de gato, lo que hace que se haya de investigar también a quienes pueden tratar, y maltratar, a los felinos, actividad habitual en el medio escolar. Las sospechas varían y se van descartando con respecto a los habitantes de Louviec, a la vez que se moviliza a los policías hasta convertirles en verdaderos inspectores de aspectos que parecen ajenos a su labor. El policía bretón que acompaña a Adamsberg, Franck Matthieu, muestra no pocas veces su desacuerdo con las intuiciones del recién llegado, desacuerdo que también muestra, con el modo particular de investigar del recién llegado y su costumbre para moverse en contra del reglamento y de las jerarquías, ciertos celos al quitarle el protagonismo sobre su terreno. El prestigio de Adamsberg es grande a pesar de que la jefatura no esté contento con sus actitudes, pero la eficacia manda.

Las historias se encabalgan y no dan respiro al lector, que ve que las sospechas se desplazan a otros tiempos del lugar, con el matonismo escolar de algunos sobre los diferentes, que son convertidos en objeto de burla, sufren agresiones, etc. Y hay cosas que perduran a lo largo del tiempo al dejar huella en las víctimas, del mismo modo que el que tuvo retuvo y así algunos de los matones de los años escolares han seguido con sus comportamientos delictivos: negocios en la localidad mediterránea de Sète y al otro lado del charco, en Los Ángeles, a lo que se suma el enriquecimiento repentino por medio del testamento horas antes de su muerte de una pretendido amigo americano. Así pues, la investigación se desplaza de Bretaña a otros lares y a otros asuntos turbios de asesinos a sueldo, etc. El prestigio mentado de Adamsberg y su habilidad a la hora de resolver los más intrincados casos, hace que las amenazas le rodeen, y en esta ocasión llega a ser herido de algún balazo a pesar de la protección que le rodea, protección que hace que hay momentos en que la acumulación de flics sea realmente cercana a la multitud, patrullando la localidad; otros personajes que acompañan al comisario tienen su miga, así el adormilado Mercadet que muestra una sagacidad y capacidad retentiva propia de récord, por no hablar de una mujer que demuestra su poder y tenacidad en perseguir y desembarazarse de los delincuentes a ostias, Retancourt, sin olvidar al posadero Johan que cuida a cuerpo de rey a los policías, preparándoles suculentas comidas y dejándoles sus locales reservados para sus reuniones…y las botellas entre corren entre los reunidos aun estando de servicio… Al entregado Johan le alcanza la desgracia cuando su hija pequeña es raptada, siendo increpado por su mujer por sus estrechas relaciones con los agentes… Tensión por todas las esquinas, las hipótesis de disparan en divergentes direcciones y la sorpresa se apodera del fin del caso.

Como decía, no hay tiempos muertos, ya que la acción, mejor las acciones, se suceden a intensa velocidad… la dispersión que se apodera de las historias, en un feroz encabalgamiento, puede provocar cierto desbrujule en el lector, sensación de desnorte que responde al propio de los investigadores, muy en especial el del jefe de orquesta, Adamsberg que tiene destellos rozando lo chirene, que resulta a la vez sagaz e intuitivo hasta las entretelas… deducciones que es incapaz de justificar, teniendo siempre en su boca un no sé, no hay un porqué… luces que brotan en su dislocada mente del mismo modo que las nubes que en el cielo se entrecruzan y que Adamsberg contempla abducido sobre la losa.

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( * )

https://carteldelasartesylasletras.wordpress.com/category/fred-vargas/

Dos artículos, uno de octubre de 2015 y el otro de junio de 2020. El segundo es de la serie de Adamsberg, mientras que el primero explora otros terrenos que nada tienen que ver con la narrativa, ni negra ni amarilla, sino más bien con el color verde en la medida en que es un grito de alarma ante el camino hacia el desastre que lleva la humanidad sin reparar en el cuidado debido a la Tierra y sus recursos. Con respecto a este primero no me resisto a subrayar el compromiso de la autora con otras causas como la relacionada con el caso del italiano Cesare Battisti, del que en su momento hablé en esta red (El fugitivo Cesare Battisti: htttps://archivo.kaosenlared.net/el-fugitivo-cesare-battisti/index.html). Si traigo esto a colación es, además de para dejar constancia del compromiso cívico de Frédérique Audoin-Rouzeau, nombre real de quien adopta el seudónimo de Fred Vargas, es para mostrar cierta sorpresa ante las declaraciones de algún personaje que alaba a la autora por su nivel de novelista, opinión que luce en la contracubierta del libro, cuando este mismo caballero ha solido afirmar que no se puede ni se debe separar la obra y el autor, ya que ella corresponde a la personalidad de éste, en esta caso ésta; será que no ha leído más que las novelas ya que en caso contrario debería despotricar de las ideas de la señora. Pero bueno, de quien zascandilea por hábito, cualquier cosa se puede esperar.

Por Iñaki Urdanibia

Cualquiera que se haya acercado a algún libro de Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944) coincidirá en que el escritor no da puntada sin hilo, a la hora de zambullirse en los demonios de su país; además de considerar que pase a engrosar el conjunto de quienes escriben su país y más en concreto la ciudad de Berín (Walter Benjamin, Hans Fallada, Christa Wolf, Günther Grass, Christopher Isher, Sebastian Haffner, Siegfried Lenz, Alfred Döblin, Joseph Roth, etc.)… puede decirse así de él, que Alemania ya tiene quien la escriba, uno más, pero entre los grandes. Si esto es así, en su último libro traducido al castellano, «La nieta» queda claro lo dicho hasta el deslumbre.

El escritor no se anda con chiquitas, ni se aleja por nebulosa o generalización alguna, sino que se mueve, y nos hace acompañarle, pisando suelo y hurgando en diferentes subjetividades en las que calan, y han calado, sedimentando a lo largo del tiempo, algunas de las ideas que pueblan las mentes de los ciudadanos germanos, originando algunas heridas que permanecen, resistiendo al paso del tiempo.

Birgit y Kaspar Wettner, son una pareja formada por ella, venida en los sesenta de la RDA a la RFA para unirse con el segundo que es dueño de una librería en Berlín, se había conocido en un encuentro de jóvenes de ambos lados del muro. Con sus más y sus menos, la relación funciona, con algunas sombras cubiertas con los silencios abismados de ella, que los apaga con la creciente ingesta de alcohol, hasta que al final pone fin a su vida de manera brutal; ella tenía pretensiones por convertirse en escritora y hasta mantenía contacto con algún editor de cara a publicar sus escritos. Tratando de explicarse la decisión de su mujer, Kaspar revuelve los papeles, y el ordenador, de Birgit, y en ellos descubre algunas cuestiones de las que no tenía ni idea; en especial, el lazo que ella había tenido y que le seguía manteniendo ligada, de uno u otro modo, con el otro lado del muro: al unirse con Kaspar, había dejado una hija en manos de una amiga, Paula, que tomó la decisión de entregarla a los servicios sociales. Svenja, que así se llama la hija de Birgit, tiene a su vez una hija, Sigrun (por cierto, nombre de una walkiria), y vive con su marido Björn Renger, iluminado neonazi él; situación a la que ella había llegado tras haber atravesado periodos sumida en la militancia comunista decayendo más tarde en el mundo de las drogas, participando en okupaciones y deambulando en medios asociales.

Si en las hojas de Birgit quedaban desveladas algunas cuestiones que ella había silenciado a su compañero, lo que quedaba resaltado era la intención por parte de la mujer de rescatar a su hija: de encontrarla, y recuperando el tiempo perdido, entregarse a ella de cara a facilitarle las cosas, previa petición de perdón por el abandono, y los padecimientos que ello le pudiese haber provocado. Precisamente en las hojas mentadas se veía la honda preocupación de Birgit por conocer las condiciones de vida en los centros de acogida de los hijos de padres desconocidos y similares, más de ciento veinte mil adolescentes habitando tales instituciones.

Al conocer las intenciones de su compañera fallecida, Kaspar toma la doble tarea como suya (la de hallar la hija abandonada y dar a conocer la obra, inacabada, no publicada de ella), y emprende la búsqueda, lo que le lleva a remover Roma con Santiago: ayuntamientos, centros de acogida, la amiga en manos de la que se había dejado a la criatura, el padre de la niña, a la que Birgit no quiso que se la entregase, Leo Weise, que a sazón vive con su esposa y que fueron los que al final se hicieron cargo de la niña; y al final, el encuentro con la nieta y con su actual familia, constituida por su madre, Svenja y su esposo Björn, cuyo propósito es poner en marcha una comunidad modélica, basada en los valores propios del alma alemana, sus tradiciones, folklore y canciones; la comunidad se denomina nada menos que pueblo nacional liberado. La recepción de Kaspar es realizada con sorpresa, mas sobre todo con desconfianza, ya que, en principio, él representaba un peligro potencial a las costumbres y usos que ellos practicaban; amén de la propaganda de las prédicas de Björn acerca de la necesidad de recuperar la pureza aria de los alemanes, las paredes, y otros adornos, no mienten al representar en lugares destacados a jerifaltes del nazismo: así Rudolf Hess. En tal tesitura; Kaspar con el propósito de templar la situación se inventa una herencia y las condiciones en que serán pagadas a plazos; una de las condiciones es que la nieta pase algunas temporadas con Kaspar, el abuelastro… la desconfianza y los recelos, en especial de Björn, ceden ante la perspectiva de recibir algún dinero, si bien éste pone una serie de condiciones acerca de lo que puede hacer la joven, y sobre todo lo que no puede hacer: un verdadero reglamento de buenas costumbres y peligros a evitar. .

La niña que había vivido los últimos tiempos en medio rural, flipa ante las luces, el ruido y el gentío de la gran urbe, Berlín. Las relaciones entre la joven y Kaspar son tensas, mostrando ella una gran desconfianza hacia él, al pensar que intentaba convertirla y desviarla de los buenos valores mamados en su comunidad; la postura de Sigrun es ambivalente ya que junto a lo dicho, no puede ocultar la atracción que le produce el mundo nuevo que se le abre en el terreno de los libros y la música, por horizontes que nada tienen que ver con la cerrazón y limitaciones que le rodeaban junto a Svenja y Björn.

En lo que hace a los libros, Singrud flipa en la librería y tiene barra libre a la hora de coger las obras que le atraigan; respecto a la música, Kaspar le abre un abanico de composiciones clásicas, cuya audición va acompañada de informaciones sobre los estilos y corrientes… lo que va quebrando la visión de la joven que anteriormente creía que solamente los compositores alemanes merecían la pena, ante la degeneración de los de otros horizontes culturales. Al mostrar, la joven, un buen oído e indudables dotes para la música, Kaspar le propone recibir clases de piano, al menos durante los días que pase junto a él además de comprarle un teclado cuando vuelva a su casa, para que pueda seguir practicando, si es que su madre y su padrastro lo permiten.

La joven ve en las palabras de Kaspar, claros intentos de desviarla de los buenos hábitos, considerando que Kaspar quiere dejar claro que ellos no son tan listos como él, lo que hace que se den ciertos enfrentamientos a pesar de la postura respetuosa de Kaspar que trata de no entrar a trapo a pesar de que en la medida en que la desconfianza se va relajando, va soltando algunas verdades que desmontan algunas falacias, que la joven tiene asentadas en su mente, sobre el peligro de los inmigrantes, en especial musulmanes, de los judíos, la negación de los crímenes al por mayor del nacionalsocialismo, su idolatría a una de las carceleras más crueles del campo de Ravensbrück, Auschwitz y Bergen, Irma Grese, conocida como la hiena del lager, etc., etc., etc. Como queda dicho la familia se posicionaba en la esfera de los nacionalistas autónomos alemanes y del movimiento völkisch que intentaban reavivar el pasado germánico mítico con sus excelentes tradiciones alemanas que tanto juego dieron al nazismo. Conciertos, museos, lecturas, viajes van a producir dudas, y cierta reconversión de la nieta.

Por medio de los bien caracterizados personajes, Bernhard Schlink, entrega un panorama de posturas, de fracturas e ideas no-pensadas que anidan en las mentes de los habitantes de su país; al tiempo que somos introducidos en el terreno del debate de ideas, en su complejidad, y en la profunda huella que la educación supone en la conformación de las mentes, de diferentes generaciones… en el escenario del ascenso de las ideas racistas y neo-nazis y las cicatrices de la historia.

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( * ) Un par de recensiones publicadas, con anterioridad, sobre obras del autor:

ALEMANIA A TRAVÉS DE OLGA | Cartel de las Artes y las Letras 27 / julio / 2019

Qué solos se quedan… • 1 de enero de 2022

Por Iñaki Urdanibia

«La desgracia es que nadie tiene nada que ver. Todo el mundo lo reprueba y todo el mundo está indignado, pero todos son un eslabón de este inmenso engranaje antisemita que es el Estado rumano, con sus oficinas, autoridades, prensa, instituciones, leyes y procedimientos. […] En cuanto a la masa, está exultante. La sangre judía y el escarnio al judío han sido las diversiones públicas por excelencia»

                                                       Mihail Sebastian, Diario 1942.

Sonia Devillers (Les Lilas, 1975) se une al coro de genealogistas dedicados a hurgar en el pasado, en algunos casos familiar y en otros, ampliando el foco al país al que pertenecen. En unos casos incluyéndose los escritores dentro de las historias y en otras, refiriéndose a la vida de otros: ahí están Patrick Modiano – hurgando en su pedigrí y en el comportamiento familiar en los años de la segunda guerra y la ocupación -, W.G. Sebald – arrojando su mirada a su país, con el que tenía relaciones realmente problemáticas, basándose en encuentros con emigrados y otros seres singulares -, y tras estos iniciadores y siguiendo su senda: Ivan Jablonka Javier Cercas, Éric Vuillard o Laurent Binet; ahora, como digo, se suma la escritora francesa nombrada, con sus «Los exportados», editado por Impedimenta.

La historia que presenta, la de sus abuelos y su madre, la escritora es realmente impactante, y puede observarse en la lectura que Devillers se ha encontrado con numerosos testigos con el fin de reconstruir las duras vivencias de los suyos, conservadas en silencio por estos que no hacían más que entregar pequeñas escenas de presque rien. De este modo en la medida en que se avanza en la lectura se nos desvela la historia íntima de su familia a la vez que se va retratando la realidad de Rumanía bajo diferentes botas. La mirada hacia atrás retrocede a los tiempos previos a la entrada de los nazis en el país, a la segunda guerra mundial y a las posteriores hazañas de los denominados comunistas, de obediencia soviética.

Nadie ha de buscar en las hojas del libro una historia, propia de los del oficio, rigurosa del país, sino que será a través de diferentes flashes y anécdotas como se irá transmitiendo una realidad francamente infame. Los progromos están al orden del día, la Guardia de Hierro campa a sus anchas, los gobernantes, como Antonescu, protegido y nombrado por Hitler, a pesar de los pesares y sus declaraciones, consagra la misma vena antisemita, con prohibiciones, propiedades requisadas. Los cambios de apellidos son moneda al uso, con el fin de evitar posibles identificaciones; dichos cambios se pueden ver en los rastros de los antepasados de la escritora, quienes tras una época en los USA, volvieron con un apellido, Greenberg, que en los nuevos tiempos, eran como una incitación a convertirlos en cabeza de turco, o mejor en judío y para más inri americano, el mayor enemigo tras los cambios tras la guerra.

Como decía, los parientes, en concreto los abuelos Harry Gabriela, guardan silencio sobre el pasado, salpicando alguna que otra anécdota que provocaba la risa más que el reflejo de cualquier forma de opresión, persecución, etc. Resulta así la postura de ellos, la propia de los seres disociados con respecto a una realidad dolorosa ante la que parece que los más apropiado para ellos es la amnesia. Los abuelos se las vieron y se las desearon para sobrevivir a la bota nacional-socialista, y sus lacayos locales, consiguiendo librarse de los transportes a los campos de exterminio, Llegados los comunistas convirtieron las confiscaciones en algo habitual; no obstante, las nuevas autoridades fueron bien recibidas al haber sido quienes les habían liberado del cárcel nazi. No tardaron mucho en reaparecer, si es que alguna ver se habían ido, las muestras de odio a los judíos, que eran sometidos a vigilancia y sospecha permanente. Los abuelos de la autora ocuparon puestos de ciertas responsabilidad cultural, la abuela, y empresarial, el abuelo, lo que no quita para que su fidelidad no fuese correspondida con un trato amable, sino que las limitaciones fueron creciendo, en especial en la campaña contra el llamado cosmopolitismo (los seres sin patria, no podía amar a la patria socialista, al ser unos desarraigados…). Si, como digo, las cosas iban empeorando a ojos vista, más se endurecieron cuando algunos pretendían salir del país, o bien para ira al recién fundado Estado de Israel o a algún país occidental, aquellos cuyos nombres aparecían e las listas sufrían las consecuencias, como así sucedió a los familiares de Sonia Devillers.

Si en la medida en que se pasan las páginas se palpa la grave situación, el récord de la ignominia lo alcanza el mercado de seres humanos, judíos, que dirigía un traficante de almas, de nombre Jacober. Este caballero, por decirlo así, traficaba diferentes mercancías, también ganado, manteniendo relaciones con la nomenklatura y embajadores en diferentes países como Canadá, Inglaterra, en éste precisamente el contacto era con una aristócrata, “amiga” de la abuela, Lucia Fieldmann… Rumanía deseaba recibir cerdos y deshacerse de sus judíos, pues nada, el señor nombrado organizó el comercio de siniestro trueque que consistía tantos cerdos, de calidad, enviados a Rumanía suponían tantos judíos exportados a cambio. Aunque pueda resultar francamente chocante, y llegar a provocar la risa por encima de la magnitud de la tragedia, se dan a conocer algunas lecciones de cerdología, de la mano de Erik Orssena, al igual que conocemos la decisión gubernamental de liquidar a todos loa caballos ya que se comían el alimento debido al ganado, amén de que los equinos hacía que los campesinos de sintiesen atados al terruño y sus tradiciones, ajenos a los nuevos valores… De no creer resultan las listas y las variaciones de las unidades humanas de intercambio por los animales porcinos, que se ofrecen en las páginas de la obra.

Obviamente me dejo cantidad de hechos, chirriantes, que se deslizan en las páginas del libro, en los que conocemos a los jóvenes Mircea Eliade, Cioran y Ionesco, admiradores de Hitler, y conocemos también algunas de las fuentes a las que ha recurrido Sonia Devillers para llenar los agujeros de la memoria familiar, forjados en el silencio (su familiares se instalaron en París en 1961 huyendo de la bota de Ceaucescu)… así, las informaciones y análisis se deben al nombrado escritor Mihail Sebastian, el psico-sociólogo Serge Moscovici, a los que se han de sumar historiadores, psicoanalistas, etc.